Textos para pensar


En términos lógicos

Josep Maria Blasco [CV]

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Nota del Editor

El presente texto fue distribuido como soporte para la ponencia del mismo título pronunciada por el autor en las XV Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas Aperturas en Psicoanálisis (IV).

Una versión revisada ha sido publicada en el libro «Estrategias imperiales. El abuso de las matemáticas en el psicoanálisis lacaniano» (EPBCN Ediciones, 2015).

Introducción

Este escrito se asienta en la desembocadura actual de una línea de investigación iniciada hace ya muchos años y cuya primera producción escrita es Setenta y cinco años no es nada (2009). La exploración continúa en Y Lacan lo formal izó (2013), Cualquier persona educada; un dichoso azar (2013), y Estricturas en psicoanálisis: incontaminado, riguroso, virginal, estrecho (2014), y es rozada lateralmente en Interpretación, elaboración y aceptación (2011) y Límites de la transferencia (2011). En particular, debe a Lo formal izó y a Un dichoso azar una maquinaria crítica y conceptual que aquí damos por sentada, sin la cual algunos fragmentos pueden resultar de difícil acceso. Lo mismo se aplica a una serie de juegos, guiños y sobreentendidos (como el «dichoso azar», la «formalización» o las «sandeces»), que resultarán incomprensibles sin haber transitado esos artículos.

Propósito y estructura, con una advertencia

Este texto, como los anteriores de su serie, tiene como propósito ejercer una forma radical de crítica sobre determinadas variantes de la literatura especializada lacaniana. Para tal fin, nos centraremos casi en exclusiva en un artículo concreto de un autor determinado. Podría objetársenos que estaríamos incurriendo en un error de generalización ilegítima; no lo creemos así. Al contrario, sostenemos que el artículo examinado, que hemos encontrado por casualidad, buscando otra cosa, es perfectamente representativo del tipo de literatura psicoanalítica que estamos examinando. El lector que desee convencerse de ello examinará la variedad y la amplitud, tanto geográfica como temporal, de rango académico o de relevancia en los campos cultural o analítico, de las referencias contenidas en los artículos citados en la introducción, y en particular la discusión sobre este tema que puede hallarse en Setenta y cinco años no es nada, donde se encontrará también, en forma rudimentaria, el trazado del programa que encauza nuestros desarrollos.

La primera parte, que comprende las tres primeras secciones, se dedica al análisis lógico del artículo que criticamos. La segunda parte alterna preguntas que se dirigen a ese texto y objeciones que se podrían presentar a nuestro estilo de crítica. El ámbito de las objeciones y sus refutaciones, y en parte también el de las preguntas y respuestas, sólo encontrará su justa apreciación si se toma en consideración la perspectiva de conjunto que ofrece la colección de referencias de nuestra serie.

Agradecimientos

Joan Bagaría ha realizado una revisión de los aspectos lógicos, y Pilar del Rey una corrección profesional. Aparte de ellos, Laura Blanco, Enric Boada, Daniel Cañero, Carlos Carbonell, Norma Cirulli, Juan Carlos De Brasi, Carles Fabregat, Silvina Fernández, María del Mar Martín, David Palau, Olga Palomino y Carles Udina leyeron varias versiones del manuscrito, detectaron pequeños errores, propusieron correcciones y mejoras, ayudaron a afinar las referencias bibliográficas, y en general lo enriquecieron con sus puntualizaciones y comentarios. Les estoy profundamente agradecido, no sólo por sus cuidados, que han permitido mejorar notablemente el texto, sino también por el placer que me han proporcionado los respectivos intercambios. Ni que decir tiene que los errores que puedan quedar son exclusiva responsabilidad mía.


Parte I
Análisis lógico

1. «En términos lógicos»

En un artículo en línea de Julio Ortega Bobadilla[1] titulado Lacan racionalista[2] y publicado en la web «PsicoMundo», dirigida por Michel Sauval, y que se presenta como «La red Psi en Internet», encontramos un determinado párrafo (el nº 8) que termina del siguiente modo:

[...] pareciendo apuntar en términos lógicos que:

Lacan ---> Freud.

Puesto que el texto nos advierte de que la terminología es la de la lógica, nos permitiremos substituir el signo «--->», que no pertenece a ella, por el comúnmente aceptado «$\rightarrow$»; probablemente el autor no disponía de la tipografía adecuada. Así, nos encontramos con que se somete a nuestra consideración si

\[ \textrm{Lacan} \rightarrow \textrm{Freud}. \]

Ahora bien, ¿qué se nos quiere decir con esto? No olvidemos que se nos ha indicado que estamos procediendo «en términos lógicos». Pero la conectiva «$\longrightarrow$», llamada implicación material, se aplica, en la lógica, únicamente a entidades cuyo valor último se limita tan sólo a una de dos posibilidades, «verdadero» y «falso», los llamados «valores de verdad». En castellano, la conectiva «$\longrightarrow$» se lee si ... entonces ..., y su evaluación puede ser, a su vez, verdadera o falsa.

Así, tiene sentido y es verdadero \[ \textrm{El año 2004 es bisiesto} \longrightarrow \textrm{Febrero de 2004 tiene 29 días}, \] que equivale en lenguaje natural a «si el año 2004 es bisiesto, entonces febrero de 2004 tiene 29 días»; y tiene sentido y es falso \[ \textrm{El año 2004 es bisiesto} \longrightarrow \textrm{Febrero de 2004 tiene 30 días}, \] pero no tiene sentido \[ \textrm{Pedro} \longrightarrow \textrm{Juan}, \] ya que «si Pedro entonces Juan» tampoco lo tiene.

No se ve pues cómo podríamos asignar los valores «verdadero» o «falso» a «Freud» y «Lacan»: tanto «Freud» como «Lacan» son nombres propios, y los nombres propios no son ni verdaderos ni falsos, sino que, en términos lógicos, designan un objeto (que puede, en particular, ser una persona).

Claro está que, en términos coloquiales, se emplean expresiones como «¡Qué falso es Pedro!» o «Julián es muy falso», con lo que se puede querer indicar, por ejemplo, que alguien es mentiroso, ladino y poco de fiar. Desde esa perspectiva, y tomando en consideración las equivalencias habituales de la implicación material, la expresión que estamos examinando significaría «no puede darse el caso de que Freud sea falso y Lacan no lo sea», lo que, además de ser poco informativo, puesto que no excluye la posibilidad de que sean falsos los dos, es de cariz psicológico y no parece ser lo que el autor del artículo está discutiendo. Pero no; bien mirado, es imposible que el Sr. Ortega esté usando ese sentido coloquial: no olvidaremos nunca más que nos ha dicho que está operando «en términos lógicos».

