El presente texto fue distribuido como soporte para la ponencia del mismo título pronunciada por la autora en las XXI Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas Aperturas en Psicoanálisis (X).
Primavera del 2019, un ejemplar de Testo Yonqui de Paul B. Preciado llega al EPBCN de la mano de uno de mis compañeros; es tarde, el libro fue publicado en su primera edición en 2008.
Como de costumbre, empezamos a leerlo de forma grupal, cada uno por su lado, pero con conversaciones cruzadas, individuales, compartidas, casuales, en reuniones, en los pasillos... La lectura no es plato de buen gusto en muchos casos y en otros resulta fascinante. Sin darnos mucha cuenta, iniciamos un viaje que todavía dura y que tiene una de sus expresiones públicas en el seminario «Aperturas del psicoanálisis».
Por el camino, llegan Butler, Wittig, Missé, Irigaray y tantos otros que, aunque de sobras conocidos, no habían tomado protagonismo, como Beauvoir, Derrida, Foucault...
Recuerdo que, cuando empecé a leer a Freud, hace ahora 23 años, daba saltos en la silla: «¡No puede ser!», «¡esto es una exageración!», «¡no se entiende!». De repente, me volví a ver saltando en mi silla con frases similares. Debíamos ir bien encaminados, entonces. Trabajamos como psicoanalistas, con las vidas de la gente, con sus afectos, su identidades, sus vinculaciones, y su sexualidad. Y sólo hace falta mirar un poco a nuestro alrededor para ver que todo está saltando por los aires, que sin el cuerpo conceptual de las teorías de género vamos como tuertos en el camino. O peor, como ya decía el Evangelio: seremos «ciegos guiando a otros ciegos».
De repente, en la actualidad, hay una efervescencia, un gran número de instituciones psicoanalíticas (al menos en Catalunya) empiezan a organizar eventos relacionados con la identidad de género, con la transexualidad, debates sobre el cambio de sexo en la infancia, etc. Sin duda, es un tren al que todos parecen querer subir, pero: ¿con qué billete?, ¿clase turista?, ¿primera clase?, ¿polizón?
Los saltos en la silla no son inocuos, la lectura de estos/as autores/as cuestionan, en muchos casos, las bases de la teoría psicoanalítica y esto no es fácil de soportar. Sin embargo, un billete posible sería: «Bien, me siento aquí, a ver dónde me llevas; conduces tú, voy en mi silla, pero a tu lado».
Y llegó Butler, con El género en disputa [1], o mejor dicho, y llegué yo a Butler y a El género en disputa.
Sin duda, una de las aportaciones teóricas fundamentales de esta autora es la noción de performativo, aplicada a las cuestiones de género. Como ocurre con conceptos de gran calado, no podemos decir qué es el performativo en Butler, ya que éste se va llenando de contenido a lo largo de sus diversas obras; así que, en lo que sigue, me ceñiré a cómo lo plantea en el citado texto y a los añadidos que aporta en Mecanismos psíquicos del poder [2].
Desde el primer momento, me surgió la siguiente pregunta —seguramente por deformación profesional—: ¿cómo se puede pensar desde la teoría freudiana este concepto?, ¿desde qué mecanismos? En última instancia, la pregunta era: ¿como encajar en el aparato psíquico, tal y como lo concebía Freud, la noción de performativo? Es posible que sea un intento de vincular algo que no encaja, pero la realidad es que la propia dedicación de Butler en sus textos a autores psicoanalíticos, y en concreto a Freud, hizo que no perdiera la esperanza de, al menos, poder ensayar alguna conexión. Posiblemente Butler sea de las autoras de su género que haya tratado más en profundidad, y con mayor respeto, la obra freudiana, y eso aumentó todavía más mi curiosidad.
La lectura de El género en disputa no es amable, es una lectura incómoda en general y para el psicoanálisis en particular. Así como en sus primeros capítulos parece que caminemos en un terreno más o menos conocido, el final del libro es demoledor. Butler pasa de trabajar nociones psicoanalíticas como la identificación —con sus pertinentes críticas, que abordaremos más adelante— a renunciar a ellas para introducir el performativo como agente principal en la construcción del género. De hecho, parece renunciar también a cualquier participación de lo psíquico en dicho proceso. Sin embargo, en el prefacio de 1999 (escrito diez años después de la publicación de la primera edición) pone de manifiesto esa ruptura entre una y otra parte del texto, y afirma lo siguiente:
[...] Algunos rasgos del mundo, entre los que se incluyen las personas que conocemos y perdemos, se convierten en rasgos «internos» del yo, pero se transforman mediante esa interiorización; y ese mundo interno, como lo denominan los kleinianos, se forma precisamente como consecuencia de las interiorizaciones que una psique lleva a cabo. Esto sugiere que bien puede haber una teoría psíquica de la performatividad que requiere un estudio más profundo [1, el resaltado es mío] .
