El presente texto fue distribuido como soporte a la ponencia del mismo título presentada el domingo 12 de mayo de 2012 a las 10:30 en las XII Jornadas Psicoanalíticas del EPBCN, tituladas “Aperturas en psicoanálisis”, y celebradas en la sede del EPBCN de la calle Balmes, 32 (Barcelona).
Un psicoanalista ajeno a nuestro círculo enunciaba reiteradamente que «la formación en psicoanálisis es en transferencia», e incluso que «en psicoanálisis todo es en transferencia». En este texto sometemos a crítica estas dos aseveraciones, y mostramos que sus consecuencias son especialmente perniciosas para el proceso formativo, la vida institucional, la dimensión empresarial y dineraria de todo proyecto analítico y, en última instancia, para la relación del psicoanálisis con la cultura. Terminamos señalando algunos aspectos, por lo general no suficientemente resaltados, de la noción de transferencia en Freud, y rozamos también la delicada cuestión del fin de análisis.
Las dos frases en cuestión contienen la modalización «en psicoanálisis», cuyo sentido habría que aclarar primero. Vamos a intentarlo mediante una comparación. Si decimos, por ejemplo, «en matemáticas, la palabra "natural", aplicada a los números, no se refiere a ninguna espontaneidad de éstos», nos estamos refiriendo a una especificidad de las matemáticas: en tal ciencia, determinadas palabras tienen un significado especial, las cosas funcionan de determinada manera, etc. Del mismo modo, la expresión «en psicoanálisis P» indicaría una especificidad de esa disciplina: para el psicoanálisis sucedería P, y para todo lo demás, pues no sabemos (pero no puede ser que para todo lo demás también P, porque entonces «en psicoanálisis P» sería una frase vacía).
Un caso válido de esto sería: «En psicoanálisis, la palabra "sexual" tiene un sentido mucho más amplio que en el lenguaje común». Se trata de un ejemplo excelente, ya que, además de plantear algo específico del psicoanálisis, se explicita el otro campo («el lenguaje común») con el que se está comparando, y el elemento («la palabra "sexual" ») que difiere en los dos campos.
Otro ejemplo, también válido, sería: «En psicoanálisis la escucha es fundamental». Aquí el otro campo con el que se está comparando queda indeterminado: hallamos sólo una referencia nebulosa a otros ámbitos en los que «la escucha» no sería «fundamental», sin que se nos diga cuáles son esos ámbitos.
Ese tipo de expresión se utiliza también para tratar de imponer una idea, como cuando se dice «en esta oficina mando yo» o «en mi casa harás lo que yo diga». Para ello se precisa de alguien al que se le atribuya el lugar de enunciar qué es el psicoanálisis.[1] Por ejemplo, cuando se dice «en psicoanálisis los números transfinitos no funcionan como en las matemáticas» y no se añade nada después (ya que habría que mostrar primero en qué sentido «los números transfinitos» funcionan diferentemente «en psicoanálisis» y «en las matemáticas», y eso es imposible).[2]
En lo que sigue deberemos, pues, discriminar en cada caso en qué sentido se está usando la expresión «en psicoanálisis».
Otra parte común a las dos aseveraciones que estamos examinando es la construcción «ser en transferencia». «X es en transferencia» es una expresión algo forzada de sentido poco claro. Podría querer indicar:
1) Que X es algo que debe ser pensado como una manifestación de la transferencia. Un ejemplo sería «su enfado es en transferencia», queriendo decir «su enfado es debido a determinadas atribuciones transferenciales [que el paciente me hace]». Desde luego que no parece la manera más elegante de decir las cosas.
2) Que X sólo sucede en un lugar que se llamaría «transferencia», como cuando se dice «el festival es en Valencia». Esta acepción, que de entrada parece aún más forzada que la anterior, tiene la ventaja, sin embargo, de que nos permite discriminar: si X es en transferencia, entonces fuera de la transferencia X no existe (si el festival es en Valencia, no puede ser a la vez en otro lado). En realidad, la segunda acepción subsume a la primera, ya que si X es en transferencia y fuera de la transferencia no es, tiene que ser un efecto o una manifestación de la transferencia.
