Textos para pensar


Clase Inaugural
Los sueños

Josep Maria Blasco [CV]


Nota del Editor

El presente texto ofrece la transcripción de la conferencia inaugural a la xx convocatoria del Curso de Introducción al Psicoanálisis organizado por el epbcn, pronunciada el 3 de noviembre de 2016 e impartida por Josep Maria Blasco, en convocatorias de mañana y tarde.

Se trata de una clase inaugural, abierta y gratuita, que se celebra cada año, y a la que asisten tanto los alumnos matriculados en el curso como otras personas interesadas.

La transcripción forma parte, como primer capítulo, del libro Curso de Introducción al Psicoanálisis I. La interpretación de los sueños. La enseñanza del psicoanálisis. Los actos fallidos.

1. La vulgata psicoanalítica

Bienvenidos. Puesto que esta conferencia está convocada bajo el título de Los sueños, es probable, ya que están asistiendo a ella, que vengan con alguna idea sobre el psicoanálisis; quizá hasta con alguna idea sobre lo que se dice que el psicoanálisis dice sobre los sueños. Me expreso así porque es algo que sucede: se dice que el psicoanálisis dice determinada cosa, pero ¿dice realmente eso, el psicoanálisis? La misma pregunta, mutatis mutandis, se puede aplicar a muchos otros pensamientos, a los que se suele terminar por hacerles decir las cosas más absurdas.

Con el psicoanálisis y los sueños, entonces, es probable que hayan oído decir que [el psicoanálisis dice que]:

Los sueños tienen sentido,

y que

Los sueños son realizaciones de deseos.

Esas dos afirmaciones, enunciadas así, sin matizar, son claramente falsas. No pasan de ser una tontería, ya que cualquiera puede localizar, en su propia experiencia, sueños absurdos, que no parecen tener sentido alguno, y sueños desagradables, a veces muy desagradables, como las pesadillas. Eso no obsta para que esas afirmaciones hayan pasado a lo que podríamos llamar la vulgata[1] psicoanalítica: en general se repiten, de ese modo, muchas tonterías.

El trabajo que voy a intentar hacer ahora es el de situar esos dos fragmentos de vulgata en la continuidad que les devuelve su sentido: son fragmentos de la tesis central de Freud en su obra más conocida, La interpretación de los sueños. Desarrollar, aunque sea en esquema, esa tesis, es muy arriesgado, para la media hora de la que dispongo, de modo que espero que sepan disculparme cuando incurra en algunas simplificaciones. Durante el curso tendremos ocasión de desarrollar mucho más detenidamente cada uno de los puntos expuestos, que aquí sólo serán rozados.

2. La cuestión del sentido

Lo primero que hace Freud es repasar lo que se ha dicho, históricamente, sobre los sueños. A partir de ahí extrae una lista, amplia, en la que enumera lo que los sueños no son. De esa lista, en esta ocasión, resaltaremos únicamente dos ítems.

Los sueños no son
   tormentas eléctricas en el cerebro
   ni contingencias.

2.1. Los sueños no son tormentas eléctricas cerebrales

El primero: los sueños no son tormentas eléctricas en el cerebro. Una explicación de la existencia de los sueños podría basarse en una analogía: del mismo modo en que uno, cuando está nervioso o estresado, puede notar cómo le tiembla, de manera autónoma, un músculo, bien podría ser que, cuando se duerme, el cerebro, para relajarse, inervase aleatoriamente, por así decir, distintos grupos neuronales, lo que dispararía las correspondientes imágenes, recuerdos, etc. Freud se separa de esta explicación fisiológica de los sueños. ¿En qué se basa? Precisamente en que tienen un sentido. Pero ese sentido todavía no lo hemos encontrado; deberemos fundamentarlo después, si no queremos incurrir en una petición de principio.

2.2. Los sueños no son contingencias

El segundo ítem nos va a llevar mucho más lejos. Reza así: los sueños no son contingencias. ¿Saben lo que es una contingencia? Técnicamente, se trata de aquello que, siendo, podría no haber sido: lo que coloquialmente se conoce como algo que ha sucedido «por casualidad». Un sueño, según esta idea, podría ser una contingencia: lo tuve, pero podría no haberlo tenido, o podría haber sido cualquier otro sueño y, en este sentido, precisamente por eso, no puede significar nada, no puede tener sentido alguno.

Para desmontar esta concepción, tendremos que remontarnos al cambio cultural que se inicia en el Renacimiento. Hasta ese momento, la creencia en los milagros era completamente aceptable. ¿Qué es un milagro? La acción de Dios en el mundo. Si se cree en los milagros, es perfectamente defendible que algo del mundo esté donde está, o haya pasado a estar ahí cuando antes no estaba, o haya dejado de estar ahí cuando antes estaba, o se haya transformado en otra cosa, pura y simplemente, porque Dios lo ha querido así. De igual manera, y en un sentido más amplio, podríamos creer que determinada cosa está puesta en el mundo porque otro ser espiritual, por ejemplo el demonio, la ha situado en determinado lugar, para tentarnos, para desviarnos, o por cualquier otra razón que le sea propia. Como les decía, las explicaciones de este tipo, hasta hace relativamente poco, se consideraban algo perfectamente aceptable.

El movimiento hacia la ciencia moderna iniciado en el Renacimiento descarta de un modo radical esta clase de explicaciones: las cosas no pueden estar puestas, ni sacadas, ni transformadas, ni trasladadas, por Dios, ni por el demonio, ni por ningún otro espíritu ultraterreno. Se supone, como principio básico, no tanto que esos seres no existen (cosa que, en cualquier caso, es indemostrable, tanto en un sentido como en el otro), sino que no operan en el mundo. No es necesario Dios para explicar el mundo: con el mundo basta. Esto lo sostiene, en la actualidad, por ejemplo, Stephen Hawking,[2] pero ya lo enunciaban los físicos, por ejemplo, en la época de Napoleón Bonaparte.[3]

Ahora bien: si Dios ya no es necesario, para poder explicar las cosas del mundo sólo podremos recurrir al mundo mismo y, de ese modo, se instala la moderna idea de la causa en la ciencia. «Todo tiene una causa», se le hace decir entonces a la ciencia, «otra cosa es que la conozcamos». Cuando se enfrenta uno a un fenómeno natural, se le busca una explicación en términos de otros fenómenos naturales, en términos de las leyes conocidas de la física, etc. No conocemos todas las causas, pero suponemos que todo tiene su propia causa.[4]

Freud intenta pensar lo psíquico, coloquialmente podríamos decir «lo que tenemos en la cabeza», utilizando el paradigma científico.[5] Se hace preguntas que no habían sido formuladas nunca en relación a lo psíquico, cuando llevaban mucho tiempo habiéndolo sido en relación a las cosas del mundo.