A mi entender, esta última afirmación da cabida a las preguntas que me habían surgido. Así que, continuemos.
Lo que sigue es el resultado de mi lectura de Butler, los aportes que me ha supuesto, las vías de pensamiento que ha abierto, las críticas o precisiones que haría a algunos aspectos de sus propuestas y los ensayos de vinculación entre su noción de performativo y algunos conceptos psicoanalíticos, a la hora de pensar la construcción del género.
Empecemos por el principio, ¿qué dice Butler respecto de la teoría freudiana en El género en disputa? Dentro del segundo capítulo, le dedica una sección: «Freud y la melancolía de género». En ella se apoya fundamentalmente en el capítulo 3 de El yo y el ello [6], así como en Duelo y melancolía [4]. La lectura de esa sección me produjo, también, algunos saltos en la silla. Butler afirma, y veremos que con casi toda la razón, que la teoría freudiana de la bisexualidad es en realidad una teoría heterosexual, una teoría que sigue el modelo heterosexual. Se mueven los cimientos.
[...] Para Freud la bisexualidad es la coincidencia de dos deseos heterosexuales dentro de una sola psique. [...] En la tesis de Freud sobre la bisexualidad primaria no hay homosexualidad y sólo los opuestos se atraen [1].
«¿Cómo es posible?». La leo con atención, se está basando en El yo y el ello, no puede ser tan difícil. En este texto Freud desarrolla de una forma muy detallada la diversas fases del Edipo y el recorrido que hace Butler es preciso. No había reparado antes en que la bisexualidad propuesta por Freud es claramente heterosexual.
Vayamos por partes.
Las elecciones del Edipo simple, sin lugar a dudas, son heterosexuales. El niño tiene una actitud ambivalente con el padre y escoge como objeto de amor a la madre y la niña siente ambivalencia hacia la madre y escoge como objeto de amor al padre. Aquí no hay rastro de bisexualidad.
En su disolución, la del Edipo simple, para el niño existen dos salidas posibles: identificarse con el padre y a partir de ahí su elección de objeto sería según el objeto madre —de este modo quedaría reforzada su masculinidad y la elección de objeto sería heterosexual—, o identificarse con la madre y a partir de ahí su elección de objeto será según el objeto padre— de modo que, desde una posición femenina, su elección seguirá siendo heterosexual y no homosexual—. Lo mismo valdría, en este texto, para la niña.
Butler llega hasta aquí para afirmar que en la bisexualidad primaria de Freud no hay homosexualidad. Aunque toma todavía otro punto de apoyo para esta afirmación, el de la identificación primera.
Con respecto a la primera formación de la identificación hijo-padre, Freud supone que se lleva a cabo sin la previa investidura del objeto [pág. 33], lo que implica que la identificación no es la consecuencia de un amor perdido o prohibido del hijo por el padre. [...] Con la reclamación de un conjunto bisexual de disposiciones de la libido, no hay motivo para negar un amor sexual original del hijo por el padre, pero Freud lo hace de manera implícita [1, p. 140; el énfasis es mío, y la página entre corchetes, de la autora].
Basándose en este recorrido, propone que el primer tabú no sería el del incesto, sino el de la homosexualidad, ya que ésta es la que aparece negada con más fuerza desde el comienzo.
«¡Interesante!», aquí se produce un fenómeno cuanto menos curioso: su denuncia es verdadera, pero su argumentación es incorrecta en un punto e incompleta en otro. Vayamos por partes.
Incorrecta: efectivamente, Freud afirma en El yo y el ello que la identificación primera es directa, inmediata, sin previa investidura de objeto y que esta identificación es con «el padre de la prehistoria personal». Sin embargo, en una nota al pie afirma que «quizás sería más prudente decir “con los progenitores” [...]»; es decir, tanto con el padre como con la madre. De este modo, no estaríamos hablando de una negación implícita del amor homosexual del niño hacia el padre, sino de una característica de esa identificación primera que acontece con padre y madre.
