Textos para pensar


Una perspectiva sobre la interpretación psicoanalítica. Sueño, lenguaje, cuerpo, institución

Juan Carlos De Brasi [CV]

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Nota del Editor

El presente texto fue distribuido como soporte a la ponencia del mismo título presentada el sábado 12 de mayo de 2012 a las 15:30 en las XII Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas Aperturas en psicoanálisis.

En recuerdo del grupo de trabajo conformado por la doctora Marie Langer, los doctores Armando Bauleo, Emilio Rodrigué, Gilberto Simoes y yo. De los contrapuntos, acuerdos y disidencias con mi perspectiva —sostenida y actualizada— que hoy esbozo en esta Jornada del EPBCN. Así como el respeto por las diferencias que guiaron esas febriles reuniones durante el mes de marzo de 1972. A lo largo del año mencionado también fueron leídos otros escritos sobre las variadas dimensiones y conexiones del psicoanálisis con la problemática social, grupal e institucional. El eco metamorfoseado de los mismos resuena, aún, en los textos que sigo desplegando en el presente.
El sueño, después de todo, sólo es el más constante de tus desengaños.
Henri Michaux

Hablar de interpretación psicoanalítica es un pleonasmo, pues ella no pone en juego otra cosa que la interpretación fundada en el psicoanálisis. Esta afirmación ha desencadenado desde las corrientes hermenéuticas una gran variedad de respuestas, acompañadas, aún hoy, de meritorias producciones, es decir con aquellas que se podía debatir y rebatir sin caer en descalificaciones y su consecuente demonización —p. ej. la siguiente obviedad: «el psicoanálisis no es una hermenéutica», usada como una solemne consigna—.[1] Sin embargo aunque la afirmación inicial resulte meridiana no por eso deja de ser enigmática. Y ello porque desde el comienzo sitúa la problemática de la interpretación en el ámbito de la repetición.

El pleonasmo es una de sus figuras, quizás la que mejor permite constatar que al insidioso y paulatino soslayo de la interpretación le sigue el progresivo abandono del inconsciente. Actualmente succionado por todo lo que esté a un paso de lo consciente y pueda acceder a ello o que reste como un latido permanente, lo latente del latir, que finalmente podrá ser capturado en las redes adjetivas (individual, colectivo, artístico, racial), donde se lo intenta aplanar, es decir, buscarle un soporte a su insoportable no presencia, a su caída de toda representación.

Pienso, entonces, que la interpretación psicoanalítica es guardada bajo una doble vuelta o una doble llave. Entraña un constante retorno de la invención freudiana que ya pertenece al registro de una memoria simbólico-productiva, alejada de las recordaciones u olvidos que imponen ciertas condiciones históricas.

Así la interpretación toma rango de tal, siendo en un «trabajo interpretativo» (Traumarbeit) tradición siempre por venir, de una herencia que nunca se cobra. Legados, ambos, depositados en y por La interpretación de los sueños. Una Tramdeutung —redundancia imprescindible— a la que Freud siempre volvió laboriosamente.

De manera que la interpretación, en cuanto fundante, no pende de un decir ocasional, de un agudo ingenio profesional o centelleantes ocurrencias, sino que da un paso instituyente que desde los comienzos mismos hace a la institucionalización del psicoanálisis.

Sería una negligencia olvidar que el célebre y paradigmático «caso Dora»[2] que Lacan desmonta en sucesivos pasos dialécticos, fecha, ficha y fija un vía para el secreto de los sueños, una cientificidad atípica para su interpretación y para la producción del inconsciente.

Pero, simultáneamente, ni antes ni después, a través de la escritura de ese sueño, de la «interpretación» (autoreferencia al concepto psicoanalítico) del mismo se da un consenso entre colegas (es decir, la comunidad científica aprueba la razonabilidad del camino y su solución), se forma una primera institución analítica.[3] E inmediatamente es convocado, desde esa escritura, un Congreso en el que se barajan y esbozan todas las posibilidades de trascender a un «público más amplio». Y como todo camino tiene su vera, en ella quedará W. Fliess, sustituido por los miércoles de incontables semanas donde funcionará la primera Sociedad Psicoanalítica de Viena.

