Textos para pensar


Más allá de la representación

Juan Carlos De Brasi [CV]


Nota del Editor

El presente texto pertenece al capítulo homónimo del libro Un tránsito por las sombras, de próxima publicación dentro de la colección Aperturas (EPBCN Ediciones). Dicha publicación recoge un extracto de las intervenciones de Juan Carlos De Brasi en las IX Jornadas Psicoanalíticas, celebradas el 26 de octubre de 2002.

Me gustaría elucidar un poco el concepto de representación, que usamos tan a menudo, para que se vea adónde apunta, ya que tomamos autores que decimos que han sobrepasado el campo de la representación, o que están más allá, no sólo del principio del placer, sino más allá de la representación. La muerte, por ejemplo, no tiene representación. Dios, o el inconsciente, tampoco. Pero, ¿qué ocurre, realmente, con el concepto de representación?

Podríamos decir, brevemente —ya que el problema es mucho más amplio—, que el concepto de representación, en el pensamiento, adquiere plena vigencia y hegemonía con un pensador como Kant. Es Kant el que primero fija el concepto de representación, tal cual nosotros lo usamos ahora en el campo del conocimiento.

1. La censura francesa

Antes de Kant, no se hablaba de representación, y el término tiene una data muy polémica. Hablando de lo que se deja de lado o se erradica, por extraño, extranjero y demás (o bárbaro, en términos de los griegos, que quería decir extranjero: vale decir, los que no hablaban el griego eran bárbaros), podríamos decir que fue un concepto bárbaro. ¿Para quién? Para los franceses. A principios del siglo XX, en la Academia Francesa, se discutió vehementemente, por hombres muy preclaros —entre ellos Henri Bergson—, si era una palabra extranjera, es decir, bárbara, inhóspita, si había que darle hospitalidad y entrada a esta palabra que venía del alemán, y si la lengua francesa iba a incorporar un término extranjero como Vorstellung.[1]

Después de grandes discusiones, se prohibió usar el término representación en francés. Vale decir que no podríamos no transitar la idea de representación, porque formaríamos parte de esos bárbaros y censores, ya que fue censurada. No la vamos a censurar nosotros, pero sí podemos transitarla y desandarla un poco, o desmontarla: sólo se desmonta un monte si uno lo transita; sino, no puede desmontarlo. Cuando se habla de desmonte, no sólo del caballo, sino de desmontar un monte, hay que transitarlo.

Entonces, se la prohibió porque, decían, «representación» era una palabra extranjera, en especial, alemana, y venía viabilizada por el señor Kant.

2. La traducción como representación

Más allá de las polémicas (y más allá de los odios, y las guerras, como diría Freud, porque era una guerra), siempre la pica galo-germana fue paradigmática, siempre hubo mucho roce y conflicto en la cultura francesa, o gala, como se decía, con la cultura germana. No con los alemanes, porque Alemania es otra cosa, pero la cultura germana era mucho más que Alemania. Había mucha pica.

Se prohibe el término «representación». Además, no se usa, porque ya hablar de representación para traducir Vorstellung es hablar de un representante, de una palabra. En la traducción ya estamos hablando de un representante. Tomo Schuld (culpa), o tomo cualquier término alemán (o cualquier término chino, o indio, no importa) y, cuando lo traduzco, nombro un representante de esa palabra traducida. Entonces, «representación» ya es un representante problemático y que, podríamos decir, genera mucha chispa con la idea de Vorstellung en alemán, que, por otra parte, no quiere decir representación, sino presentación.

Ustedes saben la problemática que introduce el re- en castellano: es el re- de la rememoración, de la repetición. No es lo mismo decir petición que repetición. Como le decía a un amigo que sacó la Correspondencia de Freud, en realidad era una Respondencia, porque, como faltan las cartas de los que le respondían, no había correspondencia. Ballesteros hace lo mismo: como no pone la carta de Einstein,[2] es una respondencia de Freud. Falta la carta de Einstein, para ver qué decía Einstein cuando hablaban de la guerra.

En este sentido, ya «representación» es un representante de una palabra —toda traducción trabaja por representante—, de la palabra alemana. Como ustedes ven, el lenguaje también es una lucha, y hay una guerra ideológica, una guerra no nacional, no local.

En el lenguaje se juegan también esas luchas. El lenguaje, para el psicoanálisis, no es aséptico. El inconsciente no dice cualquier cosa; dice, precisamente, aquello que hay que decir en el momento equivocado, en el momento en que la persona falla. Por eso su precisión es justamente de otro orden que la precisión consciente: esa adecuación, ese acuerdo, esa homeostasis, ese equilibrio, se rompen.

3. Ideas de la representación

Listé cuatro o cinco ideas de lo que fue la representación. Hablar de representación siempre supone un sujeto frente a un objeto, y esto es Kant. Vuelvo a decirles: hasta Kant no se habla, en el discurso filosófico y en el pensamiento occidental, de representación de manera tan neta como habla él.

4. La representación como percepción

En el discurso griego, esta palabra no aparece. Hay otras. Los griegos, se puede decir, no conocen la representación de las cosas, hablan de otra cosa. En general, se hablaba de representación bajo la idea de percepción. La representación estaba bajo la idea de la percepción.

