Textos para pensar


Las palabras prohibidas

Josep Maria Blasco [CV]

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Nota del Editor

El presente texto fue distribuido como soporte para la ponencia del mismo título pronunciada por el autor en las XVI Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas Aperturas en Psicoanálisis (V).

1 Sentido horror común

1.1 Libertad

Homofonía,
patata fría,
culo caliente,
mató a la gente,
mató a su tía,
por la Gran Vía,
con un cañón
de artillería.

Peras y manzanas, ¿qué son? Respuesta escolar: frutas. ¿Y frutas y verduras? —Vegetales. ¿Y vegetales y animales? —Seres vivos. Hay que saberlo, claro: así funciona el mundo; en el árbol clasificatorio, fruta es el padre de pera y manzana, y pera y manzana son hermanos, según ese criterio. Son conexiones permitidas.

¿Qué conexión hay, ahora, entre fruta y puta? Respuesta escolar: ninguna; o, mejor dicho: eso no se dice. ¿Y entre fruta y Francia, o entre Franciarancia? —Son cosas que tampoco se dicen. Son conexiones prohibidas. ¡Calla, niño!

Los niños, en efecto, no paran de divertirse con este tipo de cosas. Y los borrachos, también. Es lo que Freud llama el placer de disparatar. Técnicamente, son facilitaciones: por homofonía (Francia-rancia), similicadencia (homofonía-patata fría), simultaneidad, etc, montadas sobre el sistema de huellas mnémicas descrito en el capítulo vii de La interpretación de los sueños, titulado Psicología de los procesos oníricos.

Algunas de esas conexiones están permitidas, y otras prohibidas. La existencia del placer de disparatar y el hecho de que los borrachos gocen de él con entusiasmo es signo de que la represión está en juego. Hay que decir cosas con sentido. Y se entiende: sería complicado montar un mundo con gente que se entretuviera todo el tiempo con cosas como Francia-rancia, o como fruta-puta.

El árbol asociativo debe ser podado de las asociaciones ilícitas para escoger entre ellas las recomendables, las que «tienen sentido», las que «están bien», incluso las que son «de buen gusto». Pero esto comporta un gasto de represión. En muchos casos, esa represión deviene excesiva, y la persona desea enunciar primero para sí lo que cree estar pensando, después revisarlo a ver si «está bien», o hasta si «es inteligente» y, después de haber pasado esos controles, decirlo, por fin, con una cierta garantía –así lo piensan– de acierto. No hay que decir que, como estrategia para participar en la conversación, es pésima: en general, les lleva tanto tiempo seleccionar eso que supuestamente «está bien», que cuando ya lo tienen suficientemente pulido han pasado varios minutos, la conversación se ha ido por otro lado, y eso tan requetepensado ya no es utilizable. Además, se han perdido.

La asociación libre, tal como se practica en el análisis, no sólo permite sino que recomienda al analizante un tránsito menos ordenado por el árbol asociativo, puesto que no le exige que lo que diga «esté bien», ni siquiera que «tenga sentido», o que sea «de buen gusto», etc. Permite redescubrir, una y otra vez, en cada uno de los distintos análisis, que en ciertas ramas entre las prohibidas anidan historias olvidadas, fragmentos completos de la vida del paciente cercenados de la consciencia, relaciones suprimidas, avenidas enteras, largo tiempo inexploradas, del pensamiento. El sentido, se descubre entonces, no estaría predeterminado en un sujeto pensante que voluntariamente se lo imprimiría a lo que enuncia, sino que emerge, muchas veces en el lugar más inesperado, en el encuentro del humano con el habla.

1.2 Vida

Asociar contribuye a la cura, entonces. Asociar en la terapia analítica. Pero, ¿por qué únicamente en la terapia analítica? Si la asociación libera energía de represión y posibilita la emergencia de sentidos inesperados, ¿por qué debería usarse tan solo en el contexto terapéutico? Es una pregunta que ya ha sido, históricamente, planteada y, de hecho, han ido apareciendo multitud de técnicas y dispositivos basados en la asociación libre, en particular en el ámbito de la psicología y la terapia, pero también en los de la empresa, la creatividad y el marketing. La tormenta de ideas (brainstorming) es sólo uno de ellos: el Capital es rápido en intentar monetizarlo todo.