Incompleta: a pesar de que Butler toma en cuenta la existencia de un Edipo positivo y uno negativo en su disolución, no incorpora la existencia de un Edipo completo antes de ésta, trabaja en todo el texto según el modelo del Edipo simple a lo largo del desarrollo del complejo; de modo que positivo y negativo son abordadas por ella como opciones excluyentes. Sin embargo, Freud, en El yo y el ello, le da un lugar muy relevante a esa forma completa del Edipo, ya que es donde la bisexualidad va a tener un mayor papel. En realidad, la afirmación de Butler hubiese tenido todavía más fuerza argumental de haber incorporado el Edipo completo. Veámoslo:
Una indagación más a fondo pone en descubierto, las más de las veces, el complejo de Edipo más completo, que es uno duplicado, positivo y negativo, dependiente de la bisexualidad originaria del niño. Es decir que el varoncito no posee sólo una actitud ambivalente hacia el padre, y una elección tierna de objeto en favor de la madre, sino que se comporta también, simultáneamente, como una niña: muestra la actitud femenina tierna hacia el padre, y la correspondiente actitud celosa y hostil hacia la madre [6].
Lo mismo valdría para la niña, que se «comporta como un varoncito», y escoge a la madre como objeto de amor (también, elección heterosexual). Aquí sí que vemos con claridad cómo la bisexualidad freudiana es heterosexual.
Llegados a este punto, máxima desorientación. «¿Entonces, toda homosexualidad en Freud sería heterosexual?». Me resisto a creerlo, pero la realidad es que en muchos otros textos de su obra las referencias a la homosexualidad están explicadas por la identificación con la madre en el caso de la masculina y la identificación con el padre en el caso de la femenina. Sin embargo, como con otras tantas cuestiones en la obra freudiana, podemos hallar otras aperturas. En el mismo capítulo 3 de El yo y el ello, en relación a la disolución de complejo de Edipo completo, encontramos:
A raíz del sepultamiento del complejo de Edipo, las cuatro aspiraciones contenidas en él se desmontan y desdoblan de tal manera que de ellas surge una identificación-padre y madre; la identificación-padre retendrá el objeto-madre del complejo positivo y, simultáneamente, el objeto-padre del complejo invertido; y lo análogo es válido para la identificación-madre [6].
Traduzcámoslo en términos de masculinidad y feminidad y de homosexualidad y heterosexualidad. En este «desmontarse y desdoblarse» se producirían en cada niño y cada niña los siguientes resultados: una masculinidad que, al retener tanto objeto padre como madre, tiene abierta la elección de objeto homosexual y la heterosexual; y una feminidad que, al retener tanto objeto padre como madre, tiene, del mismo modo, abierta la elección de objeto homosexual y la heterosexual. A partir de este punto del desarrollo quedaría rota la bisexualidad heterosexual que denuncia Butler.
Además, da que pensar, ¿podríamos decir entonces que —en la teoría freudiana— no podemos hablar de elección homosexual propiamente dicha hasta la disolución del complejo de Edipo? No me hubiera formulado esta pregunta de no haber leído «Freud y la melancolía de género».
El problema que experimenta la teoría butleriana de la melancolía de género —desarrollada más en profundidad en Mecanismos psíquicos del poder— es que, al haberse detenido en el Edipo simple, y no haber incorporado los efectos de la disolución del completo, hay en ella aspectos que no se sostienen del todo... La idea fundamental, en una versión muy simplificada, de la teoría de la melancolía de género se sustenta en el hecho de que la identificación con el progenitor del mismo sexo —propia de la disolución del Edipo simple y mediante la que se constituiría la identificación de género— es una identificación melancólica, y como tal, supone una pérdida y a la vez una negación de esa pérdida, ya que el objeto ha sido incorporado al yo.[1] Lo que llama la atención a Butler es que esa pérdida tenga que ser precisamente la de la elección homosexual, que en adelante estará prohibida como posibilidad. Más adelante, en Mecanismos psíquicos del poder, generaliza esta afirmación para la construcción del género también en los casos de homosexualidad manifiesta, también el homosexual habrá negado su elección heterosexual de objeto. Y en este sentido, toda construcción de género sería melancólica.
