Conferencia anunciada bajo el título La formación del yo según Lacan (El estadio del espejo) y leída en la sede de la Escuela de Psicoanálisis de Ibiza el 22 de Octubre de 1992 a las 20:30. Publicada en 7 Conferencias del ciclo Psicoanálisis a la vista, Escuela de Psicoanálisis de Ibiza, Eivissa, Junio de 1993.
El objetivo de esta conferencia es presentar a Jacques Lacan y su obra. Lacan fue un psicoanalista francés que revolucionó el mundo del psicoanálisis proponiendo formulaciones nuevas y maneras distintas de enfocar problemas antiguos. Puede decirse que nadie ha tenido, después de Freud, tanta influencia sobre la teoría analítica: hoy día poco se publica en psicoanálisis que no la recoja, reconociéndolo o no. Vamos a intentar aquí un esbozo de aproximación a su producción presentando su estadio del espejo, no sin antes dar un repaso breve a su vida y a su obra.
Jacques Marie Emile Lacan nace en París el 13 de Abril de 1901,[1], en una familia católica. Educado por los jesuitas, estudia medicina, especializándose en psiquiatría. En 1932 defiende su tesis, De la psicosis paranoide en su relación con la personalidad,[2] que marca su entrada en el campo analítico. Asociado a la Sociedad Psicoanalítica de París, la única en ese momento existente en Francia, interviene activamente en su funcionamiento desde su fundación. En 1951 empieza un seminario sobre el caso Dora que se dicta en su casa y al cual asisten unos veinticinco analistas en formación.
El 16 de Junio de 1953 un grupo de analistas (entre los que está Lacan) abandonan la Sociedad Psicoanalítica de París para crear la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, debido a divergencias de política interna con el grupo mayoritario de la Sociedad. Ese mismo año Lacan dirige el seminario de estudios freudianos, dedicado en 1953-54 a Los escritos técnicos de Freud,[3] que continuará anualmente durante casi toda su vida. La nueva sociedad se enfrenta a un reconocimiento que no acaba de llegar por parte de la Asociación Psicoanalítica Internacional: la única sociedad reconocida por la Internacional era la Sociedad de París. Alrededor de 1963 la Internacional plantea sus condiciones para la admisión de la nueva sociedad: Lacan debe ser inhabilitado como docente y didacta. Un comité formado por compañeros y analizantes de Lacan vota por escasa mayoría la inhabilitación de Lacan; Lacan, con el que estaban muchos analistas y buena parte de los alumnos de la Sociedad, responde dimitiendo.
Después de unos meses de incertidumbre, Lacan funda en 1964 la Escuela Freudiana de París. Esta vez Lacan, que ya no busca el reconocimiento de la Internacional, es amo de su propia escuela, que movilizó a la intelectualidad francesa desde su fundación hasta su disolución por Lacan a mediados de 1980. Lacan abre su seminario al público, dirige la Escuela que ha creado, interviene en la Universidad creando un departamento de Psicoanálisis, publica, interviene en congresos, etc. En el momento de su disolución, la escuela contaba con más de mil miembros.
Poco antes de morir, Lacan funda sobre los restos de su anterior escuela la Escuela de la Causa Freudiana, que dejará en manos de su yerno y albacea literario, Jacques-Alain Miller. Lacan muere en París el 9 de Septiembre de 1981.
Describir la obra de Lacan no es fácil. No existe edición alguna de sus obras completas, como es el caso con Freud. Muchos de sus artículos se publicaron en revistas ya desaparecidas, y son, por tanto, casi inencontrables; en cuanto a su seminario, está en proceso de publicación[4] (8 volúmenes en francés de 27, siete de ellos traducidos al español). Lacan publicó en 1966 una selección de sus escritos, que tituló justamente «escritos» (hay traducción española en la editorial Siglo XXI)[5] y contienen lo que se considera fundamental de su obra y es en cualquier caso material imprescindible de referencia para introducirse a su lectura. Densos, difíciles y brillantes (Lacan fue calificado en más de una ocasión de Góngora del Psicoanálisis por el preciosismo de su escritura), plantean los fundamentos de lo que se desarrollará con mucho más detalle en los seminarios.
