Textos para pensar


Filobanálisis II
Psyché: sexualidad y poder más allá del espejo
Una introducción demorada a los caminos del pensamiento

Juan Carlos De Brasi [CV]

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Nota del Editor

El presente texto fue distribuido como soporte para la ponencia del mismo título pronunciada por el autor en las XVI Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas Aperturas en Psicoanálisis (V).

«No, no lo haría —dijo Alicia sorprendida—.
Una colina no puede ser un valle.
Eso sería un sinsentido.
La reina roja sacudió la cabeza.
–Puedes llamarlo “sinsentido”, si quieres —dijo—;
¡Pero yo he oído sinsentidos,
a cuyo lado éste sería tan sensato como un diccionario!»
A través del espejo y lo que Alicia encontró allí

Lewis Carroll

1. Título

¿Por qué comenzar por el título si él ya ha comenzado? ¿Será por la necesidad de redundar? , afirmar la redundancia es acercar lo desechado, lo inutilizado de un código o discurso, sin lo cual ellos serían cualquier cosa, menos ellos, es decir, sus transmisiones, comunicaciones y modos de persuasión. De ahí que la operación tenga sentido y razón de ser, siendo siempre de otra manera.

El título lo dice todo. Esa es su fecunda imposibilidad, puesto que el todo es lo abierto. Lo cerrado, clausurado, también narcisista, se llama: totalidad. Quien —¿quién?— la alcanza habla, sabiéndolo o no, de su muerte. Legitima, de un solo golpe, su suicidio. El todo de la redundancia nos salva de ese rasgo de menosprecio, valorándose a un altoprecio, de la vida misma.

Pero, ¿se trata de un mero juego de palabras? Nada por el estilo ni en el estilo. La fusión de filo y análisis que genera lo banal o superficie imprescindible —enemiga de cualquier adjetiva superficialidad— para transitar un camino, nos aleja de todo juego de palabras, calambures de los cuales se abusa tanto en el no pensar de la filosofía como en el del psicoanálisis. Por lo tanto son el lenguaje y la lengua los que juegan en esa condensación. Y no las ocurrencias del que escribe, quien manipula ambos términos. Arbitrariedades que, en lugar de sembrar variedades y variaciones, suelen desembocar, actualmente, en muchos «pensamientos únicos». Y ellos se dan justo en el punto donde vitorea la falta de pensamiento y triunfa su radical imposibilidad: la saturación semántica de poderes que se habían declarado y declamado insaturables por principio, aunque fueran muecas de un origen resignado desde el principio.

Quizás, vías regias que la «vieja (?) alienación» señalaba como espectáculo de un próspero negocio de rentas y connubios. Así es como aquellas «muecas» multiplicaron sus franquicias. Con ellas se apropiaron y frivolizaron los territorios conquistados en pos de convertirlos en continentes que ya no contienen a nadie, aunque buscan retener a todos. La nada realizada en la soledad oracular de la mantis religiosa.

Para redondear el comienzo. Este texto evita cualquier régimen de deuda, en cambio absorbe la insistencia, la repetición y sus ritmos, donde nos constituimos como humano-parlantes. Se trata de la insistencia y la repetición de procesos similares a los que impulsan nuestra insistencia respiratoria —constancia de vida— y nuestra repetición diferencial al caminar por una acera irregular. Sólo que este caminar marca una doble salida que, en veloz simultaneidad, es una doble entrada de la filosofía y el psicoanálisis. De ese modo el doble movimiento nos permite recuperarlos —es decir: situarlos bajo distintas perspectivas, lejos de retorcidos bloqueos, inadvertidas conjuras o capturas totalizadoras.

Continuando. Psyché. En francés, sólo en esta lengua, la palabra griega nombra tanto al alma como a un tipo de espejo que rota. Sus giros e inclinaciones nos ponen constantemente del otro lado del mismo espejo. Sin embargo sus vaivenes no le arrebatan el lugar que le corresponde a cualquier espejo tradicional: el de la representación, quizá un poco zarandeada por la búsqueda del ángulo correcto.