Sin embargo, como ya hemos destacado, en la disolución del complejo de Edipo, a partir de la que se constituirá también el superyó, se da una identificación con ambos progenitores, de modo que el amor a ambos debería ser pensado como perdido y negado. Y, de hecho, también ambos conservados... Parece que hay algo que no cuadra.
Pero la realidad es que, más allá de que se den ambas identificaciones, no queda resuelta una pregunta que sería obvia: si existen las dos, ¿por qué solemos sentir que somos hombre o mujer, en vez de hombre y mujer?, ¿por qué renunciamos y, por tanto, perdemos a una de ellas? Freud se da perfecta cuenta de esto, y lo resuelve por la vía de las disposiciones constitucionales: una u otra identificación sería reforzada dependiendo de si «de nacimiento» se es más masculino o más femenino. Aquí entra Butler a decir: «No, señores y señoras, no es de nacimiento, ha sido performado». No hay nada esencial o constitucional que se exprese, ha sido generado, impuesto desde «fuera», regulado, performado.
Me hizo pensar, hace pensar, y, de hecho, la idea de lo impuesto me permitió leer en Freud algo más, en lo que tampoco había reparado. También en el capítulo 3 de El yo y el ello [6], inmediatamente después de desarrollar la disolución del Edipo completo, en el que se supone que se dan las identificaciones que refuerzan la masculinidad o la feminidad, Freud afirma lo siguiente:
Así, como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación en el yo, que consiste en el establecimiento de estas dos identificaciones, unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del yo recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyó [6].
«¡Sí, ya lo sabemos, se genera el superyó!». Cierto, pero esas identificaciones son también, como acabamos de decir, las que conformarían la identidad de género (más allá de que Freud no utilice este término) y, precisamente esas, son las que reciben una posición especial. ¿Permite esto pensar que la identidad de género estaría albergada en el superyó?, ¿que funcionaría a nivel psíquico, también, como un deber ser?
Este es el núcleo de una de las conexiones que se dibujaron entre el performativo y la teoría psíquica freudiana. Eso que es performado desde fuera, ¿no tendrá su soporte interno en el superyó?, ¿no encuentra ahí un fiel aliado? Pero no vayamos tan rápido.
Para poder seguir avanzando, introduzco aquí una breve síntesis[2] de la noción de performativo, tal y como la presenta Butler en El género en disputa y en Mecanismos psíquicos del poder. Su tesis fundamental en el primer texto es que el género no es algo que se expresa sino algo que se performa. Y lo hace en dos sentidos distintos.
Por un lado, performado en tanto en cuanto la repetición sostenida en el tiempo de una serie de actos —propios de un género determinado— acaba generando la ilusión de una esencia que se expresa. Esta actuación, reiterada y con una dimensión pública, es en realidad una mera imitación de algo que no es ni natural ni verdadero. Es decir: es porque me visto como una mujer, sonrío como se supone que sonríen las mujeres, hablo como se supone que hablan las mujeres, que siento que soy una mujer. Y no que, como soy una mujer, entonces hablo como una mujer, sonrío como una mujer, etc.
Por otro lado, performado en el sentido de que la anticipación de una esencia provista de género acaba generando también la ilusión de la existencia real de esa esencia, una suerte de efecto pigmalión, pero a lo grande. No es exacto, y seguramente Butler no autorizaría este uso, pero diríamos que en este caso la performación sería externa.[3] Ejemplo, nace un ser con vagina y decimos: «¡Es una niña!», y a partir de ahí empezamos a tratarla como se supone que se trata a las niñas, de modo que estamos performando a ese ser como mujer.
La performación, en tanto actuación, incluye también prohibiciones implícitas o explícitas. Por un lado, en mi performación como hombre o como mujer no sólo está lo que actúo como propio de mi género, sino también lo que no me está permitido actuar, aquello a lo que he renunciado, aquello que he perdido y negado. Por otro lado, la regulación exterior respecto del género es constante, y sanciona principalmente la elección de objeto homosexual y la performación del género contrario. ¿Será, entonces, esta serie de prohibiciones y de regulaciones lo que decante la balanza de las identificaciones y no las disposiciones constitucionales, tal y como sostenía Freud?
Teniendo en cuenta el desarrollo anterior, no podía dejar de pensar en el papel del superyó en todo este escenario. Así que plantearé algunas reflexiones que considero interesantes también por la repercusión que éstas pueden tener en la clínica.
