Textos para pensar


La falsabilidad del psicoanálisis
Descuidos popperianos

Josep Maria Blasco [CV]

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Nota del Editor

El presente texto fue distribuido como soporte para la ponencia del mismo título pronunciada por el autor en las XIX Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas Aperturas en Psicoanálisis (VIII).

Introducción

Continuamos aquí nuestro estudio, iniciado anteriormente, del texto de Karl Popper habitualmente considerado como el lugar donde su autor demostraría la falta de cientificidad del psicoanálisis o, para decirlo utilizando el término con el que suelen vulgarizarse sus afirmaciones, la característica pseudocientífica de éste: nos referimos al capítulo titulado «La ciencia: conjeturas y refutaciones», incluído en el volumen que lleva por título Conjeturas y refutaciones, publicado originalmente en 1983 por la Editorial Paidós. Retomamos de nuestra publicación anterior la convención de referirnos por brevedad a ese capítulo mediante las siglas $CR$, y daremos por sentados también tanto el análisis lógico que en ella realizamos como las abundantes citas con las que sosteníamos nuestro argumento. En este sentido, el presente artículo debe considerarse una extensión del anterior, y no se comprenderá cabalmente más que en una lectura secuencial y conjunta.

Estructura del presente artículo

La primera sección, titulada Algunas precisiones sobre el concepto de ciencia, amplía la información presentada en nuestro artículo anterior. En ese hicimos notar que el concepto de pseudociencia en Popper no corresponde con la significación que se le asigna a ese término en la actualidad; en éste veremos que la noción misma de ciencia en Popper tampoco es la habitual, al menos en lo que corresponde a su criterio de demarcación, y mostraremos también que la cuestión de calificar y clasificar las no-ciencias es mucho más compleja de lo que habitualmente se da por sentado.

Las siguientes secciones retomarán el examen de $CR$.

Habíamos adelantado, en efecto, que la argumentación popperiana era pasible de muchas más críticas que la estrictamente argumental a la que la habíamos sometido. En esta ocasión nos ocuparemos de algunas de esas otras críticas posibles, sin pretensión alguna de exhaustividad, y sin imponernos, tampoco, un orden determinado de antemano.

En las secciones tituladas ¿Dónde está una teoría? y El descrédito de los fanáticos examinaremos la validez de la argumentación popperiana, retomando en el primer caso el análisis de determinado fragmento de $CR$ que ya examinamos previamente, aunque esta vez lo haremos desde otro punto de vista.

En la sección titulada Interludio: refutación y observación, situada entre las dos anteriores, se examina la noción de «observación» empleada por Popper y se observa que si el psicoanálisis fuese refutable, no sería por la razón que menciona Popper, sino por una mucho más básica y anterior lógicamente.

La sección titulada Refutar «el psicoanálisis mismo» se dedica a examinar un llamativo exceso en una frase de Popper que introduce una asimetría sospechosa entre su tratamiento de la física y el psicoanálisis.

En la sección titulada La ignorancia popperiana nos dedicaremos a rastrear una vez más la calidad y el uso que hace Popper de las referencias freudianas.

Nuestro artículo termina con la sección titulada Un Popper ambivalente, en la que realizamos una valoración de conjunto de lo averiguado hasta el momento.

1. Algunas precisiones sobre el concepto de ciencia

1.1. ¿Qué significa «ciencia» en Popper?

En nuestro artículo anterior habíamos puesto de relieve que el uso del término «pseudociencia» en Popper no es en absoluto equivalente al que es habitual en la actualidad. También convinimos, en aras de la precisión, en limitar nuestro estudio a $CR$. La obra de Popper, sin embargo, es mucho más amplia, así como lo es la literatura especializada sobre el tema. No es nuestra intención abordarlas aquí; sin embargo, no queremos dejar pasar la oportunidad de referirnos a dos fragmentos del articulo titulado «Karl Popper», publicado en la excelente Stanford Encyclopedia of Philosophy y firmado por Stephen Thornton, ya que refuerzan de un modo particularmente impresionante nuestro argumento y contribuyen a iluminar con una luz todavía más clara lo siniestro de un error que no cesa de repetirse.

La primera cita nos permitirá ver que lo que Popper denomina «ciencia» no corresponde en absoluto a lo que normalmente adscribimos a ese término:

As Popper represents it, the central problem in the philosophy of science is that of demarcation, i.e., of distinguishing between science and what he terms ‘non-science’, under which heading he ranks, amongst others, logic, metaphysics, psychoanalysis, and Adler’s individual psychology.

¿Por qué la lógica misma es, para Popper, no-ciencia? Porque no tiene contenido empírico y, en ese sentido, no es refutable. Incidentalmente, lo mismo puede decirse de las matemáticas: no es concebible ninguna observación empírica que pueda refutar una teoría matemática. Además, las teorías matemáticas no son ni verdaderas ni falsas; lo que pueden ser es o bien inconsistentes (autocontradictorias) o bien consistentes y, en este último caso, siempre tienen modelos (es decir, y simplificando un poco, conjuntos especialmente diseñados para que sus teoremas sean todos verdaderos).

