En el curso del trabajo que nos hemos impuesto, se nos presenta con asiduidad el deber de copiar textos antiguos: actas del siglo xix y de comienzos del xx, escritas a mano en apretada caligrafía cursiva, obra de los diversos ayuntamientos; versiones antiguas de las gacetas de Barcelona y de Madrid, o del Boletín Oficial de la Provincia de Barcelona; etcétera. En muchos de esos textos, se están utilizando formas del lenguaje que hoy han caído en desuso, como por ejemplo la costumbre de acentuar las palabras «á» y «ó», o normas de acentuación que nos pueden resultar inhabituales, y así sucesivamente.
Como es lógico, y para preservar con la máxima fidelidad los documentos examinados, se ha seguido siempre la siguiente regla: las transcripciones tienen que ser literales, es decir, y para expresarlo de un modo coloquial, las cosas se copian tal cual están: no se las intenta mejorar adaptándolas a las normas actuales, por ejemplo, porque eso las desvirtuaría, convirtiéndolas en lo que no son; tampoco se corrigen los errores que pueda haber, etcétera.
En un trabajo de las características del nuestro, no se puede exigir tampoco que el autor haga valer su conocimiento del idioma cada vez que se produzca una desviación de sus características actuales por el expediente de añadir un «(sic)» al texto en cuestión: eso no haría más que llenar el trabajo entero de sics, convirtiéndolo en algo completamente ilegible; oscurecería, en vez de aclarar.
Deberemos, pues, dejar las cosas como están, y apelar a la inteligencia del lector, para que sepa situar, en cada caso, el valor de las expresiones que pueda ir encontrando.
Como consecuencia de todo lo anterior, las referencias a los nombres de las calles se realizarán usando el mismo idioma que se utilizó en la fecha de referencia. Esto significa, por ejemplo, que diremos que, en 1863, la calle con la coordenada O adquirió el nombre de Caspe. No de Casp, sino de Caspe, pues ese es el nombre que se le puso cuando se la bautizó por primera vez. Cuando nos refiramos a esa calle, usaremos Casp o Caspe según corresponda. Si hablamos de la calle en la actualidad, desde luego que hablaremos de Casp, pero si nos referimos a la calle durante el franquismo, hablaremos de la calle de Caspe, pues era el nombre que tenía entonces. Si no procediésemos de este modo, podríamos encontrarnos con ambigüedades difíciles de resolver.
Por último, si tenemos que referirnos a calles que han ido cambiando de denominación, usaremos en cada caso la que estaba vigente en el momento que estamos considerando. No sirve de nada querer «arreglar» con posterioridad las cosas: eso más bien las convierte en incomprensibles. Si, por ejemplo, estamos manejando un plano dibujado en tiempos de Franco que se refiere al paseo de San Juan como del General Mola, nosotros utilizaremos también esa denominación, aclarando, si lo creemos preciso, entre corchetes o en nota al pie, que se trata del paseo de San Juan; si hablásemos directamente del paseo de San Juan, no conseguiríamos otra cosa que volver incomprensible el plano (y tampoco arreglaríamos la historia retroactivamente, por mucho que nos pueda resultar desagradable la remisión continuada al general).
En muy contadas ocasiones, nos hemos permitido ser parcialmente infieles a nuestras propias reglas. Casi todas tienen que ver con las vías que Cerdà denominó trascendentales; nuestra justificación, a modo de excusa, es que el propio Cerdà les asignó ya nombres, antes de que los recibiesen oficialmente en 1863, y que esos nombres han calado de tal modo en el decir popular, que se han convertido en universales e imprescindibles. Estamos hablando de la Diagonal, el Paralelo, la Meridiana y la Gran Vía: cuando no sea posible el error, usaremos estas formas populares, en vez de las que eran oficiales en el momento.
Por último (y reconocemos que esto es ya, casi, un capricho), llamaremos Pare Claret a la calle de Sant Antoni Maria Claret, así como a sus casi innumerables encarnaciones claretianas: nos negamos en redondo a ir a mirar si, en un momento dado, el tratamiento debido al Sr. Claret era el de Padre, el de Arzobispo, el de Beato o el de Santo. Nos negamos, sí. Ya hemos dicho que era un capricho.
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