Cabe, así, dejar suspendidas dos preguntas que alcanzan el tono de una sola y amplia: ¿nada que interpretar?, ¿no habrá nada que interpretar, cuando por vía de interpretación analítica, se abrieron historias que rechazan su fin, porque con arreglo al inconsciente de donde provienen tienen tachado su comienzo?

Recién en este momento descubrimos que la «doble llave» mencionada funciona al revés de las llaves de la interpretaciones comunes. Si éstas cierren dando sus vueltas hacia delante; aquellas abren recurriendo desde un futuro que no es hacia un pasado que jamás está «pisado». Sólo será el espectro de las pisadas que lo hacen inacabado, nunca consagrado.

No trato, en lo señalado ni en las puntuaciones siguientes sobre la interpretación, realizar una serie de operaciones miméticas sobre lo ya escrito (cuantioso, lleno de charlatanerías, como la convicción delirante de que transforma el mundo y la vida del paciente) sino impulsar, intensificar la potencia que poseen los textos y quehaceres, llevándolos hasta la frontera que ellos mismos demarcan. No estará demás recordar aquí que diván viene de diwán, aduana donde solo pasaría lo que inconsciente encomienda.

Extremos, lindes, donde la perspectiva se expande gracias a aquello con lo que limita, con lo que hace bisagra y permanece impensado. Eso no dicho absolutamente en el decir de los escritos mismos. Pasaje y paisaje similar a la zona que marca el tránsito imposible de lo casi por conocer a lo insondable en la interpretación psicoanalítica de un sueño.

Asimismo la invención del inconsciente se procura, en ese acto ejemplar, su propio sueño («Freud soñado por el psicoanálisis») y la medida productiva de su interpretación.

Por razones que escapan a la demostración, me gustaría volcar el título de esta exposición y lo expuesto de tal nombre, en el concepto de insistencia. Razones «de-ser» del mismo psicoanálisis. Si lo inconsciente no existe, sino insiste (y ello habla de sus tiempos específicos, cuestión pendiente de elucidación), debemos aceptar con cierto regocijo la indicación, sabiendo que volvemos a un lugar del que nunca hemos salido. Un espacio preextensivo que abre las múltiples dimensiones del tiempo al régimen de las interpretaciones y transferencias a que están sujetas durante la experiencia analítica.

Por otro lado queda en suspenso ese lo (Das) de «tal» inconsciente, pura exterioridad a cualquier figuración edípica, carencia deseante o representación acerca de sus devenires. Como subrayaba queda, también, por otorgarle su función original de borradura de toda cualidad, propiedad o constitución significante con lo que se desea capturarlo en un territorio determinado, sea metafórico o mediante el barrado diacrítico. Pero esto quedará bajo resguardo para otra ocasión.

La interpretación productiva

Una ojeada a distintas concepciones acerca de la interpretación, nos revelaría que, asimismo, se había elidido y eludido la idea de trabajo en el mismo punto en que se destacaba su importancia para la ciencia, disciplina o saber que requería sus afanosos servicios.

Apuntemos un leit—motiv que suscribimos enteramente, él será una de las balizas que guiará nuestra navegación —la interpretación de los sueños—, devenir de un movimiento intensivo donde acontece por primera vez en la historia de las ideas el concepto de psiquismo inconsciente. Es desde ese lugar que se debe mostrar de qué campo proviene el psicoanálisis. Ante todo ese «campo» está sembrado por una escritura roturada y rotulada La interpretación de los sueños no por el modus o la maniére en que Freud interpretó tal o cual sueño.

Al tomar cuerpo y corpus de escritura la interpretación pertenece al dominio del inconsciente no es patrimonio de un autor[4] o supuesta autoridad, no es lo que se destila como acierto o error del interpretante. Esto depende de otras variables (análisis del analista, formación, supervisión, etc.) y forma una trama con ellas.