Hablar del seminario de Jacques Lacan es hablar también del fenómeno cultural que supuso en Francia. Desde el principio, Lacan supo atraer a las mentalidades más brillantes del París de su época: citemos a Claude Levi-Strauss, Jean Hyppolite o Henry Ey como ejemplo. A partir de 1964, año de la fundación de la Escuela Freudiana, son abiertos al público: más de 500 personas, todas con su grabadora para no perder palabra de lo que dice Lacan, llegan a agolparse en salas previstas para no más de 200. Entre sus alumnos se cuenta a Deleuze, Guattari, Foucault, etc.: la mayoría de los intelectuales de su generación pasaron en un momento u otro por el seminario. Lacan lo realizó año tras año desde 1953; durante casi veinte años fue semanal. Seguir su proceso es seguir la evolución del pensamiento de Lacan; saltándonos forzosamente muchas cosas, podemos dividir su enseñanza en tres periodos, aun cuando sean en algo artificiales, pues en muchos casos la elaboración de los temas que les asignamos se solapan en el tiempo.
En el primer periodo, bajo la consigna del retorno a Freud,[6] Lacan reinterpreta los textos freudianos, utilizando referencias tomadas de la filosofía y la lingüística. La tesis de Lacan es que Freud hubiera escrito de un modo completamente distinto si hubiese dispuesto de las herramientas conceptuales de la lingüística, demasiado nueva en tiempos de Freud para que pudiese aprovecharla. Así, resalta que al interpretar los sueños, Freud trabaja con textos (el relato del sueño) compuestos de palabras, y que solo sobre esas palabras realiza las operaciones que conducirán a la interpretación, que a su vez está compuesta por palabras. Lacan encuentra en las operaciones de condensación y desplazamiento de Freud las figuras de la metáfora y la metonimia; y no se trata de simples cambios de nomenclatura o juegos de palabras: aplicando los conceptos que encuentra en Freud y los que él mismo desarrolla, Lacan realiza la crítica de la literatura analítica de su tiempo, para mostrar sus impasses conceptuales y cómo desde su perspectiva muchos de esos impasses son solventables; a la vez, su conceptualización le permite señalar puntos de la teoría freudiana que, siendo esenciales, habían sido olvidados, por difíciles o por incomprendidos.
De este primer periodo son algunas de sus formulaciones más conocidas: el inconsciente es el discurso del Otro, o el deseo del hombre es el deseo del Otro, o el inconsciente está estructurado como un lenguaje; aquí empieza también la construcción de una de sus teorías más fecundas, la de lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico, cuya elaboración no abandonará en toda su vida. Cuando hablemos más tarde del estadio del espejo tendremos ocasión de encontrarnos con lo Imaginario. Habremos de mencionar también los análisis que realiza Lacan sobre las relaciones entre el amo y el esclavo según Hegel, su aproximación a lo que podría ser la Ética del Psicoanálisis[7] en el seminario que lleva ese nombre, y la teoría del yo escindido cuyo esbozo daremos.
La segunda época de la enseñanza de Lacan podría denominarse el periodo de los matemas. Lacan se cuestiona continuamente: ¿es el Psicoanálisis una ciencia? Para medir la posible respuesta, Lacan se interroga sobre la estructura de las ciencias, y se propone encontrar un medio de explicar el Psicoanálisis que lo haga universalmente transmisible, condición de la ciencia moderna. Para tal fin, Lacan recurre a las Matemáticas, la Lógica y la Topología, buscando en sus aparatos conceptuales elementos que puedan servir para la construcción de fórmulas que definan lo esencial de la teoría analítica. El empeño, obviamente, es arriesgado. Además, es claro que siendo el psicoanálisis una práctica además de una teoría, y siendo esa teoría, porque interpreta, incomprensible en su totalidad sin el ejercicio de su práctica, no puede hacerse un matema de todo el psicoanálisis; tampoco es que Lacan lo pretenda. Sin embargo, su uso de fórmulas y referencias topológicas es extremadamente polémico, pues no es conforme a las reglas de las ciencias de las que las toma prestadas; por otra parte, a Lacan le sirven para decir toda una serie de cosas, nuevas y muy útiles, sobre el psicoanálisis, haciendo avanzar así su teoría. De esta época son los matemas del deseo, la demanda, el fantasma, el Edipo, la sexuación, etc., los cuatro discursos, y algunas fórmulas paradójicas como no hay acto sexual,[8] no hay relación sexual, o La mujer («la» con mayúscula) no existe.[9])
En sus últimos años, Lacan se dedicó a volver sobre su propia teoría, especialmente sobre lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico, para, con ayuda de la topología y la teoría de nudos, intentar una metaformalización. Dio mucha importancia al nudo borromeo: se trata de una figura compuesta por tres redondeles entrelazados entre si de tal modo que si uno de ellos se corta, los demás quedan libres, sin estar ninguno enlazado a otro más que por la estructura de la unión de los tres. El estudio del nudo borromeo le permitió intentar situar lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico, y, en sucesivas aproximaciones, el objeto a, el síntoma, y otros elementos de la teoría.
