Textos para pensar


Pareja o revienta
El amor a cualquier precio

Josep Maria Blasco [CV]

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Nota del Editor

El presente texto fue distribuido como soporte para la ponencia del mismo título pronunciada por el autor en las XXI Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas Aperturas en Psicoanálisis (X).

Introducción

Wherever we go, this family is our fortress
Trailer de Avatar: The way of water
Fortress, sustativo: (1) la fortaleza; (2) el presidio.
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El presente texto se fue escribiendo (más allá del periodo de transcripción, que figura al final del documento) durante unos dos años, lo que coincide aproximadamente con el tiempo en el que nos hemos dedicado, en nuestro Seminario de Aperturas en Psicoanálisis, a estudiar determinados feminismos, teorías de género y teorías queer: Diana Maffía, Paul B. Preciado, Judith Butler, John Langshaw Austin, Jacques Derrida, ...

Debido a la naturaleza del tema, y ahora en un sentido más amplio, el arco temporal, claro está, debería abrirse, hasta abarcar mi vida entera.

Agradecimientos

Laura Blanco, Daniel Cañero, Carlos Carbonell, Norma Cirulli, Carles Fabregat, Silvina Fernández, Oriol Francesch, Paco Lacueva, Mar Martín, Eva Martínez, Mireia Monforte, David Palau, Olga Palomino, Amalia Prat, Cristina Prats y Andrea Segura han tenido la paciencia y la amabilidad de leer distintas versiones de este escrito y ofrecer sus reflexiones y comentarios, que han contribuido a mejorar notablemente el texto. Les estoy muy agradecido a todos.

Para empezar: tres epígrafes

—¡Maldito sea, Burris! [...] ¿Es que no ves? ¡No-soy-un-producto-de-Walden-Dos! [...] ¿Cuánto le puedes pedir a un hombre? [...] Impútame lo que he hecho o he dejado de hacer, como te parezca, pero no me exijas la perfección. ¿No es suficiente que haya hecho a otras personas simpáticas, felices y productivas? ¿Por qué esperas que me parezca a ellas? ¿Por qué debo poseer las virtudes que he demostrado son las más adecuadas para una sociedad bien ordenada? ¿Debo mostrar los intereses, habilidades y espíritu abierto que he sabido engendrar en otros?
Frazier, en B. F. Skinner, Walden dos, Madrid: Orbis, 1985, p. 223.
Por culpa vuestra Yahvéh se irritó también contra mí y me dijo: «Tampoco tú entrarás allí. [...]».
Moisés, en Dt. 1:37.
Lo mejor es tener pareja y ser persona; a mí no me ha pasado nunca, pero …
(Una asistente a una charla)

¿Qué tienen en común estos tres epígrafes? ¿Qué relaciona el discurso de Frazier, el relato de Moisés y la aseveración de la asistente? Examinemos primero con detenimiento esta última. Tiene la siguiente estructura (dejando de lado el «pero» final):

X es lo mejor,
X no («nunca») me ha sucedido,

donde X, aquí, claro está, es «tener pareja y ser persona». Vamos a centrarnos primero en la forma abstracta de la afirmación (de ahí la X); ya examinaremos después la particularización a ese valor concreto de X.

La persona que enuncia esta frase —llamémosla a partir de ahora P— asevera que X es «lo mejor». ¿Cómo lo sabe? Por experiencia no puede ser, puesto que ella misma nos acaba de informar de que nunca ha experimentado X. Que X sea «lo mejor», entonces, tiene que ser una creencia de P, una creencia ajena a la experiencia.[1]

¿De dónde sacará P que «X es lo mejor», si es algo que «nunca» le ha sucedido? Lo más probable es que alguien se lo haya dicho, lo debe de haber leído en algún sitio, etc.[2] P, entonces, enuncia que «X es lo mejor», pero porque lo ha escuchado en algún otro lado: algún otro, llamémosle Q, había enunciado previamente (hablando o por escrito, etc.; esto no importa ahora) que «X es lo mejor», y P ha prestado crédito a lo que enunciaba Q.

Creencia (rae): Completo crédito que se presta a un hecho o noticia como seguros o ciertos.

Entreguémonos ahora, por unos instantes, a un experimento mental. Imaginemos que a Q tampoco le haya sucedido nunca X. Podríamos, de este modo, ir a buscar una tercera persona, R, que haya enunciado que «X es lo mejor», y así sucesivamente, en una especie de regresión infinita. O casi infinita, pues el conjunto de las personas que hay, en un momento dado, en el planeta, es un conjunto finito. Podríamos imaginar el planeta entero lleno de personas repitiendo que «X es lo mejor», mientras que «nunca» les ha pasado X, a ninguna de ellas, pero, a pesar de ello, van reforzándose mutuamente, unos a otros, mediante esa repetición, en su creencia compartida.[3]

Podríamos imaginar eso, y estaríamos cerca, verdaderamente muy cerca, de la verdad.[4]

Moisés

Centremos ahora nuestra atención en Moisés. Moisés informa al pueblo judío de que no podrá entrar en la tierra prometida: los ha conducido durante cuarenta años, pero, justito, justito antes de llegar, va y se muere. De hecho, y esto es lo importante, sabe ya antes que va a morir, y se lo comunica a su pueblo. «Es un castigo de Dios». Puede ser, pero eso no es lo que nos importa. Lo que nos interesa es que (1) Moisés les ha convencido a todos, al pueblo judío entero, de que habrá una vida fantástica, para la colectividad, en la tierra prometida, y (2) Moisés mismo informa, por anticipado, de que él no la vivirá, esa realidad fantástica, no podrá vivirla. Por la razón que sea («por culpa vuestra»).[5]

La estructura, en este caso, es:

Id a T, se está muy bien en T.
Aunque yo no iré a T, no voy a llegar.

A Moisés le podríamos plantear una pregunta similar a la que le planteábamos a P: ¿cómo sabes que se está tan bien en T? «¡Hombre!» —dirá algún creyente, indignado—, «¡Si se lo ha dicho Dios mismo!». Puede ser, pero eso (nos repetimos) no es lo que nos importa. Nosotros queremos entender el movimiento sin referirnos a Dios. Y si prescindimos de la hipótesis de Dios como agente, ¿qué nos queda? Alguien que les dice a los demás que hagan algo que él no ha hecho y que además, en este caso, no va a poder hacer, como se lo anuncia con toda claridad de antemano.