Primera nota —o primera noticia, podríamos decir también— que toma en cuenta Freud para dar cuenta de qué pasa con esta idea de representación, ya que la percepción, en Freud, obviamente, no tiene que ver con la experiencia, sino con la ilusión, la alucinación, con todo ese aparato que forma la percepción-conciencia.

No se puede reducir la idea de representación a percepción, y menos porque, detrás de la idea de percepción, se mezcla que si hay percepción, entonces hay experiencia. El sujeto analítico no tiene experiencia por sus percepciones, tiene experiencia por sus formaciones: fallidos, olvidos, etcétera. No por lo que percibe, sino, justamente, por lo que deja de percibir. Ven que hay otra idea distinta.

Esta primera idea de representación como equivalente a la percepción se puede encontrar en el discurso aristotélico, pero también en el actual, porque, a la larga, todo el conductismo en Psicología, toda la reflexología, y lo que podríamos llamar todo el cognoscitivismo psicológico, no ha sobrepasado esta idea de percepción, ya dada por Aristóteles.

Por eso hablamos de este tiempo de la escritura, que jamás es un tiempo pasado/pisado, presente, futuro: cronológico. Hay mucha gente prearistotélica por la calle, y hay mucho aristotélico, que piensa que la experiencia se reduce a la percepción. «¿Usted tuvo experiencia de este accidente?» —«¡Pues claro! Lo he visto con mis propios ojos». La idea de percepción mezclada, o modelando y modulando, la misma idea de experiencia. Esto, para Freud, y bastante antes de Freud, queda fuera de orden, ya.

5. La representación como reproducción

Así, la primera idea de que se reduce la representación a la percepción es limitada. Otra idea es similar, pero en ella aparece ya la idea de reproducción de percepciones vividas. La reproducción de percepciones vividas es otra idea de representación, pero ya como reproducción.

Se da cuenta uno de lo que ocurre con esta reproducción de percepciones vividas: las percepciones vividas ya no están, entonces aparece toda la idea de memoria como retención. No están, pero se han retenido en el plano de la memoria.

6. La representación como memoria

Ahí entra la idea de representación como recuerdo, o memoria retenida, de las percepciones vividas. Aquí la representación da un paso más: se mezcla, se hibrida, y se cruza con la memoria. Ésta es otra idea de representación. Sabemos que tampoco esto puede funcionar como representación para el psicoanálisis, ya que una de las formaciones clave en psicoanálisis es el olvido, y esa memoria que en los seminarios hemos tratado de ir matizando, abriendo y desplegando.[3]

Entonces, tampoco tendría que ver con esta memoria, que termina, tecnológicamente, ya saben en qué: en la mnemotecnia. Esta forma de retención es mnemotécnica, es decir, es una técnica pasada al recuerdo y a las percepciones vividas. En la medida que las retengo, tengo buena memoria; si las pierdo, no tengo buena memoria. Pues la buena memoria, para el psicoanálisis, es la que falla, no la que retiene, porque para eso se retienen, para el psicoanálisis, otros restos, que no son la memoria: las retenciones anales, sería como una memoria anal.

Esta segunda idea de representación tampoco tiene que ver con el psicoanálisis, tampoco tiene que ver con Marx, tampoco tiene que ver con Hegel, tampoco tiene que ver con Heidegger, con Nietzsche; podríamos meter muchos nombres propios. Esta segunda idea de representación tampoco funciona.

¿Por qué hablamos de la representación? Porque dijimos que estos pensamientos salen del campo de la representación: no se puede pensar la pulsión de muerte y el dinero en este campo. En cuanto se lo percibe, al dinero, deja de serlo: es un billete, una moneda. O, históricamente, lo que ocupó ese lugar: un pedacito de cuero, o la sal, o el ganado. Todavía queda el ganado marcado en el dinero, porque se llama lo pecuniario, ahí está la idea de ganado: la pecunia, el pecunio, el ganado. O la sal nos da el salario. Entonces, no puede percibirse el dinero, está fuera del campo de las representaciones que yo me haga de él: ni percepciones, ni retenciones, etcétera.

7. Lo dejado de lado deviene casuístico

Esta segunda idea de representación tampoco nos sirve. No sirve, no que sea inútil, porque que no sirva no quiere decir que no sea útil. Es útil, pero para explicar cierto tipo de fenómeno. En una palabra: yo creo que tanto estos pensadores, cuando dejan una cosa de lado, la utilizan después casuísticamente.

Hemos leído hasta el cansancio La interpretación de los sueños. Cuando Freud deja a Artemidoro de Daldis, no dice «no sirve», sino «sirve para esto y nada más». La interpretación de los sueños que hace Artemidoro de Daldis sirve para los sueños de desciframiento, pero no para explicar la teoría de los sueños.

De este modo, cuando dejamos de lado la representación, la volvemos casuística, es decir, le ponemos un límite y decimos: «en estos límites, sirve». Y está ahí la potencia de la representación.

8. La representación como anticipación

La representación pasa a ser, de la Edad Media para adelante, siempre, hasta Kant, algo así como la anticipación de hechos futuros. Ahí es donde se confunde con la fantasía o la imaginación. En televisión están los videntes, son anticipadores del futuro. «¿Usted puede certificar aquí, por escrito, ante escribano público, que se va a dar tal hecho?» No; la anticipación es fantástica, no es para designar un hecho; realmente, es un autodesignado, se autodesigna la capacidad de predicción y el relato del que habla, se vuelven sobre el relato del que habla, la imaginación y la fantasía.

