Textos para pensar


Interpretación, elaboración y aceptación

Josep Maria Blasco [CV]

Versión pdf


Nota del Editor

Texto distribuido como soporte a la ponencia del mismo título presentada el sábado 12 de mayo de 2012 a las 12:30 en las XII Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas Aperturas en psicoanálisis, y celebradas en la sede del EPBCN de la calle Balmes, 32 (Barcelona).

Introducción

¿Qué es una interpretación psicoanalítica? En determinados ambientes lacanianos se escucha decir: la interpretación es una frase que transforma la estructura del sujeto;[1] en Freud, por el contrario, la cosa es bien distinta: la interpretación tiene una naturaleza hipotético-propositiva y, para ser eficaz (y, sólo en ese caso, acertada) tiene que venir seguida de un trabajo de elaboración por parte del paciente, que conducirá finalmente a su posible aceptación. En este texto exploramos la pregunta criticando primero algunas concepciones al uso, como la mencionada, para explorar después en la propia obra de Freud algunas referencias, en general no lo suficientemente destacadas, sobre la naturaleza de la interpretación.

Una frase

Para el María Moliner,[2] una frase es un conjunto de palabras que expresa un pensamiento, constituido por una oración gramatical simple o compuesta, o por una oración condensada tal como una exclamación. El Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora[3] remite para «frase» a «sentencia», y para «sentencia» da como sentido que nos interesa[4] un término del vocabulario de la lógica [que designa] una serie de signos que expresan una proposición. Inmediatamente añade: La sentencia es, pues, una expresión, y la proposición es el sentido u objeto de la sentencia. Sin entrar en diferenciaciones lógicas, una frase sería entonces (una sentencia, y por tanto) una proposición. Los lenguajes son distintos, pero se puede traducir entre ellos: la «oración» del María Moliner corresponde a la «expresión» que es la «sentencia» del Ferrater Mora, y del mismo modo, el «pensamiento» corresponde al «sentido» que es la «proposición». Desde luego, hay otros sentidos de la palabra «frase», por ejemplo el de la expresión «frase musical», pero no nos interesan aquí.

Consideremos ahora la proposición «una interpretación es una frase», y tratemos de evaluar su valor de verdad. Su estructura lógica parece querer decir «todas las interpretaciones son frases», pero eso es imposible, pues hay multitud de interpretaciones que no son frases. Una interpretación, en efecto, puede ser por ejemplo un acto (no acudir a la sesión,[5] o una expresión facial (arquear la ceja) o de otra índole (carraspear). Es falso, pues, que todas las interpretaciones sean frases.

Quizá eso está dicho de un modo más coloquial y lo que quiere expresar es: «la mayoría de las interpretaciones son frases (esto es, excepto cuando son actos o expresiones)». Pero esto también es imposible, puesto que, ciñéndonos al estricto registro verbal, una interpretación puede ser, por ejemplo, una devolución de una palabra efectivamente pronunciada por el paciente, y una palabra no es una frase. La acepción de «frase» como oración condensada nos interesa, pero haciendo notar que lo que no está claro es el sentido (en el Ferrater: la proposición) — ya que la interpretación puede jugarse en el límite del sinsentido.[6] Una interjección puede ser una interpretación, pero no es necesariamente una oración condensada: el psicoanalista no tiene por qué saber qué está diciendo mientras lo dice y, en cuanto al paciente, le puede costar atribuir un sentido a lo que ha escuchado.

Que transforma la estructura del sujeto

Examinemos la proposición «la interpretación es una frase que transforma la estructura del sujeto». Hay varias premisas implícitas: que el sujeto tiene estructura, y que esa estructura la puede transformar una frase.