Iremos avanzando a saltos, encaminados por una dialéctica de la congruencia (donde la verdad limita para dilatarse), más que por una lógica de la coherencia (donde la tautología oficia de ventrílocuo).[5] Partamos de una constatación, «los sueños tienen sentido para la vida psíquica del soñante».

Subrayé la palabra «sentido» (Sinn) para despojarla, en principio, de la sombra de lo unilateral que empaña su polifonía. Por un lado se trata de un sentido naturalizado a través de «los órganos de aprehensión inmediata» como de procesos mediatizados social e históricamente «de significación», «de pensamiento» y de «las cosas que en general tienen sentido» (sentido común, buen sentido, etc.) a las que suele oponerse el sinsentido (non sense) la locura y hasta la «pérdida de sentido», p. ej. en los desmayos. A la vez que, frecuentemente, se borra el acto de su constitución y su carácter de «señal», como orientación hacia... Pero no se trata sólo de lo puntualizado. Lo más importante es que el Sinn tiene sentido como sentido del sentido en cuanto favorece pasajes de una significación a otra. Su naturaleza consiste en ser paso, tránsito, devenir entre diferentes estados y no una determinada significación. Cuando esto ocurre el sentido y su sinsentido desaparecen.

Además, desearía resaltar algo que el Sinn alemán — y el «sentido» castellano—, como lo juega Freud, conserva, enterrado por la sepultura de los usos y olvidos.

Me refiero a las ideas de valor y sustitución. Inmediatamente de atribuirle un sentido a los sueños Freud estipula, «o sea, sustituirlo por algo que pueda incluirse en la conexión de nuestros actos psíquicos como un factor de importancia y valor equivalentes a los demás que lo integran».

Así el sentido del sueño convocará una economía psíquica ineludible que otorga valor[6] a un acto que no lo tenía. Y produce un encadenamiento preciso que podrá dar cabida a diversas transformaciones.

De esta especificación sobre el sentido se desprenderán una serie de enunciados discursivos que van enfatizando y matizando la tesis central: el sueño tiene sentido y ese sentido es una realización de deseos inconscientes. No me detendré en su evocación, está suficientemente vulgarizada. Aquí, y por el espacio disponible, sólo me interesa resaltar algunas consecuencias de las travesías del sentido para una línea cardinal, entre otras, de la teoría psicoanalítica de la interpretación. Así como los requerimientos que va exigiendo para su desarrollo.

Vemos que de inmediato es la razón de una advertencia metódica, tan importante como cuestionable si se trata de un «enunciado absoluto» que anula otras variantes, donde el cuerpo no puede desconocerse como lenguaje, que no es mera lengua a tratar en el gabinete, ni habla usada en la comunidad. Y donde, valga la irresoluble contradicción, lo social (lengua) se resuelve a nivel individual y lo personal (habla) se puede indagar sólo en el plano social. Aporías del significante;[7] así como de la concepción unilateral y reductiva de que el sueño sólo es interpretable —con certeza— en el régimen de la lengua, mientras «lo vívido» no queda en estado de incerteza razonable, sino bajo el inobjetable mandato de una exclusión.

Tales precauciones a tener en cuenta son, en realidad, una radical inversión espacio-temporal, que va desde la creación a posteriori del sentido y los hechos (reunión del sueño y el síntoma que revela a la esencia del lenguaje como non sense, y al trabajo humano como hilandero incansable de su sentido) hasta la «larga duración» que concierne a la construcción de los deseos interpretados.

Se me permitirá, en este momento, hacer una remisión encadenada, lo más precisa posible, donde las aserciones guardan la marca de fábrica y las de su proceso de fabricación.

Desde el inicio de La interpretación de los sueños, Freud dice que los sueños… tienen un sentido para la vida psíquica del soñante. Este sentido no aparece en el sueño hasta después del quehacer analítico.

¿Pero cuál es la función de ese después habitual? Es la de una doble naturalización (léase: ahistoricidad) del sentido, y con ella la naturalidad del tiempo cronológico.