Dejemos por un instante al Capital tranquilo, para plantear una pregunta-límite: ¿sería posible, o deseable, vivir «en asociación libre», es decir, en un estado de asociación libre más o menos permanente?

Por la lógica misma de lo que venimos diciendo, podría parecer que deseable sí: en efecto, por un lado, se ahorraría energía de represión y, por otro, se ampliaría el repertorio de sentidos y, en este aspecto, todo serían ventajas.

Examinemos ahora la misma pregunta a la luz de lo posible: obtendremos inmediatamente una serie de prerrequisitos.

En primer lugar, asociar no es fácil: hay que aprender a hacerlo, muchas veces cuesta años conseguirlo, y algunas personas no lo consiguen nunca. Por tanto, hay que poder dejarse asociar.

En segundo lugar, no es conveniente que una persona muy neurótica asocie en otro lugar que en su terapia. Las cosas que se le ocurrirían estropearían muy rápidamente su propio entorno social, de hacerlo, y se dañaría además a muchas personas, aparte de a sí mismo. Por tanto, la persona tiene que estar suficientemente analizada, concepto, por otra parte, problemático.

En tercer lugar, y suponiendo satisfechos los anteriores requisitos, no es posible ni recomendable, en la sociedad actual, asociar en determinados ámbitos. Por ejemplo, no está permitido asociar en un tribunal de justicia, e intentarlo ante el médico suele llevar muy rápidamente a una conminación a callarse. Eso nos lleva a una pregunta subordinada, que subtenderá lo que resta: ¿con quién se podría realizar, aunque fuese parcialmente, ese ideal-límite de vivir «en asociación libre»?

1.3 Autoanálisis

Como señala Miller, el Pase funda una nueva definición del psicoanálisis: 1º) dice que hay fin de análisis, como principio universal, de esta forma acentúa lo definitivo que se realiza en la experiencia analítica [...].
Nora Cherni [1]

Psiquismo perfecto: el que ha atravesado el fantasma. Perfecto: ya no necesita análisis, lo ha terminado. «Como principio universal». Se ha realizado «lo definitivo»: fantasmagoría del atravesamiento. Imperfectible en su castración, su falta. El análisis debe interrumpirse justo cuando se haría más interesante. Forma moderna del estadio genital: fantasma atravesado.

Psiquismo de arrendamiento: «si dejas el análisis, te quedas sin aparato psíquico». El «aparato psíquico», sustancia imprescindible «para relanzar el deseo», lo lleva el analista, no sabemos bien dónde, y lo distribuye en pequeñas dosis. «Lo dejo cuando quiera». Infantilización eterna del paciente, para que siga, siempre, necesitando su toma de «psiquismo». Siempre. Al final, terminan robando a las jubiladas.

Psiquismo de funcionario: cuatro sesiones por semana durante cinco años, me salen mil sesiones y me llevo siete, y le hago un diez por ciento porque es un buen cliente. Tráigame un certificado de que es médico, otro de que es psiquiatra, y hágase un test que demuestre que es más bien normalito. Disfrute de nuestras promociones y servicios. Reservado el derecho de admisión. Somos serios, no como los otros.

Las combinaciones: funcionario perfecto. Etcétera. Y las variaciones. Psiquismo penitencial: se paga la culpa. Etcétera.

Ridículo: —¡Oiga!, me gusta, esta asociación libre, ¿me la puedo llevar? —No; es mía. Déjela encima de la mesa.

Perfectamente comprensible: —¡Oiga!, me gusta, esta forma de pensar, ¿me la puedo llevar? —¡Ah, insensato! ¡Qué increíble ingenuidad, la suya! Sólo Freud, apréndaselo bien, ¡sólo él!, repito, pudo autoanalizarse. ¡Esa gesta! En cuanto a usted, por descontado, tendrá siempre que hacerlo con otro, y pagar por ello. Continuamos la próxima: son 200 dólares—. Perfectamente. El autoanálisis no existe. Como principio universal.

Lo que es más lógico: a medida que progresa el análisis, va instalándose en el paciente una capacidad autoanalítica, que mejora con el tiempo. Eso no quiere decir «quedarse sin análisis». Quiere decir que la naturaleza del análisis cambia. Volveremos sobre eso.