Quizá el Sr. Ortega se esté refiriendo a otra cosa: es un error sencillo pero muy extendido el de confundir los símbolos «$\longrightarrow$» (implicación material) e «$\implies$» (implicación lógica o consecuencia lógica).

Para ser más precisos, la implicación material es un operador lingüístico (es decir, que pertenece al lenguaje de la lógica), mientras que la implicación lógica es un operador metalingüístico, que pertenece al metalenguaje mediante el que se habla del lenguaje de la lógica. El primero sirve para enunciar proposiciones de tipo si ... entonces ...; el segundo se refiere a las relaciones entre las proposiciones mismas, en particular a la posibilidad de que unas proposiciones sean deducibles de otras (consecuencia sintáctica o deducibilidad) o sean consecuencia de otras (consecuencia semántica[3]).

El examen de la frase completa parece apoyar nuestra hipótesis de que el Sr. Ortega está usando, en realidad, la consecuencia lógica:

Incluso, Lacan ha aseverado que su "retorno a Freud", es una legitimación de Freud, pareciendo apuntar en términos lógicos que:

Lacan ---> Freud.

Detengámonos un instante antes de examinar esa fórmula. Resulta bastante sorprendente el uso que hace el Sr. Ortega de la noción de legitimación. «Legitimar», para la RAE, aparte de «convertir algo en legítimo», es «probar o justificar la verdad de algo o la calidad de alguien o algo conforme a las leyes» y «hacer legítimo al hijo que no lo era»; y «legítimo» es «conforme a las leyes», «lícito, justo» o «cierto, genuino y verdadero en cualquier línea». Queremos imaginar que el Sr. Ortega no está proponiendo que Freud fue un hijo ilegítimo de Lacan, al fin reconocido por su verdadero padre;[4] entonces, en lo que propone, o bien Lacan hace verdadero a Freud, o bien lo hace conformarse a las leyes. El primer caso puede subsumirse en el segundo, puesto que si Freud no fuese verdadero, es decir, si se precisase que Lacan lo hiciese verdadero para que lo pudiese ser, debería tratarse de que en Freud faltaba algo para ser verdadero, y ese algo lo haría conformarse a la ley (de ser verdadero). Ahora bien: hacer conformarse a una ley no es, de ningún modo, equivalente a una implicación. Para poner un ejemplo, y entrando de lleno en el reino de lo contrafáctico, imaginemos que la «legitimación» de Freud por Lacan consistiese en una formalización de la teoría de Freud: esa operación de legitimación (en este caso, la «formalización») no permitiría, por sí misma, deducir de ningún modo que «Lacan $\longrightarrow$ Freud». Lo que sucede es que la estructura de la noción de legitimación está mal analizada, pues no coincide ni es más fuerte que la de implicación.

Es más: si se diese el caso (y tuviese sentido) de que Lacan $\implies$ Freud, entonces sí que podría deducirse, de algún modo, que Freud estaría legitimado por Lacan. La inferencia recíproca, que es la que maneja el Sr. Ortega, en cambio, no se sostiene.

De todos modos, y puesto que nuestro empeño es intentar entender qué está proponiendo el Sr. Ortega, pasemos por alto este detalle, y volvamos al análisis de lo que sugiere la conclusión de su deducción, aunque ésta nos parezca errónea. Lo que se estaría planteando entonces el Sr. Ortega sería si

\[ \textrm{Lacan} \implies \textrm{Freud}. \]

Desde esta perspectiva, la única manera de intentar reparar la propuesta del Sr. Ortega para que tenga sentido, evitando a la vez la objeción de los nombres propios, es suponer que por «Lacan» o «Freud» se está refiriendo a proposiciones, o, siendo un poco laxos, a sus respectivas teorías. De ese modo, la teoría de Lacan implicaría lógicamente (puesto que, según el Sr. Ortega, «es una legitimación de Freud») la teoría de Freud. Pero, si examinamos nuestro intento de reparación con más detalle, veremos en seguida que no hemos tenido éxito: la teoría de Lacan no está formalizada, como hemos mostrado en otro lugar, y desde luego tampoco lo está la de Freud, con lo que la implicación lógica carece de sentido, en términos lógicos.

2. El problema en su contexto

Nos encontramos, pues, con que no sabemos muy bien qué significación asignar a la expresión que nos ocupa; quizá examinándola en su contexto tengamos más éxito. El artículo empieza con una referencia a una exposición del Dr. Darin McNabb titulada Problemas de la Filosofía contemporánea, e incluye el siguiente esquema de McNabb, que copiamos literalmente, sin corregir los errores que contiene:

    FREUD     MARX     NIETSZCHE
r>  |         |          |    
r>  V         V          V    
r>   LACAN   ALTHUSSER   FOCAULT 

Más adelante (párrafo 4) leemos «siguiendo las implicaciones de dicho esquema»,[5] de modo que tendríamos como punto de partida de la reflexión del Sr. Ortega que

\[ \textrm{Freud} \longrightarrow \textrm{Lacan}, \]

lo que, considerando que en la sección anterior había propuesto que «Lacan $\longrightarrow$ Freud», plantearía la posibilidad de que

\[ \textrm{Freud} \longleftrightarrow \textrm{Lacan}, \]

es decir, y dicho en términos lógicos, de que Freud y Lacan sean materialmente equivalentes.

No queremos agotar al lector ni repetirnos demasiado: la equivalencia material, del mismo modo que la implicación material, sólo se aplica a entidades que puedan ser verdaderas o falsas, y los nombres propios no se cuentan entre ellas. Quizá la confusión del Sr. Ortega sea sistemática y esté refiriéndose a la implicación lógica,

\[ \textrm{Freud} \implies \textrm{Lacan}, \]

lo que haría que lo que quisiese plantearnos fuese la posible equivalencia lógica de Freud y Lacan:

\[ \textrm{Freud} \Longleftrightarrow \textrm{Lacan}. \]

Esto no tiene mucho sentido porque, ya lo hemos dicho, ni «Freud» ni «Lacan» son proposiciones, que es a lo que se aplica el operador metalingüístico «$\Longleftrightarrow$». Sin embargo, más adelante (párrafo 8) encontramos lo siguiente: «la cuestión es si [...] podemos definir una relación de identidad entre el proyecto freudiano y el lacaniano», que remite a la identidad (en este caso, de «proyectos»), no a la equivalencia lógica; y aun más tarde, en la misma frase, «e incluso si puede formularse un enunciado bicondicional de tal forma que [...] podamos decir que [...] se da una coimplicación entre ellos», lo que oscila entre la equivalencia material y la lógica.