Por un lado, sabemos de sobras que el superyó no se nutre exclusivamente de esas identificaciones tras el sepultamiento del complejo de Edipo. Incorpora también los ideales culturales de su época, las prohibiciones, los deberes, etc. En general, solemos detectarlo porque se dirige a nosotros en segunda persona: «No hagas eso, deja de hacer lo otro, pórtate bien», etc.; o por el envío masivo de sentimiento de culpa en cuanto nos alejamos del ideal. En este sentido, el superyó puede ser también el aliado perfecto de la regulación cultural del sexo y el género —el de la heterosexualidad obligatoria—: «Debes hacer esto, en tanto mujer que eres», «esa elección de objeto no te está permitida», etc. Por lo tanto, no podemos obviar que en la performación, como conjunto sostenido de actos, también va a tener su papel, ya que de igual modo actuaré conforme a lo que superyoicamente me esté permitido hacer.
La propia Butler juega con esta doble faz del performativo, es algo que actúo yo, algo que asumo yo, pero bajo coacción. Interna y externa, añadiríamos.
Pero vayamos un poco más allá. En los análisis es relativamente sencillo detectar el influjo del superyó, como decíamos, cuando es explícito. El paciente viene perseguido, torturado por obligaciones o prohibiciones, o por afirmaciones desagradables sobre sí mismo. Es difícil trabajar con ello, pero al menos sabemos a qué nos estamos enfrentando. Ahora bien, en procesos de análisis de larga duración muchas veces nos encontramos con núcleos duros que consideramos partes del carácter y que quizás puedan ser pensados también como partes enmascaradas del superyó.
Sin salirnos de la cuestión del género, cuando una mujer dice de sí misma «soy demasiado sensible», o «me cuesta pensar», y eso es inamovible, efectivamente es así para ella, determina su vida, cómo experimenta las cosas, lo que puede y lo que no puede hacer. ¿Lo tomamos como afirmación yoica?, ¿es un rasgo de carácter? Puede ser. Pero también es fácil que busquemos alguna identificación: «la madre era igual», «a su padre la pasaba lo mismo». Y en muchas ocasiones funciona, pero hay otras en las que el asunto no cede.
La conclusión que extraigo de los análisis es que esa afirmación de sí, que no parecería responder a una frase superyoica, en muchos casos efectivamente lo es. Se esconde tras un aparente rasgo de carácter, se apoya seguramente en una identificación, pero es el superyó diciendo: «tú eres eso».
Y el performativo hace exactamente esto, dice: tú eres eso, un hombre, una mujer. Y con esa performación viene todo lo demás: como hombre podrás habitar el mundo pero no tendrás sensibilidad, como mujer podrás habitar tu sensibilidad pero no del todo el mundo, como hombre... como mujer... La lista es infinita, cada cual que rellene los puntos suspensivos como considere.
Lo que me interesa plantear es la cuestión de si lo que se performa desde fuera va a modificar al yo o quizás lo que haga sea pasar a formar parte del superyó; que no se traduzca sólo en un «yo soy eso» sino también en un «debo ser eso» o «eso me está permitido ser». Me parece que, si no voy errada en el planteamiento, no deberíamos circunscribirlo únicamente a la cuestión del género, quizás nos permita pensar también otras afirmaciones acerca de uno mismo que en realidad hayan sido performadas y funcionen como verdades superyoicas. Estamos cansados de ver en la consulta casos en los que el paciente predica de sí mismo lo que toda su familia piensa de él, quizás ésta sería una forma de explicar este fenómeno: es lo que dicen de él, es lo que él piensa que es y es lo que él piensa que tiene que ser.
En realidad, no es tan osado pensarlo así, Freud mismo ya problematizó la separación tajante entre las diversas instancias anímicas en su texto La descomposición de la personalidad psíquica:
No podemos dar razón de la peculiaridad de lo psíquico mediante contornos lineales como en el dibujo o la pintura primitiva; más bien, mediante campos coloreados que se pierden unos en otros, según hacen los pintores modernos. Tras haber separado, tenemos que hacer converger de nuevo lo separado. [...] Es muy probable que la configuración de estas separaciones experimente grandes variaciones en diversas personas, y es posible que hasta se alteren en el curso de la función e involucionen temporariamente [7].
Tomando en cuenta esto, no es muy difícil pensar que algo que funcione como una afirmación yoica transicione a una superyoica o a la inversa. Independientemente de dónde haya ido a parar de entrada.