Por ejemplo: si yo he pensado algo y después ya no lo pienso, eso que he pensado, ¿adónde ha ido a parar? ¿Ven qué pregunta más interesante? Aplicada a los procesos de pensamiento —claro está— porque, aplicada a la realidad, ya está completamente aceptado que se haga esa pregunta; la física ya la ha respondido: no es que ha venido el demonio y se lo ha llevado, no es que ha venido Dios y lo ha desmaterializado, etc. Pero con los procesos de pensamiento, no es habitual pensar así. Si yo pensaba una cosa y ya no la pienso, ¿qué se ha hecho con aquello que pensaba?, ¿adónde va a parar? Son preguntas extraordinarias, y también extraordinariamente fructíferas; en realidad, constituyen una de las líneas maestras que rigen la investigación de Freud, una línea extraordinariamente fértil.

Por tanto —y así se completa la argumentación freudiana contra la concepción de los sueños como contingencias—, puesto que todo tiene que tener una causa, no es aceptable, desde el punto de vista de la ciencia, proponer que los sueños sean contingencias, que se ha tenido un sueño «por casualidad».[6]

3. Sentido e interpretación

Volvamos ahora a la tesis de Freud sobre los sueños. No son ni tormentas eléctricas en el cerebro, ni contingencias. Podríamos hacer una lista mucho más larga sobre lo que los sueños no son (Freud ciertamente la hace), pero con esto nos bastará para el tiempo del que disponemos. Entonces,

Los sueños no son
   tormentas eléctricas en el cerebro
   o contingencias,
sino que tienen sentido.

Ya hemos llegado a lo del sentido. Pero en esta formulación nos falta una pieza fundamental: tienen sentido... una vez interpretados:

Los sueños no son
   tormentas eléctricas en el cerebro
   o contingencias,
sino que, una vez interpretados,
tienen sentido.

3.1. No hay claves de los sueños

¿Qué quiere decir «una vez interpretados»? Lo primero que salta a la vista, en la formulación freudiana, es que si un sueño no ha sido interpretado no puede tener sentido. Para el psicoanálisis, claro; para otras disciplinas o puntos de vista quizá tengan un sentido clarísimo, pero para el psicoanálisis, no. Un sueño que no ha sido interpretado no quiere decir absolutamente nada, desde la perspectiva analítica.

El hecho de que en general esto no se aprecie lo suficiente es lo que permite que una y otra vez se nos pregunte: «Oiga, yo soñé tal y cual cosa; esto, el psicoanálisis, ¿cómo lo vería?», y nosotros tenemos que contestar siempre lo mismo: «Si no interpretamos el sueño primero, no lo vemos de ninguna manera: el psicoanálisis no tiene nada que decir». Dicho de otro modo, no hay interpretaciones fijas, no hay traducciones constantes. No es posible confeccionar un libro de claves de los sueños, desde el punto de vista psicoanalítico.

Si esto no les ha desilusionado demasiado, dirán: «Está bien, cuéntenos, entonces, cómo se realiza esa interpretación a la que se refiere». Vamos a eso. Interpretamos los sueños tomando como materia prima varios materiales.

3.2. De lo subjetivo a lo objetivo: el relato del sueño

El primero es el relato del sueño. ¿Por qué me refiero al relato del sueño en vez de referirme directamente al sueño? Por una razón bastante clara, pero nada inmediata; es más bien una gran sutileza de Freud el haber reparado en esto. Permítanme una mínima excursión, que nos llevará enseguida de vuelta. No sé si han reflexionado alguna vez sobre esto que, por otra parte, es muy sencillo: si yo afirmo que esta botella está llena de vinagre, cualquiera de Uds. puede contradecirme y afirmar que, al contrario, se trata de una botella que contiene agua. Ante una discusión así, disponemos de procedimientos muy claros para dirimir la disputa: por ejemplo, realizar un análisis químico del líquido o, mucho más simplemente, constatar que no se aprecia en absoluto el olor característico del ácido acético, componente esencial del vinagre y, por tanto, no puede tratarse de éste, etc. Por otra parte, si el caballero dice «tengo frío», yo no puedo discutírselo: «¡Qué va!, lo que tienes es calor». Desde luego que eso lo hacen algunas personas: «Abrígate, que tengo frío», dicen ciertas madres; pero claramente se trata de un exceso. Lo que uno vive, lo que uno siente, no se puede discutir. ¿Por qué? Porque —y esto es esencial— no puedo meterme dentro de la cabeza del otro a ver si es verdad o no que tiene frío. Esto establece dos órdenes de cosas que requieren aproximaciones distintas y que podríamos denominar —más allá de que puedan ser más o menos cuestionables estas etiquetas— lo objetivo y lo subjetivo. Lo objetivo es consensual, discutible;[7] lo subjetivo no es vivenciable, observable, más que por aquél que lo experimenta y, en ese sentido, no puede ser objeto de discusión alguna.

Trasladándonos ahora de vuelta a lo que nos ocupa: con la vivencia del sueño, con la experiencia del sueño, no podremos trabajar. ¿Por qué? Porque es íntima, personal, subjetiva, indiscutible. Pero, en cambio, el relato del sueño, su enunciación, como lo denominan algunos, es un hecho objetivo. Entiéndasenos bien: lo objetivo es el relato, en el sentido de que es un objeto del mundo, en este caso un objeto material fónico o, si quieren ser más precisos, un acontecimiento audiovisual.[8] Puedo grabarlo, puedo filmarlo, puedo transcribirlo, puedo retroceder y volver a escucharlo, puedo discutir con otro si se ha dicho o no tal o cual cosa y —del mismo modo que con el problema del agua y el vinagre— dispongo de métodos aceptados por todos para resolver las disputas.

3.3. La asociación libre, y el control

Una vez tenemos el relato del sueño, se le pide al paciente que asocie libremente. ¿En qué consiste eso? En que diga todo lo que se le ocurre a partir de los elementos que componen su sueño. Por ejemplo, si ha soñado que está en determinada casa, que diga todo lo que le viene a la cabeza a partir de la palabra «casa». Nótese que esto no equivale a una incitación a la auto-interpretación: no le pedimos que nos diga qué significa esa casa, o de qué casa se trata, sino que nos comunique todo lo que se le ocurre a partir de esa palabra.

Y que lo haga sin reflexionar, esto es fundamental; pero también sin tener en cuenta si está en tema o no está en tema, si cree que hablar de eso lo va a curar o no, si es agradable o desagradable lo que está diciendo, si es ofensivo o no es ofensivo, si le da vergüenza o no le da vergüenza. Es decir, se le está pidiendo al soñante que haga algo que está completamente en contra de las reglas habitualmente aceptadas de la conversación. En una conversación normal, si cambio de tema abruptamente, soy un maleducado o estoy perdiendo la cabeza; si digo cosas ofensivas, me puedo meter en un buen lío; si no me centro en el tema, divago; si hablo de cosas que no tienen que ver con mi interés, suelo ser aburrido; etc. Pero además, y esto va siendo cada vez más importante en el momento actual, si hablo sin reflexionar me arriesgo, o al menos eso suele creerse, a perder el control.