Comencemos por el final: suponiendo que la estructura pueda ser transformada por una frase, no se dice en ningún lado cómo sucede eso. Hay que señalar el extremo platonismo de esta concepción: que las frases produzcan transformaciones no está nada claro, ya que lo que se escamotea es el proceso mediante el cual se opera esa transformación.[7] Para usar un símil matemático: dos y dos son cuatro, sí; pero ¿dónde son cuatro? Hay dos opciones: pensar que son cuatro en la mente de Dios,[8] o pensar que serán cuatro para aquél que realice, esto es, efectivamente evalúe, la operación; si las cosas son como son en la mente de Dios no es necesario cómputo ninguno. No estará de más señalar que no creemos que a los psicoanalistas les siente nada bien pensar que el efecto de sus interpretaciones está contenido en la mente de Dios.

También puede objetarse que pensar que una frase puede transformar la realidad es una forma de pensamiento mágico.

En cuanto a la idea de que el sujeto tiene estructura, es algo bastante discutible. Encuentra su auge en las elucubraciones topologizantes de Lacan, que se inician en la década de 1960 con la introducción de las identificaciones del cuadrado unidad:[9] «el sujeto es el toro», y así sucesivamente. Como los psicoanalistas no tienen la más mínima preparación para entender de qué se trata, suelen manejarlas de modos que no cabe definir sino como patéticos.[10]

Pero es que además, si el sujeto tiene estructura empezamos a clasificarlo, a ordenarlo: el sujeto tiene entonces estructura neurótica, histérica, fóbica, psicótica, etc. Esto es muy fuerte, si se lo considera bien: una cosa es que determinada vertiente de un proceso del paciente, determinado complejo, si se quiere, tenga facetas perversas, presente aspectos obsesivos, incorpore mecanismos histéricos, cosa que puede ser útil pensar como hipótesis diagnóstica o evaluación aclarativa; y la otra es que el sujeto mismo tenga estructura, lo que requiere reificarlo primero.

Posibles parches

Un modo de intentar parchear la proposición que nos ocupa es substituir «una» por «la»: tenemos entonces «una interpretación es la frase que transforma la estructura del sujeto»; con eso se querría indicar que sólo es una interpretación lo que produce un efecto, lo cual es verdadero a medias, porque en Freud, claramente, hay interpretaciones correctas que se aceptan, e interpretaciones que no. Otra mejora consistiría en substituir ahora el segundo «la» por un «una», con lo que tendríamos «una interpretación es la frase que transforma una estructura del sujeto». Finalmente, y como ya hemos señalado que una interpretación no tiene por qué ser una frase, podríamos substituir «la frase» por una indeterminación neutra, con lo que tendríamos «una interpretación es lo que transforma una estructura del sujeto». Esto identificaría una interpretación a sus efectos, lo cual no es completamente satisfactorio, ni coincide con el desarrollo freudiano.[11] Mucho más no parece que se pueda hacer, y además ya nos hemos alejado tanto de la frase original que vemos decaer nuestro interés.

«Mi hipótesis es...»

Quizá nos convenga volver a Freud.[12]

En la excelente película para televisión Princesse Marie, que describe la relación entre la princesa Marie Bonaparte y Sigmund Freud, y que lamentablemente no ha sido emitida en nuestro país, Freud le dice en una ocasión a Marie, que está tendida en el diván: «Mi hipótesis es que...», y continúa luego con la descripción de determinados sucesos que debían haber acontecido en la infancia de la princesa. Marie, impresionada, vuelve inmediatamente a París desde Viena, conversa con determinados miembros, ya ancianos, de su entorno familiar, y verifica la hipótesis de Freud.

Lo que nos interesa de esta escena es la modalidad de intervención de Freud: «Mi hipótesis es que...». Esto es tan llamativamente distinto de otras concepciones, donde se insiste en la interpretación como sinsentido (que haría descarrilar al paciente); devolución de una palabra o expresión (que le haría caer en sí mismo); ambigüedad (que le obligaría a buscar su propio sentido para lo proferido); corte (por ejemplo, un corte abrupto de la sesión «en el momento adecuado»;[13] y de las advertencias, muy reiteradas, en contra de que la interpretación pueda ser una explicación (que induciría al paciente a «racionalizar»), que nos llevará a investigar en Freud mismo lo que se dice sobre la interpretación, para ver si está de acuerdo con esas concepciones.