«Pero las matemáticas y la lógica», dirá cualquiera que tenga un mínimo de conocimientos sobre el tema, «son precisamente el paradigma de la ciencia, de la ciencia exacta, de lo científico mismo». Y tendrá toda la razón. ¿Qué podemos deducir? Que no sólo la noción de pseudociencia en Popper no tiene nada que ver con la que se utiliza habitualmente, sino que la noción de ciencia tampoco, puesto que excluye nada menos que a la lógica (y a las matemáticas).

1.2. Ciencia, no-ciencia, pre-ciencia, pseudo-ciencia

La segunda cita, extraída de la misma fuente, es también muy informativa:

On this criterion of demarcation physics, chemistry, and (non-introspective) psychology, amongst others, are sciences, psychoanalysis is a pre-science (i.e., it undoubtedly contains useful and informative truths, but until such time as psychoanalytical theories can be formulated in such a manner as to be falsifiable, they will not attain the status of scientific theories), and astrology and phrenology are pseudo-sciences.

No suena igual «ser una pre-ciencia» que «ser una pseudo-ciencia», más allá de las matizaciones que se puedan hacer sobre el uso del término «pseudo-ciencia» en Popper. Y es importante recordar, como hicimos en nuestro artículo anterior, que lo que se repite, incansablemente, por mucho que sea falso, es que Popper demostró que el psicoanálisis es una pseudo-ciencia (y no una pre-ciencia[1]).

En cualquier caso, la clasificación de lo que no es ciencia (no sólo en Popper) es un tema sujeto a continuos debates. Por ejemplo, el artículo «Science and Pseudo-Science», de la misma enciclopedia en línea, ofrece una clasificación distinta:

The phrases “demarcation of science” and “demarcation of science from pseudoscience” are often used interchangeably, and many authors seem to have regarded them as equal in meaning. In their view the task of drawing the outer boundaries of science is essentially the same as that of drawing the boundary between science and pseudoscience.

This picture is oversimplified. All non-science is not pseudoscience, and science has non-trivial borders to other non-scientific phenomena, such as metaphysics, religion, and various types of non-scientific systematized knowledge. (Mahner (2007, 548) proposed the term “parascience” to cover non-scientific practices that are not pseudoscientific.) Science also has the internal demarcation problem of distinguishing between good and bad science.

A comparison of the negated terms related to science can contribute to clarify the conceptual distinctions. “Unscientific” is a narrower concept than “non-scientific” (not scientific), since the former but not the latter term implies some form of contradiction or conflict with science. “Pseudoscientific” is in its turn a narrower concept than “unscientific”. The latter term differs from the former in covering inadvertent mismeasurements and miscalculations and other forms of bad science performed by scientists who are recognized as trying but failing to produce good science.

2. ¿Dónde está una teoría?

Retomemos ahora, volviendo a $CR$, una cita en su contexto. En la página 59, Popper está refiriendo su desencanto e inquietud con la tendencia de los defensores del marxismo, el psicoanálisis freudiano y la «psicología del individuo» de Adler a encontrar continuamente confirmaciones de sus teorías. A propósito de Adler, escribe:

En lo que respecta a Adler, quedé muy impresionado por una experiencia personal. Una vez, en 1919, le informé acerca de un caso que no me parecía particularmente adleriano, pero él no halló dificultad alguna en analizarlo en términos de su teoría de los sentimientos de inferioridad, aunque ni siquiera había visto al niño. Experimenté una sensación un poco chocante y le pregunté cómo podía estar tan seguro. «Por mi experiencia de mil casos», respondió; a lo que no pude evitar de contestarle: «Y con este nuevo caso, supongo, su experiencia se basa en mil y un casos».

E inmediatamente, añade:

Lo que yo pensaba era que sus anteriores observaciones podían no haber sido mucho mejores que esta nueva; que cada una de ellas, a su vez, había sido interpretada a la luz de «experiencias previas» y, al mismo tiempo, considerada como una confirmación adicional. «¿Qué es lo que confirman?», me pregunté a mí mismo. Solamente que un caso puede ser interpretado a la luz de una teoría.

Ya tuvimos la oportunidad de realizar una crítica detallada de la noción, completamente inadecuada, de «caso» que maneja Popper. En esta ocasión queremos centrarnos en otro aspecto de su argumentación. El Sr. Popper nos refiere lo que no es, en última instancia, sino un rifirrafe con Adler o, para ser más precisos, un desencuentro en una conversación personal.

Es patente que Adler está recurriendo a un argumento de autoridad («Mi experiencia de mil casos»); tampoco puede dejarse de lado el hecho de que Popper, nacido en 1902, era a la sazón jovencísimo. Más allá del desacuerdo relatado, sin embargo, subyace una cuestión mucho más básica: Popper enuncia un juicio sobre la teoría de Adler tomando como base una conversación con Adler (la «experiencia personal» a la que se refiere). Ahora bien, en este punto es absolutamente necesario hacerse una pregunta, por otra parte bien sencilla: ¿Dónde está, dónde reside, una teoría? La respuesta es también sencillísima, casi diríamos elemental: la teoría de Adler se halla en los libros de Adler, y en ningún otro sitio. En particular, la teoría de Adler no se halla en lo que Adler pueda enunciar en una ocasión determinada, en una conversación informal.