1.4 Compartir

En un mundo de ganadores y perdedores, todo el mundo pierde. Veamos cuál es el relato que describe lo que debe ser una supuesta «ganadora». Ella tiene que estudiar «lo que le gusta». Después, tiene que encontrar un trabajo «que le guste» de eso «que le gusta» y que ha estudiado (por si acaso, y para no pasar por idiota, termina diciendo que «le gusta» su trabajo en cualquier caso: una alienación más). Ahora tiene que comprarse un piso («alquilar es tirar el dinero»: que la ayude su familia, si es preciso). Decorarlo, claro («¡no lo vas a dejar todo vacío!»). Recibir a sus amigos: aprende a cocinar («¡no les vas a dar Telepizza cada día!»). Tener pareja, por supuesto («¡no te vas a quedar sola!»). Y administrarse los dineros.

Nuestra «ganadora», pues, tiene que –hagamos la cuenta–: tener conocimientos de lo que ha estudiado; encontrar un buen trabajo de eso; conseguir capacidad adquisitiva para comprar un piso; saber de decoración, de cocina y de administración; y encontrar al hombre de sus sueños. Al final de la carrera de obstáculos acecha la depresión, el disagio: la caja del premio no tenía nada dentro. ¿Y los que se quedan en la carrera? Son «perdedores».

Porque compiten. No es obligatorio. Si sé cocinar y el otro no, los dos podemos comer bien. Si no sé decorar y el otro sí, podemos tener los dos una linda casa. Si ella no sabe administrarse, y él sí, él la puede ayudar. Es necesario, claro, que él no sea un ladrón, y que ella no sea paranoica.

La solución capitalista clásica es esta: si no sabes cocinar, compra comida preparada. Pagarás con el tiempo de tu trabajo esclavo (que «te gusta»; perdón). Pero si compras comida preparada, nunca aprenderás a cocinar, mientras que si una amiga cocina para ti, con el tiempo, si así lo deseáis, podrás cocinar con ella: compartiréis sabores y saberes, y mejoraréis vuestro vínculo. Pagaréis las dos con vuestro tiempo llamado libre. Lo ganaréis las dos, incrementaréis vuestro saber, mejoraréis el vínculo: literalmente, os ganaréis la vida, sin mover un solo céntimo.

En la solución clásica tu tiempo esclavo se convierte en un dinero que al cambiar de manos garantiza más tiempo esclavo para otros. Tú comes, pero jamás sabrás hacerte de comer. Y estás desvinculada.

Todavía no es obligatorio comprar comida preparada.

1.5 Individuo

Se supone que somos individuos. Como individuos, cuidamos de nuestro propio bien: cada uno cree tener el suyo. Cuando me enfrento a otro individuo, yo cuidaré de mi bien y él del suyo: cada uno intentará sacarle provecho al otro antes de que el otro saque provecho de él. A esto lo llamamos «relación basada en la confianza». Es la base del sistema capitalista.

Base a su vez basada en un modo paranoico de aprehender la realidad. El otro, en última instancia, es mi competidor, mi adversario, mi enemigo. Sus intereses son, con toda probabilidad, contrapuestos a los míos. Es educado y amable conmigo; hasta me hace favores: eso lo convierte en todavía más sospechoso. ¿Qué querrá, realmente? Nunca me lo va a decir, claro. ¿Para qué desvelaría sus cartas? Debo adivinar cuáles son antes de que él adivine las mías. Es-finge: el que mejor finge gana. Y, para atravesar su fingimiento, debo interpretar signos. Nada es ya lo que parece. ¿Por qué está siendo tan amable, por qué aparenta mostrar esa debilidad, por qué ha sacado ese tema de conversación?

«Tengo ruido en la cabeza», dice el paciente. ¿Cómo no va a tenerlo, si vive en un mundo paranoico, donde nada es lo que aparenta ser? Que «las cosas son así», eso es mentira. Que todo eso «son voces superyoicas», también. Eso es tragarse enterita la idea de individuo, que tiene su genealogía y su aparición histórica. No es un fenómeno natural, no es una catástrofe natural. Un mundo de individuos no merece ser vivido. Y el psicoanálisis no puede certificar esa mala nueva, se haría cómplice de los discursos que pretende combatir. Si no puede producir nuevos modos de vinculación, de convivencia, ha fracasado. Ya ha fracasado, históricamente: no ha sido capaz de pensar las instituciones analíticas sin repetir los juegos de poder de las instituciones anteriores.

