Textos para pensar


Conciencia y voluntad, ¿es psicoanálisis?

Silvina Fernández [CV]

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Nota del Editor

El presente texto fue distribuido como soporte para la ponencia del mismo título pronunciada por la autora en las XVIII Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas Aperturas en Psicoanálisis (VII).

Solamente en la reflexión difieren el querer y el obrar:
en la realidad son una misma cosa.
Arthur Schopenhauer

1. Introducción

Si alguien decide comenzar un recorrido analítico es, posiblemente, porque sus síntomas ya le resultan insoportables, porque observa que en su vida algo no funciona, o bien porque quiere iniciar una camino de autoconocimiento.

Sin embargo, sabemos que ese que se presenta en la consulta y pide ayuda, paradojalmente, será quien se opondrá a la curación en diversos momentos del tratamiento. Y parte de nuestra tarea irá encaminada a interpretar aquello inconsciente que está en la base de su persistencia en la enfermedad.

Pero el análisis no se reduce sólo a este modo de intercambio, sino que a medida que el material inconsciente aflora en la conciencia y el analizado va conociéndose, el propio análisis tiene que involucrar al paciente de forma activa, es decir, llevado por el anhelo de sentirse bien tiene que ser capaz de abandonar su posición pasiva frente al padecimiento y enfrentarse «voluntariamente» a lo que le sucede.

Ahora bien, la voluntad como capacidad parte de la instancia yoica, de ese yo que sufre y está aquejado por la neurosis. Por ello, es necesario realizar un trabajo previo para conseguir que el yo junto con la voluntad puedan ser nuestros aliados en el tratamiento. De lo contrario, aunque el paciente desee activamente curarse no obtendrá los resultados que espera.

En las páginas que se extienden a continuación desarrollaremos esta idea, evitando caer en una demanda voluntarista que no haría otra cosa que generar frustración.

2. Tú puedes

Cuando ponemos énfasis en la parte voluntaria y consciente del paciente nos situamos en las antípodas de lo considerado psicoanalítico, reivindicamos el tú puedes a sabiendas de que muchas veces no basta con querer algo para que se haga realidad.

Y, además, nos enfrentamos con las bases mismas del psicoanálisis, puesto que si éste conmovió a la filosofía fue, justamente, porque redujo el poder de la conciencia y puso en el centro de nuestra vida anímica lo inconsciente.

Ahora bien, en ocasiones abusamos de esta idea y desestimamos la parte consciente reduciéndola a un yo[1] enfermo y alienado, cegado por la neurosis. Pero el yo consciente no sólo es eso, sino también el encargado de importantes funciones, imprescindibles para el proceso de curación.

El yo, como portador de la conciencia, es el intermediario entre el mundo interior y el mundo exterior. Es por ello el responsable de someter al examen de realidad los procesos anímicos. A la vez, es el encargado de interponer procesos de pensamiento y reflexión entre una demanda que proviene del interior y la acción motriz, provocando su aplazamiento en el tiempo. Y es el que intenta, en la medida de sus posibilidades, gobernar las pulsiones.

Con esta descripción, que no agota todas sus funciones, se nos hace evidente que el yo que se presenta en nuestra consulta está claramente mermado por la neurosis. Y nuestro trabajo estará orientado, en parte, a desplegar algunas de sus potencialidades.

Parece una tarea sencilla, pero es un proceso muy lento. Vayamos por partes.

2.1. Punto de partida

[E]n las neurosis estudiadas por nosotros. El yo se siente incómodo, tropieza con límites a su poder en su propia casa, el alma. De pronto afloran pensamientos que no se sabe de dónde vienen; tampoco se puede hacer nada para expulsarlos. Y estos huéspedes extraños hasta parecen más poderosos que los sometidos al yo; resisten todos los ya acreditados recursos de la voluntad, permanecen impertérritos ante la refutación lógica, indiferentes al mentís de la realidad.[2]

Así se presentan los pacientes en la consulta. Creen saber los que les pasa pero, aunque voluntariamente hacen esfuerzos, no pueden resolverlo; se les imponen pensamientos que les resultan insoportables y que van en contra de sus propias creencias; sufren porque una y otra vez les sucede lo mismo; sienten que hay algo que no controlan y que está más allá de su poder de acción. Perdidos a veces, otras cansados o con simple curiosidad, esperan encontrar en el análisis una solución a su malestar.