La mayoría de la gente quiere tenerlo todo bien controlado. Se habla, así, de controlar las emociones, controlar los sentimientos, controlar el cuerpo, controlar los pensamientos. De hecho, y mucha gente confiesa que le pasa esto, hay muchas personas que, antes de hablar, pretenden formular primero en su cabeza lo que quieren enunciar, para pasarlo después por lo que —por así decir— sería una especie de comité de aceptación o de censura, a ver si lo que creen haber pensado está bien formulado, bien dicho, es aceptable, viene a cuento, y hasta a lo mejor si es inteligente, ingenioso, etc. Como resulta previsible, esta especie de tribunal interior dedica a esa operación tanto tiempo que, cuando ya creen tener lista su ahora pretendidamente impecable aportación (en caso de que lo consigan, cosa que no siempre sucede), han pasado varios minutos, se han perdido irremediablemente y se quedan sin poder decir lo que habían pensado con tanto esfuerzo, además de sin saber qué ha pasado en los últimos minutos. Como estrategia para conversar, parece más bien pobre, pero es un hecho que a mucha gente le pasan cosas como ésta. Al final, se quedan callados, un poco aislados, y terminan por considerarse un poco tontos, porque nunca encuentran la manera de intervenir.

Es el delirio de la época: lleve una pulsera que le monitorice constantemente la salud, las pulsaciones, el nivel de azúcar... Ahora hasta se han inventado un aparatito, me parece que lo llamaron Lovely (estaba en una ronda de financiación, creo que por crowdfunding, la verdad es que no sé si cuajó o no), que te lo ponías en la base del pene y te daba todo tipo de estadísticas en tiempo real sobre la física del coito: cantidad de empujones, longitud de éstos... Como tenía un acelerómetro, hasta las gravedades te medía. La fantasía es terminar con la preguntita típica, «¿qué tal estuve?», o «¿te ha gustado?», y que sea el iPhone el que nos diga, de un modo supuestamente «objetivo», que ella ha tenido, realmente, tres orgasmos, o que él se ha desempeñado con la exigible hombría, cuya medida estaría, además, tabulada. Uno no puede evitar preguntarse si al final los iPhones terminarán aprendiendo a fingir, o si algunas chicas se van a comprar un programa modificado para tranquilizar a sus amantes, o poder quitárselos de encima cuando no les interese demasiado el asunto.

Estamos, pues, en una sociedad muy partidaria de controlarlo todo. Y, en cambio, con la indicación de que se asocie libremente, se nos pide que hagamos justo lo contrario: «Hable sin controlar, sin reflexionar».

3.4. El trabajo de interpretación

Bien; una vez tenemos el relato del sueño y la asociación libre del soñante, necesitamos el trabajo del analista o, para ser más precisos, el trabajo de interpretación, como lo llama Freud (que no tiene por qué realizar únicamente el analista, pero esa simplificación tendría que valernos para lo que queremos hacer aquí). Para poder realizar ese trabajo, el psicoanalista tiene que haber estudiado a fondo la teoría psicoanalítica y tiene que haberla vivenciado en sí mismo en su propio análisis.

A partir de esos componentes, pues, extraemos el sentido del sueño. Fíjense en todo lo que hace falta, por eso si alguien viene y dice: «Soñé tal cosa, ¿qué quiere decir?», pues no lo sabemos. Habría que coger a esa persona, estar en un marco analítico, que se haya contratado un análisis, que se hayan establecido una serie de cosas que se tienen que establecer, que se asocie libremente (cosa que además no es fácil, hay que aprender a hacerlo), que la persona que hace ese trabajo esté capacitada para trabajar de analista, y entonces, si pasa todo esto, a lo mejor podemos averiguar cuál es el sentido del sueño.

Esto quiere decir, como ya dijimos antes, que el psicoanálisis no admite libros de claves, como esos libros que corren por ahí, «Conoce e interpreta tus sueños»: si vas en barca, votarás al pepé, si comes zanahoria, tendrás una almorrana en tu próximo viaje a Calahorra; en fin, todo eso.

4. La deformación onírica

4.1. Los deseos intolerables

Visto esto, estamos ya en condiciones de retomar la tesis de Freud y progresar un poco más:

Los sueños no son
   tormentas eléctricas en el cerebro
   o contingencias,
sino que, una vez interpretados,
tienen sentido.
Entonces, revelan ser realizaciones de deseos.

Antes de poner «deseo», necesitaremos introducir una palabra fundamental: realizaciones disfrazadas (otros dicen «desfiguradas», o «deformadas») de deseos; hay que entenderlo bien: es el deseo el que se disfraza en su realización o cumplimiento, no la realización la que se disfrazaría de deseo (algo que, por lo demás, no tendría mucho sentido).

Los sueños no son
   tormentas eléctricas en el cerebro
   o contingencias,
sino que, una vez interpretados,
tienen sentido.
Entonces, revelan ser realizaciones disfrazadas de deseos.

Ahora bien, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de realizaciones de deseos disfrazadas? Aquí entramos en un terreno más nuclear: el hecho de que el ser humano no tolera bien todas las cosas que desea. Yo a ustedes los veo muy buenas personas y muy ordenaditos, pero seguro que tienen algún primo o alguna amiga que alguna noche se ha ido de farra por ahí y después, al día siguiente, se dice «¡Dios mío, qué he hecho!» o, todavía peor, «¿quién es esta persona que está durmiendo aquí conmigo?» o, sin llegar a ese extremo, «¿qué hice anoche?, no recuerdo absolutamente nada, pero me siento fatal». Después viene lo de ir corriendo, angustiadísimo, a preguntarle a uno y a otro de qué habló uno, qué dijo exactamente, con quién se metió, etc., para intentar quedarse tranquilo.

Cuando uno se emborracha, termina haciendo cosas. Ahora bien, ¿quién hace las cosas que uno hace cuando se emborracha? Uno mismo, ¿no? Esto, por lo visto, aunque parece elemental, no resulta tan fácil de ver. Recuerdo un titular que leí hace años —los periodistas, cuando se ponen, es que son unos genios—, decía: Se fuma un porro y se corta el pene. En serio. Leyendo la noticia, resulta que el tío lo había hecho a conciencia: se había fumado varios porros, después cogió un cúter —nada de unas tijeras o un cuchillo de cocina: un cúter, era un profesional— y, ¡chac!, se lo cortó. Después lo echó al váter y tiró de la cadena; lo hizo bien a conciencia, como les decía. Pero claro, el titular, Se fuma un porro y se corta el pene, parece dar a entender que hay algo maligno y malintencionado en el porro mismo («¡niño, cuidado que no te pongan drogaína en el Cola-Cao!»), que te incita a cortarte el pene, como si fuese una personificación demoníaca del thc.[9] Qué tontería, ¿no? Hay mucha gente que se fuma un porro y después pinta un cuadro, o se junta de lo más tranquilo con un amante, o pone música... no todo el mundo va y se lo corta; de otro modo, éste sería un país de eunucos. La persona de la noticia era un pobre desgraciado que se quería cortar el pene desde antes y se fumó un porro para poder hacerlo, para darse ánimos.