Frazier

El ejemplo de Frazier es similar. Un poco de contexto primero: Frazier ha montado una comunidad de más de mil personas basada en una serie de principios; Burris está de visita en la comunidad; Frazier se la muestra, le hace un tour, lo que le va dando oportunidad para explicarle esos principios.

En un momento determinado, Frazier invita a Burris a su habitación; éste se sorprende de lo desordenada y sucia que está. «En Walden Dos», dice Frazier, «la habitación de un hombre es su castillo». Burris anota: «Contemplé en silencio las ruinas del castillo». «Soy un caso curioso de convivencia de tendencias opuestas», sigue diciendo Frazier; «La precisión y el orden de mi pensamiento sólo son superados por el fantástico desorden de mis hábitos personales. Y puesto que en Walden Dos las habitaciones privadas son inviolables ¡éste es el resultado! En otros lugares se impone cierta limpieza y esperamos que nuestros niños sean naturalmente ordenados. Pero es demasiado tarde para los que ya tenemos cierta edad».[6] Un poco más tarde viene la confesión que recogemos en nuestro epígrafe.

En este caso, la actitud de Frazier remite a una impotencia personal, debida a que «no es un producto de Walden Dos». «¿Por qué debo poseer las virtudes que he demostrado son las más adecuadas para una sociedad bien ordenada?», se pregunta Frazier. Efectivamente, ¿por qué? Bueno, le podríamos responder, quizás porque, según tu argumentación, has «demostrado que son las más adecuadas» en otros, para otros, pero a ti no te sirven (porque no llegas, porque eres impotente, o por la razón que sea).

Vivid como yo digo, es «lo más adecuado».
Yo no puedo vivir como yo digo.

Hay una pregunta para Frazier, tan sencilla e inmediata, que se nos impone de un modo ineludible: si lo has «demostrado», pero a ti no te funciona, ¿qué crees haber «demostrado», exactamente?

Consejos vendo y para mí no tengo

Recapitulemos: P piensa que «X es lo mejor», pero nunca le ha sucedido X. Lo debe de haber oído en algún sitio. A diferencia de P, que es una persona cualquiera, y por eso infinitamente substituible, por Q, R, etc., las figuras de Moisés y de Frazier nos presentan la imagen de aquél que origina la «noticia» a la que se puede «prestar crédito»: Moisés lleva cuarenta años guiando al pueblo judío; Frazier ha montado una comunidad de más de mil personas. Y sin embargo, ninguno de ellos dos va a participar de su propia invención,[7] finalmente. Es que no pueden, les resulta imposible. El castigo divino es la metáfora más clara de esa imposibilidad.

Internémonos ahora en un análisis todavía más abstracto. Nos ayudará en nuestra reflexión advertir que tanto la tierra prometida como Walden Dos son, en sí mismos, formas y ejemplos de «lo mejor». Lo mejor para el pueblo judío debía por fuerza de encontrarse en la tierra prometida (en caso contrario, ¿para qué tanto esfuerzo para llegar, por qué afrontar tantos peligros, etc.?); la mejor forma de organización social se encontraba en Walden Dos (si no, ¿quién querría vivir ahí?; además, Frazier había «demostrado» que era «la más conveniente»). Las afirmaciones de Moisés y Frazier, si incorporamos este análisis, se pueden resumir las dos así:

Haced X, es lo mejor.
En cuanto a mí, no voy a poder hacerlo.

En lo que se refiere a P, lo que ella dice es

X es lo mejor.
Nunca hice X.

O, más claro todavía:

Haced X, es lo mejor.
X no está en mi futuro.

versus

X es lo mejor.
X no está en mi pasado.

Una última simetría, entre

X debe estar en vuestro futuro (es lo mejor), pero
X no está en el mío (moriré antes, no puedo, etc.)

versus

X estará en mi futuro (eso espero, pues es lo mejor), aunque
X no está en mi pasado.

Ahora, Moisés y Frazier son figuras escriturales; ellas son adecuadas para encarnar la forma mítica de una enunciación primordial:

Y (alguien mítico) ordena: «Haced X, es lo mejor».
Y añade: «Yo no podré hacer X».

Moisés y Frazier son líderes de su auditorio. Los integrantes de esos auditorios, cada uno de ellos, cada P, Q, R, …, tienen que pensar que sí, que es perfectamente posible hacer X, obedecer la orden. ¿Por qué, si no, se lo ordenaría Y?

Pero, al pasar de Y a P, hemos pasado de la impotencia («no podré») a la falta de experiencia («no me ha pasado»). De la orden («haced») a un enunciado universal («lo mejor es...»). Se ha eliminado el líder, la figura de poder, el creador de la idea. Ahora sólo hay una afirmación, «lo mejor es…» que resuena, que se repite, en la que se cree sin necesidad de experiencia y, como veremos más abajo, en la que se cree también más allá de la experiencia.

Una excursión para hacer una pregunta

Llevamos miles de años haciendo esto. ¿Qué? Esto: seguir, de un modo muy general, directrices inventadas por personas que no han probado, y que en muchos casos no quieren o no pueden probar, lo que recomiendan para los demás. Comprendo perfectamente que el tema es muy complejo, y que no debemos incurrir en simplificaciones excesivas: precisamente la capacidad simbólica del ser humano sirve para conjurar en un instante lo inexistente, para inventar y extraer de la nada lo que nunca ha sido, para hacer presente, en el deseo y la imaginación, también, ¿por qué no?, lo que nadie ha probado. Eso lo entiendo. Pero lo que no entiendo es la facilidad con la que asumimos con tanta ligereza que es una buena idea adentrarnos en direcciones en las que las mismas personas que nos las han señalado no quieren internarse. No es equivalente anticipar el porvenir mediante la palabra que precipitar a un colectivo, a un pueblo entero, hacia algo de lo que, por la razón que sea, no se puede —o no se quiere— participar. Ni tampoco es del mismo orden poder pensar en lo que todavía no existe que ser un altavoz más, involuntario e inconsciente, de los que nos intentan imponer a todos una creencia en «lo mejor», que, como iremos viendo, a medida que profundicemos en nuestro argumento, es tremendamente dañina.

A mí me parece que sería interesante examinar las cosas con más cuidado, molestarse en preguntarle, al que recomienda algo, si, como mínimo, lo ha probado para sí. Y si ese no es el caso, entonces, muy bien, discutamos, si así lo deseamos ambos, sobre las creencias respectivas; pero el estatuto ontológico de la aseveración del otro ha cambiado, está ahora basada en un supuesto, y se ha transformado, por tanto, en una creencia. Ya no puede pretender ser una aseveración universal («lo mejor es...»). Y eso es algo que debe ser tenido en cuenta, porque transforma el contenido y el sentido general de toda la conversación.