Un tema pendiente será considerar si pueden existir tales objetos, es decir, si hay cosas que sólo son «en transferencia» y fuera de ella no son.
Examinemos ahora la proposición «en psicoanálisis, la formación es en transferencia».
La persona que la enunciaba pretendía autorizarse en la obra freudiana;[3] en concreto, la formación psicoanalítica sería entonces «en transferencia»,
1) Porque lo «vivenciado dentro de las formas de la transferencia» es algo que «no [se] olvida más» y «tiene para [el paciente] una fuerza de convencimiento mayor que todo lo adquirido de otra manera».[4]
2) Porque, en la escuela secundaria, «los profesores [...] se convirtieron para nosotros en sustitutos del padre», de modo que «[t]ransferíamos sobre ellos el respeto y las expectativas del omnisciente padre de nuestros años infantiles».[5]
3) Porque el trabajo del analista incluiría una «poseducación», una «obra educativa» en la que «se [serviría] de algunos componentes del amor», «el gran pedagogo».[6]
No es difícil mostrar que el supuesto basamento de la proposición examinada resulta no ser eficaz en absoluto para aquello para lo que se lo invoca. Respetando la numeración —por otra parte, completamente arbitraria— que hemos introducido,
En 1), lo que adquiere una fuerza de convencimiento mayor y que no se olvida más no es algo supuestamente «aprendido en transferencia», sino algo vivenciado en sus formas. Desde luego que el paciente puede aprender algo, pero será sobre sus procesos inconscientes. Que esto pueda ayudarle después en su comprensión de la teoría no autoriza la extrapolación a que todo aprendizaje sea «en transferencia».
Por su parte, 2) se refiere a los profesores de la escuela secundaria, a lo infantil en la vida psíquica[7] en el proceso de aprendizaje, por el que el profesor es un sustituto del omnisciente padre de nuestros años infantiles. Si bien es cierto que algunos estudiantes de psicoanálisis pueden atravesar determinados momentos transferenciales que les lleven a identificar a sus docentes con el padre omnisciente de la infancia, esto es un quizás inevitable defecto de su posición como alumnos, no un lugar a alcanzar, ni mucho menos algo que deba ser promocionado.[8]
Finalmente la (pos-)educación que se sirve de algunos componentes del amor [de transferencia] en 3) se refiere siempre a la cura analítica, y nunca a la enseñanza del psicoanálisis mismo, que debe distinguirse radicalmente de ésta.
Sigamos examinando ahora nuestra proposición. La acepción de partida es: «La formación psicoanalítica es en transferencia[, según Freud]». Ya hemos visto que nada en Freud autoriza esa perspectiva. Dejemos para más adelante en qué sentido se estaría usando la modalización «en psicoanálisis», y centrémonos en «la formación es en transferencia». De acuerdo con nuestro análisis, esto querría decir «la formación [psicoanalítica] es en transferencia, y si no es en transferencia no es [formación psicoanalítica]».
Hay un aspecto muy rescatable de este último enunciado: el que tiene que ver con la imposibilidad de transmitir el psicoanálisis únicamente desde la universidad. Sin análisis personal y grupal, sin vida institucional y, en última instancia, sin un proceso de transformación personal, es imposible aprender psicoanálisis; esto ya lo advertía Freud. El psicoanálisis, y la transferencia, que es indisociable de él, aparecen entonces como condiciones necesarias de la formación.