Las cuestiones y desarrollos sobre el alma en la filosofía occidental y en el creador del psicoanálisis no sólo son complejas, sino, también, laberínticas. No obstante el psicoanálisis actual, entre algunas de las pobrezas de sus ostentaciones, ha dejado de lado las cuestiones mencionadas e ignorado ciertos desarrollos imprescindibles. Los mismos que hubiesen permitido incorporar dimensiones y perspectivas que, en cierta medida, hubieran evitado las tabicaciones y procedimientos metodológicos; por ejemplo, «esos cajones de cómoda» ordinales —primera y segunda tópicas—, como si las invenciones y elucidaciones freudianas se pudieran ubicar, como calcetines, donde correspondiera a cada una, acompañadas de sus (in)consecuentes cronologías. Así, lo que no entraba en ninguna de ellas se lo desechaba como «resto» o «extrapolación disciplinaria», se lo condenaba al «agregado» u «ocurrencia circunstancial», a la «coleta» de los apéndices; destino de algunos escritos metapsicológicos que, en 1901, acompañaban a La interpretación de los sueños. Caso contrario. Si cabían en algunos de los «cómodos cajones», entonces se trató, y todavía se busca formular alguna ocurrente nosografía psicopatológica, que el psicoanálisis debería evitar para no caer en lo que critica. Con esto sólo quiero subrayar los desperdicios que invaden a una buena economía de la escritura. Quizá una atenta exploración del alma (Seele) en los escritos de Freud permita arrancarla de la inhóspita soledad con que vaga en busca de su «corpus» psico-analítico. La intención de este escrito no es otra que la de enviar una señal acerca del olvido y de la exclusión de una línea, entre otras, de indagación apartada, por el seguro prejuicio de que está impregnada de «olor a trascendencia», sin que se haya siquiera registrado el «soplo» de su potencia constitutiva. Esa que posibilita al psicoanálisis no ser una psicología más del alma, como las que proliferaron desde C. Wolff. Y, paralelamente, una psicopatología menos, como las que abundan hoy en día. Doble evitación evitada desde dentro del mismo psicoanálisis.

Asimismo es ajeno al interés y a las posibilidades de estas señas iniciar una investigación de tal calado, aunque no sobra remarcarlas una y otra vez. En realidad el interés, declaradas las imposibilidades, circula por otros carriles. Se trata de dejar constancia de la legitimidad que posee un libre desplazamiento por la obra de invención psicoanalítica, sin tener que mostrar el pasaporte (escudo) de lo «estrictamente psicoanalítico» a los hierofantes de la aduana disciplinaria. Salir para volver a entrar renovados a los diversos ámbitos —en esta circunstancia filosofía y psicoanálisis— es la única finalidad, aliento (traducción primeriza, elegida porque empaña el decorativo nombre del espejo y a la representación como su arquetipo) de estos giros reflexivos. Espero que la respiración, un poco agitada, del texto no disminuya las velocidades necesarias para recuperar el aliento ante cada salida, enriquecida por el retorno.

Ahora una pregunta obligada. ¿Por qué escogí, de las innumerables traducciones de Psyché, la que corresponde a aliento («halitus») y no la de «calor vital», «sombra», «simulacro», «doble» o «fantasma» hacia las que se inclinó Psyché? El motivo principal fue ir, con las pulsiones —que resuenan en la noción de aliento—, hacia las rotaciones que las transportan al otro lado del espejo, sobrepasando el campo de la representación; conservándola, pero quitándole el rango, también militar, de palabra de orden. Y, de ese modo, regresar al psicoanálisis y a la filosofía desde sus respectivos límites. Sin la frivolidad de pernoctar en una «antifilosofía», manera caprichosa y equívoca de remedar el «otro comienzo» y «el pensar inicial» de Heidegger, que deja acaecer tranquilamente, sin demonizar, el «fin de la metafísica» y sus derivas técnicas. Es decir, sin caer en la rueda del hámster, por la cual el prefijo anti dice que la novísima especie setentista es tal gracias a la filosofía. Otro tanto ocurre con el «antipsicoanálisis» de militantes alterados por las pasiones conductistas.