Habrá, entonces, que pensarlo en una tópica y en una teoría del acontecimiento, captado en futuro anterior, bajo un ¿habrá sido? Algo que no preexistía como tal.[8]

A la extrema complejidad del concepto de trabajo, que ya señalé, hay que agregarle, ahora, una función de pasaje y las operaciones tan complicadas —alcanzan el esbozo de otra lógica— que la interpretación va articulando a través de la asimetría entre las ideas latentes y el contenido manifiesto, en las modificaciones y traslaciones que provoca la deformación onírica por los carriles de la censura.

Mediante los dos obreros, condensación y desplazamiento; obradores metafóricos y metonímicos, según el uso de un lavado símil lingüístico que habla de lo mismo.

Procediendo a la labor y cuidado de la puesta en escena; manipulando herramientas combinadas (asociaciones del sujeto y conocimiento indispensable del analista de las formaciones socio-culturales) incluyendo los aportes de la elaboración secundaria al cuasi-relato, como me gustaría llamarlo. O, reconociendo, para finalizar con esta enumeración apresurada, con las dos funciones selectivas del trabajo del sueño mismo.

En correlato con esta maquinación, alejada de la mirada, la interpretación es un verdadero trabajo generativo (o también de-generativo cuando resta como variadas formas de ejercicio de un poder fascinador e hipnótico).[9]

Respecto a que «produce un nuevo sentido» no podía ser de otra manera. Caso contrario no surgiría un nuevo sentido, sino se recogería un significado subyacente que saldría a la luz mediante una actividad comprensiva. Aquí nombraríamos al inconsciente, sin saberlo quizás, como subconsciente.

Consideremos entonces cuál sería la interpretación que se desprende de la elucidación psicoanalítica y entonces podremos decir que los hechos no son tales hasta ser des-hechos en la serie: asociación libre, interpretación, transferencia, resistencia, repetición, construcción.

Al hecho —sintomático— le cabe la factura del sentido. Si no fuera tal después de ser interpretado, no sería un hecho a desmontar en cada sesión sino un dato, algo dado en un relato monológico. Y la interpretación se convertiría en un postulado inverosímil, no funcionaría como un verdadero régimen de efectuación no causal.

El movimiento tiene un broche y habrá que concebirlo no sólo como un andar rectilíneo de la interpretación a la construcción que es, a la vez, un minucioso desmontaje sino de ésta a la interpretación, en una lógica de doble banda que ya no permite, mejor dicho, prohíbe separar a una de otra o fundir una con otra en un afán «epistemológico». Pero esto no autoriza la ocurrencia de que ahí quede constituido un «método», en cuanto procedimiento formal, que unifique a ambas. Más que marcar el estatuto de esta fallida operación habría que destacar la diferencia fundamental, opositiva y reunitiva que las atraviesa.

Una juega bajo la meteórica traslación de inconsciente a inconsciente, en el plano de una intuición elaborativa, en diversos regímenes de sensibilidad, en una escucha libremente distribuida, en un pasaje que va de lo latente a su emergencia, de un comienzo del mismo análisis y de un contrapunto de cuerpos afectados y relatos que siguen su peculiar gramática, hasta la acentuación de Freud en las Conferencias de introducción al psicoanálisis: «con la interpretación se pone en marcha el análisis» (J.M.Blasco—art.cit.). Aquí sólo seguiremos el rumbo del camino que veníamos transitando, dejando algunas marcas que otros escritos, seguramente, pondrán de relieve. Otra se desprende hacia territorios que exigen una precisa demarcación.

El montaje constructivo demanda un proceso reflexivo, el entendimiento de cómo encaja y se articula cada pieza, cuáles son los rasgos estructurales que favorecen consonancias y disonancias que hacen a la congruencia de la construcción. Pero, también la estimación de cómo podrá ser aceptado, por el paciente, o no su verosímil (la «conjetura»), deslizado de modo persuasivo al proponerlo. Ofrecimiento que veda cualquier imposición. Construcciones en psicoanálisis. Variación que impide cualquier unificación metódica, aunque resguarda el complejo movimiento que las liga, no bajo la obviedad de que son diferentes constituidos, sino en las diferencias irreductibles de sus procesos de conformación.