Para criticar la teoría de Adler, habría que referirse a los libros de Adler, es decir, a su obra, y no a algo que éste haya dicho o hecho en una ocasión determinada. Admitir lo contrario supondría dejar pasar una forma de argumento ad hominem: «La teoría de Adler tiene determinada cualidad (es pseudocientífica, en este caso) porque el Sr. Adler dijo o hizo determinada cosa un día concreto».

Desde luego, eso no es lo que Popper afirma: lo que afirma es que la teoría de Adler no es científica porque es irrefutable. Pero, entonces, ¿a qué viene su empeño en relatar una «experiencia personal» que lo dejó «muy impresionado»? Indudablemente, debe querer comunicarnos algo. Efectivamente, en la p. 58 de $CR$ se plantea el problema «de distinguir entre un método genuinamente empírico y un método no empírico o hasta seudo empírico, vale decir, un método que, si bien apela a la observación y a la experimentación, con todo, no logra adecuarse a las normas científicas». Poco después, agrega: «Quizás sea conveniente que describa la atmósfera en la que surgió mi problema y los ejemplos por los cuales fue estimulado». Aquí tenemos lo que intenta comunicarnos: una «atmósfera», unos «ejemplos».

Sin embargo, es excesivo considerar que una anécdota concreta constituya una «atmósfera». Popper insinúa que Adler «interpreta» todas sus «observaciones» considerándolas como una «confirmación adicional». Pero esto no es deducible de la conversación referida. Para empezar, hay que hacer notar que la discusión sobre el «caso» «no particularmente adleriano» no constituye «observación» alguna, lo que invalida el argumento desde su inicio.[2] Pero, además, y principalmente, la idea popperiana de «confirmación» en Adler —nos vemos forzados a repetirnos— debería estar basada en un análisis de la obra de Adler, no en lo que Popper «pensaba» después de la «muy impresionante» «experiencia personal». Finalmente, hay que resaltar también que el salto de la psicología adleriana a la teoría de Freud no viene de suyo.

La validez del Teorema de Pitágoras, por insistir mediante un ejemplo banal, es absolutamente independiente de las demás declaraciones de Pitágoras, del comportamiento que haya exhibido en un día cualquiera, de sus otras ideas matemáticas, de su orientación sexual, de sus preferencias culinarias, etcétera. Eso resulta meridianamente claro. ¿Por qué no debería serlo, también, en el caso de Adler? ¿Cómo puede incurrir Popper en un error de este calibre? La impresión que da todo el argumento es de descuido: descuido de las precauciones más elementales para que la propia exposición conserve un mínimo nivel de concluyencia.

3. Interludio: refutación y observación

Quizá valga la pena detenernos unos instantes más en la noción de observación que maneja Popper. Él toma como paradigma las ciencias empíricas (esta es la razón por la que la lógica cae fuera de lo científico en su criterio de demarcación) y sostiene que las hipótesis (las teorías científicas) tienen que ponerse a prueba mediante observaciones que sean capaces de refutarlas. Ahora bien: ¿qué criterios básicos tienen que cumplir esas observaciones? Tienen que ser repetibles, para que otras personas puedan realizar las mismas observaciones y compararlas (ello forma parte de la revisión por pares [peer review]). Además, y dado que las impresiones sensoriales son subjetivas y cualitativas, y por tanto difíciles de registrar y comparar, deben realizarse (por ejemplo, mediante un instrumento) de modo que sus resultados sean cuantitativos, es decir, se refieran a factores mensurables.[3] Resumiendo: tienen que ser cuantitativas, repetibles e independientes del experimentador (el que realiza la observación).

Salta a la vista que, de seguir estos criterios, no puede existir algo tal como una observación psicoanalítica,[4] puesto que esa supuesta observación no podría cumplir ninguna de esas condiciones. En efecto, nada se mide en un análisis, a no ser, como diría Freud, de un modo cuantitativo no mensurable.[5]

Nada es tampoco repetible, ni siquiera una supuesta «observación» realizada por el mismo «observador»: si supusiésemos, simplificando sin duda demasiado, que una «observación» pudiese consistir en la contestación que el paciente da a determinada pregunta del analista, ¿qué nos permitiría suponer que la contestación a la segunda instancia de una pregunta debería ser la misma que la primera vez? Si uno le pregunta dos veces la misma cosa a un paciente, se puede encontrar con cualquier cosa («¿Otra vez lo mismo? Pareces mi madre»; «¿Tiene Alzheimer, doctor? Eso ya me lo ha preguntado antes»; etcétera) menos con la misma respuesta. Es más: en muchas ocasiones, preguntar lo mismo (o, lo que es similar, pedirle al paciente que nos repita determinada cosa que ya nos ha contado) es un recurso para hacer emerger lo inconsciente, mediante el análisis de las diferencias entre lo enunciado la primera vez y la segunda. Si algo se midiese aquí sería en la diferencia, no en la repetición; se trata de una lógica completamente distinta de la de las ciencias empíricas.