1.6 Razón

El paciente siempre quiere sacarte de la posición.
Escuchado en una supervisión

«Ocupa la posición», que «el paciente siempre querrá sacarte» de ella. ¿No suena esto a lenguaje militar, con sus «posiciones enemigas» que hay que «tomar» y «defender»? El paciente, realmente, ¿no tiene otra cosa que hacer que, «siempre», estar intentando «sacarte de la posición»? Y, suponiéndole esa monomanía, pobrecito, ¿cómo haría uno para que no consiga su objetivo? ¿Qué hay que hacer, con la «posición»? ¿«Defenderla»? Lenguaje militar, verdaderamente: ocupar, defender, luchar... Generación de un antagonismo paranoico entre el analista y el paciente. Y reintroducción por la ventana del individuo al que se ha invitado a salir por la puerta.

El «muerto», «rostro cerrado y labios cosidos»: «ocultamos lo que puede delatarnos», «preparamos el relieve de oráculo que debe tomar nuestra intervención interpretante». Ofrecemos «al diálogo un personaje tan despojado como sea posible de características individuales». Así quiere al analista un sentido, realmente espantoso, que ha devenido común.

El ser humano no puede ocultar nada. Una persona de clase baja que intenta ocultar su procedencia no parece una persona de clase media o alta, parece una persona de clase baja que intenta ocultar su procedencia. Una persona insegura que intenta ocultar su inseguridad parece todavía más insegura. Un psicoanalista que intenta parecer neutral no parece neutral, parece lo que es: neutralizado. Un aliado del poder.

¿Qué es, «un personaje despojado de características individuales»? ¿Cómo se consigue eso? ¿Traje y corbata? —No, eso es un vendedor de seguros. ¿Jeans y camiseta? —No, eso es Steve Jobs. ¿Túnica? —¡No, hombre!: parecerías un cura. ¿En pelotas? —¡Cállate, desgraciado!

«Ocultamos lo que puede delatarnos». Claro, en una posición paranoide (del analista) se entiende muy bien: el otro va a intentar, «siempre», «sacarnos de nuestra posición».

¿Y la aspiración a que nuestras «intervenciones interpretantes» adquieran «relieve de oráculo»? ¿Realmente, el analista tiene que aspirar a aparecer como un «oráculo», nada menos? ¿En serio? ¿Dónde queda la razón, el régimen hipotético-propositivo de las interpretaciones freudianas? ¿Qué pasó entre Freud y Lacan, para que las cosas se hayan torcido de ese modo? Como «retorno a Freud», pues no parece gran cosa.

1.7 Institución

Cuando tengo hambre, como;
cuando tengo sueño, duermo.
Fragmento Zen

Freud imaginó un futuro en el que «ir a coger flores» significase, sencillamente, ir a coger flores. Que las cosas signifiquen algo distinto de lo que parecen es, siempre, un ejercicio de poder. El lenguaje ya tiene suficiente sugerencia, evocación y polisemia como para añadirle a la vida esos jueguitos. «¡Fíjense! ¡El Director se ha levantado sin tomar el postre! ¡Deben preguntarse qué nos ha querido decir!»: ya tenemos al déspota (el Director), a su lugarteniente (el que alerta) y a los dominados (a los que se debilita mediante la paranoia inducida). Mientras «me voy a dormir» signifique otra cosa que «me voy a dormir», seguirá el poder, con sus manejos. «¡Ohhh!, ¡el Rey no ha querido recibir a la Presidente del Parlamento!». Salir de esos juegos, siempre feudales, y, en última instancia, repeticiones de la manipulación familiar: «la mamá está muy enfadada», dice mamá en tercera persona, mientras infla superyoes. ¿Qué pasa, mamá? —Ya sabes lo que has hecho, ¡piensa, piensa!

El poder es la figura de la clasificación y de lo inmóvil. Enferma, paraliza, mata, para seguir subsistiendo. Se vale del juego de las apariencias para paralizar: el paranoico se queda quieto, escrutando gestos, rostros, intentando desentrañar significaciones. El poder se guarda siempre la última carta: un gesto nuevo, cuya significación, secreta, es arbitraria.