El anti queda siempre a la espera de que algo se produzca en otro lado. Es antiproductivo, acrítico y usurero de una contradicción simplista. Es una modalidad del vivir a la sombra, esperando que la vela sea prendida por el trabajo del candelero. Psyché, en cambio, alienta el pensar positivo, extraño a cualquier optimismo voluntarista. , repudia el anti que pueda desalentar su pasaje a otros dominios. Así puede traer y contar las «buenas noticias», que en ellos se están generando, e introducirlas sin buscar seducir con un concepto desfigurado para el fácil contrabando.

Todo ello apunta, entonces, a una introducción lenta, demorada, diferida (Nachträglichkeit), como recomendaba Freud y exaltaba Derrida, para recorrer los caminos de un pensamiento más necesitado de Psyché que de los desalientos y reverencias a los poderes vigentes, a la publicidad de una renovada servidumbre.

La introducción, en esta oportunidad, no será más que la respiración entrecortada del mismo escrito. O, dicho de otra manera, lo impensado del pensamiento que hace suponer que el psicoanálisis y la filosofía tienen en ello un capítulo que siempre les faltará, y cuya ventaja redunda en mantenerlos en el tercer reino de lo abierto e inconcluso. En un más allá del espejo y la imposible representación de la muerte.

2. Disquisiciones al rotar Psyché

Para algunos al girar Psyché su aliento queda del lado del que mira. Y su alma va mudando, a través de la historia, en el doble peculiar de cada hombre. Para otros el doble des-animado (p. ej., para E. Rhode, gran amigo de Nietzsche, era el «doble del muerto»). Sin embargo, Psyché en la literatura homérica absorbía la duplicidad que signaba a la vida como aliento y, asimismo, a la sombra incorpórea o imagen, que Homero denominaba eidolon, y la equiparaba a Psyché. De forma que la vida no sería más que la imagen de la vida: su sombra. Así opera, gradualmente, la sustracción del aliento en Psyché. Ya medio vacía ocupa su lugar, sin lugar, el doble, el simulacro o el fantasma del sujeto que puede surgir de él, aparecer en sus sueños o atravesar el curso de su propia vida. Ella no deja de ser aliento, pero su historialidad y sus historias relativas intentarán que deje de «soplar» hasta que su hálito se desvanezca.

Nos hemos quedado en los avatares previos (pre y presocráticos) del alma. Su discriminación y «purificación» vendrá con Platón. A partir de él el alma como aliento, sombra, doble, fantasma o principio de la vida orgánica serán sustituidas por el alma como realidad «desterrada». Y, ¿de dónde sufrirá su destierro? Obviamente: del cuerpo. La división-separación (su Fedón es un ejemplo inequívoco de dualismo) alma/cuerpo ha quedado instaurada. Junto a ella se injertan los asuntos que trae aparejados: la inmortalidad del alma y la posibilidad de reminiscencia cuando habita en el cuerpo. La dualidad platónica ha sufrido rechazos y ciegas adhesiones, guerras y negociaciones, compatibilidades e incompatibilidades de principio, fieles seguidores (neoplatónicos, cristianos) y no tan fieles correctores (Aristóteles y continuadores), etc., hasta todas las variaciones imaginables, que buscan ser escuchadas en tiempo presente, de las que no podemos ocuparnos en estas pinceladas y menos preocuparnos. En lo que hace a nuestra ocupación conjeturamos que Freud está despreocupado del alma platónica, su división fundamental, sus clasificaciones e intentos fallidos de superar los fundamentos en una unidad superior. ¿Por qué esa preocupación? Porque la Seele en la creación psicoanalítica está rizomatizada en el propio cuerpo como lo evidenciaron las ilustraciones anteriores. Todo «destierro» es el desterrarse uno del alcor-coral, como me gustaría llamar, bajo estos neologismos que autoriza la lengua, a esa fusión sinfónica.