Ahora, demos un breve paso más, apenas un esbozo, ¿Cómo juega el lenguajecuerpo, de manera semejante y diferencial, tanto en la interpretación como en la construcción?

La tercera parte de Construcciones en el análisis nos orienta sobre el particular. Y lo hace en esa conjunción (problemática) entre la alucinación y el delirio que atraviesa el sueño y la construcción analítica. Ahí cobra singular importancia el cuerpo en toda su amplitud, limitando la hegemonía de la lengua. Dicha operación surge a través de lo visto, las voces y lo oído (que están excluidos en la lectura significante) como funcionan, por ejemplo, en las psicosis.

El campo visual opera como aparato de control territorial, mientras el auditivo dispersa, en todas direcciones, el registro expansivo, más allá de lo visto y la semántica de la mirada.

En ese espacio atópico la separación dentro-fuera es inoperante, pues los pasajes entre ellos constituyen modos de explicación válidos. Además, junto con las barreras entre una y otra región caen las clasificaciones llamadas psicopatológicas, puesto que sus rótulos son evitaciones a considerar un mundo en devenir que debe captarse en su singularidad.

Por otro lado esa relativa desterritorialización auditiva no puede ubicarse sólo en un «orden significante» ni en la taxativa afirmación de que «el texto manifestará alguna articulación».[10] Alguna, entonces, puede equivaler a ninguna. Sólo se trata de enfocar desnudamente la interpretación como un «texto» y éste como un texto de otro texto. Es decir, no se trata del discurrir de un analizando o pa(de)ciente, sino de montar, se lo sepa o no, una verdadera máquina de escritura. Ninguna regla prohíbe que así continuemos hasta el infinito, el «malo», al decir de Hegel. Pero la prescripción ausente, en cambio, aparece como una concreta regla de desinterés «no nos interesa que… resulte un fonema, sílaba, palabra, frase o serie de frases. Tampoco si quedan incluidos o no la entonación, el ritmo, etc.»

Obviamente desde esa posición reductiva, tan vigente en la actualidad, asimismo todas las vías del cuerpo quedan excluidas, cuando no censuradas o arrojadas al «magma pulsional».

Así el delirio, la alucinación y el sueño quedan atrapados en sus «textos» correspondientes, domesticados en y por ellos. Desde ahí, sin las dimensiones corporales y el juego de la permeabilidad del adentro y el afuera, se van constriñendo a lo familiar y conocido que ostenta lo «psíquico» como su propiedad privada a… lo social y a los mundos que se van creando (ajenos a las entidades psicopsiquiatrizantes y a las meras pautas de una cierta «salud mental») a través sus inapresables composiciones. Por eso los así llamados tratamientos los relegan al ámbito de una concreta imposibilidad o a los dominios de una expresa cronicidad.

Resta algo más. Con las mencionadas prescindencias queda anulado, desafectado, ese «fragmento de verdad histórica» que Freud atribuye a la locura y a esa «realización alucinatoria de deseos» que bulle en los sueños.

Continuemos.

Asociación libre, algo más que una regla fundamental para que el análisis se estatuya como tal en el dispositivo de la sesión o en otros menos particularizados.

Transferencia. Anotémosla. No en soledad, sino acompañada de su pertinaz omisión. Con la sesión se instituye, valga la redundancia (o valor de lo inutilizado en todo código), surge la institución de la «neurosis de transferencia». Sin ese montaje sería imposible hablar limpiamente de transferencia y su extrapolación igualitaria, desingularizada a otros ámbitos (formativo, institucional, comunitario, etc.) donde el delirio improductivo acecha. Sin enfatizar ese rasgo la transferencia es un comodín que va de mano en mano y puede terminar manoseado. Por ella Freud da un paso al costado de Silberer y Jung, a quién deja, polemizando, el «análisis como arte interpretativo» (Deutungskunst), dónde la transferencia quedaba evaporada, para retener el «análisis como trabajo de interpretación» (Deutungsarbeit).