1.8 Micropolítica

El éxito que la terapia pueda obtener en el individuo habrá de obtenerlo igualmente en la colectividad.
Sigmund Freud

Es perfectamente posible instalarse ya, ahora, en este momento, en el porvenir imaginado por Freud: basta con reducir el ámbito de la colectividad a la que se refiere. Con la sociedad entera no se puede, ahora, en este momento, pero con un microsocial sí, es perfectamente realizable: un microsocial que haya proscrito los gestos que significan otra cosa. Los gestos: eso es la neurosis. ¿Por qué no se ve más claro? ¿No conmina acaso el análisis a decir en vez de actuar? No se ve más claro porque las instituciones analíticas están llenas de gestos. De poder. El análisis no ha sabido penetrar en esa oscuridad, en la que anidan las malas nuevas, las resignaciones, las faltas, las castraciones y los relatos salvacionistas. Pésima, ínfima teología negativa, la incubada en las mazmorras de las fortalezas analíticas. Demasiado extendida. Neocristianismo de cuarta.

1.9 Grupo

La psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social.
Sigmund Freud

Un análisis tiende a sacar al paciente del rebaño: abandona el sentido común para intentar hallar el propio. En la medida en que eso sucede, se va encontrando más solo. Sus antiguos interlocutores ya no le sirven para lo que está empezando a poder pensar: puede que no deseen acompañarlo en sus exploraciones, o bien que no le entiendan. En bastantes casos, se enfadan, porque lo que se les plantea les produce un cuestionamiento que no pueden tolerar.

Intuye algo en su análisis, e inmediatamente todo el mundo le dice que no. Sus familiares, sus amigos, sus compañeros de trabajo. El barman, la portera. Todo el mundo. Duda. Piensa: «¿seré yo el equivocado?». Lo que ha intuído pierde fuerza. Pierde fuerza: se entristece.

Se produce así un efecto paradójico: progreso (del análisis) pasa a ser equivalente a (estar facilitado con) soledad. Muchos pacientes se instalan en una resistencia casi invencible por esa razón. Otros, simplemente, interrumpen el proceso, a veces violentamente. Ciertas tendencias analíticas dan a la soledad por inevitable: son daños colaterales, hay que aguantarse.

Esa soledad no es inevitable. Tiene una solución simple: analizarse en grupo.

1.10 Singularidad

No se debe educar al enfermo para que se asemeje a nosotros, sino para que se libere y consume su propio ser.
Sigmund Freud
Llega a ser quien eres.
Píndaro

No es nada fácil: nada en lo social nos enseña a conversar sin máscara. Pero puede lograrse, tras ardua práctica. Conversar con otros que están haciendo su propio viaje, aunque no sea el mismo. Nunca puede ser el mismo, porque todos los viajes son singulares. Pero los viajeros aprenden a reconocerse, a aprender del viaje del otro, a intercambiar tranquilamente, a cuidarse entre otros y a cuidar de los otros.

En catalán, «cura» significa cura, como en castellano, pero también cuidado. Dirección de la cura.


2 La caída de las máscaras

2.1 Inteligencia colectiva

Las máscaras, al final, van cayendo. Se va encontrando uno más allá del yo, más allá del narcisismo. Nunca para siempre, nada definitivo. ¿Cómo podría pasar eso? Ni siempre, ni en todo lugar. En un mundo de individuos paranoides, no conviene salir a la calle sin el yo puesto. Y siempre se puede hacer síntoma. No hay profilaxis, si Freud dice algo en Análisis terminable e interminable es esto.

Se va encontrando. Es un proceso. Producto de un trabajo grupal lento, arduo. Proceso lento: nada hay súbito o fulminante. No es una iluminación fulgurante, sino algo casi imperceptible. Principio de placer: el hombre sólo percibe los contrastes. Como la rana hervida, cuando llega a algo muy lentamente, no se da casi cuenta.

Algo que nadie esperaba va aconteciendo: la inteligencia y el afecto ya no son de nadie, circulan. El psicoanálisis va pasando a consistir en eso: permitir que acontezca una inteligencia que no es de nadie. Se descubre entonces que la fijeza de los roles cae con la máscara. La máscara era, también, lo familiar, con sus fijezas.

Nadie lo esperaba porque no podía pensarse. En un mundo de individuos que compiten entre sí, en el mundo clasificatorio de los cocientes de inteligencia, las «cualidades» se suponen inherentes a lo que no es más que la máscara.