Volviendo. Psyché espejo y sus giros no erradican el simulacro, sólo le impiden completarlo, como el modelo fijo de un espejo adosado. Ello no quita que la representación deje de tener un centro en él. Ahora el centro ha ido girando hasta el punto en que la representación debe pasar del otro lado, donde Psyché deja de especularizarse y la representación de vanagloriarse como punto de partida del pensamiento. Pensar sólo por representaciones lo daña irreparablemente, pues lo desconecta de lo impensado en filosofía y de lo inconsciente en psicoanálisis, de sus riachuelos de sentidos, cauces que la misma palabra contiene; sentidos que multiplican a los cinco clásicos; sensibilidad que los acoge en el aliento de un cuerpo vital no gimnástico, regido por afectos y afecciones que lo alejan de la tristeza —y sus educastradores— para retornar a medias en una próxima rotación de Psyché. Y, quizá, hasta con alguna idea nueva, harta de ser tan vieja.

Pero, ¿qué es lo que realmente hacen estas continuas rotaciones? Dibujar. Sencillamente: dibujar, ¿Y qué es lo que dibujan? Con cierta complejidad: uno de los modos, las exploraciones revelarían otros, por el cual la sexualidad-potestad y sus especímenes atraviesan los diversos cuerpos existentes, sean físicos, teóricos, ideales, ficticios o metafísicos.

En estos entramados, como en los anteriores, se van enredando los hilos, generalmente imperceptibles, del psicoanálisis y la filosofía. Aquí agregaremos una secuencia desde el costado aparente de la filosofía, ya que la previa fue lanzada desde el lado manifiesto del psicoanálisis. Lo aparente de la filosofía apunta al saber-poder de la metafísica. Los dardos a ella son los usados con el psicoanálisis, de ahí su mutua impregnación. Lo manifiesto del psicoanálisis por ser tal fue repudiado en su inmediatez. La interpretación no funcionó y la transferencia fue, apenas, un ligero volcado de insignificantes significaciones. Nueva impregnación. Esta vez con la carga de una completa ignorancia de la metafísica, para colmo sospechada de teología encubierta, sublimación mística o cómplice trascendente de la Psychología rationalis.

De ese modo embrollado lo aparente y lo manifiesto hacen nido uno en otro, sin pausa, y a ritmos distintos. A medida que trascurren forman un haz que requiere ser explicitado desde un tercero: el límite, que conecta diferenciando, entre filosofía y psicoanálisis. Más adelante daré algunos rasgos de ese límite al que llamé Filobanálisis.

Nuevamente, de forma involuntaria, parece haberse filtrado una introducción, pero no es así. Se trata de raudas aproximaciones. Ellas ya fueron justificadas y los cuerpos —corpus— mencionados comienzan su marcha. Vayamos, entonces, hacia una forma de repetición constitutiva. Casi ningún velo la recubre.

Es en dichos cuerpos, y no sólo ni prioritariamente en la ostensible genitalidad, donde se evidencian todos los signos que la acompañan: represiones, perversiones, sublimaciones, evasiones y otros desgarramientos. Pero, sus inclinaciones nunca son simples marcas narcisistas ni fallas de un goce inaccesible por definición, sino complejos vínculos, complicidades y acuerdos con una determinada instancia de poder; poder cuya realidad, en la mayoría de los casos, contradice su semántica. La historia nos ilustra, copiosamente, sobre la nula potencia de ciertos poderes.

Ahora algunas derivaciones, pero antes una nueva puntualización sobre el nombre propio del límite entre disciplinas o mejor entre disciplinamientos. ¿Cómo se entiende el Filobanálisis en estos abordajes «intempestivos», aunque no apresurados?

Está concebido como una falta de disciplina o como lo que a una disciplina —científica o no— le falta. La asociación de filosofía y psicoanálisis más que una conjunción entraña la suspensión de ambas como totalizaciones o territorios definidos. De esa forma se podrán recuperar significaciones adheridas a la piel de las metáforas, lo cual es una metáfora que habla de otras en el infinito juego del sentido. Esta propuesta es banal, ya que tiende a captar efectos superficiales, no tan profundos como los postulados por cierto psicoanálisis y menos sabios que los deseados por las filosofías de la certeza.

La intención fue, desde el comienzo, evitar cualquier noción de orden, sistema o dominios semejantes, dejando surgir múltiples significados, actuales, para quienes los sepan interrogar y poner de manifiesto.