Nuestra desorientación aquí es máxima: podemos definir un proyecto, simplificando muchísimo, como una frase en infinitivo, del estilo de «erradicar el hambre en el mundo» (bueno y hermoso), o «poner una estatua de Aznar en todas las plazas de España» (malo y además estéticamente repulsivo), pero una frase en infinitivo no es, por su naturaleza, ni verdadera ni falsa, aunque pueda recibir, por ejemplo, una calificación ética o estética.

Centrémonos: lo que el Sr. Ortega se está preguntando es si «podemos definir una relación de identidad» entre el proyecto lacaniano y el freudiano, «e incluso» (como si fuese más) si podemos decir que «se da una coimplicación entre ellos». Pero la «coimplicación» no es una forma fuerte de la identidad; de hecho, la identidad se aplica a términos y la implicación a fórmulas, de modo que son conceptos ontológicamente diversos.

Por otra parte, la expresión «podemos definir una relación de identidad» da a entender que la «relación de identidad» sería una «relación definida». Las relaciones definidas, en términos lógicos, se construyen a partir de relaciones y operaciones más sencillas, pero el texto del Sr. Ortega no nos da ninguna pista de cómo podría establecerse tal definición.

Todo esto es muy confuso. Retrocedamos hasta el principio del párrafo 7. Ahí leemos lo siguiente: «Me parece que el problema puede ser visto desde otra perspectiva. Desde Leibniz sabemos que la identidad (ley de la indicernibilidad [sic] de los idénticos) se define por una relación interna [...]». Aquí el Sr. Ortega está confundiendo las dos formas de la llamada ley de Leibniz: la identidad de los indiscernibles (si dos objetos tienen exactamente las mismas propiedades, entonces tienen que ser el mismo objeto o, dicho de otra manera, si dos objetos son diferentes tiene que haber una propiedad que los distinga) y la indiscernibilidad de los idénticos (si dos objetos son idénticos, entonces tienen exactamente las mismas propiedades). La indiscernibilidad de los idénticos no define lo que pasa con objetos idénticos, sino que expresa una propiedad característica de dicha identidad, que en general se acepta como una verdad lógica. La identidad de los indiscernibles, por otro lado, sí puede tomarse como una definición de la identidad: «dos objetos son idénticos si y sólo si son indiscernibles».[6]

Un ejemplo de definición de la identidad mediante la indiscernibilidad es el Axioma de Extensionalidad de la Teoría de Conjuntos: dos conjuntos son iguales cuando tienen los mismos elementos. Como el hecho de que si son iguales tienen los mismos elementos es una verdad lógica (indiscernibilidad de los idénticos), a veces se enuncia el postulado como un bicondicional: dos conjuntos son iguales si y sólo si tienen los mismos elementos, o, más formalmente: \[ (\forall a)(\forall b)(a = b \longleftrightarrow (\forall x)(x \in a \longleftrightarrow x \in b)). \] Esta definición expresa la idea de que un conjunto está compuesto únicamente por sus elementos. En este sentido, la identidad (o igualdad) está definida, en la teoría de conjuntos, por esta misma fórmula, lo que permite reducir el lenguaje a una única relación extralógica: la pertenencia $«\in»$.

Ahora bien, ¿qué es lo que realmente se está planteando el Sr. Ortega? ¿Si Freud y Lacan son idénticos? ¿Si son indiscernibles? ¿O si, como escribe más abajo, sus «proyectos» lo son? Lo cierto es que, por mucho que nos esforcemos en asignar diferentes significaciones a las etiquetas «Freud» y «Lacan» (nombres propios, sus obras, sus respectivas teorías, sus respectivos proyectos, etcétera), tanto la consideración de que sean idénticos como la de que sean indiscernibles nos lleva inmediatamente a consecuencias absurdas. Volveremos con más detenimiento sobre esta cuestión más adelante.

La última frase citada continúa del siguiente modo: «sin embargo el problema adquiere una nueva dimensión a la luz de un análisis lógico de los designadores en juego, trátense éstos de designadores rígidos (posibilidad del lenguaje modal formal) o no rígidos». Los designadores rígidos fueron introducidos por Saul A. Kripke en Naming and Necessity [8]. El «lenguaje modal formal» (que no se aplica precisamente a los designadores rígidos, al menos en la obra de Kripke, que los define de un modo informal), define su semántica más habitual precisamente mediante las llamadas semánticas de Kripke.

En dichas construcciones formales se parte de un conjunto de «mundos» $M$ conectados por una relación de visibilidad $R$; dada una fórmula $\varphi$ y un mundo determinado $m$, se define la relación $\models$ del siguiente modo:

  • «$m \models \lnot \varphi$» ($\varphi$ es falso en $m$) si y sólo si $m \not \models \varphi$.
  • «$m \models \varphi \longrightarrow \psi$» ($\varphi \longrightarrow \psi$ se satisface en $m$) si y sólo si $m \not \models \varphi$ o $m \models \psi$.
  • «$m \models \Box \varphi$» ($\varphi$ es necesariamente verdadera en $m$) si y sólo si $\varphi$ se satisface en todos los mundos $n$ visibles desde $m$.

Si damos estos detalles, que sólo sirven para iniciar una de las complejas construcciones simbólicas necesarias para dar un sentido a las diversas formas de la lógica modal, no es más que para remarcar la distancia que separa la cuestión en juego (la relación entre «Freud» y «Lacan») de las referencias en las que se pretende apoyarla.

El autor continúa: «Esto es: si $a$ y $b$ son designadores rígidos, se sigue que si $a = b$ es verdad, entonces es una verdad necesaria. Si $a$ y $b$ no son designadores rígidos no puede seguirse esa conclusión respecto del enunciado $a = b$ (aunque los objetos designados por $a$ y $b$ sean iguales en un sentido importante)».

La precisión «en un sentido importante» abre interesantísimas perspectivas: parece que el Sr. Ortega ha inventado un nuevo tipo de igualdad, que puede ser «importante» o «no importante» (ignoramos si se admiten las gradaciones intermedias, como «un poco importante», o las superlativas, como «importantísimo»). No nos queda clara, tampoco, la ordenación relativa de igualdades como «$2 = 2$» y «$\frac{1}{2} = \frac{2}{4}$» en la jerarquía de la importancia.

También nos interesa el uso del adversativo «aunque». Quizá el autor crea que si los objetos designados por $a$ y $b$ son iguales «en un sentido muy importante», por ejemplo, la igualdad se convierte automáticamente en «necesaria».