Todavía hoy en la sustitución, inconsciente o no, de un término por otro se levantan muchas de las barricadas contra el psicoanálisis, dentro y fuera de sus instituciones.

En este momento una pequeña coda. Existe una frase que rueda ruidosa y dice: «nada que interpretar» (sic). Encuentra su eco en otra: nada que trabajar. Y, la resonancia de ambas me hace pensar que nos acecha, con su música, el fantasma de la renta terapéutica e intelectual.

Puesta en límite[11]

La interpretación en su límite o el límite de la interpretación es consustancial a su función (Los límites de la interpretabilidad de los sueños —1925— y Nuevas lecciones introductorias —1933—). Si fuera ilimitada coincidiría con el Dios cristiano y crearía a partir de la nada, dejaría de ser productiva. Por eso el límite, lejos de su trazo visible, no es lo que limita, ciñe o asfixia, salvo para una libertad mal entendida, es decir, adjetivada. Sin embargo es innegable que también marca un dominio, cultura o disciplina, pero es en ese instante paradojal donde resta conectada con otras, liberada de ellas y librada a ellas. De ese modo determina lo propio y amplía sus perspectivas. En esa bifurcación singular fomenta conexiones parciales, importaciones enriquecedoras, exportaciones esclarecedoras y demás intercambios que hacen a las ceremonias de reconocimiento entre disciplinas y saberes.

Una frontera de la teoría y el acto, así delineada es la que Freud establece para la interpretación analítica. Se trata del célebre «ombligo del sueño» que es mucho más que una feliz metáfora vapuleada por el desgaste o un mero «punto de fuga» hacia lo misterioso. Es un legado —preceptiva del psicoanálisis para todas las ciencias y sus respectivos «ombligos»—. Entraña un hecho fundamental para la interpretación psicoanalítica: ningún sueño (ni síntoma, agregaría) podrá ser interpretado en su totalidad. Potenciación de la interpretación, no su agonía, que indica el tiempo de una pertenencia.[12]

Los resultados de llevar hasta sus últimas consecuencias el ensanchamiento de los límites es un hecho sustancial. Entendido así ellos serían tan imprevisibles como provechosos, aunque no es el lugar ni el momento de ponerlos en funcionamiento. Aquí sólo me gustaría resaltar tres aspectos que estimo valiosos.

El primero es que el nudo que menciona Freud en el conocido párrafo de Psicología de los procesos oníricos (cap. VII de La interpretación de los sueños), liga lo vinculado y lo desvinculado en la teoría psicoanalítica. Hace de esta relación algo indisoluble («imposible de desatar»). El mismo engarce que había, entre la «Bella Durmiente» —la realización de deseos del sueño— y la «hechicera», tal como denominó a la metapsicología.[13]

En segundo término ese «punto» que permanece en tinieblas, ese omphalos que conecta con lo insondable, impenetrable, podrá convertirse en un asunto de elucidación. Elucidar[14] aquí es presentar la novedad como tal donde ya fue. Pero nunca será objeto de esclarecimiento, pues esclarecer es poner en conexión algo desconocido con lago conocido, hurtándole su carácter de novedad, es decir, donde nunca será.

Por último, podríamos llamar al «ombligo del sueño» límite e intervalo fronterizo, o paralímite de la interpretación analítica. ¿Pero no habrá otro (u otros) simétrico, más acotado, recatado, aunque igual de férreo? El mismo Freud indica que si en su texto de 1923,Observaciones sobre la teoría y la práctica de la interpretación de los sueños.