No preguntes, ¡maldito seas!

Dan ganas de preguntar, en efecto. Pero hay aspectos, en el discuso de Frazier, y también en el de Moisés, que nos disuadirán de ello. Son detalles que todavía no hemos examinado.

En el discurso de Frazier, se trata de una imprecación («¡Maldito sea, Burris!»), varios reproches y quejas: «¿Es que no ves?», «¿Cuánto le puedes pedir a un hombre?», «Impútame [...], pero no me exijas», «¿No es suficiente [...]?», «Por qué esperas [...]?», «¿Por qué debo [...]?», «¿Debo [...]?». Todas ellas tienen el mismo efecto y un solo propósito: el de la inversión de la carga de la prueba. Ahora es Burris quien se encuentra en falta: no ve; pide demasiado; exige; para él, nada es suficiente; espera demasiado; no dice por qué Frazier debe hacer determinadas cosas; etcétera. El mismo exabrupto de Frazier es, a la vez, la grieta que se abre y que nos permitiría preguntarle «¿por qué no puedes tú vivir como tú mismo predicas?», y el cierre de esa misma grieta mediante la protesta, el reproche, la queja y hasta el insulto. Lo que se ha abierto vuelve a estar cerrado. Es Burris quien tiene que bajar el tono, disculpar, comprender.

El genio, se supone, ha pagado su precio, pero, en realidad, se ha reservado un detallito, no ha entregado un pedacito, que era lo más importante.

¿Y Moisés? En Moisés el mecanismo es todavía más transparente: «Por culpa vuestra Yahvéh se irritó también contra mí».[8] Es culpa vuestra: yo no voy a entrar, pero por culpa vuestra. Naturalmente, esto inicia toda una serie de lamentaciones («Hemos pecado contra Yahvéh nuestro Dios», Dt. 1:41), con sus habituales arrepentimientos, expiaciones, equívocos y demás variadas crueldades. Ya no hay ninguna posibilidad de examinar la estructura de la propuesta de Moisés («id allá, que yo me quedaré aquí»), sino que ahora el problema es el pecado, la reconciliación y la culpa.

En el mismo acto de anunciar que no estará, «Tampoco tú entrarás allí», se desvía la responsabilidad: «Por culpa vuestra»; otra vez la grieta que se abre y que se cierra.

¿Y la pareja? ¡Es lo mejor de lo mejor!

Volvamos ahora a la aseveración de P, y examinemos, como habíamos prometido, el contenido de X. Es doble, ya que se refiere, por un lado, a «tener pareja» y, por otro, también a «ser persona». La segunda parte no conseguimos comprenderla muy bien, a pesar de nuestros esfuerzos: por una parte, ignoramos a qué se refiere P cuando afirma que «lo mejor es ser persona», y por otra nos deja francamente atónitos su falta de empacho en reconocer, ante un auditorio tan amplio, que nunca ha sido persona —más allá de lo que quiera significar, exactamente, con esa expresión—.

O quizás la segunda parte depende de la primera, y lo que nos está queriendo decir nuestra asistente es que «nunca» fue «persona» precisamente porque «nunca» tuvo «pareja». Bien podría ser: lo tendremos presente en lo que sigue.[9]

Nos centraremos ahora en la primera parte: «Lo mejor es tener pareja». ¿«Lo mejor» de qué?, puede uno preguntarse. Lo mejor de nada o, mejor dicho, lo mejor de todo, es decir, lo mejor de lo mejor. No hay nada mejor que tener pareja. «Tener pareja», entonces, está situado en un sitio muy alto, altísimo, superlativo: es, efectivamente, «lo mejor», sin modalización ni paliativos, lo mejor de todo.

El amor es Dios, y además irrenunciable

Por eso no nos sorprenderá leer que Zendaya, la actriz, haya declarado[10] que «amar a alguien es algo sagrado». En la misma declaración, que iremos estudiando descomponiéndola en sus partes, Zendaya aclara (se ve que lo considera necesario) que se trata del «amor entre dos personas» (no vayamos a pensar en cosas raras). «El amor», «la pareja»; en fin, estas cosas: se está hablando siempre de lo mismo. Para P, es «lo mejor»; para Zendaya, es «algo sagrado». Está claro que tanto una como otra le dan un lugar muy alto, altísimo.

Sagrado [rae][11] 1. adj. Digno de veneración por su carácter divino o por estar relacionado con la divinidad.

El amor, la pareja, están, así, situados en el lugar de lo divino, de Dios mismo. Es el bien supremo, el summum bonum. Pero la misma rae, además, nos proporciona otra acepción, que también nos concierne, y que nos resultará de lo más interesante:

Sagrado [rae] 5. adj. Irrenunciable. Sus costumbres son sagradas.

El amor, la pareja, si son, como dice Zendaya, «algo sagrado», y siguiendo esta acepción, son también, entonces, irrenunciables.[12] No se puede, es imposible, renunciar a ellas. No se puede renunciar al amor, no se puede renunciar a la pareja. Es imposible. Y además sería insensato, porque es lo más importante. ¿Quién renunciaría a lo que es más importante?

En Sabela confeccionamos a medida todo lo que puedas imaginar, ya sea para el día más importante en la vida de una mujer como es su boda, [...]

La cita es del 20 de marzo de 2022, no de 1950. Y es una empresa de España, no de —pongamos— la Hungría de Orbán. Es altamente ilustrativo —y muy deprimente— buscar «el día más importante en la vida de una mujer» en Google, con las comillas. Recomendado.[13]

Lo más importante, entonces; lo mejor; algo divino. Algo a lo que no se puede renunciar: eso es imposible.

Cuidado con lo imposible

Cuidado —siempre me lo repito—, mucho cuidado con lo imposible. Cuidado con llamar a algo imposible, porque lo imposible es lo que no se intenta. Nadie en su sano juicio intenta hacer algo que sabe de antemano y con certeza que va a resultar imposible.[14] De este modo, lo que yo creo imposible es, por la estructura misma de mi creencia y la naturaleza misma de lo imposible, aquello que yo no intentaré hacer jamás. Lo imposible, entonces, limita efectivamente mi capacidad de acción, pues le sustrae determinadas avenidas, precisamente esas mismas que he calificado como imposibles.