Uno se pregunta en qué sentido piensa el autor que la «nueva dimensión» que ha aportado al «problema» sirve para aclarar las cosas. ¿Realmente, se está preguntando si «Freud» y «Lacan» son designadores rígidos? Sería interesante saberlo, porque son consideraciones que nos llevan directamente a escenarios de ciencia-ficción: «en un mundo alternativo, idéntico por todo lo demás a la Tierra, sucedía que Lacan no se llamaba Jacques Marie Emile Lacan, sino Paco Marhuenda, y viceversa; cuando Lacan fue nombrado director de La Razón...», o a preguntas de cariz tirando a catequético: «¡papá, papá!, ¿verdad que el buen Dios, papá, no permitiría jamás que, en caso de ser idénticos Freud y Lacan, no lo fuesen necesariamente?».

La semántica de Kripke para la lógica modal es muy entretenida. En un mundo ciego (que no ve ningún mundo, ni siquiera a sí mismo), todo es necesario y a la vez nada es posible. En un mundo solipsista (que sólo se ve a sí mismo), todas las verdades son necesarias, y todo lo necesario es verdadero. Qué tendrá que ver todo esto con «Freud», con «Lacan» y con la «relación» entre ellos es algo que se nos escapa por completo.

Sin que medie nada más, en el siguiente párrafo (número 8) el autor se refiere, sin citar la referencia, a los análisis de la nominación realizados por Willard van Orman Quine en Word and Object [11]: «Como sostiene Quine sobre el problema de la nominación de un objeto, un planeta, por ejemplo, puede ser etiquetado dos veces (Venus = Estrella matutina), o bien, el caso de que el Monte Everest se llama así visto desde Nepal, pero desde el Tibet (sic) esa montaña es llamada "Gaurisanker"». Así, desde esta perspectiva, «Lacan» y «Freud» serían distintas «etiquetas» para el mismo «objeto» (presumiblemente, «el psicoanálisis»). Reproduzco a continuación el resto del párrafo, que incluye varios fragmentos que ya hemos comentado:

La cuestión es, si en el caso del psicoanálisis, podemos definir una relación de identidad entre el proyecto freudiano y el lacaniano, si ambos se ocupan del Inconsciente y del problema del sujeto, e incluso si puede formularse un enunciado bicondicional de tal forma que aunque: "Freud ? Lacan" (sic), podamos decir que más bien, se da una coimplicación entre ellos: "Freud Lacan" (sic). Incluso, Lacan ha aseverado que su "retorno a Freud'', es una legitimación de Freud, pareciendo apuntar en términos lógicos que:

Lacan ---> Freud.

Aquí, el Sr. Ortega incurre en una petición de principio: la teoría de Freud no se ocupa del «problema del sujeto». Esa es una lectura lacaniana, que puede ser más o menos feliz, pero desde luego no es la única, ni «se deduce» de la obra de Freud, ni mucho menos es «necesariamente verdadera».

Inmediatamente después (párrafo 9) el artículo continúa con «El problema no es simple [...]». En esto estamos de acuerdo. También es verdad que el Sr. Ortega se ha metido él solito en una serie de problemas en los que no le hacía ninguna falta meterse. Para nosotros será suficiente con ocuparnos de los ya presentados: dejaremos de acompañarle a partir de este punto.

3. Un diagnóstico, en términos lógicos

Si ahora intentamos abarcar con la mirada lo que hemos expuesto, lo primero que nos salta a la vista es la gravísima indefinición ontológica que atraviesa todo el texto. En efecto, en cuanto a las etiquetas «Freud» y «Lacan», no se sabe bien si se refieren a:

  • Las personas (nombres propios).
  • Su obra (nombres para los respectivos conjuntos de obras).
  • Sus teorías (nombres para las teorías que se desprenden de los conjuntos de obras).
  • Sus «proyectos» (nombres para los proyectos).
  • ...

Ya hemos resaltado anteriormente que la cuestión no es una fineza técnica prescindible, sino que se trata de algo completamente esencial, puesto que según la categoría ontológica que se asigne a esas etiquetas son sintácticamente válidas o no determinadas expresiones; no hablemos ya de la semántica.

Lo mismo sucede con la «relación» entre «Freud» y «Lacan». Más allá de la significación que se asigne a esas etiquetas, nos encontramos con:

  • «Freud $\longrightarrow$ Lacan», que el Sr. Ortega denomina «implicación» (el símbolo corresponde a la implicación material).
  • Del mismo modo, encontramos «Lacan $\longrightarrow$ Freud», y la pregunta sobre si podría darse una coimplicación, que parece corresponder a «Freud $\longleftrightarrow$ Lacan» (equivalencia material).
  • Las ambigüedades del texto nos hacen pensar en una confusión entre las formas material y lógica de la implicación y la equivalencia.
  • Se habla también de la posible identidad entre los «proyectos» lacaniano y freudiano.
  • En un momento se plantea la posibilidad de que «Lacan» y «Freud» sean designadores rígidos, lo que haría que la «identidad» fuese «necesaria».
  • En otro momento se plantea que la «relación de identidad» pueda ser «definida», no se sabe bien en base a qué.

En resumen: equivalencia material, equivalencia deductiva, equivalencia semántica, identidad, identidad necesaria e identidad definible, y tratadas como si fuesen más o menos intercambiables, cuando es clarísimo, para alguien que tenga la más mínima idea de lógica, que no lo son bajo ningún concepto, salvo para algunos pares, y en circunstancias especiales.[7]


Parte II
Análisis de una serie de síntomas

4. Qué está planteando realmente el Sr. Ortega, y algunas consecuencias

El bombardeo de referencias lógicas a que nos somete el Sr. Ortega puede hacernos olvidar una pregunta que se hace imprescindible dirigir a su texto: ¿qué está planteando, realmente?

Veámoslo. Hay suficientes indicaciones: si «podemos definir una relación de identidad entre el proyecto freudiano y el lacaniano», si «puede formularse un enunciado bicondicional de tal forma que [...] podamos decir que [...] se da una coimplicación entre [...] Freud [y] Lacan», e incluso si, en el caso de que «Freud» y «Lacan» fuesen designadores rígidos, si esa identidad, que los haría además indiscernibles, es una identidad necesaria.