Me dirán: «Ay, entonces, ¿incluso eso que hice cuando iba borracho...?». Sí. «¿Y cómo es que me da tanta vergüenza?» Bueno, por eso: porque no estoy de acuerdo con lo que deseo. Con esos deseos que emergen en mí, por ejemplo, cuando me emborracho.

4.2. Consciente, preconsciente, inconsciente

¿Qué hago con esos deseos que emergen en mí y que no soporto muy bien, y con los pensamientos que los acompañan? En general, intento apartarlos. La gente lo dice muy claramente: «Que se me pase ya», «que se termine de una vez». Pero quizá, después, un día, cuando esté tranquilo, con una persona que me inspira mucha confianza, pueda hablar de eso que habitualmente no quiero ni ver. O sea que hay cosas que puedo mirar con mucha facilidad, cosas que no quiero mirar pero que están ahí, como lo que aparece el día que me alcoholizo y, siguiendo en esa línea, es muy fácil de concebir que haya también cosas que me producen tanto horror que ni siquiera de reojo puedo verlas, pues han pasado a situarse en un lugar demasiado remoto para ser vistas. A eso que ya no puedo ver se lo denomina lo inconsciente reprimido. Y eso reprimido es, justamente, lo que no puede aparecer en el sueño a menos que se deforme, que se disfrace, que se desfigure.

Acabamos de ilustrar, de una manera un poco burda —y esto habrá que fundamentarlo bien más adelante— lo que Freud llama lo consciente, lo preconsciente y lo inconsciente. Explicado de otro modo: está lo que estoy viendo, ahora os estoy viendo a vosotros; está lo que puedo ver, la pizarra que hay aquí detrás: si me giro, la veo; ahora no la estoy viendo, pero es susceptible de ser vista por mí; hay otras cosas que me daría más trabajo ver: para poder ver la Virgen de Montserrat no me alcanza con girar la cabeza, tengo que ir a Montserrat. Y hay otras cosas que, por mucho que haga, no las puedo ver: la estructura atómica de esta mesa, por ejemplo, por mucho que aguce la mirada no la voy a ver; no se trata de tener una mirada muy fina. Sin embargo, hay instrumentos que me permiten contemplar esa estructura.

Es muy sencillo: en esta analogía, que como todas no debe estirarse demasiado, lo que estoy viendo es lo consciente, lo que puedo ver es lo preconsciente, y aquello que precisa de un instrumento especial para poder ser visto es lo inconsciente. ¿Cuál es ese instrumento? El psicoanálisis: para ver los átomos necesitaría un microscopio de efecto túnel, pongamos, mientras que para observar lo inconsciente necesito el psicoanálisis.

4.3. El deseo de dormir

Los sueños no son
   tormentas eléctricas en el cerebro
   o contingencias,
sino que, una vez interpretados,
tienen sentido.
Entonces, revelan ser realizaciones disfrazadas de deseos
que preservan el dormir.

Muy bien: pues, por la noche, algunos de los deseos inconscientes que tenemos intentan expresarse. El sueño funciona aquí como un mecanismo de arbitraje, como un regulador. Como si a aquello que quiere expresarse le dijera: «Bueno, va; exprésate, pero disfrazado, para que no me despierte». Si ese deseo inconsciente se expresase tal cual, me despertaría. Y, a su vez, al deseo de dormir le dijera: «Sí, podrás seguir durmiendo, pero no como un tronco: deberás tolerar que pululen en tus sueños tus deseos, aunque los disimularemos, los deformaremos, los disfrazaremos, para que no te despiertes». Por eso se habla de realizaciones disfrazadas de deseos: no pueden expresarse tal cual, para que pueda seguir durmiendo, para preservar el dormir.[10]

5. La realización de deseos

5.1. Noción de sexualidad

Los sueños no son
   tormentas eléctricas en el cerebro
   o contingencias,
sino que, una vez interpretados,
tienen sentido.
Entonces, revelan ser
realizaciones disfrazadas de deseos
sexuales, infantiles, inconscientes, reprimidos,
que preservan el dormir.

¿Qué tipo de deseos son esos? En primer lugar, se trata de deseos sexuales. Dirán: «¡Ya está, ya me lo habían advertido! Estos psicoanalistas, todo lo reducen a lo sexual». Tampoco es que seamos inocentes del todo, a este respecto, los psicoanalistas: en determinada época, por ejemplo, algunos de la corriente kleiniana andaban viendo penes, senos y vaginas por todas partes. ¿Esta botella? Claramente, es un falo; además, si la aprieto, sale el agua disparada: no hace falta explicar el simbolismo. ¿Este bolígrafo? Otro falito; no muy grueso, la verdad, pero apreciablemente largo. Esto pasó a una especie de broma que ha devenido prejuicio.

Pero en realidad las cosas no son así. «Sexual», para el psicoanálisis, es un término técnico. ¿Qué quiere decir, «un término técnico»? Me imagino que han ido todos al colegio. ¿Se acuerdan de los números naturales? Pues los números naturales no son unos números muy enrollados, que toman el sol en pelotas y son súper-veganos, ¿verdad?

La palabra «natural», en matemáticas, no significa lo mismo que en el lenguaje común. Y los números primos no son hijos de padres que son hermanos, del mismo modo que los irracionales no son unos números más bien locuelos, ni los trascendentes se entregan por completo a la meditación, ni tienen los complejos un carácter especialmente difícil. Los números imaginarios tienen el mismo nivel de existencia que los reales; en fin: podríamos seguir indefinidamente.

Entonces, cuando en psicoanálisis se dice «sexual», no quiere decir lo que ustedes piensan. O, para ser más precisos, incluye lo que ustedes piensan, pero también muchas cosas más: escribir una novela, demostrar un teorema, o esculpir una estatua de la Virgen María.