Un ejemplo muy claro, extraído de mi propia biografía: cuando estudiaba cou, en la efervescencia de la juventud, manteníamos con los compañeros grandes y exaltadas conversaciones sobre nuestro futuro. Una vez, me preguntaron: «Y tú, Blasco, ¿cómo quieres vivir?». «Me gustaría vivir hablando, leyendo y escribiendo», les contesté; «¡Qué chulo!, claro; pero eso es imposible», fue la respuesta que obtuve. Cuarenta y cinco años después, mi vida consiste en leer, escribir y hablar. Ignoro en qué ha llegado a consistir la de ellos, pero lo más probable es que sus ideas sobre lo posible y lo imposible les hayan apartado de un destino equiparable el mío.

El amor obligatorio

Hay que ir con cuidado, entonces, con mucho cuidado, con los imposibles. Para decirlo ahora desde una perspectiva metódica: hay que preguntarle a lo que se presenta como imposible en qué consiste, realmente, esa imposibilidad. Muchas veces, entonces, ante esa pregunta, lo imposible se quiebra, muta, y termina por escapar: en su huida revela que, más allá de su apariencia, siempre había sido, en realidad, otra cosa.

Por ejemplo, una prohibición o una obligatoriedad.[15] En nuestro caso, resulta meridiano: no es que sea imposible renunciar al amor de pareja, es que el amor de pareja es obligatorio; dicho de otro modo, está prohibido no tener, o aspirar a tener, el amor de pareja. Como después resulta que a mucha gente le resulta tremendamente difícil conseguir ese anhelado amor de pareja, todo eso tiene unas consecuencias tremendas, realmente nefastas.

Lo veremos más adelante. Demorémonos unos instantes más en este punto. Lo imposible no es imposible, eso es una tontería. Es tan claro que eso es una tontería que parece mentira que se haya podido pensar, ni que sea por un instante, que vivir sin el amor de pareja es imposible (pero mucha gente lo piensa; en cierto sentido, todos lo pensamos, lo que es una contradicción: la estamos explorando). Está lleno de gente que vive sin pareja y se encuentran perfectamente. Está lleno de gente cuya realización afectiva no es de pareja y que son perfectamente felices. Está lleno de gente cuya vida sexual no sigue los patrones de la pareja y que se lo pasan estupendamente.

Y, sin embargo, se insiste sobre ello. La misma Zendaya, en las mismas declaraciones, afirma que «todo el mundo quiere vivir y disfrutar el amor entre dos personas». La lógica nos es muy útil aquí: si «todo el mundo quiere X» y yo no quiero X, entonces yo no soy parte de todo el mundo. Y, yendo más allá, si «no quiero X», no tendré X, y entonces, como consecuencia, no voy a ser «persona». No soy persona, ni soy parte del mundo.

¿Verdad?

«Todo el mundo quiere». Es una forma muy sutil de decir «todo el mundo debe». Es obligatorio. «Pero, un momento, ¿en qué quedamos?», nos lanzará el lector, confundido, «¿Es obligatorio, o se puede perfectamente de otra manera?», y tendrá razón, toda la razón. Esta aporía es, precisamente, aquello que estamos examinando, el núcleo de nuestra investigación en este escrito. Sigamos instalados en esta contradicción, averiguaremos unas cuantas cosas.

Vivir y disfrutar

«Todo el mundo quiere», entonces; pero, además, «quiere vivir y disfrutar»: «todo el mundo quiere vivir y disfrutar». Una pregunta (es para un amigo): ¿«vivir» implica necesariamente «disfrutar»? Es que mi amigo se pasa el día intentando «vivir» pero, el pobre, lo que es «disfrutar», pues nada, porque siempre le sale fatal.

¡Ah!, pero «todo el mundo quiere disfrutar». Si lo «vives» y no lo «disfrutas» es que lo estás haciendo mal. No es que no te gusten los macarrones, no; tú comes macarrones, y sientes que son una porquería, pero eso es porque no lo estás haciendo bien, no los comes bien, o porque no has encontrado (todavía) los macarrones adecuados (no desfallezcas, ¡hay que seguir intentándolo!). Si comieses bien los macarrones adecuados, los disfrutarías. Porque «todo el mundo quiere disfrutar de sus macarrones». Es lógico, son «lo mejor»: comer macarrones es «algo divino».

Y si de todos modos, a pesar de esto, lo «vives» y no lo «disfrutas», si eso se repite una y otra vez, si no hay manera, pues nada, hombre, entonces siempre puedes recurrir a un terapeuta. A ver si te modifican la conducta y, de una vez, «vives y disfrutas». Así serás como «todo el mundo».

Entre dos personas

Es impresionante lo insensibilizados que estamos ante lo que se arroja, incesantemente, sobre nuestras cabezas. Escuchamos tantas atrocidades al día, pertenecientes todas a la misma fábrica, a la que piensa que hay una única cosa que es «lo mejor», y «lo mejor» para todo el mundo, que ya no reaccionamos como deberíamos, si no estuviésemos adormecidos, cuando escuchamos o leemos cosas como esta: el amor (¡pues claro!) tiene que ser «entre dos personas».

¿Qué quiere decir esto? Un montón de cosas, todas horribles. Por ejemplo, que aquel cuyos amores estén desperdigados en vez de concentrarse en una sola persona no podrá ya más reconocerse en «todo el mundo», y por tanto padecerá de las diversas formas de abyección (de ab-jectum): inexistente, loco, enfermo, raro, friki,... Cuidado, que no es ninguna broma: no podrá reconocerse a sí mismo, pensará que está enfermo y, probablemente, terminará de verdad enfermo. Será tratado de rarito o peligroso o directamente malo o impresentable o mal ejemplo o no-persona o algo peor por los demás. Y todo eso solamente por la forma en que a él o a ella le aparece lo amoroso, lo afectivo. ¿Tenemos derecho a seguir apoyando, sustentando, un modelo de sociedad que condena a la enfermedad, a la locura o a la muerte a las personas cuya distribución de la carga amorosa no es la que impone Hollywood?

Del mismo modo, y al mismo tiempo, al no ser parte de «todo el mundo», la realidad psico-afectiva de esas personas no tendrá, tampoco, posibilidad de reconocimiento legal. Resulta muy claro: si se lo dejo todo a mi marido y a mis niños, pues ¡estupendo!, exención impositiva, ¡hay que proteger a la familia, es la estructura básica de la sociedad!; pero si la gente que yo amo son, pongamos, diez personas, y se lo quiero dejar todo a ellos, a todos ellos, en determinados porcentajes, ah no, entonces no, caballero, de ninguna manera, se me aplican los mismos impuestos que si se lo dejo a un completo desconocido, y el estado se puede llegar a quedar la mitad o más de mis bienes.[16] Hay un castigo económico tremendo que constituye una discriminación absolutamente inaceptable contra las formas no estándar de vinculación. ¿Qué nos autoriza a castigar así, comparativamente, a confiscar, a aquellos cuya distribución de la carga amorosa no es la considerada habitualmente normal?