El Sr. Ortega, está claro, no maneja muy bien las referencias lógicas; intentemos entendernos en un registro más coloquial. ¿De verdad se está preguntando si «Freud» y «Lacan», más allá del sentido que se les dé a esas «etiquetas», son indiscernibles, lo que quiere decir si no hay ninguna propiedad que los diferencie? Son personajes históricos distintos, autores distintos, tienen distintas teorías. ¿Si son idénticos? ¿Qué sandez[8] es esta? ¿Cómo van a ser «idénticos», Freud y Lacan? ¡Ah, se nos estaba hablando de sus «proyectos»! Pero, ya lo hemos visto, sus proyectos no son idénticos: Freud no se ocupa del «sujeto». ¿Qué se quiere decir con «un enunciado bicondicional»? Por lo visto ahora estamos hablando de teorías. Pero las teorías no están formalizadas, no se ve cómo se podría establecer una «coimplicación», en términos lógicos.

4.1. Freud, legitimador de Lacan

Seamos todavía más coloquiales. El Sr. Ortega plantea primeramente si Lacan es una consecuencia lógica[9] de Freud. Pero si Lacan fuese una consecuencia lógica de Freud, entonces no podría haber, en la teoría de Lacan, ningún aspecto que no fuese deducible de la teoría de Freud. Y eso no sería admisible ni para el propio Lacan: por ejemplo, para lo Imaginario, lo Simbólico y lo Real («mis tres no son los suyos», dice en el Seminario de Caracas) o para el objeto $a$, su «único invento».

Por tanto, Lacan no es una consecuencia lógica de Freud; sin embargo, algo transpira, se insinúa, en ese planteamiento. En efecto: si se diese el caso de que Lacan fuese una consecuencia lógica de Freud, entonces Lacan estaría completamente legitimado por Freud (y no al revés, como asevera Lacan según el Sr. Ortega).

4.2. Freud como obra cerrada y consecuencia de Lacan

Después, el Sr. Ortega se plantea, y en esto cree poder apoyarse en el mismo Lacan, si Freud es una consecuencia lógica de Lacan. Aquí entramos más de lleno en el terreno de la realización alucinatoria de deseos. Lacan estaría «formalizado» y, además, ¡permitiría deducir todo Freud a partir de Lacan! Esto presupone, en términos lógicos, que Freud esté él mismo formalizado; es realmente extraordinario: sin duda, nos encontramos en la presencia de otro dichoso azar.[10]

¿A qué nos lleva, tanto azar venturoso? Ya lo vemos: Lacan legitima a Freud; por lo visto Freud, pobrecito, no podía legitimarse solo, necesitaba la ayuda de Lacan. Otra vez la cantinela de que Lacan salva a Freud:[11] en este caso, lo «legitima». Le hace de todo, verdaderamente: un día lo «formaliza»,[12] otro lo «legitima»; no se sabe bien qué vendrá después. Pero, y esto es lo más grave en este caso, se propone como una anterioridad lógica de Freud. El «fundador» o «descubridor» es ahora una consecuencia de Lacan. La obra de Freud queda completamente cerrada, ya que es una pura y simple consecuencia. El síntoma aquí es múltiple; su consecuencia más directa salta a la vista: o bien no se lee más a Freud, o bien se lo lee acompañando a Lacan, creando así una única lectura autorizada.

4.3. Del juego del teléfono a la regresión infinita

En otros lugares [a,b] hemos denunciado la especie de juego del teléfono que se inicia con Lacan: para entender a Freud se haría imprescindible leer a Lacan, pero para entender a Lacan habría que leer a Miller, para entender a Miller a un buen divulgador de Miller, etcétera. En este caso nos encontramos con una versión más fuerte de la idea: lo que se propone es que Lacan precede lógicamente a Freud. Lo curioso es que la cadena regresiva, según algunos autores, no termina ahí. Por ejemplo Jean-Michel Vappereau, en su Estofa [14, p. xv], escribe (el énfasis es propio):

Damos los componentes algebraicos clásicos, es decir elementales (Bourbaki) de la topología del sujeto [...], necesarios para la lectura de Freud y Lacan.

Otra vez algo extraordinario: los «componentes algebraicos clásicos de la topología del sujeto» son «necesarios para la lectura de Freud y Lacan». Imaginamos que esto le concede al Sr. Vappereau un estatuto de anterioridad lógica con respecto a Lacan y Freud. ¡Qué decimos, anterioridad lógica! Anterioridad de sentido: sin los «componentes de la topología del sujeto», la lectura de Lacan y de Freud es imposible (puesto que esos «componentes» son necesarios).

Un azar tan dichoso nos embargaría por completo si no nos animase a su vez, demorando nuestra plena absorción, la esperanza de ver aparecer en nuestro horizonte a un nuevo autor $A_1$ que nos proponga nuevos elementos necesarios, en este caso para leer al Sr. Vappereau, a Freud y a Lacan, y después un autor $A_2$, cargado también de elementos necesarios, y así sucesivamente.

5. Cobardías variadas, y el compromiso ontológico

Una objeción frecuente ante una crítica del estilo de la que estamos haciendo es la siguiente: «Lacan (o el Sr. Ortega, o el autor de turno: aquí no importa)[13] sólo utiliza estas referencias para hacernos pensar, son metáforas, son ayuda-memorias». Está bien; pero entonces no pretendamos que se está «formalizando» nada, o que se está operando «en términos lógicos». No tenemos nada en contra de que se nos haga pensar; al contrario. Pero, ¿en qué sentido nos «haría pensar» que se nos intente vender una metáfora como una formalización, una elucubración más o menos asociativa como un discurso establecido en términos lógicos? Además, hay un aspecto de retroceso que debe ser denunciado. Se habla de formalización: muy bien; pero, en cuanto alguien objeta algo, se tira rápidamente para atrás: tan solo estábamos «haciendo pensar», eran simplemente «metáforas», «ayuda-memorias», etcétera. No, no, de ningún modo; eso tiene un nombre, y muy preciso: se llama cobardía intelectual. O, si queremos ceñirnos a la terminología lógica, falta de compromiso ontológico.[14]

No se puede estar cambiando de categoría cuando a uno le interesa: ahora es una metáfora, y ahora estoy hablando en términos lógicos. ¿O resulta que el psicoanálisis, que lo compromete a uno a responzabilizarse de lo que dice, ya no se aplica aquí? ¿Los artículos que supuestamente son «de psicoanálisis teórico» serían, en este sentido, extrapsicoanalíticos, estarían eximidos de ser criticados? ¿El psicoanálisis, que se atreve con todo[15] creyendo hacer una lectura finísima, ameritaría para sí mismo tan sólo una lectura complaciente, gruesa?