Lacan viene precedido de una reputación de difícil a la que nunca dejó de hacer honor, probablemente para preservar su teoría de una vulgarización similar a la que sufre la obra de Freud. Su lectura, en efecto, no es fácil, pero tampoco lo es la de Freud en absoluto, aunque pueda parecerlo. Lacan consigue así que sea evidente lo que en Freud debe aprenderse, su dificultad, lo cual tampoco está exento de peligros: pues si de la lectura de Freud uno puede «entender» sus análisis de casos suponiendo de relleno a la teoría, en el caso de Lacan la brillantez de sus fórmulas más paradójicas puede llevar a repeticiones de tipo religioso. En cualquier caso la amplitud y riqueza de sus referencias ha seducido a muchos, y es estudiado hoy, aparte de por los psicoanalistas, por filólogos como teórico del lenguaje y práctico del comentario de textos, por sociólogos por su teoría de los cuatro discursos, por el movimiento feminista por sus teorías sobre la diferencia entre los sexos y la mujer, por los filósofos, etc.
Introduciremos ahora la teoría del yo en Lacan, antes de centrarnos en el estadio del espejo, fijando nuestra atención en una frase que se encuentra al principio del artículo donde lo expone y que puede parecer enigmática, aunque se aclara en desarrollos posteriores. Refiriendose a la experiencia del yo en psicoanálisis, Lacan dice: «Experiencia de la que hay que decir que nos opone a toda filosofía derivada directamente del cogito».[10] Al nombrar el cogito, Lacan se refiere a la conocida frase de Descartes en el Discurso del Método pienso, luego existo, que en Latín es justamente cogito, ergo sum. Tenemos pues
cogito, ergo sum,
que equivale a
pienso, luego existo,
o bien
pienso, luego soy,
o, para señalar los sujetos,
yo pienso, luego yo soy.
Lacan señala la diferencia entre el sujeto del enunciado y el de la enunciación: por ejemplo, cuando se dice yo miento no se incurre en ninguna paradoja, pues quien dice yo miento no es el mismo yo que miente (de lo contrario, esta frase, que tiene sentido para cualquiera, sería efectivamente una contradicción: si yo miento al afirmar que yo miento, digo la verdad, lo cual es imposible, pues lo que digo es que miento).
Yo digo: «Yo miento». No hay paradoja ni contradicción.
De un modo similar, en la frase de Descartes yo pienso, luego yo soy nadie garantiza que el yo que piensa sea el mismo que el yo que es. La formulación clásica conecta el yo pienso con el yo soy mediante un luego, que, en este contexto, equivale a una implicación, lo que en lógica formal se escribiría
«yo pienso» → «yo soy»
y se lee «“yo pienso” implica que “yo existo”», o sea yo existo porque pienso. Vemos así que yo soy y yo pienso están conectados por un operador lógico; sin embargo, la demostración cartesiana está basada en no diferenciar entre el yo del soy y el yo del pienso, lo cual le permite y le fuerza a escribir su luego: el luego es pues la indiferenciación de los dos sujetos. Si ésta es cuestionada, cabe preguntarse por una nueva forma lógica que pueda conectar a esas dos frases. Una posibilidad consiste en pensar en una relación de inclusión: así, una manera de interpretar la frase es
yo pienso: «luego yo existo»,
es decir, lo que pienso es la frase «luego yo existo», con lo que «yo existo» es parte de lo que pienso. Otras posibilidades serían la alternativa
yo pienso o yo existo
o la disyunción
yo pienso y yo existo.