Un ejemplo bastante divertido se encuentra en la llamada «Lactancia de San Bernardo». Me estoy refiendo a San Bernardo de Claraval: después, al salir, si lo buscan en Google, lo encontrarán rápido; les recomiendo la versión de Murillo. Les explico a qué me refiero. Quiere la tradición que a Bernardo, a la sazón un joven monje por aquel entonces, su abad le encargara que predicase. Muy nervioso, se encomendó a la Virgen en fervorosa oración, pero resulta que terminó por quedarse dormido. En sueños se le apareció entonces la Virgen, que le puso en la boca leche de su propio pecho, cosa que le confirió la virtud de la elocuencia. Esta escena, que ha sido pintada, se conoce como «La lactancia de San Bernardo».

No les será complicado imaginar el brete teológico-moral en el que se encontraron los pintores. ¿Cómo conciliar la idea de una virgen purísima (tan pura que fue virgen, como es bien sabido, antes, durante y después del parto) con la imagen, bien susceptible de ser cargada de erotismo, de un joven monje sorbiendo leche de sus senos?

El ingenio de los pintores supo encontrar un brillante compromiso: la Virgen, de aspecto castísimo, se encuentra, como es de esperar, en los cielos, que se manifiestan en el plano terráqueo en que se halla Bernardo mediante una especie de ventana ovalada, enmarcada por unas nubecillas pobladas de querubines juguetones y, como suele ser habitual, de aspecto más bien rechoncho. Desde esta especie de puerta de teleportación, María, sin perder por un instante ni un ápice de su virginal recato, deja entrever entre su ropaje un pudoroso y alimenticio seno. Y con celestial pericia, lo pellizca de un modo tan hábil que de él sale un chorrito inmaculado. Éste describe, a su vez, una parábola perfecta... que atraviesa el portal, para terminar su trayectoria justo en el centro de la boca abierta de un Bernardo que, Lactatio mediante, recibe de ese modo la ansiada elocuencia, sin haber tenido que rozar con sus labios, ni por un momento, el seno de la siempre castísima Virgen. La tradición, de este modo, ha sido ilustrada, se pretende, sin haber atentado en ningún momento contra el pudor.

Puede observarse aquí lo sexual jugando en una multitud de planos: negocia su entrada en su aparente desexualización, atraviesa los mismos cielos para llegar a la Tierra, describe trayectorias matemáticas, alimenta (y nunca mejor dicho) la palabra predicadora, establece la tradición religiosa, se añade al corpus artístico...

Vemos así cómo «lo sexual» a que nos referimos toca un montón de planos que en sí, desde la concepción común, no son sexuales; dicho de otra manera, el concepto de sexualidad en psicoanálisis está muy ampliado, va mucho más allá de lo establecido por el pensamiento común.

5.2. Lo inconsciente y el retorno de lo reprimido

Los sueños no son
   tormentas eléctricas en el cerebro
   o contingencias,
sino que, una vez interpretados,
tienen sentido.
Entonces, revelan ser
realizaciones disfrazadas de deseos
sexuales, infantiles, inconscientes, reprimidos,
que preservan el dormir.

Inconscientes. Bueno, ya lo hemos rozado antes: no son las cosas que me cuesta mucho pensar, son las que no puedo pensar en absoluto, pero están en mí. Hay cosas que no quiero pensar y las intento dejar de lado, me las escondo a mí mismo; pero, a veces, ese esconder funciona tan bien que después ya no las puedo recordar.

Y aquí, otra vez, la pregunta de la física: ese pensamiento, en el que he conseguido no volver a pensar nunca, ¿dónde está, dónde ha ido a parar? Desde ese punto de vista, si el reino del pensamiento funcionase como la física, tendría que estar en algún sitio, no puede haber desaparecido y ya está. A eso que está en algún sitio y a lo que no puedo llegar mediante la conciencia, se lo denomina lo reprimido.

«Lo reprimido» también es un término técnico, no es la represión policial, que te saquen un ojo o te aporreen por defender tus derechos, como es habitual últimamente. Puedo hacer fuerza para no pensar en algo, pero eso sigue ahí, presiona en sentido contrario para ser pensado. También puede ser que esa fuerza funcione y entonces, ¡tac!, se produce un cambio de estado,[11] eso que yo pensaba pasa a estar reprimido.

El problema con este mecanismo es que eso que está reprimido pugna por reaparecer. Del mismo modo en que uno puede creer haber olvidado un pensamiento doloroso, pero después, en determinadas circunstancias, por ejemplo al emborracharse, como señalábamos antes, se encuentra con que ese pensamiento vuelve, eso feo, que queremos eliminar, siempre termina por volver; cuando menos lo esperamos, lo que creemos haber eliminado, lo que hemos reprimido y que no ha desaparecido sino que está en otro estado, también quiere volver.

La diferencia es que no puede, por mucho que lo intente; pero, a pesar de eso —y esto no es una paradoja más que en apariencia—, para que no reaparezca, tengo que estar siempre intentando que no vuelva. [Aprieta una mano sobre la mesa] Y si después reprimo otra cosa, tengo que estar intentando que no vuelva, también; y si quiero reprimir más, no puedo, porque ya no me quedan manos.

Esto es una metáfora. Manos hay muchas, en este sentido metafórico.

¿Qué quiero decir? Que, con cada pensamiento que reprimo, una parte de mi ser debe ser destacada —en el sentido militar, como en «destacamento»— para garantizar que ese pensamiento no reaparezca; por eso, si quiero tener pleno control, me quedo sin energía.

Y también por eso, si mucha parte de mí está reprimida, no me queda ninguna fuerza. Y aun también por eso la terapia psicoanalítica funciona: porque, si me analizo, consigo deshacer estas represiones y voy recuperando mi fuerza, mi capacidad, mi potencia de actuar. Si no, no se podría explicar cómo funciona.

5.3. La sexualidad infantil y la adulta

Los sueños no son
   tormentas eléctricas en el cerebro
   o contingencias,
sino que, una vez interpretados,
tienen sentido.
Entonces, revelan ser
realizaciones disfrazadas de deseos
sexuales, infantiles, inconscientes, reprimidos,
que preservan el dormir.

Y, por último, infantiles. Otra vez, «infantil» vuelve a ser un término técnico. Hay que ver, desde luego, a qué se refiere el psicoanálisis cuando utiliza ese término. Claramente, no está hablando de esos bebés gordos, realmente repulsivos, que aparecen en las películas como Mira quién habla, donde se les confiere de un modo precoz el don de la palabra para que puedan expresarse lo antes posible como un adulto con tendencias más bien fascistas. Eso no es un niño, es una aberración más entre las inventadas por la industria del entertainment.

Pero es cierto que los niños, cuando son chiquitos —y esto es una cosa que a Freud le granjeó muchísimas enemistades, a pesar de ser algo tan evidente—, a partir de una cierta edad, están todo el rato bajándole las bragas a la hermana, metiéndose debajo de la mesa para mirarles las piernas a las señoras... O les da por decir palabrotas, empiezan a decir «culo» cuatrocientas veces al día y no hay nada que hacer, al menos durante cierto tiempo. Esto es algo tan evidente que sorprende que hubiese podido llegar a ser ignorado.