Y esto a partir de un trocito, un pedacito, aparentemente inocente, de frase. Es que perdemos la cabeza. Nos figuramos a la Zendaya en un coche con Tom Holland y, claro, pues lo normal, unos besitos, ¿no?, qué quieres, si es que son tan jóvenes, dicen esas tonterías, es para la prensa, pero mira qué monos que son, bueno ella, ella es preciosa, todo eso no significa nada, todo eso que dicen, los artistas.

¿Nada? ¿Cómo que nada?, si nosotros mismos creemos esas cosas, plenamente las creemos. ¿Que no? Más abajo encontraremos una demostración, bastante concluyente, de que es así. Creemos que no nos las creemos, pero en realidad nos las creemos. Y además no nos damos cuenta, lo que nos vuelve todavía más inermes. Más víctimas, sin darnos cuenta, pero también y a la vez más victimarios.

Dos visiones

Y es que los cuerpos modernos están siendo bombardeados, de un modo continuo, por discursos crecientemente dañinos. Sometidos, continuamente, a visiones que los empequeñecen, que los esclavizan, que los vuelven imbéciles, que los convierten a ellos mismos en seres también crecientemente dañinos. Esas visiones están respaldadas por prácticamente todo lo que nos rodea y nos influye: la prensa mainstream, las series, las películas, los libros, la televisión, los anuncios, nuestra propia familia, los amigos, nuestra pareja. Por prácticamente todo.

En un cierto momento de la vida, uno puede llegar a pensar «todos, todos, piensan lo mismo; si yo no pienso lo mismo, debo estar loco (o ser un enfermo, un delincuente, etc.)». La impresión que uno puede llevarse es que, a fin de cuentas, las cosas son como son: hay una única visión, y lo demás son tonterías.[17]

Pues no. Resulta que no hay una única visión. Lo que sí hay es una visión que quiere, que pretende ser, que se presenta como la única. Y que después acusa a las caricaturas que hace de las demás visiones de ser «ideología», las acusa y las acosa. ¿Y ella qué es? «Lo natural», claro. Es decir, otro nombre para el poder.

Como aquí mismo: han ido apareciendo, sin que nos diésemos mucha cuenta, dos visiones. Una, más nueva, que cuesta, da trabajo, tener y mantener: hay que pensar, no es la habitual. Una que nos introduce en la diversidad: hay distintas maneras de ser feliz, de encontrarse bien, de amar, de gozar. No existe «lo mejor», en todo caso existirá lo mejor para uno, que no tiene por qué ni siquiera parecerse remotamente a aquello que es lo mejor para el otro. Averiguar cada cual qué es lo mejor para sí nos introducirá en una averiguación personal, por otra parte imprescindible, en una investigación sobre lo propio, de corte spinoziano.

Otra visión, más antigua, y que no reconoce que es una visión, sino que pretende ser la descripción del estado de cosas, la explicación del mundo, nos dice que la pareja, el amor de pareja, son obligatorios. Es lo que quiere todo el mundo; si no lo queremos, no somos parte del mundo. Estamos fuera del mundo. A la pareja no se puede renunciar, al amor de pareja no se puede renunciar. Está prohibido. Y existe algo que es «lo mejor», lo mismo para todo el mundo: es «el amor» de pareja, es «la pareja», es «lo mejor», es «algo sagrado».

Siempre es más cómodo pensar como «todo el mundo», lo otro es costoso, da trabajo. Es más cómodo, pero también es mucho más dañino. El bien, para el ser humano, no es natural, cuesta, no es fácil, no resulta sencillo, no va de suyo. No hay connaturalidad del bien, en el ser humano. Por eso cuando alguien cree haber encontrado el bien de un modo natural, de un modo fácil, hay que empezar a sospechar. Al bien sólo se accede mediante artificios cada vez más complejos. Lo demás es el horror de «lo mejor», la pesadilla en blanco y negro —el NO-DO[18]— de lo obligatorio, presentado como «algo sagrado».

Por ser vos quien sois, bondad infinita...

Antes hemos hecho referencia al bien supremo, al summum bonum. Las concordancias teológicas no terminan ahí; en general, al creyente de tropa se le suele aplicar una política del palo y la zanahoria: sí, Dios es el bien supremo; pero..., por si acaso, si no haces lo que dice Dios, te lo vas a pasar mal, pero que muy mal, amiguito: hemos inventado las torturas más tremendas, las más terribles que te puedas imaginar, para que recuerdes lo que es bueno para tí. Así —literalmente— sabrás lo que es bueno.

Hay una oración cristiana en la que esto se ve de una manera diáfana, la que empieza con Señor mío, Jesucristo:

Señor mío, Jesucristo,
Dios y Hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío;
por ser vos quien sois, bondad infinita,
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón el haberos ofendido.

Hemos señalado en cursiva las razones del creyente para el acto de contrición:[19] por lo que Tú eres, y por lo que te quiero, te pido perdón, Dios mío.

La oración continúa así (ahora, desde luego, viene lo bueno):

También me pesa, porque sé que podéis castigarme con las penas eternas del Infierno.

El resto ya no importa. El «detallito», que se ha reservado para el final, resultaba ser lo más importante.[20] «También me pesa»... ehhh, bueno, claro, yo te quiero mucho, ¿eh?, pero, verás,[21] es que, realmente, esto del infierno, ¿cómo era, exactamente?, ...

«Oiga» —dirá el lector—, «todo esto es, ciertamente, muy interesante; pero, ¿y el amor? ¿No estábamos hablando del amor?». Sí, claro que sí; ahora vamos, ahora vamos, con el equivalente del infierno. No hace falta buscar mucho, de ninguna manera. Leamos, por ejemplo, el siguiente titular del ¡Hola!: «Nicole Scherzinger, destrozada tras romper otra vez con Lewis Hamilton».[22]

Destrozada [rae]: despedazada, destruida, hecha trozos.

Deshecha. La misma fuente: «Raquel Sánchez Silva no ha rehecho su vida sentimental» (¡la pobre!). Rehecho: se ve que estaba deshecha. Claro que sí: estaba des-trozada, estaba hecha trozos.