Pero eso no está en ninguna realidad, es del orden de la ficción, la fantasía. Esta idea de representación jugó mucho —y todavía juega— en toda la literatura, y es muy importante; pero ésta tampoco es la que usa el psicoanálisis, ni los pensamientos que nos ocupan.

Entonces, no es como percepción; no es como memoria retentiva, no es como fantasía o imaginación, en ninguno de sus aspectos.

9. La representación como alucinación

Por otro lado, tampoco equivale exactamente a lo que la representación no ocurrida —la representación no percibida de un hecho concreto— intentaba dar cuenta. Porque eso es un aspecto de la representación, que es la alucinación: creo que vi a Josep Maria cruzando la calle Madrazo, y, de pronto, me doy cuenta de que no lo había visto. Aluciné la persona porque, en ese momento, quería conversar con ella, o por lo que fuere. Tampoco se asimila la representación a la alucinación.

10. La representación como imaginación

Ni tampoco, como hacía el viejo Descartes, que, para él, representar sería imaginarse. Me imagino que hay seres por ahí caminando, que son humanos, pero quién me dice si no me engaña mi imaginación —o sea, mi representación de los hechos— y son máquinas, que es como el viejo Descartes analiza, en las Meditaciones metafísicas, para instalar la duda.

A lo mejor son máquinas, y mi imaginación, la presentación de esos hechos, me muestra que son seres humanos, pero, realmente, puede tratarse de máquinas, las famosas máquinas cartesianas, es decir, seres no humanos, sin alma ni nada, netamente mecánicos.

11. La representación fenomenológica

Voy por la cuarta. La quinta es la representación en términos fenomenológicos, que tampoco es la de estos pensamientos.

La representación, ¿qué es? El acto de representarse —después pongo un ejemplo muy concreto—, como objeto intencional de cada acto. Ven que aquí se privilegia la conciencia, sobre todo, en la representación. ¿Por qué? Como diría un fenomenólogo: el bosque —objeto del mundo—, o el mar, o una montaña, no tienen ninguna representación hasta que no aparece el acto intencional de la conciencia, es decir, hasta que la conciencia no los significa como montaña, mar o bosque.

El bosque no es antes de que una conciencia intencione, se dirija a él, lo signifique. Obviamente, esta idea de representación es un paso adelante muy importante, ha salido de lo visible, de los ojos, de la memoria como retención, ahora se trata de la significación de la realidad. La realidad existe en la medida en que una conciencia la significa como tal. Ésta es una idea de representación fenomenológica, y sabemos que la realidad no puede significarle a una conciencia, desde el psicoanálisis.

12. La representación en Kant

Y, entonces, la última, que es la de Kant. Ahí hay que marcar siempre una diferencia entre Kant y Freud, porque Freud usa una frase muy dura para mostrar que no merece ninguno de los apelativos ni de dogmático ni de rígido, ni de necio. Que yo sepa, la necedad es como una enfermedad psiquiátrica, y creo que Freud estaba enfermo de todo menos de eso.

Kant dice: «¿Qué es lo que pasa? No puedo conocer la cosa como es en sí misma, no puedo conocer el sí-mismo del plato, o el sí-mismo de la copa. Lo que puedo conocer es lo que me represento del objeto, es decir, el fenómeno, pero jamás la cosa en sí. No puedo conocerla, para nada. Entonces, de acuerdo a lo que me represento del objeto, tendré conocimiento. Tendré conocimiento, en el fondo, de mi propia representación. Porque si lo que conozco es lo que me represento del objeto, lo que conozco es mi propia representación».

13. La dictadura de la razón

Por primera vez en el pensamiento, se oponen el objeto y el sujeto de manera radical. Ahí viene la paradoja de los pensamientos. Kant pasa por ser el racionalista y el hombre del Siglo de las Luces, el iluminista; y, sin embargo, es un irracionalista total, porque dice que la realidad no es objeto de conocimiento. Todo lo que transciende los esquemas perceptuales, los esquemas intuitivos, categoriales, del sujeto no se puede conocer. Y en cambio Freud, que será acusado de necio, dogmático e irracionalista —como a menudo se dice del psicoanálisis—, en el fondo, es quien defiende la razón.

Más adelante, hablando de la pulsión de muerte, Freud usa un término muy duro: «hay que imponerle a la pulsión de muerte la dictadura de la razón».[4] Dictadura de la razón: hiper-racionalista, podría parecer. Porque eso no se animó a decirlo ningún racionalista. Cuando Freud tiene que ser fuerte y concreto, lo ejerce. Es un discurso de la decisión, el psicoanálisis, no que puede ser $a$ o $b$ o $c$ o $d$. No: frente a esto, la dictadura de la razón.

14. El psicoanálisis no es ni racionalista ni irracionalista

Mientras que Kant, tan racionalista, dice «no, la dictadura de la razón acá no va, en el en-sí no va», Freud dice «a través de las formaciones inconscientes, podemos tomar nota de él». Y, a veces, cuando esa pulsión de crueldad se impone tanto, más allá de la representación, hay que imponer la dictadura de la razón, porque somos pacifistas por temperamento, dice. Es fuerte todo lo que dice.