El ombligo es el viaje a lo insondable para los sueños traducibles, pero hay sueños que no lo son y poseen su equivalente que es la «imposibilidad de traducción» del sueño en su conjunto y no ya de uno o varios de sus elementos. De modo que los sueños intraducibles tendrían un omphalos específico. Lo cual parece indicar que el cuerpo de la mal llamada «doctrina psicoanalítica» (término con el que Freud signó a las «cosmovisiones» y acabó usando con descuido) rompe con la metáfora fisiológica, y posee tantos ombligos (la «compulsión a la repetición», la «pulsión de muerte», etc.) como requiere su aparato productivo.

Aquí me detengo y dejo a consideración estas cuestiones.

Giro al comienzo

Una breve insistencia final. Es aquella que sitúa a la interpretación en el ámbito fundado por el psicoanálisis. Por eso un giro solícito a la Tramdeutung. Desde ella queda sobrepasado el lento análisis del cuasi-relato de un sueño, convirtiéndose aquel en un met-hódos, un «poner en camino», que encamina las distintas formas de interpretación de un síntoma, síndrome o fenómenos diversos. Se promueve, así, que la interpretación psicoanalítica tendría un correlato diferencial y no explícito —ni lo requiere— con las operaciones realizadas en La interpretación de los sueños y los textos, casos, materiales, etc, a los cuales está ligada o expresamente articulada. De ahí que nunca insistiremos lo suficiente…


Buenos Aires, abril de 2012


Notas

1 No está de más aclarar que dicho «lema», trasmitido ciegamente se refiere a una sola de las líneas —cierto que relevante— de la hermenéutica contemporánea. Apunta, básicamente, al Paul Ricoeur de Freud: una interpretación de la cultura, donde la interpretación queda establecida mediante la «recolección de sentido» y la «exégesis». La variación importante que se da entre ese libro y su ensayo La prueba en psicoanálisis ni siquiera es mencionada, tampoco el cruce provechoso entre la hermenéutica y la semiótica de Greimas. Diferir no es ignorar, ni esto autoriza el «fácil decir». Asimismo otras corrientes (la del lenguaje como «malentendido» —a menudo copiada sin referencia—; la de la «analogía» —aunque se esté en franco desacuerdo, como en mi caso—; la del «círculo hermenéutico» heideggeriano —sustraída y omitida sin descanso— ; la gadameriana que afirma «el ser que puede ser comprendido es lenguaje» e induce a la «apropiación crítica de la tradición», la hermenéutica del sujeto desarrollada por Foucault y un largo listado que no cabe hacer aquí) quedan fuera, bajo la prohibición implícita o explícita de indagarlas y diferenciarlas. Otro tanto ocurre con elucidaciones realizadas desde diferentes ámbitos. Señalo esto porque no es indiferente —aunque los acólitos lo sean— a la palidez de la actual «imaginación» psicoanalítica. 
2 Analizado brillantemente por Freud y Lacan. Éste último lo realiza bajo una orientación dialéctica hoy negada con la misma fuerza que ayer se la afirmaba. 
3 Las instituciones psíquicas, que son simultáneamente formaciones disciplinarias y culturales, van componiendo la complejidad de lo inconciente, tal como se modaliza en los procesos oníricos. El Complemento metapsicológico de la doctrina de los sueños (1917), entre otros, ofrece un material sugerente para reflexionar sobre el asunto. 
4 Para el despliegue de este complejo asunto remito al notable texto de M. Foucault, Qué es un autor. 
5 La distinción entre estas ideas así como la de trabajo complejo están señaladas en mi texto, Notas mínimas para una arqueología grupal. 
6 Es inconducente quitar la noción de valor de la economía psíquica (ya que podría ligarse a otro demonio y por ahí colarse uno de los «espectros de Marx») y postular la de plus de goce que Lacan toma del concepto marxista de plus de valor (Zuschlag aus Wert, tal como lo pone Marx) no simplemente plusvalía que el lenguaje común fundió, hace tiempo, con el de ganancia. Además en uno resalta claramente el concepto de fuerza de trabajo y en el otro el deslizamiento del mercado como base. 
7 El mismo Lacan —cuestión poco señalada— a medida que desarrolla sus propuestas se va distanciando de la teoría del significante. Lo hace desde su idea de letra y la diferenciación con el significante (Seminario IX), hasta su función de borde, frontera o límite (Lituraterre). 
8 La interpretación psicoanalítica, a diferencia de otras, no pone de relieve un sentido oculto o perteneciente a la región de la cosa y el símbolo, sino que es productora de sentido, lo cuál rechaza la idea de un inconsciente apoyado meramente en la falta, las representaciones escénicas (es modélico, en este aspecto, el análisis de un sueño que hace el psicoanalista británico W.R.D. Fairbairn en su Estudio psicoanalítico de la personalidad) o la cadena significante. De ahí que se puedan atribuir en ciertas enunciaciones veloces un rango «productivo» a la interpretación y un plano carente (también re-signado) al deseo. En ambos casos se destaca una visión llamada «epistemológica» basada, sólo, en una relación sujeto-objeto de carácter teo-diacrítico. 
9 Considerada como una labor sutil, la interpretación, no supone que pueda convertirse en un comodín de fácil uso y abuso. Tampoco que su rechazo, por parte del paciente, caiga bajo las categorías de resistencia, transferencia negativa o repudio, imputaciones que abundan en los textos y corrillos profesionales. Por el contrario, a menudo, son portadoras de una fuerza de verdad que juega como interpretación eficiente de la omnipotencia, impostura y voluntad de sometimiento que esgrime, defensivamente, el analista.