Este cuadro inicial representa un yo debilitado,[3] consumido por los conflictos internos producidos por las exigencias pulsionales y las superyoicas que no puede solucionar, extenuado por los síntomas que vivencia como parte de sí. Sin fuerzas ante la realidad psíquica que se le impone, no tiene sostén en el mundo objetivo real, y todo aquello que le sucede lo interpreta neuróticamente.

Entonces, poner en juego la voluntad, en particular en este momento inicial del análisis, no es una buena estrategia. El yo está identificado a esa estructura sintomática, la ama como a sí mismo y, por lo tanto, no podrá hacer más que actuar desde la neurosis.

En este momento, la voluntad cuenta como anhelo por la curación, es aquello que lo moviliza cada semana para acudir a las sesiones y que alienta el interés por ampliar el conocimiento de sí.

A partir de aquí, ¿cómo procederemos?

3. Primer momento: limpieza

Partiendo de este yo alienado a sus síntomas, parte de nuestro trabajo consistirá en limpiar de neurosis una parcela de él para que sea nuestra aliada en el proceso hacia la curación.

Con ese fin le propondremos un pacto que, de antemano, sabemos que le será difícil cumplir con la seriedad que se requiere: él nos tiene que prometer poner a disposición todo el material que su percepción de sí mismo le brinde,[4] y nosotros ponemos a su servicio nuestra experiencia y el compromiso de comunicarle aquello inconsciente que aprehendemos de sus asociaciones, de los fallidos que produce, de los sueños que relata y de aquello que se pone en juego en la transferencia.

Nuestro camino para fortalecer al yo debilitado parte de la ampliación de su conocimiento de sí mismo. Sabemos que esto no es todo, pero es el primer paso. La pérdida de ese saber importa para el yo menoscabos de poder y de influjo, es el más palpable indicio de que está constreñido y estorbado por los reclamos del ello y del superyó. De tal suerte, la primera pieza de nuestro auxilio terapéutico es un trabajo intelectual y una exhortación al paciente para que colabore en él.[5]

La primera pieza de nuestro auxilio terapéutico es un trabajo intelectual, dice Freud. Sin embargo, no sólo será la primera pieza, sino que introduciremos procesos de razonamiento y reflexión imprescindibles para llevar adelante el trabajo analítico. Éstos le permitirán al paciente cuestionar su vida anímica, analizar su lógica y, así, advertir que está guiada por la neurosis, además de poder en cierto modo ordenar su afectividad que, por lo general, está desplazada.

Alentaremos a que comunique tanto sus contradicciones, sin creer que es ninguna de ellas, como aquellos pensamientos de los que se horroriza o se avergüenza. Generaremos un espacio en el que pueda hablar de sí con la máxima franqueza.

Porque el imaginario de que los psicoanalistas hacen intervenciones monosilábicas y de forma cortante no hace justicia o, rectificamos, no debería hacer justicia a lo que sucede en las consultas. A veces, efectivamente, se hacen intervenciones breves o se lanza una pregunta, pero eso va acompañado de comunicaciones amplias, de posibles explicaciones a lo que le está sucediendo, de comentarios, de hipótesis de trabajo, precisamente, para que el paciente se interese por sí mismo y amplíe el conocimiento de sí, tal y como señala Freud.

Este trabajo le permitirá elaborar[6] y procesar el material que aflore en el proceso analítico de un modo que, hasta el momento, le era desconocido. Lo afincará, en la medida de lo posible, en la realidad y le abrirá una nueva forma de pensarse y pensar el mundo.

Nuestro saber debe remediar su no saber, debe devolver al yo del paciente el imperio sobre jurisdicciones perdidas de la vida anímica.[7]

El yo obtiene, así, cierta libertad de pensamiento que favorece a la asociación libre y, por lo tanto, repercute en el camino hacia la salud.