Si no consigues «lo mejor», estarás destrozada, deshecha, destruida, hecha trozos. Reventada. «¿Pareja o revienta?». ¡Pareja, pareja! Que es «lo mejor», ¿eh?. Ya me lo he aprendido. «Pues, si no te sale, ya te puedes ir preparando».

¡Huy, no, no! También me pesa...

La prensa del corazón como psicoterapia

Claro, no todo el mundo tiene dinero para ir al psicoterapeuta, pero para comprarse el ¡Hola!, sí. Te entretienes, te distraes, y además repasas los conceptos: destrozada, rehecho, nos muestra su mansión...

O el Cosmopolitan, que es más fino (es que es para universitarias, ¿eh?) y tampoco es tan caro: «50 frases bonitas sobre el amor y enamorarse» que «quizás» «puedan ayudarte a mantener viva la llama de vuestro amor durante mucho tiempo». «Quizás», sí. Por lo que vale el Cosmo, ¿qué esperabas? Si quieres garantías, búscate un psicólogo.[23]

Aquí también repasamos conceptos, desde luego: la «llama del amor», por lo visto, va perdiendo «vida», y hay que hacer cosas para «mantenerla viva», como leer «frases bonitas sobre el amor y enamorarse».

Parece que es una buena cantidad de trabajo, todo esto; es muy arduo, diría cualquiera. Pero es que vale la pena. Claro, hombre. Porque es divino. Es sagrado. Es «lo mejor». Y, además, además,... porque también me pesa. ¡Yo no quiero estar destrozada, reventada, ni deshecha, oyes!

Lo irrenunciable, y la familia

Veíamos antes que no se puede renunciar al amor. Y, mira qué casualidad, a la familia pues resulta que tampoco. En el episodio 9 de la primera temporada de la serie de Disney Wandavision se afirma, justo antes de 32:25, que «una familia es para siempre», y después se añade: «Nunca podríamos separarnos, ni aunque lo intentáramos».[24] Se respira aquí el mismo ambiente asfixiante, de franca y repulsiva pesadilla: separarse es imposible, de nada sirve intentarlo. La familia es para siempre. No puedes huir, no puedes escaparte. No puedes.

Contra toda evidencia, cuando basta con salir, caminando, por la puerta. La cantidad de gente que lo ha hecho, salieron a por tabaco, con las manos en los bolsillos, y ya no los vieron nunca más.[25] Y, sin embargo, se sigue manteniendo que es imposible. No se puede renunciar a ella.

La misma estructura que con lo del amor y la pareja. Es obligatorio tener pareja, aunque mucha gente viva perfectamente sin ella. Y es imposible escapar de la familia, aunque exista quien lo ha hecho.

Es un horror. Especialmente, porque es precisamente la creencia de que no se puede renunciar a la familia lo que produce estos complejos de Edipo infinitos, prácticamente incurables, que torturan diariamente a nuestros pacientes.

Hay cosas con las que no se puede. O te das cuenta de ello, o mueres luchando contra lo imposible. Y, no, en contra de lo que te han dicho, no es siempre un final nobilísimo, para un ser humano, ni te convierte en un héroe, el morir luchando contra lo imposible. Que te quede muy claro: si lo imposible es tu familia, morir luchando contra ella no te hace ser un héroe, sino un perfecto imbécil.

La pareja no es para todos

De un modo similar, es la creencia en que el amor, la pareja, el amor de pareja, es «lo mejor» y algo a lo que no se puede renunciar, lo que hace que muchos pacientes desperdicien su vida entera intentando una vez y otra algo que les sale mal, que siempre les ha salido mal, y que siempre les saldrá mal.

«¿A todos? ¿Cómo lo sabes, que les saldrá mal a todos?». Ah, pero yo no he dicho eso. Está claro que amar es difícil, y que a tener pareja se puede, en algunos casos, aprender.[26] Está claro que uno no puede desanimarse al primer fracaso, y que las cosas hay que intentarlas varias veces, hasta que salgan bien.[27]

Pero también está claro que hay un número muy alto de personas que nunca consiguen una relación de pareja satisfactoria. O no consiguen encontrar pareja o, cuando la encuentran, el vínculo se convierte muy rápidamente en un infierno: o se discuten, o no hacen nunca el amor y eso les desespera,[28] o no encuentran la manera de comunicarse, o lo que sea. Hay un número muy alto de personas a las que les sucede eso una y otra vez, por más que lo intenten, y después de un número muy grande de intentos. En lo demás, en algunos casos, con el tiempo se van encontrando mejor, y hasta bastante bien. Algunos llegan a funcionar razonablemente bien en casi todos los ámbitos de su vida, excepto en ese, en el de la pareja. Cuando están en pareja, es un infierno; el resto, les sale todo de un modo bastante correcto.

Para estas personas —que, insistimos, son un porcentaje más alto de la población de lo que se suele creer—, la diferencia entre pensar que el amor, que tener pareja, que el amor de pareja, es «lo mejor», que es «algo sagrado», o tener una visión más amplia, es toda la diferencia que hay entre una vida que es un infierno indefinidamente repetido y una vida vivible.

La responsabilidad moral ante el amor

Muchas personas, además de pasárselo mal cuando están en pareja, dañan terriblemente al otro. Todos hemos sido dañados, desde luego, en algún momento, por alguna de nuestras parejas, si las hemos tenido, y todos hemos también dañado, de algún modo, a algunas de nuestras parejas. Pero algunas personas son tremendamente dañinas. No tiene eso nada que ver con que sean o no buenas personas, no tiene nada que ver con su intención consciente, no tiene nada que ver con lo que se proponen. Hacen determinadas cosas, muchas veces sin darse cuenta en absoluto, y eso daña a los demás. Intervienen en ello más factores de los que tenemos tiempo de enumerar aquí: han aprendido esas maneras de hacer que hieren, esas actitudes que dañan, con su familia, en el colegio, con sus amigos; las han vivido con sus propias parejas, muchas veces con las más tempranas, y han incorporado esa manera de hacer, sin reflexionar en ello, quizás pensando que es la única forma posible de hacer las cosas; etc.

Ahora un problema ético: ¿tengo derecho, en aras de mi realización amorosa, a ir dejando un reguero de muertos, de malheridos, de corazones rotos, de personas dañadas? ¿Es ese derecho, en caso de que la respuesta sea afirmativa, absoluto o condicionado? Y, en caso de que sea condicionado, ¿cuáles son las condiciones que determinarían que, en mi caso concreto, no tenga ya más ese derecho, es decir, que, por el bien de la sociedad, mejor que no intente ya más tener vínculos de pareja?