Esta tendencia, cuando se convierte, cosa que ha sucedido, en una costumbre, hasta en una moda, tiene también otro nombre: cobardía moral. Y, si ser cobarde está de moda, no es de extrañar que se escriban cada vez más cosas ilegibles, como el artículo que nos ocupa. Esto en cuanto a la pretendida «producción científica»; no queremos ni pensar en cómo tienen que afectar, esas cobardías, a la clínica. ¿A quién le podría interesar tener un analista que sea un cobarde intelectual y moral? ¿Cómo trabaja alguien que cambia de ontología cada vez que le resulta conveniente?

6. Sobre las significaciones inefables

Nos ocuparemos ahora de otra objeción distinta, pero relacionada. Su enunciado es el siguiente: «Todo esto que Ud. dice quizás esté muy bien, desde el punto de vista de la lógica, o quizás no (realmente, lo ignoro: yo lo que soy es psicoanalista); pero no tiene la menor relevancia para lo que nos ocupa, porque en psicoanálisis[16] estas cosas sobre las que Ud. comenta tienen otra significación». No hay ni que decir que, por lo general, si se pregunta por cuál sería esa «otra significación» no se obtiene respuesta alguna.[17]

En términos lógicos, es fácil desmontar la objeción, que no se sostiene en lo más mínimo; otra cosa sucede con sus efectos sintomáticos, demasiado extendidos y muy variados, y que, como se verá, son más bien devastadores.

En primer lugar, debe de resultarnos sospechoso que no se nos entregue inmediatamente esa «otra significación»: debe ser que no se dispone de ella, y la pretendida objeción, en realidad, no es más que una falacia o, para ser más precisos, un vulgar truco de trilero.

En segundo lugar, y puesto que, como debería resultar obvio, el psicoanálisis no es un conocimiento universal, deberán de existir términos, denominaciones, conocimientos, etcétera, que no formen parte del psicoanálisis. Por ejemplo, la idea de «designador rígido» pertenece a la filosofía analítica, no al psicoanálisis. Sea $E$ una de estas entidades que de entrada no son psicoanalíticas. ¿Por qué medio $E$, una vez trasladada a un discurso que supuestamente es «de psicoanálisis», se transforma automáticamente en algo distinto? ¿Y en qué se transforma? Sobre esto no es posible saber nada. O más bien, sí que aprendemos algo: que «en psicoanálisis» las cosas funcionan de otra manera, y por tanto, y aquí viene algo muy llamativo, ya no son más válidos los conocimientos anteriores, no valen tampoco las relaciones previas que $E$ pudiese haber tenido con otras entidades, no se pueden seguir aplicando los métodos críticos habituales (todo eso, claro está, no sería «psicoanalítico»). Cómo se opera tal transubstanciación de $E$ en algo distinto, en qué consiste ese $E'$ así transubstanciado, y por qué dejan de ser válidos los saberes anteriores para $E'$ es algo que nunca es explicitado.

Lo que falla, desde cualquier punto de vista, es el supuesto proceso de incorporación de $E$ a la «teoría psicoanalítica». Un designador rígido significa lo mismo «en psicoanálisis» que en cualquier otro lugar. Cuando el psicoanálisis quiere acuñar una significación especializada para una palabra de uso común, como «sexual» o «perversión» (cosa que cualquier disciplina hace: los números «primos», en matemáticas, no son parientes de nadie, ni los «irracionales» se distinguen por sus ideas absurdas), lo consigue mediante un acuñado conceptual explícito, laborioso y articulado, muchas veces diseminado en gran cantidad de artículos. En cambio, en esta nueva variante del psicoanálisis enamorado de la lógica, la topología y la teoría de conjuntos, los términos adquirirían su estatuto especial en la teoría por el mero hecho de que los mencione un analista. Es querer llevar la performatividad demasiado lejos.

¿Cuál es el aspecto sintomático de todo este proceso? Es meridiano: no se trata, como se pretende, de un ejercicio de importación conceptual, sino de un ejercicio de poder. Incorporo los términos que me da la gana, dice la objeción, una vez desenmascarada, y ni Ud. ni nadie tiene derecho a criticarme: en psicoanálisis las cosas suceden de otra manera, de acuerdo a leyes que le son propias. Está bien; nadie le discute al psicoanálisis, desde luego, su derecho a tener sus propias regulaciones: llámelas «leyes» si eso le divierte; pero ninguna disciplina seria, que sepamos, ha venido al mundo con la especial prerrogativa de poder tomar los términos de otras disciplinas y tratarlos sin respeto alguno, de cualquier manera, chapuceramente. ¿Quién suele hacer eso? Las formas más políticamente reaccionarias de la religión organizada o, en términos más generales, cualquier forma de poder. ¿Se estaría entonces buscando, su particularísimo «psicoanálisis», ese tipo de compañías?

Es llamativo que una disciplina como la analítica, siempre demasiado propensa a atribuir a la «resistencia» del adversario las incomprensiones que cree experimentar, se conduzca con las otras disciplinas como no soporta que se conduzcan con ella misma. Si uno quiere respeto, lo primero que tiene que hacer es ofrecerlo. Desde luego, como estrategia para buscar aliados en otros ámbitos, es claramente desastrosa.

El otro problema, francamente grave, es que este tipo de freno a la argumentación está demasiado extendido. Desalienta el espíritu crítico y la conversación civilizada, substituyéndolas por lemas, consignas, y en última instancia, órdenes. Produce estragos en el psiquismo de los candidatos; algunos de ellos devendrán psicoanalistas, siempre intelectualmente aterrorizados. Estos psicoanalistas, a su vez, y precisamente porque no pueden ni hablar ni pensar en lo que se ha hecho con ellos, reproducirán indefinidamente el síntoma: cuando tengan ocasión de ello, se apresurarán a publicar artículos «de psicoanálisis», en los que harán, hay que decirlo, cualquier porquería con la lógica, la topología y la teoría de conjuntos. Después les dirán a sus estudiantes, si llegan a tenerlos, que «en psicoanálisis» las cosas transcurren «de otra manera», o que se trata de «metáforas» para «hacernos pensar». Así gira y gira sin cesar la rueda, verdaderamente infernal, de la «lógica del psicoanálisis», la «topología del sujeto» o la «reducción que hizo Lacan del psicoanálisis a la teoría de conjuntos».