No hablemos ya, tampoco, de que otro «observador» repita la «observación»: por la misma razón por la que un tratamiento no admite testigos, ningún paciente reaccionaría del mismo modo ni contaría lo mismo de la misma manera a otro analista. Las transferencias son forzosamente distintas, y las ocurrencias, teñidas por esas transferencias, también lo son forzosamente.

De todo ello podemos extraer una conclusión importante. Si el psicoanálisis fuese irrefutable, como sostiene Popper, ello no sería debido a que no existe observación concebible que pueda refutarlo, sino a una cuestión previa: el psicoanálisis no puede realizar observación alguna, en el sentido en el que Popper está usando la noción de observación y, por tanto, no es una ciencia experimental en el sentido clásico (si no hay observaciones, no puede realizarse experimento alguno), aunque sí una disciplina empírica (basada en la observación, aunque no en el sentido que tiene esa palabra en la «ciencia empírica» según Popper).

Nótese que ello no constituye ninguna deficiencia del psicoanálisis, sino una característica de su campo de estudio. Como muy bien dice Freud en las Conferencias, refiriéndose a los sueños, no podemos imponerle a la realidad cómo tiene que ser.[6]

Se puede observar también que Popper intenta meter, como con calzador, al psicoanálisis dentro de su propia terminología y sus concepciones preestablecidas. Si las ciencias que él está estudiando examinan «casos», el psicoanálisis tiene que examinar también «casos»; si ellas realizan «observaciones», también debe realizarlas el psicoanálisis; y así sucesivamente. Después se extraña de que le apriete el zapato, o de que le salgan llagas. Lo que debería haber hecho, si hubiese sido más cuidadoso y no hubiese tenido tanta prisa, sería intentar ver qué conceptos maneja el psicoanálisis y cuáles de los conceptos que maneja él son importables al campo psicoanalítico y, para los que permitan dicha importación, de qué manera les afecta el proceso: qué tasas han tenido que pagar, cómo se articulan con el sistema conceptual freudiano, qué uso puede dárseles en el nuevo campo, etcétera. Desde luego, los de «caso», «conducta» y «observación» no valen. O, al menos, no valen tal cual, sin modificación. Ver si pueden valer o no, y por intermedio de qué transformación, es un problema abierto, que Popper ni siquiera percibe, o activamente ignora. La impresión de descuido continúa, se va haciendo más grande.

4. El descrédito de los fanáticos

Resulta por ello todavía más llamativo que podamos hallar otro descuido en la misma página 59, un poco antes de los párrafos ya citados. Popper escribe:

Hallé que aquellos de mis amigos que eran admiradores de Marx, Freud y Adler estaban impresionados por una serie de puntos comunes a las tres teorías, en especial su aparente poder explicativo. Estas teorías parecían poder explicar prácticamente todo lo que sucedía dentro de los campos a los que se referían. El estudio de cualquiera de ellas parecía tener el efecto de una conversión o revelación intelectuales, que abría los ojos a una nueva verdad oculta para los no iniciados. Una vez abiertos los ojos de este modo, se veían ejemplos confirmatorios en todas partes: el mundo estaba lleno de verificaciones de la teoría. Todo lo que ocurría la confirmaba. Así, su verdad parecía manifiesta y los incrédulos eran, sin duda, personas que no querían ver la verdad manifiesta, que se negaban a verla, ya porque estaba contra sus intereses de clase, ya a causa de sus represiones aún «no analizadas» y que exigían a gritos un tratamiento.

Por una parte, uno no puede menos que simpatizar con Popper: basta con haber estudiado un poco de psicoanálisis en la mayoría de las instituciones que se dedican a su enseñanza para haberse encontrado con determinados alumnos que dan, en efecto, la impresión de estar bastante fanatizados. La cosa se agrava cuando esos mismos estudiantes son, a la vez, pacientes: en esos casos el celo evangelizador puede llegar a su apogeo. Se perciben por doquier rasgos edípicos; todo son represiones, forclusiones, perversiones, momentos psicóticos, alucinaciones desiderativas; según las variantes, sobrevuelan con profusión los falos, y los pechos buenos y malos; en otras adscripciones, la pasión por los lemas y los calembours llega a obturar la misma posibilidad de mantener cualquier forma de conversación civilizada, etcétera.

Entre los aprendices del marxismo, desde luego, la situación no suele ser mucho mejor. Son enfermedades infantiles que padecen los estudiantes de esas disciplinas, como lo hacen también los de muchas otras.