Parece que el psicoanálisis no es nada irracionalista. Lo que no es es racionalista, que es otra cosa.

15. Psicología abismal

Estas nociones de representación son las que hacen que ya no juegue la representación como clave para trabajar el problema del inconsciente, el dinero, y la pulsión de muerte. Es así como se sale del campo de la representación sin que se hable de irracionalidad. El inconsciente, se dice a menudo, es profundo, lo llamaban psicología de las profundidades al psicoanálisis. Lo profundo es no sólo una metáfora, es una figura, y Freud no puede quedarse atrapado en la imagen de la profundidad. Freud jamás dice psicología profunda, dice Tieffenpsychologie, es decir, psicología abismal.

Lo abismal no tiene fondo, lo profundo sí. Si fuese algo, el psicoanálisis sería una psicología abismal, pero no profunda, porque, si no, sería una figura más. Al tocar fondo, ya está, hacemos consciente lo inconsciente, que así fueron muchas propuestas: hacer consciente lo inconsciente.

Y lo inconsciente jamás se puede hacer consciente. ¿Por qué? Por la alteridad, por la doble alteridad, porque es radicalmente heterogéneo con la conciencia. No enemigo: es lo Otro, es la diferencia radical con la conciencia, y esto no se entiende. Por eso, si se le puede poner algún nombre, es psicología abismal, no profunda. Porque lo profundo o es una metáfora o una imagen, y ahí Freud usa un concepto —no usa una imagen— coherente con su crítica de la representación para formular la teoría del inconsciente.

16. El catolicismo es pagano

Intervención: ¿Se puede pensar, entonces, después de Freud, por ejemplo, que la moneda física no sería más una representación del dinero?


Juan Carlos De Brasi: Sí, sí. Después de Freud, después de Marx —yo te diría: después de cualquier pensador—, la moneda no es el dinero. Cuando se dice Dios-dinero, se está diciendo aquello que no es objeto de percepción, porque Dios tampoco se puede representar.

Cuando te lo representas es bajo un sistema de imágenes. Para el cristianismo, eso es paganismo. Por eso, para un cristiano, el catolicismo es pagano, todavía, porque adora demasiadas efigies. Dios es concepto, siempre. El dinero es un concepto. Te podría decir que uno podría estudiar la historia del Pensamiento como una historia de equivalentes generales, todos tienen su equivalente general: el Supremo Bien en Platón, el Cogito en Descartes, el yo pienso en Kant, el Espíritu en Hegel, … Gracias a eso, hay circulación de saber; si no, no la habría. Pero, es cierto, no puedes reducirla. Nadie dice que la moneda no sea dinero: no es el dinero.

17. La representación como máquina de dominio

Igual que sucede con la muerte. La muerte, el hombre tiene esta necesidad —voy a usar un mal término— casi instintiva de representársela, porque, si no, no puede dominarla. Hay que entender que la representación es una máquina de captura, una máquina de dominio. En los Tres ensayos, Freud habla de la pulsión de dominio: el sadismo, el masoquismo; de la necesidad de ejercer la pulsión de dominio. Por eso Freud es escéptico respecto a que el hombre no haga más la guerra, porque dice que pertenece al mismo orden del hombre, esta pulsión de crueldad, esta pulsión de agresión, que no es una cuestión de pacifismo y concordato y demás, porque todos los concordatos van fracasando. Después lo vemos. Freud es partidario de otra cosa.

Él le dice a Einstein: «Usted me habla de Derecho y ley; yo le hablaría de fuerza y Derecho, de cómo el Derecho, a la larga, nace de la fuerza, y cómo ésta lo sobrepasa constantemente». Hoy vemos que el Derecho internacional no se respeta, es el Derecho del más fuerte. La fuerza sigue siendo el origen de la ley, para Freud; hay otros que dicen otra cosa.

No se puede extirpar, como una glándula, la pulsión agresiva del sujeto. En términos más conocidos, la dupla amor-odio es inextirpable en el sujeto. Freud va a proponer otra cosa para la guerra: si ustedes quieren, una especie de psicoanálisis preventivo de la guerra. Pero después lo vemos, para no adelantar todo ahora.

Es verdad que la representación, para Freud, y para los pensamientos que desbordan este campo, siempre juega como una ilusión, una ilusión del sujeto que, al representarse algo, lo apresa. Freud va a aceptar, hasta puede aceptar a Kant, y decir: «es verdad, usted apresa el objeto, pero tenga conciencia, lo apresa como ilusión, no como conocimiento en sí mismo».

En cambio, como el inconsciente no se deja apresar —cosa paradojal—, es posible conocerlo mejor a través de sus formaciones; no hacer de él objeto de conocimiento, pero sí conocerlo mejor. En este aspecto, Freud es diez veces más optimista que Kant, es mucho menos irracionalista que Kant. Con esto enfatizamos que también depende de las operaciones de lectura cómo uno abra un discurso o cómo lo pueda ir trabajando.