La voluntad está dirigida en estos momentos a desarrollar estos procesos intelectuales y a comprender el funcionamiento del alma y, principalmente, de la propia.

Este primer paso lleva tiempo y no se da de una vez y para siempre, sino que como los puntos del bordado, avanza y retrocede a la vez.

Ahora bien, para conseguir que el paciente pueda escuchar e integrar lo que decimos, no sólo apelaremos a la parte consciente, sino que aquello inconsciente que se despliegue en la consulta nos hará de guía para nuestras intervenciones. Esto resulta clave. De tal forma, que las comunicaciones tendrán un momento justo para ser dichas, porque si nos apresuramos no harán más que reforzar las resistencias o, incluso, podrán llevar al paciente al abandono del análisis.

Nuestra labor se desliza, entonces, entre dos voluntades. Por un lado, la de un yo que anhela la curación y que está comprometido en el proceso y, por otro, la de cierta fuerza inconsciente que ciega al paciente y hace lo posible por mantenerlo ligado a la enfermedad.

Dos voluntades que tienen diverso origen y tendencia, al menos, según lo que podemos atisbar hasta ahora.

4. Entre dos voluntades

En el desarrollo que hemos hecho dimos por sentado que la voluntad es una capacidad, sin ahondar en la complejidad propia de un concepto clásico como este. Os proponemos hacer un alto para contextualizar y desplegar, brevemente, su relevancia.

4.1. La voluntad consciente

La voluntad como idea tiene un largo recorrido histórico. H. Arendt dice:

El mayor obstáculo al que se enfrenta cualquier debate sobre la voluntad es que ninguna capacidad del espíritu se ha visto cuestionada y refutada con tanta persistencia por una serie tan impresionante de filósofos.[8]

La mayoría de pensadores coinciden en que no se pudo pensar la voluntad como capacidad hasta que no se tuvo el concepto de libertad vinculado, principalmente, con el yo quiero, y no con el yo puedo, tal y como lo pensaban en la antigüedad. La libertad, en ese entonces, estaba más ligada a la idea de poder hacer algo o no relacionado con las capacidades físicas del cuerpo y con la libertad de movimiento. Si tomamos el caso de un inválido, por ejemplo, su incapacidad le impedía ser libre para desempeñar determinadas tareas. Así, la libertad no era un datum de la conciencia o una facultad del espíritu.[9]

En el medioevo será el pensamiento cristiano el que descubra la voluntad como capacidad del ser humano para decidir.[10] La mirada volcada hacia el interior posibilitó el procesamiento de las experiencias que los hombres tenían dentro de sí, de ese diálogo interno que se ponía en marcha en la toma de decisiones. Advirtieron, entonces, que los hombres eran capaces de formar voliciones,[11] vale decir, de decidir acerca de sus actos y de sus pensamientos.

Una vez que se pudo pensar al hombre con la capacidad de decidir sobre las acciones en el mundo, su vida dejó de ser la obra de Dios o del Destino. Y, de este modo, se abrió la posibilidad de establecer ciertos obrares como correctos y a sancionar otros de incorrectos según un marco determinado. A partir de entonces, si alguien había actuado fuera de ese marco, era porque lo había decidido así; en el cristianismo, por ejemplo, esa persona había cometido un pecado.

La voluntad aparece ligada, de este modo, a un proceso de autoconocimiento y reflexión que exige discernir, de modo previo a la acción, entre lo que queremos, lo que debemos, lo que deseamos; pensamientos y deseos que, en ocasiones, no están consustanciados y que nos ponen a prueba.

Esta nueva capacidad del hombre tuvo una serie de repercusiones.

4.1.1. Repercusiones

Por un lado, abrió una dimensión de futuro. Desde el momento en que el hombre tuvo la capacidad de decidir sobre un hacer las consecuencias aparecieron en escena y eso lo instaló en lo que vendrá. De este modo, la vida pasó a ser el resultado de esas decisiones llevadas a cabo. Por lo tanto, no era indiferente la forma en que se actuaba o se pensaba.