Sin embargo, la última parte, «si no es en transferencia no es formación», puede dar ocasión a un deslizamiento incorrecto: puede tanto querer decir «si no hay análisis (y por tanto transferencia) no es posible la formación psicoanalítica (propiamente dicha)», lo que es inobjetable, como «aquello que cae fuera de la transferencia no es formación psicoanalítica», lo que es un gravísimo error. Hemos pasado de una necesidad colectiva (el proceso de formación, como un todo, tiene que incluir la transferencia como uno de sus elementos) a una necesidad universal (todo aquello que es un elemento de la formación tiene que ser «en transferencia»). Este es el disparador inmediato de toda una serie de aberraciones:
1) Si todo lo que es un elemento de la formación tiene que ser «en transferencia», entonces lo único que cuenta es la transferencia. En particular, queda abolida la necesidad de la razón. En el proceso formativo puede estar presente el amor de transferencia, es cierto, y en algunos casos ese amor puede ser un poderoso motor para el aprendizaje. Pero también es cierto que la formación, para tomar la obra de Freud como ejemplo, incluye el despliegue de un pensamiento de gran complejidad, y esa complejidad sólo puede abordarse mediante los instrumentos de lectura y de procesamiento producidos por la cultura y, por tanto, en última instancia, por la razón. Además, el amor de transferencia no tiene por qué hacer siempre más lúcido al alumno: a veces lo estupidiza — si consiste en la movilización de elementos muchas veces infantiles, no se ve por qué no podría suceder eso; y ser un niño estupidizado no parece la mejor forma de situarse en disposición de aprender.
2) Por un argumento similar, si todo tiene que ser leído «en transferencia» desaparece la posibilidad de la crítica. ¿No soporta bien que un alumno le lleve la contraria? — no se preocupe, no es Ud.; es el alumno, que tiene transferencia negativa.[9] ¿Alguien no está de acuerdo con Ud.? — tranquilo, es que le falta análisis. ¿Otro aporta cosas que Ud. no puede manejar? — no hay por qué inquietarse, eso no es psicoanalítico. El pequeño problema es que sin un desarrollo suficiente de la capacidad crítica no es posible llegar a ser psicoanalista. Esto nos lleva directamente a nuestro siguiente punto.
3) Dado que ya no es necesaria la razón y la crítica se ha vuelto imposible, se ha hecho sencillo llegar a ser docente de psicoanálisis aún cuando se sea analfabeto — puesto que de lo único que hay que ocuparse es de la transferencia. No es de extrañar que una aberración tal tenga sin embargo más extensión de lo que podría pensarse, ya que por desgracia son legión los que aspiran al poder entre los imbéciles y los analfabetos.[10] Y una posición didáctica conlleva mucho poder.
4) De este modo, y en última instancia, la relación docente queda reducida a una relación dual de poder. La relación con la cultura, que debería ser necesaria, se hace imposible, ya no puede operar como tercero porque queda completamente aniquilada. Ahora ya discernimos lo que significa aquí «en psicoanálisis»: lo que «en mi casa» en la expresión «en mi casa hago lo que quiero».
Centremos ahora nuestra atención en la segunda frase, «en psicoanálisis todo es en transferencia».[11] Se percibe fácilmente el exceso marcado por ese todo: de ese modo, sería «en transferencia», además de la clínica (único lugar en el que ser «en transferencia» parecería de entrada más o menos apropiado[12]) y la formación (concepción que acabamos de criticar), todo lo demás. En particular:
Lo institucional, de modo que las diversas producciones, regulaciones, relaciones, etc., que se despliegan en el proceso de institucionalización, serían «en transferencia». Esto, que denota una absoluta incomprensión del concepto de institución, implica además en la práctica la desaparición de lo institucional mismo y su substitución por una especie de grupo terapéutico continuo en el que todo podría ser permanentemente leído «desde el psicoanálisis», como si eso fuese «lo psicoanalítico».[13] En particular, las necesarias jerarquías institucionales quedan subvertidas en favor de otras regulaciones (o, mejor: des-regulaciones) supuestamente «transferenciales», con el consiguiente riesgo de abuso de transferencia.