No me gustaría abandonar el campo del superyó sin hacer mención a otra idea a la que fui a parar en este recorrido. No recuerdo muy bien cómo desemboqué en un texto de la psicoanalista Nora Levinton, que lleva por título El superyó femenino. La moral en las mujeres [9]. Ella destaca algo que complejiza todavía más el escenario. Del mismo modo que hemos planteado la posibilidad de que ciertas afirmaciones superyoicas puedan disfrazarse de rasgos de carácter, ciertos deseos pueden ser considerados de la misma forma: «La posibilidad de rastrear deseos “puros” no contaminados por imposiciones del formato de género, parece ilusoria. Dado que las normas se transforman en ideales vehiculizados a través de deseos». Dicho de otro modo: ¿deseo tener un hijo o es lo que como mujer tengo que desear? De modo que, no sólo lo que afirmo de mí misma puede ser una frase superyoica disfrada, sino que también lo que pienso que deseo puede serlo.
Lo confieso, tuve un gran desencuentro con Butler al final de El género en disputa. «¡No puede ser!, ¿el género es una mera actuación?». Mi problema con este asunto no fue la ruptura de la idea de un sexo natural o de un género que se expresa, más bien el problema es que no podía concebir que no pasase algo dentro de la cabecita, más allá del mero acto, en esa performación. Afortunadamente me reconcilié con ella en Mecanismos psíquicos del poder —fue un descanso, todo hay que decirlo—. En el capítulo «Género melancólico/Identificación rechazada», muy al inicio del mismo, afirma lo siguiente:
Espero poder explicar, en primer lugar, en qué sentido es esencial la identificación melancólica para el proceso por el cual el yo asume un carácter de género[4] [2].
Este «proceso por el cual el yo asume un carácter de género» es el que me gustaría abordar. Por un lado, tal y como ella destaca y como ya hemos visto anteriormente, tendrían un papel predominante las identificaciones propias de la disolución del complejo de Edipo en particular, pero también toda identificación melancólica en general —en tanto colaboran en la formación de rasgos de carácter—. Sin embargo, estas no son las únicas formas de identificación existentes y considero que el resto también pueden participar en la asunción del carácter de género y en su mantenimiento.
Por un lado, por la vía de la identificación histérica: Freud sostiene que el resultado suele ser una identificación parcial, al rasgo, y que para que acontezca este tipo de identificación debe haber una relación de objeto con la persona «copiada» [8]. Interesante que utilice este término, fundamentalmente porque sabemos que la copia de la que habla no es voluntaria o consciente, pero es copia. Digo interesante, por la resonancia con la denuncia que hace Butler respecto del género, del cual dice que no hay un original, que siempre es copia de otra copia. El niño o la niña copiarán también, vía identificación histérica, rasgos de aquellos con los que tienen una relación de objeto. Y así, sucesivamente, lo hará el adolescente, y el adulto... Y, también, así tendremos filas y filas de mujeres sonriendo del mismo modo mientras escuchan y filas y filas de hombres que nunca jamás cruzarán las piernas cuando se sientan.
Por otro lado, por la vía de la identificación de pensionado: en este tipo de identificación, la que lleva a las masas, ya no es necesario el vínculo de objeto, la identificación se produce con otros que también tienen el mismo conductor que yo, que puede ser una persona o simplemente una idea que funcionará como modelo. Esta forma de identificación produce también vinculación, pertenencia: soy del grupo de las mujeres, soy del grupo de los hombres. «Yo soy eso». Y «eso debo ser», si no quiero quedarme fuera.
Juan Carlos De Brasi, filósofo y estudioso del psicoanálisis (tal y como él mismo se definía), estuvo presente todo el tiempo mientras pensaba sobre las identificaciones y la construcción del género. Tuve la suerte de escucharlo durante muchos años reflexionar sobre la identificación. Su concepción de la identificación tiene una resonancia fundamental con el pensamiento de Butler respecto del género: no sería tanto «yo me he identificado» y eso está cerrado, encriptado, sino algo así como «yo me voy identificando, estoy en proceso de identificación». De forma equivalente, Butler diría «yo no tengo un género», «yo me voy generizando».
En su texto La explosión del sujeto. Acontecer de las masas y desfondamiento subjetivo en Freud hallé algo que puede servirnos para pensar la vinculación entre la identificación y la asunción del carácter de género. La cita es extensa, pero vale la pena traerla al completo.