Ahora bien, si de lo contrario esa capacidad, por algún motivo, era mermada o estaba ausente, provocaba una fijación en un presente que no era otra cosa que la repetición del pasado. Sin capacidad de decisión, los alcances de las acciones eran como los de un barco anclado, la sensación de movimiento estaba presente, pero el fluir era del agua.

La voluntad, entonces, no era una capacidad de elección entre dos ideas o pensamientos, lo bueno y lo malo, como un entendimiento apresurado nos podría hacer pensar. Eso nos llevaría a reducir su potencia.

La voluntad se impuso como una capacidad de decisión. Y si permitió dar ese paso fue debido a que posee la fuerza para iniciar algo nuevo, vale decir, el empuje necesario para salir de la repetición y producir nuevos espacios, generar pensamientos, modificar y re-dirigir los afectos. La voluntad fue pensada como una fuerza capaz de creación, de inaugurar nuevos caminos.

Sin embargo, no es de extrañar que frente a nuevos horizontes también se hicieron presentes nuevos modos de sentir. De acuerdo con Arendt, la esperanza y el temor,[12] la impaciencia, el desasosiego y la preocupación[13] fueron los compañeros en el trayecto.

Es sencillo de comprender: en ese futuro proyectado y al cual se dirigía el hombre no estaba garantizado que se cumplieran las aspiraciones. Ni siquiera estaba asegurado que las decisiones tomadas hayan sido las mejores para la vida.

Con estas aseveraciones damos por sentado que el hombre, entonces, es libre para decidir lo que quiera. Puesto que si no puede decidir sería poner en contradicción la misma idea de voluntad. Sin embargo, por el desarrollo que hemos hecho, es manifiesto que el hombre no tiene total libertad de pensamiento y movimiento. Y Freud no fue el primero en darse cuenta de esto.

4.2. Voluntad más allá de la conciencia

El filósofo A. Schopenhauer desarrolló la idea de una voluntad alejada de la conciencia que, como una esencia, está presente en la naturaleza y en los hombres:

Es lo más íntimo, el núcleo de todo lo individual e igualmente del conjunto; se manifiesta en cada fuerza de la naturaleza que actúa ciegamente y también se manifiesta en el obrar reflexivo del hombre.[14]

Y que sólo podemos dar cuenta de ella a través de sus actos:

Las decisiones de la voluntad referentes al futuro son simples reflexiones de la razón acerca de lo que un día se querrá y no actos de voluntad propiamente dichos: sólo la ejecución marca la decisión, que hasta entonces sigue siendo una mera intención variable y no existe más que en la razón, in abstracto.[15]

Si no hay acto, no hay voluntad, es decir, todo acto es el resultado de una voluntad que, en ocasiones, es ajena incluso para el propio sujeto. Y, a la vez, ninguno de los actos representa a la voluntad en sí.

La voluntad, como cosa en sí, es totalmente distinta de su fenómeno y está libre de todas las formas fenoménicas en las que ingresa al manifestarse.[16]

Freud, en Una dificultad del psicoanálisis,[17] equipara esta idea de voluntad a la vida pulsional. Y no es inocente que utilice la palabra vida, puesto que hablar en estos términos nos aleja de la enfermedad. Entonces, si la fuerza pulsional es generadora de síntomas y opera como obstáculo en el camino a la curación es porque algo no está funcionando bien.

5. Segundo momento: los obstáculos

Volvamos a nuestro punto de partida. Hemos dicho que partimos de un yo limitado por la neurosis, con pocas fuerzas y obnubilado por los procesos internos. El trabajo analítico, al comienzo y por un largo período de tiempo, jugará a dos bandas: por un lado, pone en evidencia aquello inconsciente que está en la base del padecimiento; por el otro, introduce procesos de pensamiento y reflexión para que el material que emerja se pueda elaborar.

Ahora bien, en un segundo momento, este yo que se ha fortalecido en el transcurso del análisis y ha obtenido cierta libertad de pensamiento es quien debe apropiarse del proceso analítico y posicionarse como un agente activo. Y esto implica que debe imponerse voluntariamente frente a los obstáculos que se presentan en el camino hacia su curación.