Bueno. Esto era, un poquito, desde estos pensamientos, qué quiere decir salir del campo de la representación, y qué es lo irrepresentable. Si ustedes quieren, tiene muchos términos: lo imposible, lo irrepresentable, … En una palabra: si uno se representa el acto justo, la Justicia, siempre la ve dentro del plano legal, y tiene, debe haber una Justicia inapresable por lo legal, una Justicia justa, que no está en el campo de la ley, de la ley jurídica.

Siempre hay una Justicia que excede al Derecho. El Derecho, como diría Freud, viene después de los hechos, entonces tiene que haber una Justicia en los hechos, y no sólo en el Derecho. Por la simple razón de que, cuando estoy discutiendo cómo llevarle alimento o medicación a alguien, por ahí se murió de hambre.

Hay que anteponer, como dice Freud, lo que históricamente está marcado: primero la fuerza, y después el Derecho. Y lo prueba, Freud, lo desarrolla. Para él, el Derecho no deja de ser un acto de fuerza, sólo que es un acto de fuerza comunitario e impuesto —y no puede ser de otra manera— de manera de derecho a la gente, pero sigue siendo imposición violenta, dice Freud, el Derecho no deja de ser violento, sólo que es una violencia concordada, acordada. Hipótesis de Freud. Refutable o no, no importa; quiero decir cómo está pensando él la idea de lo inconsciente en el proceso de la vida cotidiana: de las luchas, de las guerras, de las crueldades, del dolor, del hambre, de todo esto.

El psicoanálisis es el plano privilegiado para pensar esto a nivel psíquico, porque todo esto afecta brutalmente la dimensión psíquica del sujeto. Entonces, no puede dejar de pensarse todo esto en lo que el psicoanálisis tiene una palabra privilegiada para decir. Porque, vuelvo a decir: no hay teoría del psiquismo —a excepción del psicoanálisis— que dé cuenta de estos hechos tan actuales, tan cotidianos. Y no nos importa que otras corrientes no lo toquen. Lo que nos importa es que está en el discurso analítico, que está trabajado, está producido en el discurso analítico. Si no lo tocan, allá ellos; como decíamos antes, no serán responsables del discurso analítico.

Estábamos viendo por qué la representación es problemática en este campo, y cómo Freud no la desecha ni la denigra, la sitúa. Dice: para esto va muy bien, pero representarse algo es capturarlo, representarse algo es apropiárselo, y resulta que la pulsión de muerte es desapropiación, es des-captura, es volver la vida al plano de la disgregación, de lo inerte, del principio de constancia. En ese aspecto, no se puede pensar bajo la idea de apropiación, de captura, de representación, la muerte y todo esto. Como cualquier cristiano sabe que a Dios no se lo puede representar, o cualquier animista al alma.

18. La representación pone un marco

En general, se ve cómo la representación no pasa jamás de lo que podríamos llamar el marco —no lo asocien al marco de pintura, sino el marco lo pone el ojo—, nunca llega a la mirada, no pasa del plano del ojo.

Esto está bastante claro en las reglas de la perspectiva. Uno podría decir: la perspectiva, ¿qué hace? Pone en un marco determinado aquello que el ojo está viendo en determinada perspectiva.

Esto lo dice muy bien un teórico de la pintura francés que se llama Pierre Francastel: la representación es eso, nada sale, nada sobrepasa el marco del cuadro, del libro, de la pantalla. La representación no deja salir al libro del libro. La página 311 terminó, y yo creo que ahí terminó el libro. Y sabemos que, en estos pensamientos, el libro desborda constantemente al volumen. ¿Por qué? Porque, si el libro terminara en la página 311, pongamos, entonces no habría lector. La operación del lector abre el libro, como la interpretación. Entonces, el libro nunca puede terminar donde termina el volumen.

19. La representación y su ojo

La representación siempre pone un marco, incorpora, lo queramos o no, la idea de ojo en lo que me represento. Siempre hay un ojo que está viendo ahí y que está capturando una determinada realidad puesta en perspectiva.

Cualquier pintor sabe que termina donde termina por convención, porque, si fuera por él, por ahí tiene una pintura infinita. Hay toda una orientación artística que empezaba el cuadro y terminaba pintando la pared, también, para romper esa idea de ventana, la ventana famosa del Renacimiento, sobrepasar el cuadro.

Todo lo que sobrepasa el campo de la representación al sujeto se le indetermina, pero cualquier pintor o cualquier escritor sabe que el libro lo termina ahí porque tiene que ponerle fin. A la larga, es como dice bellamente Borges: todo libro es un libro de arena, es un libro hecho de arena, no se puede cerrar en ningún lado. Ése es el libro, El libro de arena de Borges, que rompe la representación. Ya no puede ser enmarcado en ningún lado, no puede ser determinado en ningún lado, como la muerte.

El libro de arena está fuera de la representación del volumen o del libro como volumen. Por eso nosotros decimos a menudo: ojo, que no todos los volúmenes son libros. Hay muchos volúmenes, pero no sé si tenemos tantos libros.

20. La representación mental

Cuando se habla de representación mental, la famosa representación mental —la gente a menudo dice: ¿cómo puedo representarme esto?— queda prisionera de ese marco y de ese ojo incorporado. Todavía, hablar de representación mental es querer ver las cosas bien delimitadas, con claridad.