Aun en las identificaciones «fusionales», primarizadas,[5] no nos encontramos con estados «indiferenciados», «aglutinados», donde privaría una imagen de caos y arbitrariedad (puestos por el observador), que irían discriminándose posteriormente en un cosmos y distintos órdenes de convencionalidad [3].
A estos procesos primarios de identificación, hay
[...] innúmeras series que los cruzan y organizan para llegar a un resultado indiscriminado; coordenadas matrimoniales, laborales, inserciones sectoriales, historias de vida, redes familiares, adiestramientos materno-culturales, deseos y expectativas, elección de nombres propios, habitat y disponibilidad de medios, fantasías vinculares, mandatos sociales asumidos y diferidos, espectros de futuras soledades, fetiches legales, lógicas mixturadas, etc. O como afirma E. Ortigues en El edipo africano, las identificaciones «no se definen sólo por la similitud o la contigüidad; pertenecen a un proceso generador de normas, de valores de posición asignables y simbolizables» [3].
Esta perspectiva de la identificación, con esta larga lista de atravesamientos, ya no es sólo la identificación al rasgo, o a papá y a mamá, que se meten en mi cabeza. Tal como lo comprendo, ya es al mundo, a lo que se desea de mí, al nombre que me han puesto, a lo que me han dicho que voy a ser, a lo que se espera que vaya a ser.
Considero que con toda esta amalgama de identificaciones, y con todos los atravesamientos que las regulan, también se construye el género. Y con la performación.
Judith Butler dice que «El género es lo que uno asume, invariablemente, bajo coacción, a diario e incesantemente, con ansiedad y placer». Pienso que para que se dé esa asunción cada acto apuntala las identificaciones y que las identificaciones apuntalan cada acto que repetiré. Cada acto atraviesa la identificación. Cada identificación atraviesa mi actuación. Una y otra vez, incesantemente, pensando que «yo soy eso».
Este ha sido mi viaje, ha estado lleno de saltos en la silla, de momentos de oscuridad, de luz, de asombro, de incomprensión, de hallazgo, pero sobre todo de agradecimiento. El psicoanálisis, no sólo como teoría sino también como práctica, suele ser muy criticado por gran parte de las teorías feministas y de género. En este contexto, Butler me parece el ejemplo de una forma de hacer a la que considero que habría que responder de la misma manera. Pero no sólo a ella, también a los que critican, cuestionan, rompen las bases de lo que sustenta una disciplina de una forma no tan amable. El psicoanálisis —los psicoanalistas, más bien— se piensa, en muchos casos, poseedor de una verdad que el resto desconoce y, llevado por esta ilusión rechaza, denuesta o repudia cualquier cosa que no coincida con ella.
La única verdad es que, así como Freud hizo todo lo que pudo para comprender, teorizar y ayudar a sanar el dolor de su época, todos nosotros, cada uno de nosotros, tenemos el deber de hacer lo mismo con el de la nuestra. En sus propias palabras: «Una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta no tiene perspectivas de conservarse de manera duradera ni lo merece» [5]. Hagamos lo que podamos para una cultura que sí merezca durar, permanecer.
Menorca, abril de 2022
[1] Judith Butler. El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad. Barcelona: Paidós Ibérica, 2007.
[2] Judith Butler. Mecanismos psíquicos del poder. Madrid: Ediciones Cátedra, 2019.
[3] Juan Carlos De Brasi. La explosión del sujeto. Acontecer de las masas y desfondamiento subjetivo en Freud. Barcelona: EPBCN, 2016.
[4] Sigmund Freud. «Duelo y melancolía». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xix: Trabajos sobre metapsicología, y otras obras, «Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico». Buenos Aires: Amorrortu, 1986.
[5] Sigmund Freud. «El porvenir de una ilusión». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xxi: El yo y el ello, y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu, 1986.
[6] Sigmund Freud. «El yo y el ello ». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xix: El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu, 1984.
[7] Sigmund Freud. «La descomposición de la personalidad psíquica». En Sigmund Freud Obras Completas, vol.xxiii: Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu, 1986.
[8] Sigmund Freud. «Psicología de las masas y análisis del yo. La identificación». En Sigmund Freud Obras Completas, vol. xxiii: Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y análisis del yo, y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu, 1986.
[9] Nora Levinton. El superyó femenino. La moral en las mujeres. Madrid: Biblioteca nueva, 2013.