También resulta fácil compadecerse de Popper cuando es expuesto a pseudoargumentos como que uno estaría «poco analizado», «mal analizado» o «le faltaría análisis» cuando su interlocutor no está de acuerdo con lo que se le está diciendo. Es un pseudoargumento de nulo valor intelectual, una bajeza que sólo habla —pésimamente— de quien la enuncia, y que debería ser denunciada desde sus primeras manifestaciones.[7]

Todo ello resulta muy lamentable, es cierto. Ahora bien —nos repetimos una vez más, pero hay que volver a decirlo—: eso no indica absolutamente nada sobre las teorías respectivas. Fanáticos los hay en todas partes, también de lo que ellos denominan «la ciencia», sin saber muy bien, desde luego, a lo que se refieren.[8] O pesaditos. Los ingenieros, por poner un ejemplo, acostumbran a deleitarse con chistes más bien tontos de matemáticas («Está la función $e^x$ en una fiesta, y alguien le dice: “¿Qué haces aquí sola? ¿Por qué no te integras?”. Ella responde: “Me da igual”»), para la desesperación habitual de sus amigos ajenos a la jerga, y nadie pone en cuestión la validez o la cientificidad de las ingenierías por esa razón.

También podría argumentarse, en un sentido más general, que el ser humano tiende a ocupar su pensamiento con una única cosa cuando está aprendiendo una teoría nueva, lo que le lleva, como muy bien dice Popper, a descubrir confirmaciones por todas partes. Ello, en cualquier caso, es un hecho de psicología general, y no algo que permita sacar consecuencias sobre la naturaleza, bondad o cientificidad de las teorías respectivas. Los estudiantes de latín se entretienen componiendo ripios sobre sus compañeros y sus profesores en esa lengua muerta, es algo sabido. ¿Convierte eso a la lengua latina en perpetradora de ripios? No, en absoluto: son cosas que no tienen nada que ver.

¿Qué ha sucedido? Que Popper está usando otro argumento ad hominem. Por muchos cisnes blancos que vea, eso no excluye que exista un cisne negro. Del mismo modo, por muchos estudiantes de psicoanálisis pelmas que encuentre, eso no excluye que los haya sensatos. Puesto que, como debería resultar evidente, no es lícito inferir cosa alguna sobre el contenido de una teoría a partir del comportamiento de sus estudiantes, quizá Popper esté aludiendo a otra cosa. Es cierto que el comportamiento de esos estudiantes es censurable moralmente: es verdad, tienen feas costumbres, como tantos otros estudiantes de tantas otras disciplinas. Pero la descalificación moral de determinados estudiantes no puede ser equivalente a la calificación como pseudociencia de la disciplina que esos estudiantes estudian: de seguir ese criterio, probablemente no quedaría en pie teoría alguna.

5. Refutar «el psicoanálisis mismo»

[L]a falsación de un enunciado deducido lógicamenle puede no afectar, en ocasiones, más que a una parte del sistema teórico completo, que será la única que habremos de considerar como falsada.
Popper, La lógica de la investigación científica, p. 69.

Ahora nos ocuparemos de otro aspecto del discurrir popperiano que remite ya no sólo a un descuido, sino también a un exceso. En la nota 3 de la página 63 de $CR$, encontramos lo siguiente:

[...] ¿Qué tipo de respuestas clínicas refutarían para el analista, no solamente un diagnóstico analítico particular, sino el psicoanálisis mismo?

¿Cuál es el contexto del cuestionamiento popperiano? La comparación entre «la teoría de la gravitación de Einstein», la «astrología», la «teoría marxista de la historia» y «las dos teorías psicoanalíticas mencionadas» (esto es, el psicoanálisis freudiano y la teoría de Adler). La lista, a poco que se reflexione, aparece dotada de una gran heterogeneidad: en efecto, en algunos casos se está hablando de una subteoría muy concreta de una teoría mucho más amplia (p. ej., la «teoría de la gravitación de Einstein» vs. la Física, o incluso la «teoría de la historia» de Marx vs. la obra entera de Marx, que es mucho más amplia), mientras que en otros casos Popper se refiere a disciplinas completas («la astrología», «el psicoanálisis»).

El absurdo de su razonamiento se revela en seguida si invertimos esa diferencia: habría, entonces, que hacer admitir a los físicos que determinada observación debería poder refutar la Física en su totalidad, mientras que (siguiendo esa argumentación invertida) determinada «respuesta clínica» refutaría, pongamos, la noción de retorno de lo reprimido, o la compulsión a la repetición.

¿Qué está pasando? Popper, en cuanto a la Física, no se engaña: la considera, lo que queda confirmado por la precisión de su enunciado, como un conjunto de subteorías; en particular, la «teoría de la gravitación de Einstein» es una subteoría de la Física, y su posible refutación no acarrearía forzosamente una crisis para la totalidad de la Física, sino sólo para esa subteoría determinada.

Con el psicoanálisis, sin embargo, parece que no hay que ser tan delicados, tan finos, tan precisos. La teoría psicoanalítica, por lo visto, sería una sola, algo monolítico, y ya está: una experiencia, una «respuesta clínica»,[9] debería, así, poder refutar «el psicoanálisis mismo», esto es, todo el psicoanálisis.