Resulta claro, entonces, que los niños tienen sexualidad. Una sexualidad rara, distinta a la de los adultos, pero la tienen. Después, esa sexualidad, aparentemente, se les pasa un poco, alrededor de los siete años y hasta los diez, once, cuando acontece lo que se llama la etapa de latencia, esa temporada en que las madres dicen «¡ay, si se quedase siempre así!», porque ya saben o intuyen la que se les viene encima: la adolescencia, con todo el drama que conlleva, el enfrentamiento y, a la larga, una separación que siempre conlleva algo de dolor, a veces mucho. Por eso algunos autores han dicho que la sexualidad del ser humano tiene dos comienzos: uno en la etapa infantil y otro en la adolescencia. Un primer comienzo raro: le baja las bragas a la vecinita, a la hija de la portera, a la hermana, se mete debajo de la mesa para ver qué tienen las mujeres entre las piernas... Bueno, después, a algunos adultos, también les pasa eso. Por ejemplo, por lo que parece algunos japoneses se pasan todo el día haciendo fotos de las bragas de las señoras, hasta el punto de que en los metros han tenido que poner vagones sólo para mujeres, porque, si no, los muy desquiciados, ponen el móvil por debajo de las faldas y ¡hala! A mí no me parece particularmente erótico, con las piernas sudadas y las bragas un poco sucias, no sé; pero, en fin, cada uno se divierte como puede.

Generalizando: algunas de las cosas que les pasan a los niños, en la llamada sexualidad infantil, después les siguen pasando a las personas mayores. La sexualidad de los adultos está edificada sobre los fragmentos de la sexualidad infantil. Fundamentar esto nos va a llevar tiempo también; pero ya tendríamos un esbozo, una panorámica del curso entero.

Retomemos ahora, pues, la tesis de Freud en toda su extensión; ahora ya podemos comprenderla.

Los sueños no son casualidades, ni contingencias, ni tormentas eléctricas, sino que, una vez interpretados, tienen sentido. Entonces, ese sentido revela ser una serie de realizaciones disfrazadas de deseos sexuales, infantiles, inconscientes, reprimidos, que preservan el dormir.

Entonces, sí, es verdad: los sueños tienen sentido; e, igualmente, sí, es verdad: los sueños son realizaciones de deseos. Pero fíjense cuántas matizaciones y detalles ha sido necesario introducir, porque, si no, no hay manera de sostener esto.

La primera parte del curso, entonces, hasta final de febrero, unos cuatro meses, estará dedicada a desarrollar esta tesis en detalle. Y en la segunda parte, otros cuatro meses, de marzo a junio, nos internaremos en los vericuetos de la sexualidad humana mediante el estudio de lo que Freud denomina, en sus Conferencias de introducción, la Teoría general de las neurosis.

6. Preguntas y respuestas

Trabajo de interpretación, trabajo del sueño

Pregunta: Has dicho que el sueño sólo tiene sentido si se interpreta; pero si una vez interpretado tiene un sentido, ¿no debería tener un sentido en sí? Dicho de otra manera, ¿no debe de haber una lógica intrínseca al sueño, para que éste pueda ser deconstruido?


Claro, por supuesto. Tiene que ser así, pues de lo contrario sería imposible encontrarle sentido alguno, o ese sentido sería un puro invento, algo arbitrario, lo que en puridad convertiría en ilícito hablar del sentido del sueño. Al abordar esta cuestión, nos situamos en la parte teóricamente más compleja y acabada de la teoría del sueño. Partamos de lo expuesto: empezamos a trabajar con el relato del sueño, pero el relato del sueño, pensamos, proviene de una vivencia; si el relato viene acompañado de la asociación libre, mediante el trabajo de interpretación encontramos su sentido. Ahora bien: este sentido, ¿en qué consiste? En un conjunto de pensamientos latentes que rodean lo que Freud llama complejos, alimentado por una serie de deseos inconscientes. ¿Qué son estos complejos? Freud los define así: «círculos de pensamiento y de interés de alto contenido afectivo».

La hipótesis que se hace aquí necesaria, entonces, es que esos complejos —que descubrimos mediante la interpretación— son los que debieron haber producido, en primer lugar, la vivencia, que después se tradujo en el relato. Así se abrocha el círculo.

Por eso se distingue teóricamente entre el trabajo de interpretación, el que parte del relato y la asociación libre, que es un trabajo material, real, objetivo, en el sentido de que podríamos filmarlo, grabarlo, etc.; y otro teórico, inobservable, pero no por ello menos real, que se denomina trabajo del sueño, el que produce en el soñante la vivencia del sueño a partir de sus complejos y deseos. Explicitar y fundamentar el funcionamiento de ese trabajo del sueño será nuestra tarea cuando iniciemos el estudio de la parte central de la teoría de los sueños.

Influencia de la cultura en el sueño

Pregunta: ¿Hay alguna influencia de la cultura en el sueño? Supongamos que en América la leche sea signo de virginidad, pero que cuando te trasladas a otro lado sea signo de algo distinto. El psicoanalista, ¿tiene que tener en cuenta estas cosas?


Absolutamente; sí, claro. Por ejemplo, en el alemán que hablaba Freud (ignoro si todavía es el caso) parece que una expresión vulgar para decir «hacerse una paja» era «arrancarse una». Cuando un alemán de la época, entonces, soñaba que arrancaba algo, o que algo era arrancado, podía estar aludiendo a la masturbación; en cambio, en castellano es más complicado establecer esa relación.

Por tanto, claro que sí, hay que tener en cuenta el idioma, la cultura, el ambiente ideológico en el que está insertada esa persona, todo lo que ha vivido, la publicidad que le rodea, cuántos idiomas habla... Por eso Freud decía que el psicoanalista tenía que ser el hombre más culto de su época, cosa con la que no se refería a ningún tipo de erudición pedante, sino a estar bien enterado de lo que está pasando. Por ejemplo, si uno no sabe lo de la cobra de Chenoa[12] y viene el paciente y te cuenta algo sobre una cobra, pues no le puedes interpretar el sueño. Les aseguro que no tengo ni televisión, pero algo miro en el móvil cada mañana, tengo que estar más o menos enterado. Por otra parte, si el paciente es, por ejemplo, practicante de Yoga, entonces es probable que, para esa persona, la cobra adquiera otra significación.[13]

Igual que cuando estábamos con la campaña del Estatut en 2006:[14] si un paciente nunca me hablaba del Estatut, yo terminaba por pensar que estaba gravemente enfermo, con toda la que estaba cayendo sobre el tema, en cualquier lugar que estuvieses. El psicoanalista tiene que tener en cuenta la cultura del paciente en su sentido más amplio, todo su sistema de referencias, precisamente porque lo que precisa el paciente es un traje a medida, no es algo ready-made. No se trata de realizar un diagnóstico y después aplicar algo concreto que ya estaría fabricado en otro lado. Si hiciese eso, no sería un psicoanalista, más allá de que esa aplicación pueda ayudar o no al paciente. Quizá funcione, pero estaría haciendo de psicólogo. Para hacer un traje a medida tengo que enfrentarme a esa peculiaridad, especificidad, diferencia absoluta, que presenta cada paciente, por eso es un trabajo tan complejo.