El carácter regresivo de lo pulsional será uno de los más duros. Debido a la satisfacción que obtuvo a través de los síntomas durante los años, aunque se hayan instaurado nuevos modos de satisfacción, la pulsión tenderá a las formas antiguas, ya sea por facilitación o bien, simplemente, por resultarle conocidas. Domeñar la pulsión será, justamente, quitarla de ese circuito para llevarla por otros derroteros, más cercanos a la vida. Si ese paso no se da de forma consciente, en aquellos pacientes cuya intensidad pulsional es muy alta, es probable que el proceso quede detenido o avance muy lentamente.

Otro de los obstáculos es la viscosidad libidinal. Una libido muy densa le demandará un gran esfuerzo para la renuncia a la satisfacción sintomática, y le requerirá más energía y fuerza para producir nuevas formas de satisfacción. Sin embargo, con una libido muy fácilmente desplazable se enfrenta a cierta liviandad y poca profundización en los procesos de elaboración que podría llevar a que en lugar de deshacer los síntomas, éstos se desplacen.

Conociéndose, el paciente tendrá que valorar en qué circuitos de pensamiento detenerse y en cuáles es mejor no adentrarse.[18]

En los casos en los que los síntomas ya se han visualizado como rasgos marcados de carácter,[19] le resultará muy laborioso y llevará un tiempo muy considerable deshacer esas formaciones. Puesto que no dejan de ser identificaciones que en algún momento de su vida le sirvieron como punto de apoyo.

Se entabla así una lucha entre la fuerza de la conciencia y la pulsional. Depende de quién sea el ganador, caeremos del lado de la neurosis o se abrirá una nueva dimensión.

6. Tercer momento: la Voluntad

Freud, en Tratamiento psíquico, (tratamiento del alma), dice:

Los procesos de la voluntad y de la atención son igualmente capaces de influir profundamente sobre los procesos corporales y de desempeñar un importante papel como promotores o inhibidores de enfermedades físicas.[20]

Esa idea no es originaria de Freud, ya en muchas tradiciones orientales se dieron cuenta de que si fijamos la atención conscientemente en un órgano podíamos alterar su funcionamiento.[21] Y luego agrega:

La influencia de la voluntad sobre los procesos patológicos del cuerpo no es tan fácil de documentar con ejemplos, pero es muy posible que el designio de sanar o la voluntad de morir no dejen de influir sobre el desenlace, incluso en casos graves y delicados.[22]

Después de esta afirmación rotunda ya no podemos despreciar la fuerza de los actos voluntarios. Pero tampoco podemos caer en la idea ingenua de creer que frente a una enfermedad grave baste el deseo consciente para recuperar la salud.

Por lo tanto, si la voluntad posee la fuerza para curarnos o llevarnos a la muerte, como señala Freud, es debido a que no sólo es una capacidad intelectual y consecuencia de un acto reflexivo. Si la voluntad, en ocasiones, tiene el empuje de involucrar al cuerpo y a la vida misma, es porque aúna la fuerza de la conciencia con algo más, y ese algo más no puede ser otra cosa que lo pulsional inconsciente.

Llegar a conciliar estas dos fuerzas en una misma dirección nos posiciona de forma activa no sólo para hacer frente a la enfermedad, sino que pone al servicio de nuestra vida la capacidad creadora de la voluntad, en su máxima potencia, ya liberada en gran parte de las satisfacciones neuróticas, con la fuerza de lo pulsional mismo.

Nos atrevemos a hablar, entonces, de una Voluntad que no sólo es procesamiento intelectual sino que se mueve con la esencia misma del hombre y es puro movimiento.

Una Voluntad que no puede ser apresada en ninguna acción concreta que se ejerza en el mundo, sino que se desliza y es proceso.

Una Voluntad que liga el intelecto con el cuerpo, porque ¿no es, precisamente, el cuerpo mismo la fuente pulsional?

Una Voluntad que nos aleja de las repeticiones, nos abre un camino hacia el futuro, incierto, y nos amplía el universo.