Se va adquiriendo la impresión de que los enunciados de Popper adolecen de un determinado sesgo. Por lo demás, sabemos (lo mostramos con precisión en nuestro anterior artículo, y seguiremos mostrándolo enseguida) que el conocimiento que exhibe Popper sobre el psicoanálisis es, para decirlo de un modo suave, extraordinariamente limitado, cuando no directamente erróneo. Cuando uno se propone emprender una crítica sobre un tema que no domina, debería exigirse a sí mismo, como mínimo, la precaución de ir con más cuidado de lo habitual, no con menos. A no ser que el resultado de la argumentación ya esté decidido de antemano —ese es el sesgo—: así empiezan los codazos cómplices, los sobreentendidos, los escándalos compartidos... mientras el pensamiento y la razón escapan por la ventana.

6. La ignorancia popperiana

6.1. El problema de la escasez de fuentes freudianas

Prosigamos pues con el examen de los conocimientos psicoanalíticos de Popper. ¿Hay más referencias en $CR$ a la teoría freudiana, además de las ya citadas? Resultan ser muy escasas. En la p. 62 encontramos una al pasar, referida al «yo, el superyó y el ello», que son calificados como una «épica freudiana», y poco más. De hecho, la única cita freudiana detallada que encontramos en la conferencia de Popper remite a un texto muy menor, las Observaciones sobre la teoría y práctica de la interpretación de los sueños, de 1923. Ninguna referencia a textos fundamentales como La interpretación de los sueños, ni siquiera a los excelentes y variados textos divulgativos freudianos, como las Conferencias introductorias. Otra vez se percibe una impresión de descuido. O bien Popper piensa que el pensamiento de Freud es algo tan sencillo que se pueden realizar evaluaciones de él simplemente ojeando al pasar algunos textos que caen por casualidad en sus manos, lo que no es de recibo.

6.2. El problema de la sugestión

Es precisamente en la nota 3 de su página 62 donde Popper hace referencia a las mencionadas Observaciones. Reproducimos la cita freudiana tal como la transcribe Popper:

Si alguien afirma que la mayoría de los sueños utilizables en un análisis... deben su origen a la sugestión [del analista], no puede hacerse ninguna objeción desde el punto de vista de la teoría analítica.

Popper interpola: «Pero [Freud] agrega, sorprendentemente», y retoma de nuevo a Freud:

Pero en este hecho no hay nada que disminuya la confiabilidad de nuestros resultados.

Se recibe la impresión de que la «sorpresa» de Popper tiene que ver con su muy escaso conocimiento de lo que está criticando, esto es, de la teoría psicoanalítica. Vamos a restituir primero la cita freudiana completa[10] (usaremos la traducción de Echeverry y, por tanto, la traducción puede diferir un poco). Freud se está refiriendo a la transferencia positiva y a que determinados sueños pueden verse como el producto de «la deferencia del analizado hacia el analista, deferencia que proviene del complejo parental». Esa «deferencia», en estos casos, es la única «fuerza pulsionante» que permite la formación del sueño (es decir, se trata del deseo inconsciente que alimenta y posibilita el funcionamiento del trabajo del sueño). A continuación, Freud escribe:

Por tanto, si alguien quisiese sostener que la mayoría de los sueños utilizables en el análisis son sueños de deferencia y deben su origen a la sugestión, nada habría que objetarle desde el punto de vista de la teoría analítica. No me hace falta sino remitirme a las elucidaciones de mis Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), donde trato el vínculo de la transferencia con la sugestión y demuestro cuán poco menoscaba la confiabilidad de nuestros resultados el admitir el efecto de la sugestión, tal como nosotros la entendemos.[11]

Freud está remitiéndose a las dos últimas de las Conferencias, la 27ª y la 28ª, que constituyen una unidad y desarrollan una argumentación de largo alcance.

Observamos que Popper elimina como si tal cosa «tal como nosotros la entendemos», lo que va más allá de la torpeza o el descuido y da la impresión de internarse en la pura y simple mala fe. Veamos: Popper se presenta como un filósofo, pero en esta ocasión, desde luego, no se comporta como tal (o bien es un ejemplo de filosofía pésima). «Tal como nosotros la entendemos» es esencial para comprender cabalmente la significación de la cita freudiana, ya que indica que Freud da al concepto de sugestión[12] y a su relación con la transferencia un significado y un alcance que no coinciden con las de esos términos cuando están siendo utilizados en su sentido vulgar.[13] Cuando Popper elimina ese fragmento de la frase, está dando a entender que el término «sugestión» es el del lenguaje cotidiano, es decir, está conduciendo a engaño al lector.

Por si no quedase claro que la noción de cita que maneja Popper[14] parece responder más a sus propios intereses, prefijados de antemano, que a los requerimientos de una investigación y referencia honestas, Popper también elimina el «No me hace falta sino remitirme...». Pero esa remisión no debería haber sido omitida. Al cometer esa omisión, Popper está privando al lector —o al menos le hace notablemente más difícil— de ir a comprobar por sí mismo cuál es el pensamiento de Freud sobre el tema, es decir, parece querer imponer la lectura que él mismo hace sobre la posibilidad de que el lector realice una propia. O, para ser más francos, le hace decir a Freud lo que le da la gana.