La dimensión empresarial y económica, inherente a cualquier proyecto psicoanalítico. Aquí la modificación de lo que se desconoce, que además es por lo general interesada, encuentra su exponente máximo: tiene tanto sentido llevar la contabilidad «en transferencia» o «de un modo psicoanalítico» como hacerse una tortilla de champiñones «de un modo matemático»; del mismo modo que las matemáticas no sirven para hacer tortillas, la transferencia o el psicoanálisis no sirven para llevar una empresa o para hacer la contabilidad. Es cierto que aquí rozamos una carencia más amplia y extendida del psicoanálisis actual: su imposibilidad para pensar el dinero,[14] y con él la dimensión empresarial y económica del psicoanálisis, así como la difusión, incluyendo el marketing y la divulgación, como si se tratase de una disciplina etérea que pudiese permanecer permanentemente desconectada de asuntos considerados demasiado mundanos.
Estos dos ejemplos son suficientes para que se advierta con claridad que lo que se perfila en esta perspectiva del «todo es en transferencia» no es, en última instancia, más que una relación de poder, apenas disimulada tras la máscara de lo «puramente psicoanalítico». La transferencia se convierte así en pseudónimo del dominio y, dado que aquí «en psicoanálisis» funciona como en la proposición anterior, es decir, quiere decir «en mi casa», la frase que ahora nos ocupa resulta tener el siguiente sentido: «en mi casa todo es como yo diga» — nada pues especialmente psicoanalítico, en contra de lo que podría haber parecido en un principio, sino más bien algo bastante siniestro.
Hemos mostrado claramente cómo la extrapolación de la noción de transferencia a ámbitos que no le son propios tiene consecuencias desastrosas. Retrocedamos, pues; quizá en la clínica las proposiciones que nos ocupan tengan algún valor: con esta modificación, la primera pasaría a ser «en psicoanálisis, la clínica es en transferencia», y la segunda «en psicoanálisis, toda la clínica es en transferencia»; veremos enseguida que la segunda pone de relieve el error en que incurre la primera.
Siempre se ha resaltado el papel y la importancia de la transferencia en la clínica: como condición necesaria (posibilita el análisis), como motor de la cura, como resorte para la actualización del conflicto (en la neurosis de transferencia), etc. Lo que se señala mucho menos es que no todo lo que sucede en el análisis mismo es «en transferencia», del mismo modo que tampoco es «en transferencia» todo lo que en él se produce.
Si nos referimos a lo que acontece en la sesión analítica, y como hemos señalado en otro lugar,[15] porque lo que el paciente hace[16] en la sesión incluye lo que en términos clásicos se denomina sencillamente pensamiento, aunque no se reduzca a él, como tampoco puede reducirse el análisis a la transferencia misma; dicho de otro modo: la necesidad de la posibilidad del recurso a la razón es incompatible con la omnipresencia de la transferencia.[17]
Si consideramos ahora lo que en el análisis se produce, porque no todo lo que allí se gesta es susceptible de ser conceptualizado únicamente como una manifestación de la transferencia. Por ejemplo, para Freud, «no toda buena relación entre analista y analizado [...] ha de ser estimada como una trasferencia», ya que «[e]xisten también [...] vínculos amistosos de fundamento objetivo y que demuestran ser viables».[18] La obra de Freud está llena de ejemplos de este tipo, sobre los que casi siempre se pasa de puntillas.
Es una evitación que tiene sus razones: remite al problema del fin de análisis, que sigue abierto, y para el que todas las soluciones aportadas hasta ahora parecen insatisfactorias.[19] Volviendo a la cita anterior, Freud se refiere a la «relación entre analista y analizado [...] en el curso del análisis y después de él». En qué consistiría una relación entre el «analista» y el «analizado» después del análisis, y en qué sentido tendría aun sentido hablar, en este caso, de «analista» y «analizado», son cuestiones que quedan abiertas. Del mismo modo que el hecho de que «no toda relación entre analista y analizado [haya de] ser estimada como una trasferencia», y esto, en particular, «después» del análisis, es también llamativo y enigmático.[20] Y es que a medida que incrementamos nuestros buceos en la obra de Freud, hay algo que cada vez se nos aparece con más nitidez: para pensar sus cosas (que tendrían que ser también las nuestras[21]), él tenía una libertad de la que la mayoría de sus continuadores, sean autores o tendencias, simplemente y por desgracia, carecen.
Barcelona, abril de 2012