El olvido de los sueños

Pregunta: ¿Qué pasa cuando no te acuerdas de los sueños?


En el sueño juegan dos fuerzas opuestas. Una de ellas es el deseo de dormir. Esto es tan obvio que puede pasar inadvertido y hay que señalarlo: cuando uno se va a dormir, lo que quiere es dormir como un tronco. A veces duermo como un tronco, tengo la sensación de que no he soñado y me despierto estupendamente, esto pasa mucho con las microsiestas, lo que los ingleses llaman to take a nap, aquí lo llamaríamos echar una cabezadita, en unos pocos minutos ya estás mucho mejor, en ese momentito ya te has regenerado.

También es obvio que, en general, los sueños nos perturban, nos alejan de ese ideal de dormir como un tronco. La máxima perturbación es la pesadilla, en la que me despierto angustiado. El sueño intenta conciliar mi deseo de dormir y la actividad de esos deseos inconscientes que intentan expresarse.[15] Entonces, desde esta perspectiva, si después conseguimos que se nos olvide el sueño, pues es fantástico, porque si no el sueño nos puede dejar un poquito preocupados. Es decir, si ese disfraz funciona bien, parte del disfraz consiste en que, además, de ese sueño me olvide por completo. Sería una operación más perfecta, que suele ser más habitual en personas con tendencia a los mecanismos obsesivos que en las que tienen tendencia a los mecanismos histéricos.

Y para contestarte en un plano más metafórico, pero no por ello menos importante: también estamos en un momento de la historia donde ya nadie recuerda sus sueños, probablemente porque no le queda ninguno, se los han quitado todos. Vivimos en un momento en el que se equipara el sueño a la imposibilidad. Eso se repite de un modo muy machacón: «No hay alternativa, esto es lo que hay». A «marxista» parece seguirle invariablemente «trasnochado»; con el psicoanálisis, lo intentan con la idea de pseudociencia.[16] Cualquier cosita que parezca que sirva para ir un poquito más allá de lo establecido, se lo cargan: «Esto es lo que hay, no hay alternativa». Hasta utilizan la palabra utopía para desacreditar las ideas («esto es utópico»); pero el ser humano, sin utopía, no puede vivir; sin soñar no se puede vivir; o, si lo quieren decir de otro modo, una vida en la que no se pueda soñar no es una vida humana. ¿Por qué? Porque si uno acepta que «esto es lo que hay», y después nos tenemos que aguantar, no está nada claro que valga la pena vivir. «No sueño nunca», o «no recuerdo mis sueños», también quiere decir esto.

¿Puede psicoanalizarse quien no recuerda sus sueños?

Pregunta: Pero, entonces, a este tipo de personas, ¿cómo los ayudan, si no se acuerdan de los sueños?


Lo que se aprende teóricamente sobre los sueños, después sirve para todo lo que dice el paciente, lo que pasa es que estudiar los sueños va muy bien, porque se entiende estupendamente cómo funciona el aparato psíquico. Si lo tuvieses que hacer a partir de un análisis general del discurso, o del análisis de la conducta y las aseveraciones de los neuróticos, sería mucho más difícil todo. Es por eso que a Freud le interesan tanto los sueños, no porque haya alguien que se pase todo el día contando o interpretando sueños, cosa que, por lo demás, es imposible. No es necesario que el paciente cuente sus sueños, nos bastará con que hable, con que asocie libremente.

El trabajo analítico ya se puede poner en marcha sólo con eso. Cuanto más se acerque el que se analiza a hablar sin reflexionar, con más eficacia podemos operar. Hay pacientes que recuerdan los sueños y pacientes que no, pacientes que te cuentan los sueños y pacientes que no, y pacientes que se lo toman muy al pie de la letra y cuando se despiertan lo graban con el móvil, a la mañana siguiente lo escuchan y te lo vienen a contar fresquito, recién escuchado, y eso está muy bien, pero no es que a priori se pueda trabajar mejor con esos pacientes que con otros, porque lo que importa no es que te cuente el sueño, sino la calidad de la asociación libre y eso no tiene nada que ver con que recuerden o no sus sueños.

Los sueños lúcidos y el afán de control

Pregunta: Los sueños vívidos, los sueños lúcidos, esos en los que eres consciente de que estás soñando y a la vez controlas el sueño, ¿dónde los encuadraría Freud?


Es un tipo de sueño que se trabaja desde varios ámbitos, pero no desde el psicoanálisis. Lo cual no quiere decir que no se trate de un tema atendible, ni que no tenga su interés o hasta su importancia, por ejemplo para los que hacen meditación. Pero los psicoanalistas no trabajamos con ellos.

Ahora bien, quizás vale la pena introducir, también, un comentario más sobre esta cuestión. Una sociedad que quiere controlarlo todo, hasta las gravedades del empuje sexual, como veíamos antes, parecería querer controlar también los sueños y hasta entrar en el sueño mismo y dirigirlo desde dentro. ¡Venga, todo controlado, hasta los sueños! Habría que discriminar entonces, en cada caso, si se trata de una experiencia espontánea, que puede ser muy agradable; algo enmarcado en una investigación personal o un proceso de crecimiento, cosa que puede estar muy bien; o bien un deseo de extender el control hasta un ámbito que, en general, se había creído incontrolable, lo que merecería una calificación más bien siniestra.

Sueño y premonición

Pregunta: Los sueños premonitorios, ¿son reales, significan algo?


Claro, a todo el mundo le ha pasado: sueñas que pasa algo y, al día siguiente, eso sucede. Y también es verdad que a veces uno no ha pensado en una persona en diez años y, después de pensar o soñar en ella un día determinado, al día siguiente se la encuentra por la calle. Cuando suceden estas cosas, de entrada, uno no sabe qué pensar. Freud trabaja este tema y es bastante abierto: no se inclina ni por un sí ni por un no. Igual que con los sueños lúcidos, el psicoanálisis no se ocupa de estas cosas: Freud mantiene una postura agnóstica frente a la existencia real de las premoniciones.