Parece bastante claro: si Popper no hubiese eliminado «tal como nosotros la entendemos» y se hubiese molestado en leer esas conferencias, quizá no habría experimentado tanta «sorpresa». No resumiremos la argumentación freudiana, que, como hemos mencionado, es de largo alcance, sino que nos limitaremos a extraer de ellas un pequeño fragmento:[15]

En el fondo, es este último rasgo el que separa el tratamiento analítico del basado puramente en la sugestión, y el que libra a los resultados analíticos de la sospecha de ser éxitos de sugestión. En cualquier otro tratamiento sugestivo, la transferencia es respetada cuidadosamente: se la deja intacta; en el analítico, ella misma es objeto del tratamiento y es descompuesta en cada una de sus formas de manifestación. Para la finalización de una cura analitica, la transferencia misma tiene que ser desmontada; y si entonces sobreviene o se mantiene el éxito, no se basa en la sugestión, sino en la superación de resistencias ejecutada con su ayuda y en la transformación interior promovida en el enfermo.

En nuestro anterior trabajo habíamos observado cómo Popper cometía un error mayúsculo en cuanto a la naturaleza misma del psicoanálisis; en esta ocasión, constatamos que lo lee con franco descuido, cuando no de un modo directamente deshonesto, recurriendo a fuentes de segundo orden, omitiendo fragmentos esenciales, y sin seguir la cadena —en este caso imprescindible— de referencias. Lo llamativo es que, en lo que se refiere a la lógica y la ciencia, Popper observa una actitud completamente distinta, reconociendo sus errores y añadiendo, en notas al pie, todas las correcciones oportunas. Por ejemplo,[16] reconoce no haber entendido suficientemente bien la diferencia entre la noción lingüística de implicacion material ($P \rightarrow Q$, «si P entonces Q») y la metalingüística de deducibilidad ($P \vdash Q$, «Q se sigue de P»). Del mismo modo, toma nota del criterio de verdad de Tarski, que desconocía.

¿Por qué esta diferencia? ¿El psicoanálisis no merecería unos cuidados igual de atentos que la lógica o la física, no merecería ser citado de forma honesta, estudiado con interés y detenimiento? Si no lo merece, nos hallamos ante una petitio principii.[17] Y si lo merece, pues Popper está en falta, no se conduce como debería haberlo hecho. En cualquiera de los dos casos, no sale demasiado bien parado.

7. Un Popper ambivalente

La figura que empieza a dibujarse después de nuestro recorrido es realmente ambivalente. Entiéndasenos bien: no estamos incurriendo en ningún tipo de psicologismo, del tipo «Popper era ambivalente» o «sentía ambivalencia», ni nada por el estilo. Al contrario, lo que queremos señalar es que su propio discurso contiene una buena dosis de ambivalencia en cuanto al psicoanálisis freudiano (también en cuanto a las teorías de Adler, pero ello no nos concierne aquí).

Tenemos, por una parte, a un Popper cuidadoso: «Personalmente, no dudo de que mucho de lo que [Freud afirmó] tiene considerable importancia, y que bien puede formar parte algún día de una ciencia psicológica testable»;[18] «[Esta teoría describe] algunos hechos, pero a la manera de mitos. [Contiene] sugerencias psicológicas sumamente interesantes, pero no en una forma testable».[19]

Por otra, a un Popper descuidado, chapucero, y a veces directamente deshonesto.[20] Un Popper que ignora los conceptos más elementales del psicoanálisis (con su noción de «caso» relacionada nada menos que con la «conducta humana»), que manipula las fuentes (elimina «tal como nosotros la entendemos», que es esencial), que no sigue la cadena de referencias propuesta por Freud (el «No me hace falta sino remitirme...» de Freud, que le hubiese aclarado bastante las cosas). Un Popper sesgado, que justifica sus ideas sobre una teoría a partir de encuentros concretos y absolutamente contingentes para los que se podría encontrar cualquier explicación distinta a la que él le atribuye. Un Popper excesivo, literalmente injusto, pues desequilibra la balanza en favor de la física y en contra del psicoanálisis y que, además, se contradice a sí mismo.[21]

Hemos prometido que no nos entregaríamos al psicologismo, y no lo haremos: sólo afirmaremos, entonces, que no sabemos encontrar una explicación a estos sorprendentes defectos del discurrir popperiano. Es muy llamativo que alguien tan preciso cuando tiene que enfrentarse a otras áreas del saber se sienta autorizado a obrar de un modo tan desenvuelto en cuanto al psicoanálisis se refiere.

No sabemos explicárnoslo, pero sí sabemos una cosa: basar la calificación (y la descalificación) de una disciplina entera, de una práctica, de un pensamiento como el de Freud, en argumentos que no se sostienen, que hacen agua por todas partes, no parece la mejor idea ni el mejor ejemplo de proceder filosófico. Lo sorprendente es que un trabajo así se considere autoritativo. Y no sólo por la Wikipedia, ya que es un error que se propaga y se repite, una y otra vez.