No se compite ya más: se coopera, se comparte. Aparece un trabajar-juntos. Esa inteligencia y ese afecto que no son de nadie circulan como energía extra-ordinaria que potencia el trabajar-juntos y los vínculos, que lo sustentan.

2.2 Transparencia anímica

[...] El poder [...], pasión de la potencia [...].
Judith Miller [2]

Se va instalando la transparencia. El psicoanálisis ortodoxo tampoco puede pensarla: obsesionado como está en psicologizarlo todo y portador de malas nuevas, termina reproduciendo el individuo-máscara. Transparencia radical: anímica. Si no hay máscara, nada hay que ocultar. Sigue existiendo lo íntimo, pero ya no lo privado. El que no conspira contra los demás no necesita esconderse. Y competir no es obligatorio, es la enfermedad de la época.

Es un descanso. Mantener la máscara más allá de lo imprescindible es un gasto extra. De represión. Dejar de fingir descansa. De simular, de ocultar. Descansa: se siente uno con más fuerza, más potencia. Potencia de actuar, no tiene nada que ver con el poder. Fuerza: de existir. A los predicadores de las malas nuevas les convendría leer a Spinoza, y después entenderlo.

2.3 Comunidad

Si alguien ha hecho algo que imagina afecta a los demás de alegría, será afectado de una alegría acompañada de la idea de sí mismo como causa; o sea, se considerará a sí mismo con alegría. Si, por el contrario, ha hecho algo que imagina afecta a los demás con tristeza, se considerará a sí mismo con tristeza.
Baruch Spinoza

A mi bien, entonces, se le desprende también la máscara: era, fue siempre, indistinguible del bien del otro. No me daba cuenta. Si hago algo por alguno de los que me rodea, me estoy haciendo un bien a mí mismo, pues he mejorado lo que me rodea y constituye. Y si hago algo por mí mismo, estoy, del mismo modo, haciendo un bien a los que me rodean. No es nada que tenga que entender o que aceptar, nada a lo que llegar, ningún ideal, ningún esfuerzo. Es así. La noción de individuo no es una buena descripción del estado de cosas.

Pensar que se es un individuo: eso enferma.

2.4 Buena nueva

Lo más precioso que enseña el psicoanálisis, es la impotencia.
Judith Miller [2]

La capacidad de trabajo es una herramienta maravillosa: cuando no es trabajo esclavo, nos permite mejorar el mundo que nos rodea. Puesto que no hay «mi bien» ni «tu bien», es un trabajar-juntos, sin máscara. La frontera entre «trabajo» y «ocio» se va difuminando. Trabajar es gozoso. Ya no hay «días libres», ya que no los hay «esclavos». Gozoso, porque estoy, continuamente, cuidando, mejorando, lo que me constituye y me rodea.

Merodea el lenguaje. Me rodea. Trabajo con el lenguaje, él me trabaja. Pasión de ser hablado: colectiva. Sin máscara. Sin esperar nada, mansamente. Sin buscar sentidos. Gozar del intercambio. Más fuertes, más potentes: dejarse hablar alegra, se compone con nuestros cuerpos.

A la asociación libre no hay que tenerle miedo: es buena para la vida. Buena: buena nueva. Vuestra impotencia, podéis quedárosla: no nos interesa.

Vida: si el psicoanálisis no es bueno para la vida, ¿para qué sirve?

2.5 Alegría

La alegría del niño vivo, la del gineceo. Muchas mujeres no la han perdido, simplemente la ocultan a los hombres, que las ensombrecerían. Parloteo gozoso, creativo, sin temor a decir tonterías. No hay que tener miedo de la asociación libre. La comunicación siempre excede los canales del sentido. Desaprender la represión. Si hay miedo a asociar y no hay neurosis: poder al acecho.

Si es necesario pensar algo, si es necesario arreglar algo, el pensamiento y la acción se organizan solos. Emerge desde la tontería una organización, sin ninguna decisión voluntaria. El ser humano sabe hacer eso. Un grupo coordinado se autoorganiza.

2.6 No-dualidad

Entrar y salir. Ejercitarse en transitar las dualidades, rápidamente, sin demora. Del parloteo al trabajo, del ocio al negocio, del trabajo al goce, de lo mío a lo tuyo, de lo nuestro al mundo. Entrar y salir, velozmente. Al final las dualidades, también, van cayendo. Se desprenden, como la costra muerta de una herida. No «me» desprendo «yo», tampoco soy «desprendido»: se desprenden. Ningún «yo» podrá jamás «superar» o «trascender» ninguna dualidad: quiere ser el agente de su propio sosegamiento, y eso lo termina inquietando.