Lo dice el propio Lacan, y lo repiten sus discípulos: véase por ejemplo la clase del 22 de junio de 1995 impartida por la Dra. Diana S. Rabinovich [13], profesora titular de la cátedra I de Psicoanálisis, Escuela Francesa, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, de donde extraemos la siguiente cita: «Entonces, si del lenguaje pasamos a lalengua, si entre medio tenemos las letritas matemáticas, en un momento en que Lacan ha reducido el psicoanálisis a la teoría de los conjuntos, luego hace del inconsciente un conjunto abierto y no cerrado, y el nombre del inconsciente como conjunto abierto es lalengua». ¿Otra «metáfora», otra «ayuda-memoria», o se trata directamente, en este caso, de algo que funciona «de otra manera»?

Dan ganas de darles un consejo: déjenlo estar, se van a volver completamente imbéciles, reconózcanlo de una vez, no tienen ni idea, dedíquense a lo suyo, estarán mucho más tranquilos, trabajarán mejor con los pacientes, y al menos no seguirán desacreditando el psicoanálisis, como han venido haciendo hasta ahora. Pero no hay mayor sordo que el que no quiere oír. O el que no puede oír; aquí es más apropiado: tienen las orejas taponadas, están atrapados en mecanismos de pertenencia, reconocimiento y prestigio increíblemente alienantes, que les hacen creer que fuera de su pequeña o gran agrupación sólo les espera el viento frío de la excomunicación, el aislamiento y la retirada del saludo. O, por qué no decirlo: quizá también el fuego eterno, el llorar y crujir de dientes.

7. De un suicidio a la plena luz del día

Plantearemos para terminar dos preguntas muy sencillas: la primera quiere saber a quién van destinados este tipo de textos, y la segunda para qué se publican.

Si nos centramos en la primera, la verdad es que lo que puede deducirse es bastante deprimente. Un artículo como el que nos ocupa, en efecto, no debería interesar, en realidad, a nadie. Una persona con buena formación en lógica se verá detenida inmediatamente, entre otras cosas, por la falta de compromiso ontológico o, dicho de un modo más académico, por la pésima ensalada conceptual que nos presenta: todo está bien revuelto pero irremisiblemente mal aliñado. Un psicoanalista medio se perderá sin remedio: ya lo hemos dicho en otros lugares [4, 5], son gente de letras, en general no están especialmente dotados para las ciencias duras, y además carecen de la formación específica, que, no lo olvidemos, es muy especializada, para poder manejarse con este tipo de referencias (Kripke, Quine, Leibniz, etcétera) con un mínimo de rigor. Un lector casual se encontrará con el mismo problema, con el agravante de que, además, no le sonarán siquiera las referencias psicoanalíticas.

¿Por qué lee alguien este tipo de cosas, entonces? Aparentemente, es sencillo. Aparece como una moda, una especie de seña de identidad, de pertenencia al clan: es lo que pasa por literatura psicoanalítica «culta» en ciertos ambientes. Nadie entiende gran cosa de lo que lee (desde luego, los detalles supuestamente «lógicos» no se entienden: es que no tienen sentido[18]), pero algo va quedando. Los nombres empiezan a sonar: Frege, Cantor, Leibniz, Quine; algunos deben terminar creyendo que son de la generación de Abraham o Ferenczi. Es como una teleserie: no hay que prestar mucha atención, siempre pasa lo mismo; tarde o temprano va a salir Russell, que es muy simpático y escribió mucho, o Cantor, que se volvió loco, pobrecito, o Frege, que hizo un gran sacrificio, qué valor hay que tener. Después se dan conferencias sobre el tema a gente que no entiende nada, y a inflarse bien el ego: uno es ya un psicoanalista prestigioso. Además de ser patético, es una vergüenza. En efecto, ¿cómo se espera que el candidato, que tiene que trabajar con su aparato psíquico, pueda ejercer bien su trabajo si se pulveriza primero su cabeza tirándole por encima toneladas de sandeces de esta calaña? ¿O leer cosas inconsistentes y mal escritas, que además no pueden ser objeto de crítica, no produce ningún efecto, justamente en el psiquismo de los psicoanalistas?

Estas cuestiones están íntimamente enlazadas con nuestra segunda pregunta: ¿para qué se publican este tipo de cosas?

Desde el punto de vista de quien las escribe, la respuesta es bien sencilla, ya lo hemos avanzado: por una cuestión de prestigio. En todas partes encontramos el mismo autobombo, las mismas medallas, los mismos oropeles, los mismos galones. Se supone, por lo visto, que trastear con la lógica, la topología o la teoría de conjuntos da puntos. La ventaja es que nadie, verdaderamente nadie en absoluto, en la práctica, está en condiciones de cuestionar lo que se dice, con lo que se suele vivir de lo más tranquilo. Y los poquísimos que podrían hacerlo suelen vivir ellos mismos del cuento, como el Sr. Vappereau.[19]

Desde el punto de vista de la tendencia general, para ir completando una operación de substitución de Freud por Lacan. No es necesario que los peones conozcan los planos de la obra para que coloquen los ladrillos con diligencia, ni que el soldado esté al tanto de la estrategia que ha diseñado el general; no estamos haciendo ninguna atribución de intenciones, ningún psicologismo. Pero el efecto neto es este: Freud es explicado por Lacan, formalizado, sustentado, legitimado; hasta es su consecuencia lógica. Así puede irse completando una operación de borramiento de Freud, y hacer aparecer a Lacan y al lacanismo como el único psicoanálisis verdadero.

¿Cuál es el problema con todo esto, más allá de la destrucción de la mente de los candidatos, que en sí misma no es poca cosa? Que atrae sobre el psicoanálisis la calificación de pseudociencia: aquella disciplina que pretende basarse en la ciencia pero sin hacer un uso correcto de ella.

No es pues de extrañar el marcado contraste que puede establecerse entre la primera mitad del siglo xx, en la que el psicoanálisis capturó el interés y la imaginación de artistas, escritores, filósofos, antropólogos, estudiosos de la religión, etcétera, y la época actual. Lo cierto es que de estos coqueteos con la formalización no se ha sacado absolutamente nada: no hay ni un solo lógico de prestigio que haya prestado la más mínima atención a estos supuestos «desarrollos psicoanalíticos». Se entiende: es que son demasiado chapuceros para ser tomados en serio.


Barcelona, marzo-abril de 2015


Apéndice A
La parte criticada de «Lacan racionalista»

A continuación reproducimos, sin modificación alguna y para facilitar la lectura sin conexión o en papel, parte de los párrafos citados en nuestro texto, extraídos del artículo original. Cada párrafo viene precedido de su número encerrado entre corchetes.