Y encima con continuas apelaciones al «sentido crítico». «Tened sentido crítico», se nos repite: «como Popper dijo, el psicoanálisis es una pseudociencia».[22] Sentido crítico, claro que sí: precisamente, supone haber leído el artículo al que se alude; entonces se vería si dice o no lo que se le hace decir, y si uno puede estar de acuerdo o no con lo que realmente dice. Pero para ello, claro, habría que entenderlo primero, lo que no resulta especialmente sencillo, como hemos mostrado con abundancia. Entonces se vería que Popper mismo no había leído lo suficientemente bien a Freud. Este es el modo en que se intentan zanjar cuestiones de este calado, en nombre de un «sentido crítico» que, todo hay que decirlo, no brilla más que por su ausencia.

Agradecimientos

Carlos Carbonell revisó el texto para perseguir y exterminar erratas. Laura Blanco, Carlos Carbonell, Silvina Fernández, María del Mar Martín, David Palau y Olga Palomino, tuvieron la paciencia de leer diversas versiones del texto y enriquecerlo con sus comentarios y sugerencias. Les estoy muy agradecido a todos.

Barcelona, diciembre 2018-enero 2019


Notas

1 Término, por lo demás, difícil de encontrar en la literatura. 
2 O quizá la concepción que Popper tiene del concepto de «observación» sea tan peregrina como la que ya criticamos para su noción de «caso». Volveremos enseguida sobre esta cuestión. 
3 Seguimos en esto, una vez más, a la Wikipedia en lengua inglesa: «However, the need for reproducibility requires that observations by different observers can be comparable. Human sense impressions are subjective and qualitative, making them difficult to record or compare. The use of measurement developed to allow recording and comparison of observations made at different times and places, by different people.». 
4 Desarrollamos esta reflexión, sobre la que nos gustaría volver en otra ocasión con más detenimiento, en una conferencia titulada La noción de experimento en psicoanálisis y sus condiciones de formación y pronunciada el 18 de abril de 2007 en compañía de la psicoanalista María del Mar Martín en la facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona, por invitación del Comité Organizador de las VIII Jornadas Psicoculturales celebradas en dicha facultad.  
5 Lo que no es ningún oxímoron. Pero, claro, para entender a qué se refiere Freud hay que haber estudiado un poco primero. Cfr. p. ej. el capítulo IV de Psicología de las masas, titulado «Sugestión y libido»: «Libido es una expresión tomada de la doctrina de la afectividad. Llamamos así a la energía, considerada como magnitud cuantitativa —aunque por ahora no medible— de aquellas pulsiones que tienen que ver con todo lo que puede sintetizarse como “amor”» (énfasis propios). 
6 P. ej., en la V de las Conferencias: «Por otra parte, la indeterminación que tanto se reprocha a los sueños constituye un carácter peculiar de los mismos, y habremos de aceptarla sin protesta, pues, como es natural, no podemos prescribir a las cosas el carácter que deban presentar». 
7 Debería ser responsabilidad de las instituciones analíticas el combatir ese tipo de vicios intelectuales; desgraciadamente, eso no ocurre con la frecuencia deseable ya que, en demasiadas ocasiones, son los propios psicoanalistas, cuando no los líderes de sus propias agrupaciones, los que se escudan en esa táctica deleznable. 
8 Por ejemplo, los que insisten en que «Popper demostró que el psicoanálisis es una pseudociencia», como estamos mostrando con amplitud más que suficiente. Los neoconversos a la vulgata popperiana suelen descubrir pseudociencias en todas partes, en lo que suelen equivocarse bastante. ¿Dice ello algo sobre la validez de los argumentos de Popper? Es evidente que no. 
9 Expresión que también merecería ser examinada, ya que, dada su elección de los términos, Popper da toda la impresión de estar instalado en la dupla estímulo-respuesta. 
10 Del volumen XIX, p. 119, en la edición de Amorrortu. 
11Ibid. El último énfasis es propio. 
12 Quizá no esté de más recordar que Freud sabía unas cuantas cosas sobre la sugestión, puesto que, además de estudiar con Jean-Martin Charcot y asistir a sus presentaciones de histéricas en el Hôpital de la Salpêtrière, donde este último utilizaba técnicas hipnóticas, entre otras, había también traducido al alemán y prologado el libro de Hypolitte Bernheim titulado De la Suggestion et de ses applications à la thérapeutique (1888). 
13 Sentido que, en el caso del término «sugestión», tampoco se sabe muy bien cuál es. 
14 Si es que maneja alguna en absoluto. Cabe preguntárselo. 
15 De la p. 412 de la edición de Amorrortu. 
16 Este ejemplo y el que sigue están tomados de La lógica de la investigación científica. 
17 Suponer lo que se quería demostrar. 
18 $CR$, p. 62. 
19Ibid.
20 No sucumbiremos a la tentación de calificarlo también de de-testable. 
21 De ahí nuestro epígrafe, extraído de La lógica...
22 Si no se percibe la ironía de esta frase, es que se carece de sentido crítico. De una forma testable. 

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