Si un planteamiento así suena tremendo, casi impensable; si se nos revuelven las tripas ante su mera idea; si nos parece, a todas luces, un exceso... es porque, en cierto modo, nosotros también creemos que al amor de pareja no se puede renunciar, que sería demasiado cruel pedirle eso a alguien. Es muy cruel, es demasiado; es excesivo. Por mucho que, intelectualmente, nos situemos en el otro lado, por mucho que pensemos creer en la diversidad, si nuestro planteamiento nos ha revuelto las tripas, tiene que ser que también, en alguna parte de nuestro ser, seguimos creyendo que el amor de pareja es «lo mejor», y que, para conseguir «lo mejor», pues, claro, cualquier sacrificio es poco. Aunque sea el sacrificio del otro.


Esta es la división, esta es la aporía a la que aludíamos antes, esto es lo que estamos estudiando. Es una división que está en cada uno de nosotros.


Y ahora, otra pregunta emparentada, menos tremenda y quizás más fácil: aun suponiendo que yo no sea una persona que cause un gran daño al otro (es decir, un daño atribuible a mí) cuando mis relaciones amorosas fracasan, si paso años y años invirtiendo una cantidad ingente de energía en intentar que me funcionen unas relaciones que nunca me funcionan, ¿tengo derecho a privar de ese modo a mis contemporáneos de mi fuerza y mi energía, tengo derecho a ofrecerles ese ser exhausto y un poco deprimido, ese fracasado ante el amor, en vez de intentar otras vías, probar otras cosas, no terminar derrengado, estar un poco más contento?

«¿A tí que te importa? ¡Con mi vida hago lo que quiero!». Sí, hombre, sí, claro que sí; lo que tú quieras. Pero cuando me vengas a llorar otra vez porque te ha dejado la novia, te va aguantar el rollo tu mamá.

Otros, mejores que lo único mejor

Habrá que repetirlo, entonces. Hemos atravesado la frontera del conocimiento abstracto y nos hemos internado en la ética, en lo social, en la política. Habrá que irlo repitiendo:

Se puede ser perfectamente feliz sin tener pareja. Se puede ser perfectamente feliz sin tener hijos. Se puede ser perfectamente feliz sin tener sexo con otros: tener sexo no es, de ningún modo, obligatorio, y tampoco es necesario.

No existen las necesidades sexuales,[29] esa es siempre la excusa del que te quiere violar.

Si tienes mucho sexo con el sexo opuesto, esto no te hace más hombre, ni tampoco más mujer, ni despejará tus dudas de si eres o no homosexual.

Si no tienes pareja, no eres un fracaso de persona, ni un ser incompleto. La pareja, si la tienes, no te va a completar nunca. Eso, estar completa, eso no existe.

Si no tienes sexo con nadie, no eres un tarado abominable, ni te van a señalar con el dedo por la calle, ni eres la persona con peor suerte del mundo ni se te caerán ni pudrirán los genitales. Si eres un bio-hombre, no te van a reventar los testículos; si eres una bio-mujer, no te van a salir telarañas: a nadie, jamás, verdaderamente nunca, le pasó eso.[30]

Se puede amar a más de una persona; de hecho, es altamente recomendable. Pero querer acostarse con todo el mundo a quien uno ama es, además de un error de concepto, una idea obsesiva, que limita tremendamente el amor y en general todas las relaciones sociales.

No todo el mundo va a poder ser feliz en pareja: para algunas personas, eso puede funcionar; para otras, habrá otras modalidades de felicidad, pero esa les estará vedada. Y, con toda probabilidad, alguna de esas formas no estándar les estarán vedadas a aquellos a los que les funciona bien la pareja.

No es ninguna desgracia, el no tener pareja, del mismo modo que no es ninguna suerte que te funcione la pareja.

No es que tener pareja sea lo mejor, es que tener pareja no es ni siquiera natural.

Y sobre todo: antes de ponerte la idea de otro, averigua primero si te sienta bien. Si con la ropa acostumbras a hacerlo; ¿por qué no lo ibas a hacer con las ideas, que son algo mucho más complejo, y tiene muchas, muchísimas más consecuencias ponérselas?


«Y lo mejor, ¿dónde queda, entonces, lo mejor?». Te diré qué es, lo mejor: que «lo mejor» no exista.