El lenguaje se adecua a las claves metafóricas tomadas como guías. Ellas semejan espejos, o sea, dimensiones que refleja u opacan, bajo distintos ángulos, aquello a develar, desplazamiento incesante de la refracción a su máscara, y de ésta a su hueco sonido.

De ahí resulta que sólo podemos captar algunos efectos, superficies —por eso lo «banal»—, donde los hombres van grabando sus quimeras y proyectos. Con esto se afirma, también, que la humanidad no ha sido dada, sino que es un fundamento a conquistar en y para un tiempo histórico, tiempo que da sentido, aunque no tenga ningún sentido.

Una finalidad común a las diferentes consideraciones sería la de bordear, cuestionar e impulsar las preguntas que yacen en ámbitos variados, las cuales han sido despejadas hasta ahora con la «media lengua» de la especialización. No hay duda que, en tales ocupaciones, el hombre es considerado como un ser especial; pero lo olvidado en ellas es que sus enigmas hacen estallar cualquier especialidad.

3. La grieta de Eros. Primera rotación

Lo que se denomina filosofía, en estos trazos, es pulsión de saber y saber de las pulsiones, sus transformaciones entretejidas con las categorías, conceptos, intuiciones, formas, valores e investimentos. Permanece lejana de lo académico y sus autores. No quiere conocerse ni autoexplicarse. Así permanece distanciada de sus racionalizaciones y el cebo de la autoconciencia, donde la ratio de su invención pasa por ser la racionalidad misma. Querer conocer algo nada revela acerca de lo que se piensa y por qué se actúa con ese algo. Por ello el movimiento del mismo y su algo-ritmo, siguen siendo un cadencioso baile de disfraces.

La filosofía siempre deja constancia de sus tribulaciones en la certidumbre de las metáforas que, una y otra vez, se repiten, esbozando un eje de protagonistas, conceptos y posiciones por los senderos de una historia particular. En esa historia golpetea una voz sin eco, hormigueo sordo de procesos y estados, sólo importantes para demostrar su prescindibilidad y exclusión inevitables. La cadena eros, cuerpo, affectus, sensibilidad, alegría, intempestividad, es suficiente mencionarla para aludir a su contraria, y es necesario referirla para eludirla; vaivén que, ante todo, es una máscara de quien lo enuncia y sus deseos. Así en las metáforas, deslizadas como definiciones, quedan registradas las complejas ligazones de lo que ha sido reprimido en el mismo acto de su exposición. Aquí buscaré marcar, en dos típicos mecanismos de transformación, el clímax de la sexualidad y el poder tal como los absorbió el sentido común filosófico. Claro que esto modifica el punto de vista que, ahora, será el del reemplazo de Eros por Tanatos, en el tiempo suicida —pura sucesión sin retorno— del relojero.

La primera condensación apunta a la captura de la filosofía, en su delimitación clásica, como «Amor a la sabiduría». El tono platonizante de la sentencia expresa su ardid, en el cual el hombre aparece mediado por el orden de la representación esbozada como idea del «bien en sí», de la «contemplación de la belleza absoluta», o de cualquier otra unidad trascendente. Desde el comienzo esa envoltura de la representación implica una sustracción, una fisura que se tornará abisal e interior en el desarrollo histórico.

La delgada sombra que proyecta Eros sobre la sabiduría indica que un cierto impulso se ha ligado a una determinada percepción (idein) del mundo. Además, tal intuición se articula en un habla (logos) cuya modalidad es el intercambio (dia-logos) y en el cual todos los miembros de una comunidad (polis) están comprendidos. Así resulta que el azar, la transgresión del límite, lo irracional, no se apresan, todavía, en el fantasma psiquiátrico de la locura.

Delirar, soñar en el mito, escuchar un esquizós, etc., todo ello es adecuado para entender un sentido que finca en diversos estados anímicos y sin los cuales no existe conocimiento aproximativo (episteme). El afecto, todavía, muerde al concepto.