Las dualidades, las clasificaciones. En última instancia, siempre militares. La marca del poder en uno mismo, la alienación: lo que en mí trabaja para otro. Levantar las represiones también es eso: luchar contra las clasificaciones. Con la crítica, con la práctica.

Sin esperar nada. Hasta que se desprendan.


3 Sentido crítico

3.1 No hay fin de análisis

[E]n fin de compte, je suis un hystérique parfait, c'est-à-dire sans symptôme, sauf de temps en temps, cette erreur de genre en question.
Jacques Lacan

Siempre se puede hacer síntoma. Nada hay definitivo. Pretender lo contrario es la puerta abierta a todas las imposturas, a la reinstauración del poder que se cree combatir. Como principio universal. Solo hay que echarle un vistazo al «histérico perfecto», «sin síntomas», y observar después la legión de clones que repiten ad nauseam sus «no-síntomas»: hasta la saciedad. Babel: de tanto retorcer el lenguaje acabarán por no entenderse entre ellos. Epidemia, sí. Y muy grave.

El análisis se transforma, evoluciona, cambia. Se aprende a intercambiar. Permea las conversaciones, los encuentros. Contribuye a regular las reuniones, los grupos. Atraviesa lo institucional.

Siempre se puede hacer síntoma. Lo infantil en la vida psíquica. El que se pretende maduro es un impostor peligroso, el más enfermo de todos. Maduran las frutas, el ser humano se transforma. Entre otros: si los demás no se transforman, no podré cambiar mucho.

3.2 Producción

[El Analista de la Escuela] asume la posición de hacer avanzar el psicoanálisis, se confronta con [sic] el orden establecido, y se pone al trabajo de Escuela [sic], apuesta a [sic] la elaboración colectiva tomando en cuenta la complejidad de la que se trata.
Nora Cherni [1]

«El análisis, a diferencia de otras prácticas, no nos mete nada en la cabeza», sostenía un joven –discurso enardecido– ante una audiencia de analistas de varias Escuelas. Sólo le faltaba añadir: «Repitámoslo todos juntos». Montemos un Congreso sobre la producción de diferencia, para escribir todos lo mismo.

No hay testimonio de ninguna experiencia definitiva que valga, cuando se ignora la gramática más elemental, y además se escribe tan mal. Cuando se reproducen instituciones asfixiantes. Cuando la producción desconecta al análisis de la cultura. Cuando se instala el irracionalismo más furioso, revestido de «superación». Cuando se cree haber superado lo que, además de no poder superarse –noción errónea–, no se ha comprendido en absoluto, entre otras cosas por falta de preparación para ello.

No es de extrañar que haya cada vez más analistas que deciden seguir su carrera al margen de las instituciones: es que han sido maltratados por ellas.

No. El análisis no es esto, no fue esto, no debe ser esto.

3.3 Despertar

Frente al sentido (devenido) común, sentido crítico. Del horror a la risa liberadora, mediante la crítica. El déspota sólo conserva el poder porque se cree en él. Una crítica alegre: fuerte y potente, juguetona. La radical, para los casos graves.

Asociar es necesario para la vida: pensar no es posible sin asociación libre. Lo que se suele llamar pensar no es pensar: es ruido neurótico. Hasta la liberación de la palabra no hay pensamiento posible.

Vivir en asociación libre. La crítica es consubstancial a la asociación libre, no al contrario. ¿Por qué tendría que serlo? Se critica para mantenerse vivo: lo que no puedo pensar me mata. Eso también es despertar, la crítica. Despertar a la vida, a una vida entre otros, con otros. Salir del exterminio del «esto es lo que hay», de la claridad ilúcida del «aquí y ahora», del aplastado horror de las malas nuevas impotentes.

En la definición freudiana: aceptar el mundo, para transformarlo.


Referencias

[1] Nora Cherni. El Pase. Presentación. La EOL: Una Escuela con Pase. 2002.

[2] Judith Miller. Calendario Lacan de Judith Miller [http://www.eol.org.ar/Acerca-de-la-AMP/Calendario-Lacan/CalendarioLacan-de-Judith-Miller.pdf, subsecuentemente borrado.>].


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