Tregurà de Dalt-Barcelona, 18 de marzo–13 de mayo de 2022


Notas

1 Para un sólido examen de algunas de las cuestiones consideradas aquí, abordadas desde una perspectiva mucho más clásica que la nuestra, cfr. la ponencia Mitología amorosa (2016), presentada por Daniel Cañero a las xvi Jornadas Psicoanalíticas del epbcn. 
2 Desde luego que «X es lo mejor» podría también responder a una intuición, una visita de las musas, una revelación divina, etc.; son perspectivas —poco probables— que no vamos a explorar aquí. Debo la discusión de esta objeción a varios de mis lectores, encabezados por Silvina Fernández y Andrea Segura. 
3 Por supuesto que, como me señala con toda la razón Carles fabregat, podrían haber otras personas (y en el mundo real, con seguridad las hay) cuya creencia fuera distinta, o que sí que hubiesen tenido experiencias de pareja. Pero no es lógicamente imposible, es decir, es concebible —a fin de cuentas, se trata de un experimento mental— que ambos conjuntos de personas no se comuniquen el uno con el otro. 
4 Para hacer de una vez explícita la influencia: del mismo modo que el género performado, en Butler, produce la ilusión de una esencia que se expresa, la repetición universal de que «lo mejor» es X produce la ilusión, también universal, de un anhelo esencial de X, que residiría en lo más íntimo de todos nosotros. 
5 La cuestión del castigo de Moisés, de a qué responde, cuál habría sido su falta, etc., es, todavía hoy, objeto de debate. Como ya hemos indicado, no es lo que nos interesa aquí. 
6 El énfasis es nuestro. 
7 Si prescindimos de Dios, Moisés se ha inventado la tierra prometida. 
8 Las citas del Deuteronomio están extraídas de la Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouver: Barcelona, 1966. 
9 Como nos han señalado varios de nuestros primeros lectores. Por otra parte, Andrea Segura llama nuestra atención sobre la circunstancia de que es la per-sona, la máscara, la que permite la actuación y, por ende, la misma agencia. En este sentido, claro está, la relación sería justamente la inversa: precisamente porque soy persona, puedo «tener pareja». De todos modos, se hace difícil pensar que la asistente tuviese presentes, en el momento de expresarse, estas referencias. 
10 La cita completa, que no tiene desperdicio, es esta: «Amar a alguien es algo sagrado y muy especial; todo el mundo quiere vivir y disfrutar el amor entre dos personas». Incidentalmente, no nos preocupa en absoluto si la traducción de La Vanguardia es o no fiel a las declaraciones originales, ya que esas declaraciones nos interesan tan sólo como ejemplo de algo que es perfectamente cotidiano (podríamos haber escogido cualquier otra equivalente, se producen de un modo incesante), y no para hacer un estudio sobre la persona que la ha perpetrado. 
11 Todas las citas de la rae están tomadas de la actualización de 2021 de la Edición del Tricentenario del Diccionario de la Lengua Española. 
12 Entiéndase bien la operación que estamos haciendo aflorar: no pretendemos haber penetrado en la psicología de Zendaya (en realidad, ¿cómo podríamos haberlo hecho?), que no nos interesa en lo más mínimo, sino señalar las contaminaciones semánticas en que las palabras usadas por la actriz (y por tantos otros que se haría imposible enumerarlos), palabras que para nada son inocentes, invariablemente incurren. Por lo demás, lo que seguirá dará su plena justificación independiente a esta nueva significación, cuyo uso, en este punto podría quizás objetarse como abusivo. 
13 Pero hacedlo un día que no estéis muy flojos: corréis el riesgo de no poder levantaros del suelo, a donde os habréis deslizado, fulminados y muy deprimidos. 
14 Nos estamos refiriendo a la imposibilidad lógica, la que se refiere a aquello que no puede, bajo ninguna circunstancia, llegar al ser, y no a una imposibilidad que pueda ser superada, por ejemplo, por un genio, por una persona innovadora, que se proponga, ella sí, realizar lo que, hasta entonces, se había considerado irrealizable. Desde luego, la frontera entre los dos conceptos es más lábil de lo que podría parecer de entrada, lo convierte a su consideración en algo fascinante. Debo el señalamiento que ha llevado a la reflexión que incluye este matiz a Andrea Segura. 
15 Para comprender cabalmente este párrafo, vendrá bien recordar que lo obligatorio es lo que está prohibido no hacer y, de un modo similar, lo prohibido es lo que es obligatorio no hacer, de manera que cada uno de los conceptos es el dual del otro. 
16 En Catalunya, las bonificaciones para el cónyuge llegan al 99%. Por otra parte, existe una figura muy poco conocida, llamada «relación de convivencia de ayuda mutua», que permite relaciones no clásicas, pero está llena de detalles arbitrarios: hay que convivir bajo el mismo techo (¿por qué?), sólo se aplica a un máximo de cuatro personas (otra vez, ¿por qué?), etc. Además, curiosamente, se equiparan los derechos a los de los nietos y bisnietos, pero no a los del cónyuge o los hijos, y sólo puede gozarse de los beneficios en el momento de una transmisión mortis causa, no en el caso de una donación (el ciudadano, ya se sabe, es salaz y falaz, en definitiva un ladronzuelo y un tramposo: si se le diese libertad, defraudaría todo el tiempo). De este modo, y dicho muy literalmente: si quieres aprovecharte de esa pequeña ventaja, que no resiste la comparación con las relaciones «de verdad», las de pareja, resulta que estás obligado a morirte primero. 
17 Resulta mucho más tranquilizador pensar eso. Y fascista, además, también es fascista. Por eso es la forma preferida de pensar de las variadas ultraderechas que componen gran parte del arco político de este desgraciado país. 
18 Acrónimo de Noticiario Documental Español, noticiero propagandístico semanal del régimen franquista, de visionado obligatorio en todos los programas de cine. 
19 La oración es también conocida como «Acto de contrición». 
20 Alguien entre los propios cristianos se habrá dado también cuenta de esto, de modo que ciertas versiones de la oración suprimen este revelador verso, lo que es a simultáneamente una lástima y muy divertido. En otras, o falta «eternas», o se suprime «sé qué», o «Infierno» se escribe con minúscula, etc. 
21 Es fantástico, realmente. Siempre lo pongo como ejemplo de desplazamiento, en mis clases de psicoanálisis: desplazamiento del acento psíquico. 
22Aquí está en enlace, pero mucho cuidado, que es radiactivo. 
23Spoiler: si te las promete, no es honesto, porque tampoco está en condición de dártelas. 
24 Expresiones, notará el lector avisado, que se repiten sin modificación en la película Dr. Strange en el multiverso de la locura; o, para ser más exactos, son las escenas mismas las que se repiten. En cuanto a la referencia a la Bruja Escarlata, está elegida con toda la intención: es que ella ha sido contaminada por el Darkhold. Como todos nosotros. 
25 Por supuesto que no es tan sencillo: uno sale por la puerta y se lleva puesta, dentro del alma, a la familia entera. Pero el lector sabrá comprender hacia dónde nos dirigimos. 
26 Debo la explicitación de este matiz a las observaciones de varios de mis lectores, encabezados por Mar Martín. 
27 Es inquietante reflexionar en el hecho de que casi todos nuestros lectores creen poder reconocerse, de un modo inmediato, en esta excepción: están, quizás, dispuestos a seguir nuestro argumento, pero siempre que no se les aplique a ellos. Por ejemplo, tú, que me estás leyendo ahora, ¿dónde te has situado? 
28 Otros no hacen nunca el amor y ya les parece bien; en ese caso, ¿por qué tendríamos que tener algo que decir sobre ellos? 
29 Como observa muy bien Freud, la sexual es la única necesidad que se satisface perfectamente con una alucinación. 
30 Si incluímos estas expresiones, que podrían parecer demasiado coloquiales, como nos han señalado algunos de nuestros lectores, es porque las hemos escuchado primero, en innumerables ocasiones, en los divanes. Siempre dichas, se supone, «en broma», como chascarrillos, seguidos, seguramente, de una risita, muchas veces nerviosa: es para hacer ver, para pretender, que, en realidad, no se está creyendo en ellas (pero, entonces, ¿para qué se dicen?). Su repetición, que no cesa, es algo que debería inquietarnos. No alcanza con ponerse de acuerdo con el paciente, pensar también que «es broma» y seguírsela, y después hacer ver que estas cosas no se han escuchado. Un psicoanalista tiene el deber (epistémico) de investigar precisamente aquello que lleva en sí la indicación de no ser investigado. Y además, parafraseando a Freud, no se puede exorcizar lo escuchado in effigie, in absentia. 

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