El conector lógico que Lacan elige para entender la frase desde la perspectiva de la experiencia psicoanalítica es sin embargo la operación booleana del o exclusivo: el o exclusivo es aquel que aparece en frases del tipo «o una cosa u otra», siendo una cosa y otra mutuamente excluyentes, como en
o vienes o te quedas,
donde es imposible que pueda a la vez venir y quedarme. Transformado así, el cogito es ahora
o yo pienso, o yo existo,
que equivale a
o no pienso, o no existo,
o, para utilizar una formulación de Lacan más elegante:
pienso donde no soy, soy donde no pienso.
Lo que equivale a decir que donde soy el sujeto del inconsciente, ahí no pienso, piensa si acaso el inconsciente, piensa el eso, pero no yo; y donde yo pienso, ahí el lugar de mi ser está vacío, ese yo que piensa está, como veremos, fundamentalmente alienado en el otro lado del espejo: no está, de ese ser no hay nada. Lacan llegará a decir que pienso en el lugar del Otro, que soy pensado. Esto quedará más claro al estudiar en seguida en estadío del espejo. Hemos presentado hasta aquí uno de los conceptos lacanianos fundamentales, el del sujeto dividido, barrado o escindido, que él escribe con una S mayúscula tachada para indicar así su división.
Lacan basa su teoría del estadio del espejo[11] en la siguiente observación: la cría de hombre, a una edad en que se encuentra por poco tiempo, pero todavía un tiempo, superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce ya sin embargo su imagen en el espejo como tal. La edad en cuestión va desde los seis a los dieciocho meses, y Lacan observa que el reconocimiento va acompañado siempre de una expresión jubilosa en el niño. A los seis meses, el niño puede ser todavía un lactante, y desde luego no coordina su cuerpo lo suficiente como para dominar su postura; sin embargo, si tiene un espejo cerca puede sentir interés como para gatear o arrastrarse hasta encontrar una posición que le permita obtener del espejo lo que Lacan llama una imagen instantánea de si mismo.
Lacan analiza el contraste entre la impotencia motriz y la dependencia de la lactancia, por una parte, y el hecho de que su imagen especular sea asumida jubilosamente, por otra. Analiza la prematuración biológica del niño, esto es, el hecho de que la cría del hombre nace prematura, en el sentido de que muchos de sus rasgos son al nacer y durante un cierto tiempo todavía fetales, y sus consecuencias en cuanto a la duración de la situación de desvalimiento en que el niño se encuentra, mucho mayor que en cualquier otra especie, para introducir la noción de cuerpo fragmentado, que viene a describir la impotencia de coordinación motriz del niño. Basta observar el pataleo descoordinado de cualquier bebé y pensarlo en relación con el deseo que lo anima para encontrar feliz el termino lacaniano.
Tenemos pues un niño sumido en la descoordinación motriz, en el cuerpo fragmentado. Cuando se mira en el espejo, sin embargo, se mira con sus ojos, que resultan no estar afectados por la prematuración, y, observa Lacan, su expresión es jubilosa. Y es que se reconoce; o mejor: reconoce su imagen como tal en el espejo. Y aquí viene el punto clave de la argumentación: aquel que el niño mira y reconoce, ese que le imita tan bien, y que tarde o temprano descubrirá que es él mismo, o su imagen, para hablar propiamente, ese no descoordina, no tiene cuerpo fragmentado, eso — es para él: su imagen se le aparece entera, dotada de una unidad que él no puede atribuir a la percepción de su propio cuerpo. De aquí se deriva el contento del niño y toda una serie de otras consecuencias.
En efecto: ese otro que le mira tras el espejo y que le cautiva, pronto aprenderá que es él, incluso se le dirá: «Mira, ese eres tú» señalándole la imagen. Imagen entera de un cuerpo que no se percibe como siendo entero, imagen que anticipa una maduración del dominio motriz que por el momento no se tiene. «Eres tu»: imagen pues de mí, imagen de mi yo, imagen del yo. La primera identificación, dice Lacan, imaginaria. Ahora bien, en Freud el yo es justamente eso: una superposición de identificaciones imaginarias. De donde Lacan deduce: esa primera identificación ante el espejo es clave para la formación del yo, es literalmente originaria y fundadora de la serie de identificaciones que le seguirán luego e irán constituyendo el yo del ser humano.