Sin embargo, falta señalar un punto que cierra el círculo imaginario de la Eros-Sofía. Cualquier conocimiento de un ente o sus relaciones debe ser portador de un goce. Entonces, la ecuación sabiduría-goce se anuncia como posible y deseable. Pero esto es sólo un destello, porque se «debe ser» («deber ser», fórmula de los imperativos, según Kant) portador (¿de qué, sino de una carga?) de un goce que, verdaderamente, es carencia de saber. Ya el domesticado Sócrates platónico preparaba la resignación judeo-cristiana y ateo racionalista mercantil al definir el deseo de... como una «señal de privación», antagonista imprescindible, enemigo de la poesía (no del verso); poesía que anida en la serie de la producción —ese es su significado originario— y el deleite de sus infinitos puntos de fuga.

Es en esa dimensión donde se instaura junto al saber inconsciente. Pero, todavía, no se percibe «lo que puede un cuerpo...» liberado de sus servidumbres y sus abrumadoras causas, fines, objetivos.

La grieta, entonces, con el gobierno de la razón y el límite, se vuelve un abismo donde habitarán definitivamente la razón y su hija idiota: la barbarie del dato.

Esto no significa un ataque a razón alguna, ni a sus prácticas consecuentes, sino a los desvaríos que se ejercen en su nombre. Pues, como dice el poeta, «se va tan lejos en la idolatría» de esa divinidad que existe «una compulsión a denigrar como irracional todo pensamiento que rechaza la presunción de la razón en cuanto presunción no originaria».

4. Sofía en el precipicio

Cuando una concepción impera hace ya tiempo que se ha instalado. La razón del mandato de la razón está más acá de sí misma bajo un doble aspecto, por su constante y virtual apoyo en un mundo fantaseado y por su aspiración a medir. Y cuando lo calculable se torna incalculable, las técnicas de mensura revelan su esencia depredadora como aparatos de dominio y expansión. La medida, entonces, no da su propia medida porque el exceso estaba en el comienzo mismo. No sólo en ella se trataba de apropiarse de un trozo de naturaleza sino a la necesidad de expresarlo en un índice único y totalitario que será, hasta Hegel, el signo mismo de lo natural. Así lo real se torna objeto de creencia. Es lo adorable y no lo que debería pensarse. La sabiduría (gnoseológica) se constituye como tal mediante un escamoteo utilitario. Conviene conocer sin amor. Su emblema, el sabio, juega en un silogismo inversamente proporcional, pues como busca saber más, entonces, debe sentir menos. La mayor parte de las biografías sobre el sabio precursor son verdaderas hagiografías. Un sabio de esas características es indudablemente un cogito, pero interruptus.

Un personaje tal exhibe los frutos de sus tareas y desvelos fuera del arte y la invención, como frutos del «sudor», el «sufrimiento», la «disciplina». Incluye su figura en el séquito de las pasiones tristes, creyendo que lo perdurable nace de la culpa y el dolor. La tristeza desde el Renacimiento es la autoafirmación del rigor como única verdad de la esperanza ética y científica. Esa fue la presión sostenida con que el rigor —«mortis»— hundió la emergencia de una vida mejor; vida mejor en cuanto en el ya resplandecía su futuro. Y su realidad era subvertida porque avanzaba desde él.

Las formas del razonar no sólo imponen un conjunto de procedimientos, métodos, técnicas, instrumentos y acciones plasmados por la inteligencia analítica, sino que, primeramente, requieren poder razonar frente a la impotencia de los que no pueden y el razonamiento del poder. De este modo, a través de innumerables cruces y deslizamientos, la filosofía cambia su cuadro de alusiones y referencias. Antes se confundía, según cierta herencia, con la imagen del guía platónico que luchaba a timón partido en un mar agitado e infinito. Pero ese océano figurado aún podía libarse, circulaba por los distintos canales del Symposio, golpeaba sobre un labio para derramarse en parte, en parte para incorporarse, es decir, todavía el pensamiento podía jugar placenteramente con la tragedia y el vino, la invocación y el bocado sutil, y todo ello sin dañar su potencia demostrativa.