De hecho, en la vida suceden muchas cosas que no sabemos explicar. Por mencionar una que no parece especialmente esotérica y que le puede haber sucedido a cualquiera: cada uno habrá vivido, por su propia experiencia con alguna pareja, familiar, amigo o compañero de trabajo, que hay gente, por ejemplo, que, cuando está estresada o enfadada, genera ambientes muy tensos, como si exudase un campo invisible, como una especie de nube que parece acompañarla, de mala leche y mal ambiente. Esto es un hecho que cualquiera puede haber vivido, pero que no resulta tan fácil de explicar. Podríamos intentar reducirlo a la llamada comunicación no verbal, o a la emisión de algún tipo de hormona; pero si reflexionamos en el hecho de que a veces estas personas son capaces, por decir así, de llenar toda la casa de mal ambiente, y que se percibe su presencia aunque estén en la otra punta de la casa y sin que se sepa si están o no en ella, sostener esas explicaciones se hace más difícil. Es algo que no podemos explicar, pero, lo que es pasar, pasa. Pensar que lo que no tiene explicación conocida no sucede o no existe no es una visión sostenible del mundo (ver nota 4).

Ahora bien: volviendo a lo que preguntabas, también hay que resaltar algo que puede pasar inadvertido: en realidad, nos haría mucha ilusión que los sueños premonitorios existiesen. Freud sostiene que las sociedades primitivas estaban basadas en la magia y que los niños pasan, todos, por una fase mágica, antes de integrar un pensar racional. Históricamente, la religión viene después de la magia, y la desprecia y la proscribe (técnicamente, es un pecado); del mismo modo, la ciencia viene después de la religión y la considera innecesaria, superflua y basada en la superstición. El pensamiento de Freud nunca procede por superación: no es que primero pasa esto, después se supera y después viene otra cosa. Las cosas más bien tienden a ser indestructibles, en la teoría freudiana: cuando se atraviesa una fase de la existencia, esa fase sigue activa, aunque haya cedido su lugar a otra. «Como las sucesivas capas de lava en una erupción volcánica», dice Freud en varios lugares.

Así, en cada ser humano —y en el pensamiento de la Humanidad entera— persistirían elementos mágicos y elementos religiosos, por mucho que uno quiera convencerse de que su pensamiento está regido tan sólo por directrices científicas (lo que por otra parte es absurdo porque, como acabamos de remarcar, se trata de un punto de vista que no puede explicarlo todo y, por tanto, es absolutamente incapaz de proporcionarnos orientación en la existencia). Dicho de una manera más simple: en cada uno de nosotros hay una parte, más o menos inconsciente, a la que le encantaría creer en la magia.

Y es que sería fantástico, ¿no?, que sólo con pensar en alguien esa persona viniese a mí. Esa es la idea de la magia: mi pensamiento, quizás algún gesto mío, pueden influir directamente en la realidad.

Por último —y esto también lo menciona Freud—, también es verdad que muchas veces soñamos con alguien y no nos lo encontramos al día siguiente y a eso, que nos parece de lo más normal, no le concedemos la menor importancia. Sólo se la concedemos a los casos en los que la persona aparece, que pueden ser una ínfima minoría, a nivel estadístico, probablemente hasta el punto de anular cualquier rastro de significatividad.

Lo más probable, entonces, es que, en la mayoría de los casos, la significatividad persista, pero ya no a nivel estadístico (lo que respondería por la negativa a la pregunta sobre la «existencia» de los sueños premonitorios), sino a nivel de revelar al soñante una cierta verdad sobre su deseo. Ese elemento de verdad sería, de ese modo, lo que fundamentaría la creencia en la «existencia» de tales sueños.

A este respecto, resultaría, entonces, muy rescatable una cierta función intuitiva del sueño (o de ciertos sueños, para no conferirle a esa función un carácter general, lo que sería abusivo). La puntualización freudiana se reduciría así a señalar que una tal intuición no forma parte de la maquinaria del trabajo del sueño, sino del reino —a cuya exploración el psicoanálisis quizá no haya prestado atención suficiente— de lo preconsciente.


Notas

1 Del latín vulgāta, «divulgada», «dada al público». Metafóricamente: vulgarización muy popular, pero también llena de errores. 
2 Por ejemplo en su obra El gran diseño (Stephen Hawking y Leonard Mlodinow: El gran diseño, Ed. Crítica, Barcelona, 2010). Cfr. tb. el artículo en línea de Pablo Jáuregui titulado «Stephen Hawking: “No hay ningún dios. Soy ateo”» (visitado en abril de 2017). 
3 Una anécdota, probablemente apócrifa, atribuida a Pierre-Simon Laplace: al presentar una copia de su Traité de Mécanique Céleste a Napoleón Bonaparte, éste le habría hecho notar que no había mencionado ni una sola vez al Creador. Laplace habría respondido: «Je n’avais pas besoin de cette hypothèse-là» («Esa hipótesis no me hacía falta»). Sobre la cuestion de la aprocrificidad de la anécdota, consúltese la Wikipedia (visitada en abril de 2017). 
4Incidentalmente, la versión degenerada de este argumento está basada en la siguiente derivación, que es una clara falacia: si todo tiene una causa, entonces lo que no tiene causa está fuera del todo (es decir, no es una cosa del mundo); por tanto (y el error está aquí) aquello de lo que desconozco la causa no existe (es «anticientífico», pues no tiene una explicación, que aquí se confunde con la causa). De este modo se sitúa a lo que se cree que es la ciencia en el lugar de lo que se pretende que desalojó, y se genera, una vez más, un fanatismo, en nombre de una supuesta superación de la religión. 
5 Lo que no implica forzosamente que el psicoanálisis sea una ciencia: se trata de una cuestión independiente y mucho más compleja. 
6 El mismo argumento se retoma, de un modo prácticamente idéntico, al estudiar los actos fallidos. 
7 En su sentido literal: susceptible de ser discutido. Lo mismo vale para lo que sigue. 
8 Se podría objetar que esta concepción es reduccionista, al descuidar toda una serie de otros factores, y en particular la dimensión irrepetible del acto; pero se trata de una sutileza en la que no nos interesa internarnos ahora. 
9 Componente activo del Cannabis. 
10 Este aspecto se retoma en cierto detalle en el turno de preguntas, concretamente en la que reza «¿Qué pasa cuando no te acuerdas de los sueños?». 
11 Otra noción importada de la física. 
12 Referencia de actualidad, en el momento de dictar la conferencia, a la cantante Chenoa y a determinado beso rechazado de su colega David Bisbal. 
13 Entre las posturas del Yoga hay una que se denomina precisamente «la cobra» [Bhujangasana]. 
14 El Estatut d’autonomia, norma básica de Catalunya, que fue reformado entre 2004 y 2006, lo que generó un enorme ruido mediático, al que parecía imposible sustraerse. 
15Cfr. el apartado titulado Lo inconsciente y el retorno de lo reprimido. 
16 En general, no saben de qué hablan, aunque también es cierto que la mayoría de los psicoanalistas tampoco entienden gran cosa sobre el tema. 

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