De esta forma y a medida que nos acercamos a este momento, el peso del análisis ya no caerá, principalmente, en eliminar la parte neurótica sino en generar un intercambio con el paciente en el que se potencie el desarrollo de una vida singular, en la que el tú puedes sea un camino posible y no una vía de frustración más.

No es un punto de llegada definitivo, es una capa más de lava volcánica, tomando la metáfora de Freud, en donde la satisfacción pulsional es posible, alejada ya de la neurosis. Las otras capas no dejan de estar presentes, por ello es primordial mantener siempre una mirada abarcadora y atenta.

No es una utopía imaginarnos en ese momento, tendría que ser una aspiración.

7. Conclusión

Poner en el centro del análisis la conciencia y la voluntad nos involucra de forma directa en el proceso de la curación y en la vida misma.

Porque una vez que hemos abierto los ojos y hemos adquirido un amplio conocimiento de uno mismo, ¿qué más se puede esperar del análisis? Rectificamos, ¿qué más se puede esperar, en general?

Se torna, por lo tanto, un deber moral tomar la decisión voluntaria y consciente de salirse de la neurosis, de desear algo diferente a lo vivido hasta entonces. Y esa decisión es la que debe imponerse. Ya no sólo por el propio bien, sino que también por el bien de los otros.

¿Acaso nuestro tiempo en este mundo es tan vasto para detenernos en el padecimiento? ¿Acaso podemos decir como Bartlebly, [23] sin deslizarnos hacia un destino similar, preferiría no hacerlo?[24]


Barcelona, abril de 2018


Notas

1 En el desarrollo del texto yo y conciencia serán sinónimos, puesto que consideramos que no es necesario entrar en disquisiciones para la comprensión de la idea que queremos plantear. 
2Freud, Sigmund: Una dificultad del psicoanálisis. Obras completas, vol. xvii, p. 133. 
3Freud, Sigmund: Esquema de psicoanálisis. Obras completas, vol. xxiii, p. 173. 
4Ídem, p. 174. 
5Ídem, p. 178. 
6 Se puede leer un desarrollo exhaustivo de esta idea en la ponencia de Josep Maria Blasco titulada Interpretación, elaboración, aceptación y presentada en las xii Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN. 
7Ídem, p. 174. 
8Arendt, Hannah. La vida del espíritu. El pensar, la voluntad y el juicio en la filosofía y en la política. Editorial Paidós, p. 240. 
9Ídem, p. 252-253. 
10Ídem, p. 239. 
11Ídem, p. 296. 
12Ídem, p. 269. 
13Ídem, p. 271. 
14Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación. Fondo de Cultura Económica de España. vol. i, p. 198-199. 
15Ídem, p. 189. 
16Ídem, p. 201. 
17 «Cabe citar como predecesores a renombrados filósofos, sobre todo al gran pensador Schopenhauer, cuya voluntad inconciente es equiparable a la vida pulsional del psicoanálisis». Freud, Sigmund. Una dificultad del psicoanálisis. vol. xvii, p. 135.
18 Queremos destacar que cuando decimos no adentrarse, no implica alentar movimientos represivos, sino que el propio paciente se haya dado cuenta de que, si se detiene en determinados circuitos, lo único que obtiene es una satisfacción sintomática. 
19 Fabián Ortiz, en su ponencia El carácter como contribución a la rigidez física, desarrolla detenidamente esta idea. 
20Freud, Sigmund: Tratamiento psíquico, vol. i, p. 120. 
21 Os adjuntamos el enlace de unos estudio hechos por la Universidad de Harvard a los tibetanos en los que queda demostrado la los alcances de la voluntad en los procesos corporales. 
22Ídem.
23 Bartleby es el personaje principal del libro Bartleby, el escribiente, de Melville, Herman. Es un hombre delgado, pálido y de origen incierto. Su trabajo consiste en realizar copias en el despacho de un abogado quien un día es sorprendido por su negativa a realizar una tarea de rutina. Es la primera renuncia de una larga lista que lo alejará de la vida. 
24 Las traducciones muchas veces no hacen justicia, este es uno de los casos. La frase de Bartebly en el idioma original es ‘I would prefer not to’, que podríamos traducir Preferiría que no, es un no como respuesta a todo. 

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