5. Eros, Sofía y el bisbiseo del poder. Segunda rotación

Posteriormente la filosofía abandona la navegación para dedicarse a hurgar en los palacios, rumorear en los pasillos, asistir a los cambios de guardia, al trueque cortesano. Sólo así, es posible la otra gran síntesis que la postula como «Reina de las ciencias». Como tal gobierna agitando sus esclavas, haciéndolas relampaguear y ordenando a su primer ministro un control disimulado que le asegura la eficacia y la continuidad del servicio; sea regulando una ficticia «unidad de las ciencias» (Carnap) o roturando «las demarcaciones» y «vigilancias» epistemológicas (Popper), como represión de los finitos infinitos desplegados en el tiempo. Decía Freud en un párrafo meridiano, oteando la pulsión epistemofílica de su invención, «muchas veces hemos oído sostener el reclamo de que una ciencia debe construirse sobre conceptos básicos claros y definidos con precisión. En realidad, ninguna, ni aún la más exacta, empieza con tales definiciones», porque «el progreso del conocimiento no tolera rigidez alguna, tampoco en las definiciones», se trate de «lo inconsciente» en psicoanálisis o del «dilema del huevo» en filosofía. Salvo que opere una pasión ventrílocua, como aquella que impregna a un neo formalismo «listo para llevar».

Se ha vuelto una obsesión, nada sublime, reducir los saberes más dispares a la claridad y a la precisión. Y es en ese preciso instante cuando una ciencia se torna esclava de su propia fe policial. Así impone el «reino del revés». Lo que debería ayudar a liberar lo instaura como servidumbre y se dedica a patrullar los discursos que dictamina como apropiados o impertinentes para sus dominios.

Una reina es, por definición, conscientemente parásita. Impedida de crear algo, gesta naderías. Su cetro es el aguijón que debe olvidar en alguna instancia de poder. Encargada de regular el goce de sus súbditos, no puede hacer otra cosa que sofocarlo. Su poder se agota en el ejercicio del poder y por eso ya no puede nada. Simultáneamente, reprime a costa de condenar a muerte (Tanatos) toda resistencia, porque reinar sobre (como ocurrió durante un largo período en la filosofía y ocurre en el reducido que toca al psicoanálisis) es un tapón a lo que de otra forma cuestionaría ese poder y brotaría como alternativa de vida.

6. Finale, ma non troppo

La filosofía como «Amor a la sabiduría» parecía Eros, lanzamiento, fervor; como «Reina de las ciencias» parodia a Tanatos, reposo extinción deseante. En esa tensión se arma su historia, donde los opuestos son complementarios aferrados mutuamente. Hasta que consuma y destruya esa relación simétrica, perversa, la filosofía no podrá superar su parálisis por pendulación. En cuanto impulso a la sabiduría ha previsto, sabiamente, las formas de prohibírselo en las representaciones del mismo; sea en el goce como noción o en la vida como concepto.

En cuanto «Reina de las ciencias» el poder se burla de ella, siguiendo otra ruta, el de una fantasía de gobierno, ya que las ciencias mandan a través de sus alianzas con el Estado y sus realizaciones técnicas. De tal modo que la oscilación de la filosofía es su condena, pues se nutre en la ambigüedad de un goce del poder que jamás podrá gozar.

El finale, ma non troppo o (in)conclusión relativa, es consecuencia del movimiento mismo de la filosofía (como del psicoanálisis) y su devenir inconscientemente otra. Su oscilación incesante la hace golpear entre dos mitos y sus aspectos metapsicológicos. Por un lado el de Orfeo o la imposibilidad de retornar a su lábil origen. Por otro el de Narciso o su aislamiento por autocontemplación. Así, esa doble imposibilidad, exige que la filosofía y el psicoanálisis (una de las uniones indisolubles, querida o rechazada por ambos lados, desde la invención del inconsciente) y sus figuras personalizadas, pierdan sus identidades profesionales, duras cargas, para iniciar su tránsito errando por y en los demás campos del pensamiento.

Durante tantos años hemos buscado —un nosotros sin centro ni lugar ubicable— alentar sin pausa esa curativa indicación de nomadismo. Fluyente guarida del inconsciente y el pensamiento y el afecto y el concepto y la poesía y algún saber y Psyché desplegándose entre todos ellos. Resbalando por esos pliegues el texto salió de sí para regresar con una buena nueva y un espejo (del alma) que rota imparable. Ya nada ni nadie podrán reflejarse enteramente en él.


Buenos Aires, abril de 2016


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