Hay gente que dice: «yo no tengo representaciones mentales», y esto es muy claro en cualquier consulta. En un proceso de angustia, o lo que fuere, no tienen representación. ¿Cómo no va a tener? Represéntese algo: póngale un cuadro, un ojo. Y el tipo dice: no, ni ojo ni cuadro.

Hablar de representación mental es meter el ojo y el cuadro en la cabeza, por decir así. Entonces, cuando Freud se saca el ojo y el cuadro de la cabeza, cuando se lo sacan Heidegger, Marx, etcétera —para no dar tanto nombre—, están haciendo esta operación de desborde del marquito.

21. Crítica del tema y de la definición

Discutimos algo y vamos a buscar la definición al diccionario, al campo de la definición, que es otro marco. «¿Cómo enmarcaría usted esto?» —«Yo, de ninguna manera, ¿qué tengo que enmarcar?» —«Pero, ¡enmarque su conversación!». El tema es otro marco. ¿Ven que van apareciendo los marcos?


Intervención: ¿Definición es representación?


Juan Carlos De Brasi: Definir algo, ¿qué es? Ponerle un marco. Defíname tal palabra: «Perro: animal de cuatro patas, mamífero, etcétera». Pero, ¿he definido al perro?

He mostrado, en un trabajito, lo innecesario de la definición. Definamos el amor: «Atracción por un ser de sexo diferente». Amor heterosexual, quedaría. Ah, no, pero tengo que darle. «Atracción por un ser diferente que tiene que tener una cualidad: estar disponible para ser amado». Ya metí otra definición. A ésa le puedo agregar otra, otra, hasta hacer un infinito de definiciones.

22. Comunicación y lenguaje

La pregunta, entonces, es: ¿para qué la definición, si necesito tantas otras para apoyarla? Ah, para entendernos; limitemos, sirve para entendernos. Hablamos de un auto, bárbaro; pero es sólo para comunicar. Pero resulta que un paciente no va a comunicar nada, va a decir: «No sé lo que me pasa». Y, si pudiera comunicar, diría: «¿Para qué me sirve?».

El lenguaje es reducido a la comunicación, el lenguaje es reducido a lo designativo. Es el lenguaje encuadrado, en el cuadro. Hay muchas formas de hacer cuadros no pictóricos, pero siempre la representación incorpora un ojo, un objeto, un límite muy determinado, la necesidad de encuadrar. Y resulta que vienen después los desencuadres: el problema de la muerte, del dinero: se desencuadra todo.

23. Crítica del encuadre

Es la cuestión del encuadre. Le preguntaron a un gran psicoanalista: «¿Usted trabaja sin encuadre? ¿Qué encuadre tiene?» —«Para mí», dijo, «el encuadre es nada más que una máquina de cortar salami». —«¡¿Cómo?!» —«Sí, uno corta un salami y tiene un encuadre, corta otro pedazo y tiene otro. Ustedes confunden el encuadre con otra cosa; el encuadre es el inconsciente». —«Pero el paciente tiene una hora, tiene que pagar, etcétera». —«Sí, pero eso es una convención, ya sabemos. Ustedes dicen: “alguna convención hay que tener”. Sí; que hablemos también es convención».

Era un hombre clínico, pero algo entendía: que no podía encuadrar, en el sentido de dirigir el discurso lógico; sino, no es psicoanálisis. Él apuntaba a eso, que era a lo que apuntaban los otros sin decirlo. Terminó diciendo que para eso ya había consejeros matrimoniales, que él era psicoanalista.

En ese sentido, la representación trae todos estos problemas, más otros, que los dejamos, en función de la hora.

Éste es el enmarque general de qué quiere decir que salen del campo de la representación, de lo representable. Es del orden de la necesidad de estos pensamientos, pero no hay ninguna denigración de aquello que se deja de lado, o que se desborda o que se sobrepasa. Al contrario. Lo que ocurre es que dicen: «Ahora queda todo remodelizado desde el inconsciente, o desde el dinero, o desde otra cosa». No va a quedar remodelizado desde la conciencia, o la moneda, o el metal, o lo que ocupe el lugar de esa función; queda desde la función.

Ahí la y de Dinero y pulsión de muerte[5] tiene una conexión: tanto el dinero como la pulsión de muerte están fuera del campo de la representación. Ahí hay una semejanza —por decirlo así— conceptual: sobrepasan el campo de la representación. Y se trata de funciones, no se trata de cuánto. Porque el cuánto, yo diría, el poco o el mucho, es indiferente para el dinero. Que yo diga uno o cien, a la idea de número, le importa un comino. Ya sabemos que cien es más que uno, pero eso es una operación, no es el número. No a nosotros; a nosotros, cien y uno nos hacen diferenciar, pero para el número es indiferente uno o mil o diez millones o infinito.

Para el dinero es lo mismo, también: mucho, poco; todo eso le es absolutamente indiferente, al dinero no importa si alguien tiene mucho, otro tiene poco, si es esto o es lo otro. Dirá: eso, analice los contextos de uso, y eso es otro problema. Hay una semejanza, o esa y establece una semejanza, entre el dinero y la pulsión de muerte: ese más allá de la representación, que hablaría de algo común a ellos. No que no sean diferentes, pero sí hay algo común. Y, después, son funciones, no se trata de cantidades discretas o actos específicos o figuras determinadas.