La interpretación como propuesta

Acudamos a la tercera parte de las Conferencias de introducción al psicoanálisis:[14] en la 17ª conferencia, titulada El sentido de los síntomas, Freud analiza el caso de una joven obsesiva que presenta un ceremonial de dormir. Una vez descrito el ceremonial, Freud escribe: «Tuve que hacerle a la muchacha unos señalamientos y unas propuestas de interpretación que en cada caso ella desautorizó con un "no" terminante, o aceptó con duda desdeñosa».[15]

Lo que nos interesa es que lo que se comunica a la paciente no son interpretaciones, sino propuestas de interpretación, que pueden ser aceptadas o no serlo (en este punto de la exposición freudiana, la paciente las «desautorizaba» o las «aceptaba con duda desdeñosa»).

De la omnisciencia a la omnipotencia: una falacia

Aquí rozamos un punto muy delicado. Como se sabe, que el paciente no acepte una interpretación no quiere decir que la interpretación sea falsa: puede estar en juego una resistencia; o quizá la interpretación, siendo correcta, no fue comunicada en el momento adecuado; también puede suceder que el modo de comunicación no sea el adecuado al momento intelectual, o al momento transferencial, del paciente; y así sucesivamente. Pero saber eso nos puede inducir a cometer un gravísimo error lógico: de «no siempre que una interpretación no es aceptada no es verdadera» no puede deducirse «siempre que una interpretación no es aceptada es verdadera».

En este galimatías se encalla el psicoanalista. Es comprensible que lo haga; a nadie se le dan bien las triples negaciones. Pero es que, además, de la falacia extrae grandes réditos para su narcisismo (y, como veremos enseguida, también para su voluntad de dominio).

Lo que Freud dice es muy claro: si el paciente dice que no, a veces es que sí.[16] Ese es su descubrimiento, y nada más. A veces, no siempre; es que otras veces el paciente dice que no y es, simplemente, que no. ¿Cómo podría ser de otra manera? — si el psicoanalista no se equivocase nunca.[17]

Se ve a dónde nos lleva este desv(ar)ío: a una aspiración a una posición de omnisciencia (divina – sería lo único que permitiría «no equivocarse nunca»).

Además, es demostrable lógicamente que la admisión de la falacia implica también creer en la propia omnipotencia (al menos, en lo que respecta a nuestro poder de convicción: «Toda interpretación es aceptada»).[18] Queda claro que a los psicoanalistas no les sienta bien jugar a ser dioses:[19] se empieza por descuidarse en una cosita y después no se sabe dónde se termina.

Este descuido revela no ser tal si examinamos la conclusión de la falacia (que, de ser sostenible, sería verdadera, puesto que la premisa estaría autorizada por Freud): «Toda interpretación no aceptada es verdadera». Es un argumento demasiado repetido (e incorrecto): si no la acepta, es porque se resiste. Es mucho más cómodo pensar así. Pero si el paciente no acepta mi propuesta de interpretación puede ser, sí, que se trate de una resistencia; pero también puede ser, lisa y llanamente, que la hipótesis (esto es, mi propuesta de interpretación) sea simplemente falsa. No es lo que a veces se escucha (y por eso hacíamos alusión al narcisismo del psicoanalista): «Le hice una interpretación bestial»[20] — donde lo que está por ver es si lo que es bestial es la interpretación o el propio psicoanalista.