Para el desmontaje de ese mandato apriorístico, sus olvidos y su (falacia) lógica interna véase el exhaustivo y formalizado escrito, presentado en estas Jornadas, de Josep Maria Blasco, Interpretación, elaboración y aceptación.
10 Véase el artículo de Juanqui Indart, …Porque (porqué) una «taza» es el «pecho»(¿). Ficha. Fac. de Psic. UBA. 
11 El concepto de límite o frontera nada tiene que ver aquí con una demarcación territorial, que supone un espacio extenso y homogéneo, sino con espacios fluidos, expansivos e intervalos temporales singulares que se dan entre lo intuible y lo inexplicable, entre lo dilucidable y lo inefable. Es decir, fuera de cualquier intento de totalización. 
12 El psicoanalista deberá asimilar e introducir en su «fabrica», desde su formación y demás instancias, que los «límites de su interpretabilidad» están constituidos desde un afuera de su discurso, que no se interioriza ni es «objeto de internalización» o habitante de los oscuros pasadizos de un «mundo interior». Son las relaciones de esa exterioridad las que posibilitan que «yo», «tu», «individuo», «sujeto», «interno», «externo» y otras entidades sean usadas y mencionadas. Caso contrario sin dichas condiciones de posibilidad todo el paraje psíquico será recorrido por los niños lobos.

De modo que el límite del psiquismo es psíquico, pero no interpretable de manera exhaustiva. Sobrepasarlo es un común «paso de más» del cual es necesario retornar; no hacerlo es el ejercicio abusivo de una voluntad de dominio a cualquier costo. 
13 Según se puede inferir de los manuscritos sobre «Las neurosis de defensa» que le envía a Fliess con el nombre Un cuento de Navidad, en referencia a un texto de los hermanos Grimm, donde la bella durmiente acecha detrás de los arbustos al duende juguetón. 
14 El concepto de elucidación, sea en los textos de Freud u otros, es polisenso. Opera facilitando reemplazos precisos (p.ej. el uso impropio de «teoría», «método», «ciencia», etc.), actividades críticas (productividad y aperturas in situ a los diversos materiales), desmontajes contextuales y cotextuales, ubicación y sentido de los regímenes de enunciación, tanto en el ámbito de lo que se está formulando como de lo que permanece informulado y que resiste a toda fórmula, pues sus restos acuden desde lo social-histórico mismo. Lo anterior es una breve caracterización de su funcionamiento. Para considerar una de sus operaciones específicas, me permito remitir a mi texto, Elucidaciones sobre el ECRO. Un análisis desde la clínica ampliada. 


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