24. Representación y pulsión de muerte

La representación, a la larga, también participa de la pulsión de muerte, no porque ponga en juego sólo la presencia y la ausencia, porque, cuando hay representación, el objeto está ausente, no está presente en la representación. Para eso me hago una representación del objeto: para condenarlo a la ausencia. Pero, entonces, la representación empieza a ser un poco parásita, un poco como un rentista; no que sea malo no tener, al contrario: no tenerla es malo. Un poco parasitaria es, porque, gracias a que arroja el objeto de sí, ella tiene una presencia total.

La representación captura al objeto sacándolo de sí mismo, dejándolo ausente, y ella adquiere plena presencia, vigencia y fuerza. Siempre, como decían los griegos, es la fuerza del doble, pero el doble siempre es el doble, no es el objeto, es el doble del objeto. El doble: en este aspecto, es más lavada, más sin vida que el objeto. La representación, en este aspecto, participa del agujero.

25. La representación, vampiro del objeto

Intervención: ¿Podrías repetir un poco?


Juan Carlos De Brasi: Repito un poco, y no lo mismo. Digo que la representación es gracias a que el objeto queda ausente. No importa que esté aquí, pero, cuando me represento la botella, ya la puse entre paréntesis, tomé características, veo mis cosas, etcétera; es gracias a que ella existe. Sin embargo, le captura todo e intenta substituirla. Es una especie de vampiro del objeto, le toma, la representación, le captura las notas, las características. Vale decir que pone en ausencia para tener ella plena presencia, que es lo que hace la imagen.

26. La imagen ladrona

Ustedes recuerdan el viejo cine de Eisenstein, la gente salía horrorizada del cine. ¿Cómo puede ser que apareciera una mano, un brazo? ¡Le cortan la mano! Al principio, creían que la imagen era el objeto mismo, que las manos que aparecían, los brazos, se los habían cortado a los artistas, y la gente huía despavorida del cine, en sus comienzos, porque no tenían el código de que era una sinécdoque, una parte por el todo. Creían que era un corte de un brazo, de la mano, de un dedo. La imagen había chupado todo el objeto, se lo había apropiado.

Ella quiere ser el objeto, le roba, es ladrona, es capturadora. Por eso a Freud no le sirve, ni a Marx ni a otros. La conciencia nunca podrá robarle nada al inconsciente, para Freud. Es el inconsciente el que va a decir: he aquí tu hueco, tu formación, tu olvido, tu fallido.

Ven que son pensadores que no permiten el robo, en ese aspecto. Otro ejemplo: en los teatros de pueblo, el malo salía a la calle y lo agredían. La representación era la realidad del sujeto, esto está claro en la vida cotidiana: el malo salía a la calle, en los pueblos, y cobraba: lo golpeaban. «¡Yo soy un actor: represento!» —«Sí, pero usted está absorbido por la representación». La representación es el hecho, por eso es rentaria, lo deja en ausencia: le roba y ella quiere ser la realidad misma.

Si ella lo pone en ausencia, ella es pura presencia. Y si es presencia, hace que el presente sea la amplificación de todo. Es lo que después Heidegger va a llamar el mundo devenido imagen. Cuando la representación captura todo, no hay nada fuera de la imagen.

Baudrillard: la Guerra del Golfo nunca ocurrió, fue una representación televisiva. Porque ya no importa si ocurrió o no, lo que pasa es que la imagen hace que ocurra, y, para la gente, ocurrió. Con el alunizaje, mucha gente piensa que algo de similar había.

27. La realidad invertida

De pronto la imagen empieza a capturar, roba todo, y pasa por ser el hecho mismo de aquello de lo que es el doble: el doble se ha convertido en la realidad misma. Entonces tenemos lo que Hegel llamaba la realidad invertida. O Freud: leemos todo desde la conciencia. La conciencia ha pretendido apresar todo.

Ellos critican constantemente los mecanismos de captura, de doblete, de simulacro. Desde ese punto de vista, el psicoanálisis no puede dejar de ser una crítica de la cultura de la imagen. Y, más que todo, de ese nefasto, por las consecuencias, proverbio o sentencia, una imagen vale más que mil palabras, que, además de ser absolutamente falso, indica, sí, una realidad de hecho: que la imagen ha capturado todo.

Entonces, uno, como ha ocurrido, puede ir, se viste muy bien, muy elegante, y va y roba. «Pero, ¡si era un señor bien vestido!», dicen las señoras, «¡y correctamente peinado! ¿Cómo va a ser ladrón?». Lo cual es negarle ingenio a los ladrones: hay ladrones muy refinados. Cuando la imagen captura todo, todo es presente. Ya no hay pasado, futuro, no hay nada: el presente se amplificó. Aquí viene la idea de por qué salen del campo de la representación estos pensamientos, y la crítica a la representación.

28. La fotografía te roba el alma

Intervención: [Sobre la representación de la muerte].


Juan Carlos De Brasi: Tienen razón los que decían que la fotografía te roba el alma. Porque la filo… la fotografía —cometí un fallido: creo que también la filosofía, a esta altura—, la fotografía lo que hace, como dice muy bien Rolland Barthes, es representar al muerto, porque ya no está, como hacía el teatro griego, que sólo representaba a los muertos, que estaban en el Hades.