La interpretación pone en marcha el análisis

En la 18ª conferencia introductoria, titulada «La fijación al trauma. Lo inconsciente»,[21] Freud discute la comparación de la neurosis con la ignorancia: «la neurosis sería la consecuencia de una suerte de ignorancia, del no saber sobre unos procesos anímicos acerca de los que uno debería saber»,[22] e inmediatamente añade: «Así nos acercaríamos mucho a conocidas doctrinas socráticas según las cuales los vicios mismos descansan en la ignorancia». El problema con esta concepción es que «[e]l saber del médico no es el mismo que el del enfermo [...]». En efecto: «Cuando el médico transfiere su saber al enfermo comunicándoselo, esto no da resultado alguno. No; sería incorrecto decirlo así. No tiene el resultado de cancelar lo síntomas, sino este otro, el de poner en marcha el análisis[...]».[23] La interpretación aparece, así, no como algo que cierra, completa, desentraña o explica lo que el paciente ya ha dicho, sino como lo que pone en marcha el análisis mismo, es decir, lo abre, da comienzo a lo por decir. Y no es por casualidad que Freud añade inmediatamente, entre paréntesis: «manifestaciones de desacuerdo de parte del paciente son, a menudo, los primeros indicios de que esto último ha ocurrido». El desacuerdo ya no aparece aquí como una desautorización de la comunicación del saber del analista (sobre los procesos inconscientes del paciente, es decir, propiamente: una interpretación), sino como un indicio de que el análisis ha sido eficazmente puesto en marcha en el paciente.

El trabajo de elaboración

Volvamos al caso de la joven que se veía sometida a un ritual del dormir. Freud continúa: «Pero a esta primera reacción desautorizadora siguió una época en que ella misma se ocupó de las posibilidades que le eran presentadas, recogió ocurrencias sobre ellas, produjo recuerdos, estableció nexos, hasta que hubo aceptado todas las interpretaciones por su propio trabajo». Es clarísimo: la paciente «acepta» todas las interpretaciones «por su propio trabajo», es decir, elabora lo que le ha sido comunicado.

Y ¿en qué consiste ese trabajo? — en ocuparse «de las posibilidades» que le son presentadas, en recoger «ocurrencias sobre ellas», en producir «recuerdos», en establecer «nexos»; es decir, en asociar libremente, por un lado, pero también en pensar, en razonar, a la manera clásica: «ocuparse de una posibilidad» no parece ser exactamente «decir lo primero que le viene a uno a la cabeza», como tampoco «establecer nexos». Y hasta para los recuerdos Freud emplea un verbo interesante: «producir» — no «tener», sino «producir», lo que destaca el caracter activo del recordar.[24]

No es el Freud al que nos tienen acostumbrados[25] en ciertas orientaciones psicoanalíticas. Siempre se señala machaconamente el aspecto pasivo de la asociación, como si el único trabajo a realizar por parte del paciente fuese la superación de la resistencia («me da vergüenza decirlo, pero pensé que...»; «creo que esto no tiene nada que ver, pero se me ocurre que...») y quedase así eliminado el razonamiento, que sería siempre una peligrosa racionalización; entonces el trabajo del paciente quedaría reducido a una especie de confesión, más o menos penosa, de lo que se le presenta en el foco de la consciencia.

Nada autoriza en Freud a esa reducción burda: la asociación libre puramente dicha viene tramada, de un modo inagotablemente complejo, con el razonamiento clásico. Y esa trama, irreductible a las simplificaciones al uso, tiene un nombre genérico: es un trabajo, y si se quiere, un nombre específico: un trabajo de elaboración. Que esto, tan patente en Freud, sea habitualmente olvidado por los diferentes catecismos psicoanalíticos da la medida de un extravío irracionalista que parece no tener fin. Y es que si lo que se quiere es poder, es mejor no dejar mucho espacio a la razón...