Sin embargo, a la vez que originaria, esa primera identificación es en sí profundamente alienante: para empezar, el niño se reconoce en lo que sin duda alguna no es él mismo sino otro; en segundo lugar, ese otro, aun si fuese él mismo, está afectado por la simetría especular, condición que luego se reproducirá en los sueños; en tercer lugar, aquel que se reconoce como yo no está afectado de mis limitaciones, él no tiene los problemas que yo tengo para moverme. Aquí Lacan dirá: esa es la matriz del yo ideal; y: eso jamás se alcanza, a ese lugar tras el espejo en el que todo va bien solo podrá tenderse, a lo sumo, asintóticamente.
Punto ideal, pues. Y matriz de todas las identificaciones que vendrán luego: cualquier otro a quien yo ame en algo, aquel a quien vea con buenos ojos, narcisismo ya desde Freud, estará para mi en el lugar de esa imagen alienante en la que confluyen mi ideal del yo y mi cuerpo sin fragmentar. Es por eso que Lacan puede decir en La agresividad en Psicoanálisis[12] que en el momento en que al otro ya no lo amo sino que deseo agredirlo lo que está en la base de mi agresión es el retorno a mi cuerpo fragmentado: en el momento en que ya no se sostiene la identificación con el otro, la imagen falla.
Este es, a grandes rasgos, el estadio del espejo. Haberlo introducido nos permitirá ahora realizar una discusión breve del mismo y mencionar su relación con la concepción lacaniana del otro.
Se plantea una duda: ¿Qué sucede entonces si el niño, por alguna circunstancia, no se encuentra con ningún espejo en la edad en la que, según la descripción, debería pasar por su estadio? Después de todo, el espejo es un invento relativamente moderno. La respuesta es sencilla, pues no sucede nada distinto; en primer lugar, la identificación que describimos puede también producirse con otro, por ejemplo con la madre; por otra parte, la descripción procurada es una construcción en el sentido psicoanalítico, que sirve de apoyo para comprender la estructura del yo y de la identificación con los semejantes, no un hecho histórico por el que todo ser humano tenga que pasar.
Cabe preguntarse también por la relación entre el estadio del espejo y los estadios libidinales del desarrollo tal como se conocen desde Freud (las etapas oral, anal, fálica, etc.). El hecho es que Lacan no inserta su estadio en esa cadena, con la que por otra parte será muy crítico durante toda su vida. En este sentido, respondemos a la pregunta del mismo modo que a la anterior: se trata de una construcción puramente estructural, no una descripción para poder decir luego «he regresado al estadio del espejo».
La elaboración de la figura del otro (y más tarde del Otro con mayúscula o gran otro) es capital en Lacan. El otro, en tanto viene a ser otro como yo, mi semejante, como se dice, viene a ocupar precisamente el lugar que mi imagen ocupaba en el espejo, en el sentido de que por ser la experiencia del espejo formadora, simplemente no hay otro lugar. Explicación luminosa del aspecto narcisista de toda identificación, a la vez que introducción de la temática de alienación en la captura por la imagen del otro; recordemos que ese lugar es a la vez el de mi imagen y el de mi alienación y mi desconocimiento: ese es el lugar, el de mi desconocimiento, que viene a ocupar el otro. Y de ahí me vendrá, de lo que el otro es, sabe y dice, pero yo desconozco, lo que yo creeré ser, querré saber, y pensaré pensar, pensando pero sin ser, o siéndolo sin pensar.
Esto es lo que quería decir para introducir el pensamiento de Lacan y su estadio del espejo. Solo me queda, antes de disponer el turno de preguntas, animar a quien no lo haya hecho todavía a ir a buscar en los textos de Lacan lo que hemos presentado aquí. Si lo hacen, me atrevo a asegurarles que disfrutarán con su lectura, ya que su prosa es magnífica; y este texto, el del estadio del espejo, pues bien, a pesar de la fama de Lacan, éste no es difícil.
Barcelona, 1-14 de octubre de 1992