Lo que hace la fotografía es darte la imagen del muerto, es decir, de aquél que no está. De nuevo: te pone y te captura en un punto la presencia. A mí me dicen: ¿por qué nunca hay fotografías tuyas? Es interesante: yo no tengo fotografías, casi. Nunca supe por qué, pero después me di cuenta: porque no me dejaban vivir mi vida. «¡Uy, qué lindo que eras de joven, qué flaco; uy, pero eras más alto, ya estás encorvado!» ¡No! Me torturan, las fotografías, me han torturado siempre.

Nadie me preguntaba si estudiaba, porque, como era flaquito, era: «¿Follas o no follas?». Ahora es: «¿Estudias o no?».

Realmente, más allá de la broma, uno no sabe por qué huía de la fotografía. Después se habla, es cierto, también produce recuerdos gratos; pero esos primitivos pensaban que les robaba el alma. Querían decir que estatizaba lo que era un proceso, de pronto. Por eso huían tanto de la fotografía, porque era como dice Rolland Barthes: con la fotografía ocurre lo mismo que con el teatro griego: representa al muerto, al que no está ahí.

29. La imagen está preparada para que no pienses

Entonces, esta captura por la imagen hace que el pensamiento cada vez quede más herido. Porque la imagen está preparada para que no pienses, la imagen está dada para que tengas el impacto de esa presencia constante, vampira. Alguien dirá ahora: «¡Ah, entonces hay que criticar la cultura de la imagen!». No, no hay que criticar nada: hay que tomar cuenta de ella para no caer en ella. Pero de que la representación es vigente, es omnímoda, no cabe duda.

En ese aspecto, estos pensamientos necesariamente tienen que salir del campo de la representación, para plantear lo que necesitan plantear.


Intervención: Los mapaches son de esos que no quieren fotografías porque les robas el alma, pero luego tienen un rito de muerte en el cual se desentierra a los muertos, una vez por año, y se les da comida, se visten, se hace una fiesta con ellos.


Juan Carlos De Brasi: Exacto. Bueno, en México, en la fiesta de Mizqui, que es a la muerte, se venden mazapanes con calaveras y demás, es muy interesante. El ritual, ¿sabes cuál es? Alimentar al muerto que es uno. Alimentan al muerto que es uno, con trampas o simulacros: el mazapán hecho calavera —que es muy rico, caramelo—, y uno lo ingiere, pero, para ellos, el ritual es alimentar al muerto, además de tener algunos ingresitos para vivir, obviamente.

Es verdad: los rituales son a la muerte. No al muerto, que no se sabe, porque el muerto puede renacer por una ceremonia simbólica, como hacen los chamanes; es directamente a la muerte. Mientras que no se dejan apresar en las efigies de la muerte: la fotografía, esto, lo otro. Desde ese punto de vista, podemos decir que son pueblos muy sabios.

30. La palabra como moneda

Siempre se supo que, por ejemplo, entre los tupí guaraníes, que eran tribus que vivían en el Paraguay, la jerarquía era por la condición del habla. En realidad, no eran jerarquías ocupadas por poder, poder tenía la tribu. Eran muy pacíficos, eran muy comunitarios, y, sobre todo, la moneda era la circulación de la palabra, básicamente, cosa que siempre estuvo muy ligada a la idea de moneda, que ahora veremos un poquito.

31. Representación y símbolo

Intervención: ¿Símbolo y representación son lo mismo? ¿Qué diferencia hay?


Juan Carlos De Brasi: El símbolo es una de las formas de la representación, siempre es una representación en clave: el bastón, del pene. Es una clave de un objeto. Es una forma unilateral de representación del símbolo, hay otras representaciones que no son tan unilaterales. Por ejemplo: represéntense a un travesti. No es nada unilateral. Pero cuidado: porque lo tiene, pero lo oculta.

Vale decir que también la representación juega en ese margen de ambigüedad de presencia-ausencia que el símbolo no tiene. La cruz: símbolo del cristianismo, siempre hay una relación unilateral. El símbolo es una forma unilateral de representación, hay otras formas de representación no unilaterales. Por eso decía: represéntense a un travesti, y está el juego de la presencia-ausencia, del ocultamiento. «¡Uy, un travesti, un maricón!» No, un travesti no es un maricón; cuidado. Y un transexual tampoco es. No se sabe si es hombre, mujer o quimera, como diría Shakespeare. Las representaciones participan de la ambigüedad presencia-ausencia, constantemente. En vez, el símbolo no, como decíamos: corbata-pene, bastón-pene, taza-seno, etcétera.

La representación, entonces, es más rica que el símbolo, todavía, porque juega en esa ambigüedad de la presencia-ausencia, de la vida y la muerte.


Notas

1 El término alemán en cuestión. [N. del E.]
2 En ¿Por qué la guerra?. [N. del E.]
3 Se refiere a los Seminarios impartidos en el Espacio Psicoanalítico de Barcelona. [N. del E.]
4 En ¿Por qué la guerra?. [N. de. E.]
5 El subtítulo de las Jornadas de las que se extraen los presentes fragmentos. [N. del E.]

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