Barcelona, 1-10 de abril de 2012


Notas

1 Como nos lo confirman varios psicoanalistas que han estudiado en facultades dominadas por esa orientación psicoanalítica. 
2Diccionario de uso del Español, 2ª edición, Madrid, Gredos, 1998. 
3 1ª edición revisada, aumentada y actualizada en Ariel Referencia, Barcelona, noviembre de 1994. 
4 Los otros dos sentidos son: 1) una opinión o parecer sobre algún problema, y 2) una opinión de un Padre de la Iglesia o escritor eclesiástico sobre algún punto de dogmática, teología, moral. etc.
5 Nos referimos a que no acuda el psicoanalista. 
6Puede jugarse, y no se juega, puesto que una interpretación puede ser también una explicación, como veremos más adelante. 
7 Es decir, el trabajo de elaboración al que nos referiremos más adelante. 
8 Por lo demás, es lo que suele pensar la mayoría de matemáticos. 
9 Lacan elige las siguientes: la esfera, el toro, la cinta de Möbius, la botella de Klein, y el plano proyectivo o su modelo la superficie de Boy. 
10 Como los denodados esfuerzos que realiza el pobre Héctor Rúpolo en su Clínica psicoanalítica de las psicosis para intentar convertir una esfera («la psicosis») en una superficie de Boy (la estructura comme il faut), sin entender nada. El psicoanálisis se convierte así en un fallido taller de plastilina para estudiantes mediocres de topología básica. 
11 En el que «el deseo», que en Freud siempre es inconsciente, reprimido, sexual e infantil, no coincide ni mucho menos con «su interpretación». Para los adultos lo que hay es elección de objeto, inconsciente o no. 
12 El lacanismo actual es una cosa bien curiosa: Lacan es ilegible —y ni siquiera está publicado todo—; convendría entonces leer a Miller, que lo explica muy bien (explica especialmente bien los seminarios que no ha publicado: primum vivere...); ahora resulta que Miller tiene tanto publicado que se hace también un poco espeso; leamos pues a un divulgador de Miller: este divulgador nos dirá que Miller dice que Lacan dice que hay que volver a Freud; uno no puede evitar pensar en el juego del teléfono, donde el mensaje siempre se pierde. 
13 Demasiadas veces el momento adecuado coincide con lo adecuado para el bolsillo del analista, mais passons. 
14 En las Obras completas de Freud, tomo XVI, Ed. Amorrortu, octava reimpresión (2000) de la segunda edición (1984), p. 243. 
15 El énfasis es nuestro. La obra de Freud está llena de ejemplos de este estilo. Otra muestra: en ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, de 1926 [misma edición, tomo XX, octava reimpresión (2004) de la segunda edición (1986), p. 206.], Freud le hace preguntar a su juez imparcial: «¿Cómo se conoce en cada caso el momento justo [para comunicar la interpretación al paciente con probabilidades de éxito]?», a lo que contesta: «Es cuestión de [...] tacto [...]. El precepto es aguardar hasta que él se haya aproximado tanto a lo reprimido que no le haga falta sino dar unos pocos pasos bajo la guía de su propuesta de interpretación» (el énfasis es también nuestro). 
16 Y cuando dice que sí, a veces es que no. 
17 En la galería de horrores en la que parece haberse convertido el psicoanálisis actual, hemos llegado a conocer a charlatanes que se creían muy encumbrados refiriéndose a sí mismos en tercera persona y enunciando «X no se equivoca nunca». Es la paradoja del mentiroso en su versión psicoanalítica. 
18 Es verdad que tratándose de una creencia contrafáctica siempre nos cabe la duda de si en vez de una aspiración a la omnipotencia diagnóstica no habría más bien que señalar, más simplemente, los efectos de una psicosis. 
19 Para ser claros, no le sienta bien a nadie. Pero en los psicoanalistas es extraordinariamente peligroso. 
20 O «brutal», «bárbara», etc., donde lo que parece ponerse también en juego es un cierto sadismo. Una vez llegamos a escuchar «ese se va bien interpretadito», como quien dice «bien calentito»... 
21Ibid., tomo XVI, pp. 250 ss. 
22 Pp. 256 ss. 
23 El énfasis es nuestro. 
24 No estará de más señalar que lo activo no es necesariamente voluntario. 
25 Sin haberlo leído, todo hay que decirlo. 

Copyright © EPBCN, 1996-2024.