[1] En una reciente exposición sobre los "Problemas de la Filosofía contemporánea", el Dr. Darin McNabb hizo una breve, pero sustanciosa exposición del panorama de la Postmodernidad y la relación de ciertos precursores, al discurso que se identifica con esos blasones. Una sección de la exposición tuvo como eje el análisis de los llamados: "maestros de la sospecha", es decir: Freud, Marx y Nietszche. El análisis señalaba a estos autores, como iniciadores de una veta de análisis de la "Realidad" antes inexplorada y que daría lugar al nacimiento de los innovadores planteamientos de Lacan, Althusser y Focault. De hecho el esquema en el pizarrón ofrecía a los ojos de los espectadores la clave de ese desciframiento de la siguiente forma:

    FREUD     MARX     NIETSZCHE
r>  |         |          |    
r>  V         V          V    
r>   LACAN   ALTHUSSER   FOCAULT 

[4] Podría afirmarse, siguiendo las implicaciones de dicho esquema, que Freud es un pre-texto que permite a Lacan legitimar su propio discurso. [...]

[7] Me parece que el problema puede ser visto desde otra perspectiva. Desde Leibniz sabemos que la identidad (ley de la indicernibilidad de los idénticos) se define por una relación interna, sin embargo el problema adquiere una nueva dimensión a la luz de un análisis lógico de los designadores en juego, trátense éstos de designadores rígidos (posibilidad del lenguaje modal formal) o no rígidos. Esto es: si "$a$" y "$b$" son designadores rígidos, se sigue que si "$a = b$" es verdad, entonces es una verdad necesaria. Si $a$ y $b$ no son designadores rígidos no puede seguirse esa conclusión respecto del enunciado "$a = b$" ( aunque los objetos designados por a y b sean iguales en un sentido importante).

[8] Como sostiene Quine sobre el problema de la nominación de un objeto, un planeta, por ejemplo, puede ser etiquetado dos veces (Venus = Estrella matutina), o bien, el caso de que el Monte Everest se llama así visto desde Nepal, pero desde el Tibet esa montaña es llamada "Gaurisanker". La cuestión es, si en el caso del psicoanálisis, podemos definir una relación de identidad entre el proyecto freudiano y el lacaniano, si ambos se ocupan del Inconsciente y del problema del sujeto, e incluso si puede formularse un enunciado bicondicional de tal forma que aunque: "Freud ? Lacan", podamos decir que más bien, se da una coimplicación entre ellos: "Freud Lacan". Incluso, Lacan ha aseverado que su "retorno a Freud", es una legitimación de Freud, pareciendo apuntar en términos lógicos que:

Lacan ---> Freud.

[9] El problema no es simple, [...]


Referencias

Nota del Editor: Se han eliminado las referencias que han podido substituirse por hiperenlaces, manteniendo en las demás la numeración del artículo original en pdf. Se han añadido también enlaces a los correspondientes ejemplares de la Biblioteca, cuando se dispone de ellos, para mayor comodidad de nuestros estudiantes.


[8] Saul A. Kripke. Naming and Necessity. 2a ed. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1980. [Biblioteca]

[10] Willard Van Orman Quine. «On What There Is». En: Review of Metaphysics (2 1948).

[11] Willard Van Orman Quine. Word and Object. Cambridge, Massachusetts: MIT Press, 1960. [Biblioteca (versión en castellano)]

[12] Willard Van Orman Quine. From a Logical Point of View: Nine Logico-philosophical Essays. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1980. [Biblioteca (versión en castellano)]

[13] Diana S. Rabinovich. Lo imaginario, lo simbólico y lo real. Clase de la Dra. Diana S. Rabinovich del 22/06/1995 (visitado 05-04-2015).

[14] Jean-Michel Vappereau. Estofa. Las superficies topológicas intrínsecas. Buenos Aires: Kliné, 1988. [Biblioteca]


Notas

1 La ficha del Sr. Ortega en PsicoMundo contiene lo siguiente: «Psicoanalista, psicólogo, filósofo. Master (sic) en Filosofía. Doctorado [en] filosofía. Trabajé para la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM durante casi 15 años. Doy clases en las Fac[ultade]s de Filosofía y Psicología (Universidad Veracruzana)». 
2 Para facilitar la lectura sin conexión o en papel, hemos reproducido los párrafos que examinamos en el Apéndice A. 
3 Algunos autores reservan el nombre de consecuencia lógica para la versión semántica, e utilizan sólo deducibilidad para la consecuencia sintáctica, lo que probablemente es menos equívoco. 
4 Aunque bien podría ser esta la verdad última: ya hemos encontrado estructuras como «ser el padre del padre que me gustaría tener», por ejemplo en Cualquier persona educada; un dichoso azar. 
5 Técnicamente, nos parece que se trata más bien de una serie de flechas en un esquema, pero si el Sr. Ortega quiere leer en esas flechas «implicaciones» no vamos a contradecirle. 
6 Aunque, en términos generales, la utilidad de dicha definición es limitada, al tratarse de una fórmula de segundo orden. 
7 Por ejemplo, para la equivalencia semántica y la deductiva, cuando el sistema formal es sólido y completo. 
8 Para entender el sentido en el que usamos este término aquí y más adelante se consultará nuestro Y Lacan lo formal izó. 
9 Técnicamente, y como ya hemos visto, lo que parece plantearse es si se da una implicación material entre ellos, pero el tono del texto parece indicar que de lo que está hablando es de la implicación o consecuencia lógica. 
10 En todo el texto, las referencias al «azar», el «buen azar», el «dichoso azar», la «dicha», etcétera, remiten a Cualquier persona educada; un dichoso azar. 
11Cfr. Estricturas en psicoanálisis. 
12Cfr. Y Lacan lo formal izó. 
13 Para esta sección y la siguiente, vid. supra nuestra «Advertencia». 
14 Es curioso que entre tanto manoseo de referencias pertenecientes a la filosofía analítica no se haga nunca alusión a este excelente y clarificador concepto, trabajado ya por Quine, en 1948, en On What There Is [10] (reimpreso en From a Logical Point of View: Nine Logico-philosophical Essays [12]). 
15 Incluso con lo que no domina: como ejemplo, el artículo que estamos comentando. 
16 Nos hemos ocupado también de esta nada inocente muletilla en nuestro Límites de la transferencia. 
17 La objeción que examinamos tiene esta condición. Cuando lo que se obtiene como respuesta es que se trata de una «metáfora», etcétera, la objeción se convierte en otra, que acabamos de refutar (vid. supra). 
18 Más allá de sus efectos sintomáticos, que por supuesto lo tienen. 
19 Entiéndasenos bien: del «cuento» de que sus obras son necesarias para la lectura de Freud y Lacan (vid. supra), que no subscribiría prácticamente nadie, ni siquiera los psicoanalistas. 

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